martes, 11 de marzo de 2014

Comentario Cuaresma 2A



La Ley y los Profetas se encuentran en un monte

DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA – “A”
16 de marzo

Eduardo de la Serna



Lectura del libro del Génesis     12, 1-4a

Resumen: el relato “fundacional” de Israel anticipa brevemente lo que se ve como momento ideal de su pasado, que se pretende que los judíos del exilio pretendan repetir al regresar del cautiverio.


Después de los capítulos 1-11 de Génesis, donde con un aspecto mitológico los relatos confrontan los mitos babilónicos mostrando una dimensión contracultural, comienza propiamente a gestarse un pueblo. Un pueblo que Dios ha separado para sí de entre los pueblos de la tierra.

Esto comienza con una elección que implica una separación con el pasado (tierra, patria, casa paterna). Es un paso de… hacia. Hacia una tierra que le será mostrada. Por tanto hay un canje de tierras. Deja la patria (môledet, descendencia) para ser un pueblo (gôy) grande y será bendecido. El texto, que comienza con el dicho de Yahvé a Abrám de “irse” (v.1) concluye con la realización: “Marchó Abrám” (v.4). El centro del relato lo ocupará la importancia de la bendición de Dios que será a Abrám y por su intermedio a otros, llegando a “todos los linajes de la tierra (adamah)” (v.3). La reacción de los demás ante Abrám repercutirá en ellos mismos, los que lo bendigan serán bendecidos; los que lo maldigan, serán maldecidos. La estrecha relación entre Dios y los suyos marcará toda la Biblia, su  accionar tiene que ver directamente con el accionar con respecto a los suyos.

Hay una serie de elementos interesantes a tener en cuenta en este relato:

Abram es extranjero, no del lugar. La tierra, por tanto, sólo puede poseerla por regalo divino, no por “derecho histórico”. El don divino queda reforzado puesto que la descendencia anunciada a Abrám contrasta con la esterilidad de su mujer Sara de lo que ya se ha hablado (11,30). La tierra de origen es “Ur, de los caldeos” (11,28). Esto es ciertamente un anacronismo. Los caldeos son los habitantes de la actual Babilonia en tiempos del exilio judío, no en tiempos de Abrám. Sin duda esto es visto de modo kerigmático, como un anuncio que comunica a su pueblo que es sensato pensar que volverá (desde el cautiverio babilónico) a la tierra que Dios le ha regalado.

La llamada de Dios a la que Abrám responde tiene como característica una promesa y una bendición (barak). Este kerygma remite al momento fundacional, a tiempos de David (recordar que es anuncio a los exiliados); momento ideal que se pretende que los “hijos de Abrám” repitan en los nuevos tiempos.

·         Mostrará una tierra
·         Será una gran nación
·         Será bendecido y fuente de bendición
·         Dios bendecirá a los amigos y maldecirá a los enemigos
·         Otras naciones se beneficiarán de la bendición

Mirado retrospectivamente, “históricamente”, Abrám es presentado como el padre de Israel. Aquí comienza la historia del pueblo que Dios se ha elegido.


Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo     1, 8b-10

Resumen: Pablo escribe a su discípulo, que será su heredero recordándole la relación estrecha entre el evangelio y el sufrimiento, pero recordando, a su vez, que ese Evangelio es fuerza de vida por la gracia.


El domingo 27º del ciclo C la segunda lectura daba marco al texto que hoy se presenta (1,6-8.13-14 y hoy corresponde 1,8b-10). Aquí “Pablo” invita a su discípulo y heredero a “no avergonzarse” del testimonio que ha de prestar, como tampoco ha de avergonzarse de la prisión de Pablo. La debilidad es motivo de vergüenza en el mundo antiguo, pero es identificación con la cruz de Cristo en los ambientes cristianos. Dos elementos se destacan: son sufrimientos “por” el Evangelio y se cuenta con la “fuerza” (dynamis) de Dios para ello. Por ello Timoteo está invitado a “coparticipar de los malos padecimientos” (sygkakopathêson).




