Acceder a Jesús, el encuentro con él,
da luz a nuestra vida
DOMINGO
CUARTO DE CUARESMA - "A"
30 de marzo
Eduardo de
la Serna
Resumen: La misión de Samuel está llegando a su fin por lo que el texto prepara la aparición de David. Él es ungido por aquel, aunque llegará al gobierno un buen tiempo después. Para eso Dios derrama sobre su elegido su espíritu a fin de que pueda cumplir aquella misión que se le ha encargado.
La
historia deuteronomista va presentando una serie de personajes. Está culminando
la “etapa” de Samuel y nos preparamos para David. Ya sabíamos (13,14; 15,28)
que Saúl fue rechazado por Dios, por lo que otro personaje debe entrar en
escena. Luego de esto, Samuel desaparecerá de la vida pública. Sólo se lo
menciona en adelante como una suerte de ermitaño en Ramá, en celdas (donde va
David, perseguido por Saúl, 19,18-24) y el siguiente pasaje informa de su
muerte (25,1).
El
fracaso de Saúl tiene a Samuel acongojado y Dios mismo le dice que “yo mismo lo
he rechazado para que no reine”. Dios le encarga preparar lo necesario para
dirigirse a Belén donde encontrará al elegido, en la casa de Jesé. El contexto
es litúrgico (sacrificio, purificación) lo que da a Samuel excusa para el viaje
a los ojos del airado Saúl (“si se entera me matará”, dijo Samuel, v.2).
Sabemos que los ancianos de la ciudad serán testigos aunque sólo se los
mencione al comienzo (vv.4-5), e invita a Jesé y su familia a participar del
sacrificio y la posterior comida. Los hijos van pasando por edades (se menciona
a los tres mayores, cf. 17,13) sin aludir a los restantes cuatro. Sólo queda el
octavo, David, que no se encuentra en el lugar. Coherente con su tiempo, Samuel
imagina que el elegido por Dios será el primero, luego el segundo… pero –como
tantas veces se insiste en la Biblia- Dios mira con otros ojos (v.7). El
pequeño está con el rebaño y Samuel lo manda llamar porque no participarán de
la comida sacrificial hasta que no estén todos. Es interesante que mientras para
1 Samuel, Jesé tiene 8 hijos (cf. 17,12) para el libro de las Crónicas estos
son siete (1 Cr 2,13-15, aunque el tercer hijo tiene diferente nombre y aquí se
llama Simeá cuando en 1 Samuel es Sama’; probablemente se trate de diferentes
tradiciones).
Es
interesante que la unción de Samuel a David ocurre en secreto. De hecho, David
no será “nombrado” rey por un buen tiempo más, del sur en 2 Sam 2,4 y del norte
en 2 Sam 5,3 una vez ocurrida la muerte de Saúl. Por otra parte, un elemento
teológico importante está señalado al afirmar que a partir de la unción vino
sobre David “el espíritu” (la rûah)
de Yahvé. Hay, por un lado una estrecha relación entre la unción y la donación
del espíritu. El profeta exclama que “el espíritu del Señor Yahvé está sobre mí
por cuanto me ha ungido” (Is 61,1).
Los
encargos divinos, con frecuencia comportan una dificultad frente a determinadas
circunstancias: los ejércitos extranjeros, los poderes internos de la comunidad,
un profeta que debe enfrentar críticamente a su rey arriesga literalmente la
vida... Es para eso que con frecuencia la Biblia insiste que Dios da, a
aquellos/as que ha enviado, su “espíritu”, esto es la capacidad, la fuerza para
desarrollar la tarea encomendada y enfrentar las dificultades. El espíritu que Yahvé
da a David lo preparará y acompañará para cuando sea el momento en que ejerza
la realeza. Precisamente porque Dios mira con otros ojos a como miran las
personas, David –el pequeño- debe tener de parte de Dios la capacidad de
confrontar con el ambiente que dice que el menor debe ocuparse del rebaño,
mientras los mayores van a la guerra, y que estos son más importantes que
aquel; y –cuando finalmente también David participe de la lucha con los
filisteos- Dios lo acompañará ante las insidias de Saúl hasta que llegue el
tiempo de la coronación.
