sábado, 19 de diciembre de 2015

OC 21 Comunidad del Discípulo Amado



La comunidad del Cuarto Evangelio


Eduardo de la Serna




En distintas regiones, e influenciados por distintos apóstoles, desde el nacimiento del cristianismo se fueron gestando diferentes comunidades. Cada una con sus características propias, cada una con sus matices, teologías e historias. Con el paso del tiempo, y con la muerte de sus referentes, cada una de estas comunidades y zonas de influencia fueron avanzando, encontrándose con otras, entrando en diálogo con unas, en conflicto con otras. Esto ayudó a profundizar la propia identidad, y también a aceptar o rechazar lo que se iba descubriendo como “nuestro” o “no-nuestro” en el ambiente. En otras notas hemos ido viendo cómo fueron evolucionando las comunidades que se reconocían en Pablo o en otros apóstoles. Es el momento de mirar otra comunidad que dejó una huella muy profunda en el Nuevo Testamento, la comunidad del Evangelio que llamamos “de Juan”.

Todo parece indicar que un grupo de cristianos, de origen judío fueron conformando una comunidad en torno a un personaje al que reconocen como “el Discípulo amado por el Señor”. Esta comunidad, como buenos judíos van reconociendo que en Jesús se van cumpliendo diferentes expectativas del Antiguo Testamento (Jn 1,21.38.41.45) Sin embargo, parece que con el tiempo se van incorporando otros grupos, con una mirada más crítica. Quizás samaritanos (Jn 4,39-42). Estos aportan otra perspectiva, ya que no tenían la misma teología que los judíos tradicionales, y –por ejemplo- destacan más lo profético (Jn 1,21.25; 4,19; 6,14; 7,40; 9,17), la figura de Moisés (no tanto como legislador sino como profeta; 3,14; 5,45s; 6,32; 7,19.22; 9,28.29; ver 1,17), y tienen una mirada más crítica a instituciones como el Templo (Jn 2,18-22). Más tarde, en algún otro momento parecen incorporarse a la comunidad grupos venidos del mundo pagano, y –por lo tanto- con una mirada muy nueva (12,20-23). Todo esto parece que puede verse en el Cuarto Evangelio. 

Sin embargo, cuando el ejército Romano avanza sobre Palestina, a causa de la guerra judía, pareciera que la comunidad –otras también parecen haberlo hecho- decide migrar hacia el norte. Quizás hacia Siria o incluso más al norte. Pero llegan a una región donde no son bien recibidos: unos grupos judíos los excomulgan de la sinagoga (9,22; 12,42), gente del ambiente, los rechaza (3,19-21; 17,14-16; 18,36). Pero –además- como este grupo se reconoce a sí mismo como herederos del preferido de Jesús, tampoco tiene buenas relaciones con otros cristianos a los que ven temerosos o incompletos (6,60-66; 19,38).  Esta actitud cerrada es alentada por algunos de la comunidad y cuestionada por otros. Aquellos se van volviendo cada vez más espiritualistas negando todo lo “material”, hasta incluso la “carne” de Jesús (1 Jn 4,2; 2 Jn 1,7). Por eso, algunos discípulos del discípulo amado eligen escribir para decir en su nombre lo que él diría y lo que no. Al pensar “quiénes somos” y “qué pensamos”, a veces se vuelve imprescindible poner algunos límites.

Así, la “comunidad del Discípulo amado” va viviendo la novedad en un nuevo tiempo y una nueva zona intentando pensar y pensarse. Por eso va mostrando a Jesús como uno que se va revelando, en un primer momento por medio de signos concretos (agua, pan, luz, vida; ver Jn 4,10; 6,35; 8,12; 9,5; 11,25; 14,6) para finalmente revelarse en la gloria alcanzada en la cruz (13,31). Frente a los conflictos del medio ambiente, los miembros de la comunidad están invitados a creer más y más y saber que en ese “acto de fe” está todo, tanto que –para ellos- “el que cree ya está salvado” y “el que no cree”, está perdido (3,15.18). Claro que para eso, la comunidad sabe que cuenta con el “Paráclito”, el Espíritu de Dios que continúa en medio de ellos lo que Jesús había comenzado (14,15-17.26; 15,26; 16,7-15). Hay muchos, no cristianos, o “cristianos incompletos” que no son bien mirados por esta comunidad, aunque en su seno también se esté gestando la división.

Mirar a Jesús y mirarse a sí mismos les permitirá ubicarse en medio del ambiente en el que se encuentran. Pero para no terminar en una ruptura sectaria se vuelve necesario que el “discípulo amado” y “Pedro” caminen juntos (13,22-27; 20,3-10; 21,7). Hay otras comunidades hermanas con las que es mucho más lo que nos une que lo que nos diferencia (10,16). Y eso sigue teniendo plena validez en nuestros días.


foto tomada de effeta.wordpress.com

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