La Pereza
Eduardo de la Serna
Si
de "pereza" debemos hablar, la primera impresión que surgirá,
seguramente, es que nos referimos a un cierto desgano, por ejemplo, para
"emerger" de la cama después de no dormir todo lo que hubiéramos
deseado, o al desgano de hacer algo que quisiéramos dejar "para
después". Ahora, ¿realmente es un vicio "remolonear" un rato
entre las sábanas? ¿Dónde estaría la maldad o lo perjudicial? ¿Acaso alguien
afirmaría que "hacer fiaca", en especial el día que podemos hacerlo,
es algo malo? Para ser más exactos, vamos a intentar precisar a qué nos
referimos cuando hablamos de que la "pereza" es un "vicio
capital".
Pereza y Acedia
En
realidad, la tradición, al hablar del Vicio Capital, no se refiere tanto a la
"pereza" sino a la "acedia". Este término viene del griego akedía (despreocupación, descuido). Pero
no se refiere a lo que solemos llamar el "ocio" (aunque en algunos
escritos se identifiquen) sino a un descuido en el crecimiento, una "pereza espiritual". Un ejemplo
verdaderamente notable viene presentado por San Agustín. Él afirma que todo, en
su vida, lo va llamando a la conversión, no sólo los acontecimientos que va
viviendo sino también su crecimiento intelectual, pero hay "algo" que
desde adentro le impide "dar el paso" necesario...
"Así me sentía dulcemente oprimido por la carga del siglo como por el sueño; y los pensamientos con que meditaba ir a Vos eran semejantes a los esfuerzos de los que quieren despertar; pero vencidos del profundo sopor, tornan a sumergirse en él. Y así como no hay nadie que quiera estar siempre durmiendo, y al sano juicio de todos es preferible estar despierto, y, no obstante, difiere frecuentemente el hombre sacudir el sueño, cuando un pesado sopor encadena sus miembros, y aunque no quisiera y sea hora de levantarse, se vuelve a dormir con más gusto: así yo tenía por cierto que era mejor entregarme a tu amor que condescender con el apetito; pero aquello me parecía bien y me convencía, mas esto me deleitaba y encadenaba. Por lo cual no tenía qué responderte cuando me decías: ¡Levántate tú que duermes, y álzate de entre los muertos, y te iluminará Cristo! (Ef 5,14). Me hacías ver por todos lados que era verdad lo que me decías, y convencido de la verdad, no tenía absolutamente nada que responder, sino palabras perezosas y soñolientas: "Ahora, ahora mismo; déjame un poco". Pero aquel "Ahora, ahora" no llegaba nunca; y aquel "déjame un poco" iba para largo. En vano me deleitaba en tu Ley según el hombre interior; porque otra Ley luchaba en mis miembros contra la Ley de mi espíritu y me llevaba cautivo bajo la ley del pecado que estaba en mis miembros (Rom 7,22). Porque ley del pecado es la violencia de la costumbre, que arrastra y retiene al ánimo contra su voluntad. ¡Desventurado de mí!, ¿quién me iba a librar de este cuerpo de muerte, sino tu gracia, por Jesucristo, Señor nuestro? (Rom 7,24)".
Como
se ve, la imagen de la pereza al levantarse es sólo gráfica, metafórica, el
centro de la cuestión está puesto en la "pereza" para "dar el
salto" que lo haga dar el paso necesario. Es precisamente esto lo que se
llama "acedia" y a lo que nos referiremos al hablar de
"pereza".
Por
esto, la pereza puede asemejarse a la "tibieza", y recibe las más
variadas imágenes: tiniebla, desolación, o incluso descuido (¿quedarse
dormido?) en la vigilancia... San Ignacio, en sus célebres Ejercicios Espirituales la presenta como desolación, pero no una
desolación "muerta", "seca" sino perversa, activa:
"Llamo desolación espiritual a la oscuridad del alma, turbación en ella, inclinación por las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a desconfianza, sin esperanza, sin amor, hallándose el alma toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Criador y Señor".
Es
importante, entonces, entender que frecuentemente la "acedia" es más
que un simple "no-hacer" (aunque a veces lo suponga) y llega a ser un
"hacer mal"... Esto será importante para lo que pretendemos
reflexionar más adelante. Señalemos, por ahora, que entre acedia y desaliento
hay un notable parentesco como lo señala el Catecismo de la Iglesia Católica:
"Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedia. Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. "El espíritu está pronto pero la carne es débil" (Mt 26,41). El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse firme en la constancia".