Lectura de la carta de san Pablo a los cristianos de Éfeso 5, 8-14
Resumen: recurriendo al esquema característico del dualismo, el autor recurre a la imagen de la luz y las tinieblas planteadas como modo de vida alentando a vivir coherentemente con la luz que los ha iluminado en el bautismo.
La
llamada “carta a los Efesios” es un texto sobre la “unidad eclesial”.
Finalizada la sección doctrinal (caps. 1-3) en el capítulo 4 comienza la
sección exhortativa. La importancia de la unidad y la diversidad marca la
primera parte de esta sección (4,1-16), para luego destacar las exigencias
cotidianas de la vida cristiana. Esto se caracteriza como un paso del hombre
viejo al hombre nuevo (4,17-5,2), un paso de las tinieblas a la luz (5,3-20)
para pasar a un código doméstico (5,21-6,9), y la referencia a las armas del
cristiano (6,10-20). Como se ve, el texto litúrgico está conformado por un
fragmento de la unidad sobre las tinieblas y la luz.
La
luz, sus frutos, obras e hijos y las tinieblas tienen –especialmente desde la
literatura apocalíptica, un profundo contenido simbólico y ético. El lenguaje
plástico de la Biblia, habituado –por otra parte- a moverse entre dos puntas,
encuentra en la referencia a la luz y las tinieblas un apropiado terreno para
aludir a lo moral. Veamos algunos textos que ilustran esto:
- Revela la profundidad de las tinieblas, y saca a la luz la sombra. (Job 12:22)
- andan a tientas en tinieblas, sin luz, se tambalean como un ebrio. (Job 12:25)
- Algunos hacen de la noche día: se acercaría la luz que ahuyenta las tinieblas. (Job 17:12)
- En las tinieblas brilla, como luz de los rectos (Sal 112:4)
- Yo vi que la sabiduría aventaja a la necedad, como la luz a las tinieblas. (Qoh 2:13)
- Por eso se alejó de nosotros el derecho y no nos alcanzó la justicia. Esperábamos la luz, y hubo tinieblas, la claridad, y anduvimos en oscuridad. (Is 59:9)
- El revela honduras y secretos, conoce lo que ocultan las tinieblas, y la luz mora junto a él. (Dn 2:22)
Los textos podrían multiplicarse, pero sirven para ver
como el juego antagónico entre estas dos dimensiones del día sirven para
expresar la vida misma. La literatura apocalíptica, habitualmente dualista,
utilizará esto para contraponer dos vidas, dos existencias. Los hijos de la luz
o de las tinieblas son –obviamente- quienes han elegido vivir de determinada
manera, como lo son los frutos o las obras.
Sin embargo, es interesante notar que la carta a los
efesios, que tiene en cuenta un cierto “lenguaje” apocalíptico, como este, no
lo traduce en una “teología” apocalíptica. Utiliza un modo de expresarse
apocalíptico, pero no tiene un modo de pensar apocalíptico (pesimismo,
determinación histórica, inminencia del fin…).
El autor pone en contraste dos tipos de actitudes, aunque
explicita las primeras y porque resulta vergonzoso, no menciona las segundas
(aunque ha mencionado algunas en v.5: fornicario, impuro, codicioso; cf. v.3-4,
donde también dice: “ni siquiera se mencione entre ustedes”). Las supone conocidas
y el acento no está en combatir las tinieblas sino en alentar la luz. En Gal
5,22 Pablo había presentado la “bondad” (agathôsynê)
como fruto del espíritu. La justicia y la verdad caracterizan al “hombre nuevo” (Ef 4,24) y conforman la “armadura” del cristiano: “cíñanse con el
cinturón de la verdad, vistan la coraza de la justicia” (6:14; cf. 2 Cor 6,7).
