sábado, 19 de diciembre de 2015

OC 3 La predicación de Jesús

La predicación de Jesús

Eduardo de la Serna



Jesús anuncia que Dios está comenzando a “reinar” (Mc 1,15), y que ese reino, si bien tiene mucho de futuro, ya que todavía no ha llegado plenamente, comienza a hacerse presente (Lc 17,21). Ya se ha sembrado, tiene brotes, manifestaciones, y es presente. Los enfrentamientos de Jesús con el anti-reino en los exorcismos, son indicio de que ese reino ya está entre nosotros (Mt 12,28); las comidas de Jesús con “las ovejas perdidas del pueblo de Israel”, también lo son (Lc 14,15-24).

Pero ese reino no vendrá como un relámpago, sino que es un don de Dios que debe ser acogido, y es semilla que debe fructificar en buena tierra (Mc 4,3-9). Nosotros no sembramos el reino, pero podemos ahogarlo (ver Mc 4,4-6); no somos el tesoro escondido, pero podemos dejarlo donde estaba (ver Mt 13,44).

Es interesante hacer una sencilla comparación entre Jesús y san Pablo para mirar el modo de “evangelizar” de los dos: Pablo es hombre de ciudad, y sus ejemplos también lo son: habla de edificar, de poner cimientos, de ser arquitecto (ver 1 Cor 3,10; Rm 15,20; aunque también utilice ejemplos rurales como sembrar, regar, injertar, ver 1 Cor 3,6; 9,7; Rom 11,16-24); Jesús, en cambio, utiliza con frecuencia ejemplos campesinos: pastores (Lc 15,4-7; Jn 10,1-18; Mt 25,31-46; 26,31), pescadores (Mc 1,17; Mt 13,47-48), sembradores (Mc 4,4-9. 26-29. 30-32; 12,1-12) aparecen con suma frecuencia entre sus parábolas o metáforas.

Las parábolas son un modo característico de la predicación de Jesús. Las encontramos con muchísima frecuencia a lo largo de los primeros evangelios, que suelen llamarse Sinópticos, y también –aunque elaboradas de un modo diferente, en Juan (“soy el buen pastor” [Jn 10,1], “soy la vid verdadera” [Jn 15,1]). Sin embargo, las parábolas tienen una curiosa característica: por un lado revelan el misterio escondido (Mc 4,10-12), pero por otra parte esconden lo más profundo a aquellos que se niegan a recibirlo. Este parece el sentido del dicho de Jesús: “te alabo Padre, porque escondiste estas cosas a los sabios y prudentes y se las has revelado a los pequeños”, a los que no tienen voz (Mt 11,25-27). Los “sabios” no pueden aceptar que “los misterios del Reino” puedan expresarse en el sencillo lenguaje de una parábola, y en su caso, la semilla cae al borde del camino, o entre espinas, y no da frutos.

Los característicos proverbios de la sabiduría bíblica son ampliados narrativamente en forma de relato (eso son las parábolas), pero su objetivo principal es conmover, provocar a vivir sabiamente, de modo que Dios ya esté reinando entre nosotros. Dios ha sembrado su semilla, pero todavía debe dar fruto, y esa semilla tiene una fuerza interna que crece sin actividad humana (Mc 4,26-29), crece desmesuradamente, y todos tienen protección y cobijo “a su sombra” (Mc 4,31-32). Pero esa semilla se conoce por su fruto -no se recoge café del cacao- (Mt 7,16) fruto que se debe dar y no guardar para sí. Es imagen característica de las parábolas la figura de un árbol frutal, sea este una vid (Mt 20,1-16; 21,28-32. 33-46; Lc 13,6-9), o una higuera (Mc 11,12-14.20-26; ver 13,28-31; Lc 13,6-9; ver también un olivo en Rom 11,17). Desde el profeta Isaías la comparación con la vid que no da frutos buenos sino agrios, no da “derecho y justicia” sino “iniquidad y clamores” (Is 5,1-7), es tenida en cuenta en el Antiguo (Sal 80; Jer 12,10; Jl 1,7; Nah 2,3) y el Nuevo Testamento para mostrar que la iniciativa de Dios espera encontrar respuesta en nosotros.

Todo esto, Jesús lo anuncia en parábolas, un lenguaje sencillo para los sencillos, para que la universalidad del reino pueda ser comprendida por todos y no estemos desorientados “como ovejas que no tienen pastor” (ver Mt 9,36). Siempre que habla del reino de Dios, Jesús habla en parábolas: “no les hablaba sino en parábolas” (Mc 4,33-34). Es verdad que los sabios y prudentes no pueden aceptar tanta sencillez, pero para que el lenguaje de Dios sea universal, para que de verdad Dios reine, debe empezar por los “últimos”. Sólo cuando los “pequeños”, los que no tienen voz son incluidos en el lenguaje y la predicación, en la pastoral y la vida, es que nuestra tarea evangelizadora será realmente universal. De otro modo, aunque hablemos de los pobres o de los excluidos, no será de ellos nuestro lenguaje y nuestra predicación, y no habremos entendido aquello de que “los primeros serán últimos y los últimos serán primeros” (Mt 20,16; Mc 10,31; Lc 13,30).




Foto tomada de rsanzcarrera2.wordpress.com

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