Pereza y tristeza
Lo
que venimos diciendo nos prepara para entender por qué una importante
tradición, cuyo más grande exponente es santo Tomás de Aquino, prefiere hablar,
antes que de acedia, de "tristitia"
(tristeza). Se refiere a un "tedio o tristeza", desgano de la
voluntad en preocuparse por el propio bien espiritual. Por eso afirma el
Catecismo: "La acedia o pereza
espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el
bien divino". Lo interesante de tener esto en cuenta es que se hace
notar que la actitud de "desgano" provoca un "desánimo" que
lleva a una especie de "muerte del espíritu".
"Por lo mismo, cuando te sientas afectado por la indolencia, la acedia o el tedio, no pierdas por eso la esperanza, ni desistas de tu tesón espiritual. Pide la mano del que te ayuda, instándole a que te atraiga, como hace la esposa (del Cantar de los Cantares), hasta que con el estímulo de la gracia puedas correr de nuevo más aprisa y alegre, diciendo: Corrí por el camino de tus leyes, cuando me ensanchaste el corazón. Por eso, mientras actúe la gracia, alégrate: pero no pienses que posees el don de Dios por un derecho hereditario, como si por esa seguridad llegaras a creer que no puedes perderlo jamás. No sea que de repente te suelte su mano y te prive de su don, y caiga tu ánimo abatido, excesivamente desconsolado". (San Bernardo)
¿Podremos
decir que la "pereza" es una especie de "depresión del espíritu"? De hecho, si es también mirada como
tristeza, es evidente que, si para combatir un vicio, se debe buscar obtener la
virtud contraria, en este caso lo que se debe procurar es la alegría. Ahora,
¿cómo puede procurar la alegría un desganado, un desanimado, un deprimido? O
mejor aún, ¿puede buscar la alegría?
Pereza e hiper-actividad
De
hecho, como hemos señalado, la pereza no debe entenderse como un simple
"no hacer". Muchas veces el "no hacer" viene disfrazado por
un "hacer mucho". El problema radica en que se hace mucho, pero no lo
que se debería hacer. Un ejemplo lo podríamos tener en el padre de familia que
trabaja todo el día, que hace "miles de cosas", pero no se dedica a
su familia, a sus hijos. Podrá estar convencido de "trabajar para la
familia", por el bienestar de mis hijos. Incluso puede ser que los llene
de regalos, pero está faltando a lo que realmente debe hacer: ocuparse de
ellos, dar cariño, dialogar, compartir... En este caso podemos hablar de una acedia laboriosa.
La
ambición, cuando no encuentra un equilibrio, una medida (des-medida) también es
un modo de insania, y lleva a una idéntica hiper-actividad pero no deja al
hombre girar sobre su propio centro... Estamos, también en este caso, ante una
"laboriosidad" que es más aparente que real, y tanto ésta como la
anterior, todas producen insatisfacción. Así puede comprenderse lo de la "tristitia". Es estar
"des-ubicado"...
Como
puede verse en lo que hemos dicho hasta aquí, la mayor parte de lo que puede
afirmarse de la acedia es lo que "no hace" o "hace mal"
(notar las palabras con el prefijo "des-", o "in-":
des-idia, des-gano, des-cuido, in-satisfacción, des-medida, in-sania,
in-constancia, des-olación, des-esperanza...). Realmente, no se está diciendo
nada muy bueno sobre esto.
Pereza y su gravedad
Vimos
que los otros vicios, en alguna medida pueden producir hasta el bien; de hecho
hemos hablado de una "santa envidia",
de una "justa ira", del
"banquete del Reino", de
los sanos placeres, de la virtud del ahorro... La acedia, en cambio,
precisamente por la "negatividad"
no puede llevar a algo bueno. Es más, con mucha frecuencia, la pereza, es el
ingrediente que empeora los demás vicios ya que produce rechazo a la virtud
opuesta. Es un pesimismo total que vence la razón y la voluntad. Hay una pereza
mental (negación a madurar). Podríamos afirmar de la pereza algo semejante de
lo que una vez escuchamos decir sobre la torpeza: "¿sabe, padre?, yo prefiero tener un hijo malo antes que un hijo bobo -me
dijo una vez un señor-; porque si mi hijo
es malo, podrá cambiar, pero si mi hijo es bobo, nunca se va a dar cuenta".