A este paso de una situación a otra lo llama “despertarse” (como en otra parte
“revestirse”) “levantarse” a fin de
dejarse iluminar por Cristo citando un probable himno bautismal de la comunidad
(v.14). El ambiente de toda la exhortación parece ser bautismal.
+ Evangelio según san Juan 9, 1-41
Resumen: Juan establece una estrecha relación simbólica entre Jesús, que es la luz y el que accede a la fe que es el que comienza –paulatinamente- a ver. Por el contrario, los que se niegan a creer resultan ser los verdaderos ciegos.
La escena del así llamado
“ciego de nacimiento” está llena de profundo contenido en el Evangelio. Es
realmente imposible comentar todo el relato en unos pocos párrafos. Es evidente
que el texto, en el conjunto de las restantes lecturas del día se centra en el
tema de la luz, y este es el eje del relato. Sin embargo, la idea principal no
está expresamente indicada en el texto sino en el capítulo precedente: “yo soy la luz del mundo” (8,12). Lo más
cercano lo encontramos en 9,5 “soy la luz” (fôs
eimi; no es sin importancia el uso de “yo
soy” de tanta trascendencia autorevelatoria en el Evangelio de Juan).
Cronológicamente la unidad
es muy extensa; comienza en 7,1-2 donde se nos afirma que estamos en la fiesta
de las Tiendas; la unidad finaliza en 10,21 –donde vuelve a aludir a la
curación del ciego ya que en 10,22 se alude a la fiesta de la Dedicación. La
unidad 7-8 (con la exclusión de 7,53-8,11 que no pertenece al Evangelio)
presenta una serie de discusiones sobre quién es Jesús frente a su auditorio.
Ante la “pretensión” de Jesús de ser igual a Dios por llamarlo “padre” (cf.
5,18) él culmina utilizando el mismo nombre divino: “yo soy” (8,58) con lo que
deciden apedrearlo, y él se oculta. Este movimiento escénico permite la
introducción de la nueva unidad, la del ciego.
El doble “en verdad” de 10,1 –que es tan
importante en Juan- da comienzo a una nueva unidad siendo, entonces, que todo
el cap.9 puede tenerse como unitario a pesar de las relaciones previas (“yo soy la luz”) y posteriores (“¿quién puede abrir los ojos a un ciego?”)
a las que ya hicimos referencia.
Algunas pequeñas notas antes
de entrar en el tema principal:
- · Los discípulos se hacen eco de la teoría de la retribución (v.2) para la cual el nacimiento de una persona ciega suponía un pecado como causa. Jesús no acepta esta teología tradicional (v.3).
- En los sinópticos encontramos también curación de ciegos y curaciones en sábado; la densidad teológica de este relato viene dada fundamentalmente por el encuentro del ciego con Jesús y su acceso a la fe.
- El contexto de la fiesta de las Tiendas ayuda a profundizar el sentido del relato: los judíos viven en tiendas durante la mañana de los siete días de la fiesta y van a la piscina de Siloé. Jesús se manifiesta como el enviado de Dios que dará el agua- espíritu (7,37-39). La iluminación del atrio del Templo el primer día de la fiesta dejaba toda la ciudad iluminada aquella noche.
- Dentro de las cosas que más expresa y claramente estaba prohibido hacer en sábado está el barro (porque es material de construcción o de alfarería). Es interesante notar la insistencia en que Jesús hizo barro (x5 en la unidad): “era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos” (v.14).
- El texto alude expresamente a que “los judíos” se habían puesto de acuerdo en expulsar de la sinagoga a cualquiera “que lo reconocía (a Jesús) como Cristo” (v.22). Esto no es imaginable en tiempos de Jesús, pero sí muy comprensible en tiempos de la redacción del Evangelio. Los miembros de la comunidad joánica son expulsados de la sinagoga por reconocer a Jesús como el Mesías.
