La predicación de Jesús
Eduardo de la Serna
Jesús anuncia que Dios está
comenzando a “reinar” (Mc 1,15), y que ese reino, si bien tiene mucho de
futuro, ya que todavía no ha llegado plenamente, comienza a hacerse presente
(Lc 17,21). Ya se ha sembrado, tiene brotes, manifestaciones, y es presente.
Los enfrentamientos de Jesús con el anti-reino en los exorcismos, son indicio
de que ese reino ya está entre nosotros (Mt 12,28); las comidas de Jesús con
“las ovejas perdidas del pueblo de Israel”, también lo son (Lc 14,15-24).
Pero ese reino no vendrá como un
relámpago, sino que es un don de Dios que debe ser acogido, y es semilla que
debe fructificar en buena tierra (Mc 4,3-9). Nosotros no sembramos el reino,
pero podemos ahogarlo (ver Mc 4,4-6); no somos el tesoro escondido, pero
podemos dejarlo donde estaba (ver Mt 13,44).
Es interesante hacer una
sencilla comparación entre Jesús y san Pablo para mirar el modo de
“evangelizar” de los dos: Pablo es hombre de ciudad, y sus ejemplos también lo
son: habla de edificar, de poner cimientos, de ser arquitecto (ver 1 Cor 3,10;
Rm 15,20; aunque también utilice ejemplos rurales como sembrar, regar, injertar,
ver 1 Cor 3,6; 9,7; Rom 11,16-24); Jesús, en cambio, utiliza con frecuencia
ejemplos campesinos: pastores (Lc 15,4-7; Jn 10,1-18; Mt 25,31-46; 26,31),
pescadores (Mc 1,17; Mt 13,47-48), sembradores (Mc 4,4-9. 26-29. 30-32;
12,1-12) aparecen con suma frecuencia entre sus parábolas o metáforas.
Las parábolas son un modo
característico de la predicación de Jesús. Las encontramos con muchísima
frecuencia a lo largo de los primeros evangelios, que suelen llamarse
Sinópticos, y también –aunque elaboradas de un modo diferente, en Juan (“soy el
buen pastor” [Jn 10,1], “soy la vid verdadera” [Jn 15,1]). Sin embargo, las
parábolas tienen una curiosa característica: por un lado revelan el misterio
escondido (Mc 4,10-12), pero por otra parte esconden lo más profundo a aquellos
que se niegan a recibirlo. Este parece el sentido del dicho de Jesús: “te alabo
Padre, porque escondiste estas cosas a los sabios y prudentes y se las has
revelado a los pequeños”, a los que no tienen voz (Mt 11,25-27). Los “sabios”
no pueden aceptar que “los misterios del Reino” puedan expresarse en el
sencillo lenguaje de una parábola, y en su caso, la semilla cae al borde del camino,
o entre espinas, y no da frutos.
Los característicos proverbios
de la sabiduría bíblica son ampliados narrativamente en forma de relato (eso
son las parábolas), pero su objetivo principal es conmover, provocar a vivir sabiamente,
de modo que Dios ya esté reinando entre nosotros. Dios ha sembrado su semilla,
pero todavía debe dar fruto, y esa semilla tiene una fuerza interna que crece
sin actividad humana (Mc 4,26-29), crece desmesuradamente, y todos tienen
protección y cobijo “a su sombra” (Mc 4,31-32). Pero esa semilla se conoce por
su fruto -no se recoge café del cacao- (Mt 7,16) fruto que se debe dar y no
guardar para sí. Es imagen característica de las parábolas la figura de un
árbol frutal, sea este una vid (Mt 20,1-16; 21,28-32. 33-46; Lc 13,6-9), o una
higuera (Mc 11,12-14.20-26; ver 13,28-31; Lc 13,6-9; ver también un olivo en
Rom 11,17). Desde el profeta Isaías la comparación con la vid que no da frutos
buenos sino agrios, no da “derecho y justicia” sino “iniquidad y clamores” (Is
5,1-7), es tenida en cuenta en el Antiguo (Sal 80; Jer 12,10; Jl 1,7; Nah 2,3) y
el Nuevo Testamento para mostrar que la iniciativa de Dios espera encontrar
respuesta en nosotros.
Todo esto, Jesús lo anuncia en
parábolas, un lenguaje sencillo para los sencillos, para que la universalidad
del reino pueda ser comprendida por todos y no estemos desorientados “como
ovejas que no tienen pastor” (ver Mt 9,36). Siempre que habla del reino de
Dios, Jesús habla en parábolas: “no les hablaba sino en parábolas” (Mc 4,33-34).
Es verdad que los sabios y prudentes no pueden aceptar tanta sencillez, pero
para que el lenguaje de Dios sea universal, para que de verdad Dios reine, debe
empezar por los “últimos”. Sólo cuando los “pequeños”, los que no tienen voz
son incluidos en el lenguaje y la predicación, en la pastoral y la vida, es que
nuestra tarea evangelizadora será realmente universal. De otro modo, aunque
hablemos de los pobres o de los excluidos, no será de ellos nuestro lenguaje y
nuestra predicación, y no habremos entendido aquello de que “los primeros serán
últimos y los últimos serán primeros” (Mt 20,16; Mc 10,31; Lc 13,30).
Foto tomada de rsanzcarrera2.wordpress.com
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