¿No podríamos decir, análogamente, algo así de la pereza? Si es cierto que de
un vicio a un pecado hay una barrera fácilmente franqueable, lo mismo puede
decirse en sentido inverso (de pecado a sólo vicio, y de allí al terreno de la
virtud), en cambio nada de esto puede decirse del inmovilismo.
Por
eso debemos decir que lo contrario a la pereza es la laboriosidad, pero no nos
referimos a "una persona trabajadora" (lo cual, por cierto, también
es bueno, con la excepción señalada más arriba) sino a quien "se
ocupa", trabaja por crecer: por "despertar" si es que está
"dormido", "crecer" si está estancado, "avanzar"
si está detenido, "correr" si simplemente caminaba...
La
acedia es algo tan "desganado", que ha podido llamársela una "ira venida a menos" (san
Buenaventura).
Hasta
aquí hemos reflexionado sobre los diferentes vicios, y hemos de notar que cada
uno va "tocando" diferentes puntos de nuestra vida. Allí donde
podemos ser más débiles (o flojos). Pero la debilidad (y lo hemos destacado en
otra ocasión) nunca es vicio. Incluso, por ejemplo, en el humilde, puede ser
motivo de dejar de confiar en las propias fuerzas (que se saben pocas o insuficientes)
y aprender a confiar en Dios, lo cual puede ser todo un "proyecto de
vida" (Santa Teresa del Niño Jesús lo llamó "pequeño camino de confianza y abandono").
"Todas las otras pasiones tocan sólo la parte irascible del alma o la concupiscible o la racional, como el olvido y la ignorancia; la acedia, en cambio, aferrando todas las potencias del alma, excita casi todas las pasiones juntas y, por eso, es la más grave de todas. Dice bien, pues, el Señor, que ha dado el remedio contra ella: Con la paciencia, ustedes ganarán sus almas". (Máximo el Confesor).
Notemos
que, para este gran escritor, es presentada como "la más grave", y algo que sólo es superable con
"paciencia".
De todos modos, su gravedad también es presentada de otra forma: "dos tentaciones frecuentes amenazan la oración: la falta de fe y la acedia que es una forma de depresión o de pereza debida al relajamiento de la ascesis y que lleva al desaliento" (Catecismo).
Si
notamos lo que hasta aquí hemos dicho, se entenderá por qué se habla de su
gravedad: tibieza, desgano, tristeza, desaliento, depresión... Evidentemente lo
difícil no es encontrar la virtud opuesta (paciencia, alegría, laboriosidad...)
sino simplemente ponerse en camino. La gravedad no radica, entonces, en que se
hagan "cosas malas", sino en "no levantarse". Aunque caigas
muchas veces, «te levantas, otras diez,
otras cien, otras quinientas... No han de ser tus caídas tan violentas y
tampoco -por ley- han de ser tantas» se decía. El problema es el de quien
sólo ha caído una vez (y quizás ni siquiera desde un lugar demasiado alto),
pero no "siente" en su interior "fuerzas" para levantarse.
Pereza y compromiso
Dice
nuevamente Máximo el Confesor:
"Hagamos sinceramente penitencia para que, liberados de las pasiones, consigamos la remisión de los pecados. Despreciemos las cosas temporales a fin de no transgredir el mandamiento del amor; para que no caigamos del amor de Dios, combatiendo por su causa a los hombres. Andemos en el Espíritu y no realizaremos el deseo de la carne. Velemos y estemos sobrios, rechacemos el sueño de la pereza. Rivalicemos con los santos atletas del Salvador. Imitemos sus combates, olvidándonos de lo que queda atrás y tendiendo hacia lo que está por delante. Imitemos su carrera infatigable, su ardiente deseo, la fortaleza de la continencia, la santificación de la castidad, la nobleza de la paciencia, el aguante de la magnanimidad, la lamentación de la compasión, la tranquilidad de la dulzura, el ardor del celo, el amor sin ficción, la altura de la humildad, la simplicidad de la pobreza, la virilidad, la bondad, la benignidad. No nos dejemos relajar por los placeres, no nos hagamos soberbios por los pensamientos, no corrompamos la conciencia; busquemos la paz con todos y la santificación, sin la cual ninguno verá al Señor. Y, sobre todas las cosas, huyamos del mundo, hermanos, y del señor del mundo. Abandonemos la carne y las cosas carnales. Corramos hacia el cielo, allí tendremos nuestra ciudadanía".
