La comunidad del Cuarto Evangelio
Eduardo de la Serna
En distintas regiones, e influenciados por distintos
apóstoles, desde el nacimiento del cristianismo se fueron gestando diferentes
comunidades. Cada una con sus características propias, cada una con sus
matices, teologías e historias. Con el paso del tiempo, y con la muerte de sus
referentes, cada una de estas comunidades y zonas de influencia fueron
avanzando, encontrándose con otras, entrando en diálogo con unas, en conflicto
con otras. Esto ayudó a profundizar la propia identidad, y también a aceptar o
rechazar lo que se iba descubriendo como “nuestro” o “no-nuestro” en el
ambiente. En otras notas hemos ido viendo cómo fueron evolucionando las
comunidades que se reconocían en Pablo o en otros apóstoles. Es el momento de
mirar otra comunidad que dejó una huella muy profunda en el Nuevo Testamento,
la comunidad del Evangelio que llamamos “de Juan”.
Todo parece indicar que un grupo de cristianos, de
origen judío fueron conformando una comunidad en torno a un personaje al que
reconocen como “el Discípulo amado por el Señor”. Esta comunidad, como buenos
judíos van reconociendo que en Jesús se van cumpliendo diferentes expectativas
del Antiguo Testamento (Jn 1,21.38.41.45) Sin embargo, parece que con el tiempo
se van incorporando otros grupos, con una mirada más crítica. Quizás
samaritanos (Jn 4,39-42). Estos aportan otra perspectiva, ya que no tenían la
misma teología que los judíos tradicionales, y –por ejemplo- destacan más lo
profético (Jn 1,21.25; 4,19; 6,14; 7,40; 9,17), la figura de Moisés (no tanto
como legislador sino como profeta; 3,14; 5,45s; 6,32; 7,19.22; 9,28.29; ver
1,17), y tienen una mirada más crítica a instituciones como el Templo (Jn
2,18-22). Más tarde, en algún otro momento parecen incorporarse a la comunidad
grupos venidos del mundo pagano, y –por lo tanto- con una mirada muy nueva
(12,20-23). Todo esto parece que puede verse en el Cuarto Evangelio.
Sin embargo, cuando el ejército Romano avanza sobre
Palestina, a causa de la guerra judía, pareciera que la comunidad –otras
también parecen haberlo hecho- decide migrar hacia el norte. Quizás hacia Siria
o incluso más al norte. Pero llegan a una región donde no son bien recibidos: unos
grupos judíos los excomulgan de la sinagoga (9,22; 12,42), gente del ambiente,
los rechaza (3,19-21; 17,14-16; 18,36). Pero –además- como este grupo se reconoce
a sí mismo como herederos del preferido de Jesús, tampoco tiene buenas
relaciones con otros cristianos a los que ven temerosos o incompletos (6,60-66;
19,38). Esta actitud cerrada es alentada
por algunos de la comunidad y cuestionada por otros. Aquellos se van volviendo
cada vez más espiritualistas negando todo lo “material”, hasta incluso la
“carne” de Jesús (1 Jn 4,2; 2 Jn 1,7). Por eso, algunos discípulos del
discípulo amado eligen escribir para decir en su nombre lo que él diría y lo
que no. Al pensar “quiénes somos” y “qué pensamos”, a veces se vuelve
imprescindible poner algunos límites.
Así, la “comunidad del Discípulo amado” va viviendo
la novedad en un nuevo tiempo y una nueva zona intentando pensar y pensarse. Por
eso va mostrando a Jesús como uno que se va revelando, en un primer momento por
medio de signos concretos (agua, pan, luz, vida; ver Jn 4,10; 6,35; 8,12; 9,5;
11,25; 14,6) para finalmente revelarse en la gloria alcanzada en la cruz
(13,31). Frente a los conflictos del medio ambiente, los miembros de la
comunidad están invitados a creer más y más y saber que en ese “acto de fe”
está todo, tanto que –para ellos- “el que cree ya está salvado” y “el que no
cree”, está perdido (3,15.18). Claro que para eso, la comunidad sabe que cuenta
con el “Paráclito”, el Espíritu de Dios que continúa en medio de ellos lo que
Jesús había comenzado (14,15-17.26; 15,26; 16,7-15). Hay muchos, no cristianos,
o “cristianos incompletos” que no son bien mirados por esta comunidad, aunque
en su seno también se esté gestando la división.
Mirar a Jesús y mirarse a sí mismos les permitirá
ubicarse en medio del ambiente en el que se encuentran. Pero para no terminar
en una ruptura sectaria se vuelve necesario que el “discípulo amado” y “Pedro”
caminen juntos (13,22-27; 20,3-10; 21,7). Hay otras comunidades hermanas con
las que es mucho más lo que nos une que lo que nos diferencia (10,16). Y eso
sigue teniendo plena validez en nuestros días.
foto tomada de effeta.wordpress.com
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