- Como otras escenas del Evangelio, el esquema del corazón del relato parece judicial. Los “judíos” (de tiempos de Juan) llaman testigos diversos a fin de poder aclarar la situación. En el fondo, se puede decir que todo Juan es compuesto como un gran “juicio” en el que nosotros, los lectores, jugamos nuestra suerte según nuestra postura frente a Jesús. Al juzgar negativamente sobre Jesús los “judíos” son ellos mismos juzgados.
- Empezando y terminando el interrogatorio (vv.6-7 y 35-41) volvemos a encontrar a Jesús con el ciego.
- Un tema que subyace este texto y muchos otros de la teología joánica es el título cristológico del “enviado”. Para el mundo judío, el “enviado” del Sanedrín o de la comunidad tiene ante los destinatarios la misma autoridad que tiene quien envía; lo que él diga lo dicen ellos, lo que haga, lo hacen ellos. Este personaje es llamado “Seliah” (= enviado). Es de notar que Juan juega con las palabras al aludir a Siloe que tiene las mismas consonantes del enviado (v.7). Así, Jesús lo que dice y hace es algo que dice y hace su mismo Padre que es quien lo ha enviado (v.4). Juan utiliza dos verbos griegos: pémpsantós (x9; cf. 9,4) y apestalménos (x3; cf. 9,7) con sentido aparentemente similar (del segundo verbo surge el término “apóstol” que significa, precisamente “enviado”). Jesús, como enviado del Padre no habla sino lo que ha escuchado, no hace sino lo que le ha encomendado el Padre. Es “el Padre entre nosotros”.
Sin embargo, el tema clave
del texto hace referencia a la luz. Luz a la que accede el ciego. Él no puede
ver, y en el interrogatorio habla de Jesús como “ese hombre” (v.9), pero a
medida que se desarrolla el juicio al que somos sometidos frente a Jesús, pasa
a confesar que “es un profeta” (v.17); en v.25 pone en duda que Jesús sea “un
pecador”, ya que (v.31) si uno cumple su voluntad, Dios lo escucha. Finalmente,
cuando reencuentra a Jesús él le pregunta si cree en el hijo del hombre, su
respuesta no deja lugar a dudas: ¿quién es, “para que crea”? (v.36), cuando
Jesús le afirma “lo has visto” su respuesta es indudable: “creo, y lo adoró”
(v.38). El paso de “hombre” a “Dios” (= adoración) no da lugar a la duda de a
qué tipo de visión se refiere el Evangelio. Creer o no en Jesús es lo que
permite “ver”, algo que sólo es posible ya que él es “la luz”.
El contraste con los
“judíos”, aquí fariseos, es evidente; el “juicio” (v.39) se ha desencadenado,
es decir, la actitud que los seres humanos tomemos frente a Jesús. Jesús lo
formula con una frase lapidaria: «Si fueran ciegos, no tendrían pecado; pero, como dicen:
“Vemos”, el pecado de ustedes permanece».
(v.41). “No hay peor ciego que el que no quiere ver”, los que se niegan a
aceptar a Jesús son los verdaderos ciegos de la historia.
Una
breve nota sobre el uso de “permanecer” en
Juan. En Juan, el verbo permanecer revela una interconexión intensa entre dos
personas: Jesús y el Padre, Jesús y “los suyos”, como las de la rama a la vid.
Y esa interacción permite dar fruto (notar la frecuencia del verbo en 15,1-17).
Sólo tiene sentido permanecer en Jesús. Hay una cierta relación entre este “permanecer” y ser “enviado”: «El que come mi
carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que
vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por
mí» (6:56-57). «Las palabras que les
digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza
las obras» (14:10). Y este permanecer está ligado estrechamente a creer: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna; el
que rehúsa creer en el Hijo, no verá la vida, sino que la cólera de Dios
permanece sobre él» (3:36) como se ve en la conclusión del relato: para los
que no creen (= ciegos) lo que “permanece”
es el pecado.
Foto
tomada de www.la-oracion.com