Dejamos
de lado una interpretación platónica en esto de "huir del mundo" y "abandonar
la carne" (que entendiendo lo que quiere decir y ubicándolo en su
tiempo no debería causar problema), y notemos la decisión que se pretende en la
vida que es presentada como un combate, o como una competencia. La resistencia,
la paciencia para combatir-competir, pasan a ser fundamentales a la hora de
pretender la victoria.
"El buen obrero toma con confianza el pan de su trabajo; el perezoso y el negligente no mira cara a cara al que le da trabajo. Así pues, es necesario que estemos llenos de celo por el buen obrar pues de Él viene todo: Porque de antemano nos dice: He aquí el Señor. Y su recompensa está delante de su rostro para dar a cada uno según su obra. Por tanto, nos exhorta a creer en Él de todo corazón para que no seamos perezosos ni negligentes en toda obra buena. Estén en Él nuestra gloria y confianza" (san Clemente Romano).
Al
no ser perezosos a la obra buena, pondremos en Él nuestra confianza con lo que
estaremos llenos de celo, tendremos la fuerza necesaria para avanzar.
Una
de las grandes dificultades del "trabajo" en nuestros días (y no
estamos hablando del "mercado laboral" sino de la dedicación por el
mundo, por la vida, por los que nos rodean...) es la escasez de
"frutos". ¿Tiene sentido consagrar un esfuerzo, un trabajo, una
dedicación a algo cuyos frutos no veremos? Estamos entrando en el terreno de la
fe, en la importancia de trabajar sin esperar frutos. Entiéndase bien: no
decimos que se trabaje y que los frutos no sean importantes. Nadie siembra para
que no dé fruto. Pero una cosa es que dé fruto y otra bien diferente es que
trabajemos para ver nosotros los frutos... Es famosa y aleccionadora la frase
de Martin Luther King: "Si estuviera
seguro que mañana estalla el mundo, yo hoy igual plantaría mi manzano".
Esto, por otro lado, bien entendido, alienta nuestra esperanza y da sentido a
nuestro trabajo. Es partir de la seguridad (que nos da confiar en Dios) de que
lo sembrado dará fruto. Suele ser desalentador no obtener fruto, pero dejaría
de ser importante (y dejaría de entristecernos)
si no pretendiéramos ser necesariamente nosotros los que lo recolecten.
Obviamente que si los frutos aparecen será mejor, pero no causa desánimo o
desesperanza no obtener lo que no se espera...
Otro
elemento que no debe confundirse con pereza es el "no ocuparse", no
dedicarse, no interesarse, por lo que -aunque para otros lo sea- para nosotros
no es lo importante... "Yo no
hubiera recogido un alfiler por evitar el purgatorio. Todo lo que yo he hecho
ha sido para causarle placer a Dios y para salvarle almas" afirma
santa Teresita en su lecho de moribunda. Evidentemente, mientras muchos
buscaban "adquirir méritos" para "ganar" el cielo, y muchos
pretendían alcanzar a toda costa la vida y, a toda costa, evitar el castigo,
Teresa de Lisieux no se preocupa por los méritos, por los "ahorros"
espirituales, sino por causarle placer a Dios, agradarle. "Un alfiler recogido por amor puede salvar un
alma", afirma en otra parte; pero por salvar la suya no hubiera
levantado un alfiler... Sin dudas que los que buscan méritos pueden entender esta
espiritualidad como un camino "sin fuerza", flojo, desanimado. El
tema, en este caso, radica en la escala de valores, en el camino que nos hemos
propuesto o a dónde pretendemos llegar. En esto, la pereza no tiene nada que
decir, aunque podamos andar "desorientados", o podamos caminar sin
rumbo, pero eso es otra cosa...
Acá
es donde debemos comenzar a formularnos algunas preguntas: la misión
fundamental del laico es "consagrar
el mundo". Para ello cuenta con espacios privilegiados: el mundo del
trabajo, del sindicato, de la política. Sin embargo, lo que se suele escuchar –gracias
a Dios, en los últimos tiempos, bastante menos que antes- es que "la
política (sindicatos, etc...) está podrida". La pregunta pertinente sería
qué esfuerzo han hecho -y siguen haciendo- los laicos y laicas para consagrar
el mundo político... ¿Qué han hecho para ser ellos la levadura que fermente
toda la masa, y no ser ellos fermentados por otra levadura (o la "manzana
podrida"...)? Y si no lo han hecho, si los laicos cristianos no están
"trabajando" en donde deben trabajar, ¿dónde están?, ¿por qué no
están donde deberían estar? ¿No habrá una suerte de pereza (sea de asedia, de
tristitia o de hiperactividad en otros campos) que les impide comprometer su
vida a consagrar el mundo? Si hay desidia, desánimo frente al mundo que
vivimos, si hay tristeza frente a lo que "nos toca (sic) vivir"...
¿no tendrá la pereza una gran responsabilidad? Más que la corrupción, la
injusticia, las responsabilidades externas, ¿no habrá una enorme cuota de
responsabilidad en que mantenemos "dormido" el compromiso que nos
exige crecer, ser mejores, vivir de un modo nuevo y fraterno? (sin negar -por
supuesto- los compromisos y responsabilidades en ello de los corruptos,
injustos, etc...). La enorme tristeza que embarga a tanta gente en nuestro
presente, ¿no se parece mucho a la tristitia?
¿El desánimo frente al mundo presente, no se parece a la acedia? Porque
entonces, si esto es así, debemos concluir que una gran cuota de pereza es la primera
responsable de lo que nos pasa. Porque dejamos que pase... ¿Qué pasaría si los
seguidores de Cristo se pusieran de pie, levantaran la bandera de la liberación
y la justicia, si combatieran de raíz la corrupción y la mentira, si
"trabajaran" por un mundo nuevo y fraterno? Sin dudas no estaríamos
como estamos. Sin dudas, no sólo no les hemos reclamado a los tantos que han
jurado sabiendo que ni Dios ni la Patria jamás los demandarán, sino que les
hemos permitido que nos saqueen, nos mientan, nos roben... No hemos hecho lo
que debíamos (aunque muchos hemos hecho "miles de cosas"). Y eso es
acedia.
Claro
que no es sólo desaliento. También hay "desalentadores". La apatía
tiene mucha razón de ser, precisamente sería una "laboriosidad
ingenua" decir simplemente "voy a...", pero quienes creemos que
el pueblo no es tonto (aunque sí pacífico), no es ingenuo (aunque sí confiado)
y no es quedado (aunque sí prudente), no perdemos la esperanza en que un mundo
nuevo y mejor es posible, pero debemos esperar “que nos dé sus benditas señales de vida el pueblo” (Teresa Parodi).
Y saber reconocer las señales que el pueblo va dando y caminar a su lado.
Por
otra parte, para alentar el desaliento se afirma que han muerto, o están en
crisis las ideologías, que ya no hay algo por qué luchar, algo por lo que vale
la pena vivir (y ser feliz). Eso es un llamado a la pereza, a la tristitia, a la desesperanza, a la
depresión y a la muerte. Es grave que haya quienes alienten la “no política”, que –valga la ironía-
alienten el desaliento. Muchos, en cambio, seguimos creyendo en la fuerza de la
vida. Muchos seguimos creyendo que las utopías son ideales inalcanzables, pero
que -como el horizonte- dan orientación y sentido a nuestra marcha. El Reino
del amor y la justicia es una utopía; siempre existirá el pecado, la injusticia
y la muerte (el camino está siempre lleno de polvo y espinas, pero eso no debe
“entristecer” la marcha); pero sabemos, porque confiamos en la palabra de Dios,
que el Reino puede ir viniendo (y lo pedimos en el Padre Nuestro), y que día a
día podemos ir buscándolo y ganándolo... Mientras tanto, nos queda el aguante.
Pero un aguante que no es sólo "soportar"
sino "tener aguante", como
se dice en términos futboleros. Y cuando de tener aguante se trata, se hace
importante (ayuda a "cargar las pilas", a "despertarse", a
"saltar de la cama") mirar el testimonio -el martirio- de tantos
hermanos que ayer y hoy han dado y siguen dando la vida para que la vida
crezca, para que la esperanza florezca y para que la alegría renazca. Quienes
trabajan para "insuflar ánimo en el desaliento", "aniquilar la
muerte", "destruir la tristeza", pueden darnos una mano para
desperezarnos y animarnos a crecer y ser felices, y ayudar o trabajar para que
otros también lo sean.
Dibujo tomado
de http://elenaescolar.wordpress.com/2013/01/14/deporte-y-pereza/
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