El acento no está puesto aquí en el sufrimiento concreto, sino en el sufrimiento “a causa” del Evangelio, es algo que es constitutivo del predicador. Precisamente por su sufrimiento es que Timoteo será heredero de Pablo (2,3; 3,12; 4,5). Puesto que es un sufrimiento con sentido (“por”) se abren los caminos a vencer la muerte y abrazar la vida. Pero ese “por” es el Evangelio que es presentado como gracia. Esa es la fuerza, no la de las obras. La resurrección (no mencionada en la unidad, pero supuesta en la “manifestación”, epifaneia) de Cristo aniquiló la muerte. Este es el depósito de la fe que Pablo proclamará (v.11) y por lo que compromete a Timoteo en la continuación de la carta.




+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     17, 1-9

Resumen: como realización de la Ley y los profetas Jesús en un monte, como Moisés y Elías se encuentra con ellos donde Dios anticipa la gloria definitiva de Jesús, pero a la que se llegará por la pascua.


La Transfiguración en Mateo tiene algunas características novedosas con respecto a los otros Sinópticos, particularmente respecto a Marcos del que depende. Veremos –entonces- lo que es propio de este Evangelio.

La escena anterior (16,28) había dicho que “algunos (de los presentes) no padecerán la muerte hasta que vean  al hijo del hombre venir en su reino”. Los tres elegidos para la transfiguración parecen ser los “algunos” mencionados.

En primer lugar,  en seguida de afirmar que se transfiguró delante de ellos añade que “su rostro brilló como el sol” y luego continúa con los vestidos (v.2).

Pedro llama a Jesús “Señor” y no “rabbí”, título prohibido (cf, 23,8). Y el texto omite que Pedro “no sabía qué responder porque estaba atemorizado” (Mc 9,6).

Al dicho de la voz desde la nube “este es mi hijo amado” Mateo agrega “en el que me he complacido” (v.5). Ante este hecho “cayeron sobre su rostro y temieron” (el temor, como se ve no se trata aquí de miedo y desconcierto sino de temor reverencial). Jesús los toca y les dice “levántense, no teman” (v.7).

Dejando pequeños detalles que comentaremos, esto es lo propio del relato de Mateo. Veamos entonces qué quiere destacar el Evangelista con estos elementos:

El ministerio de Jesús está marcado en Mateo por un “monte”. Allí es tentado (4,8-10), desde allí pronuncia su sermón inaugural (caps. 5-7) y allí termina su ministerio despidiéndose de sus discípulos (28,16-20). Es el lugar del encuentro con Dios y donde Dios se manifiesta. En un monte Moisés recibe las tablas (Ex 31,18), en el mismo monte Elías busca a Dios en medio de su crisis (1 Re 19,1-18). 

“Se transfiguro” es preferible traducirlo por “fue transfigurado” para reforzar la voz pasiva que remite a Dios como el agente: Dios lo transfiguró. 

La referencia a las “carpas” se ha pensado como alusión a que el acontecimiento había tenido lugar en la fiesta litúrgica de las tiendas (= tabernáculos), la fiesta más importante para los judíos; pero el contexto propio del Antiguo Testamento parece invitar a pensar en la “tienda” como lugar de encuentro con Dios (Ex 25,8) del mismo modo que lo es la nube que los envuelve (cf. Ex 40,34-35; Núm 9,18; 2 Mac 2,8).

Al descender del monte Moisés tiene su rostro radiante (Ex 34,29-35), pero en este caso es reflejo de lo que ha visto; en el caso de Jesús alude a su unidad e intimidad con Dios como hijo.

Mateo invierte el orden de Marcos (donde decía Elías y Moisés él dice: “Moisés y Elías”) probablemente como un modo de relacionarlos con la “Ley y los Profetas”.

También Moisés en el monte se encuentra con dos personas en una nube (Ex 24,15-18; cf. Num 9,15-23), el verbo “escúchenlo” remite, por un lado a Moisés (Dt 18,15) pero también a la oración típica de los judíos, el “Semá” (“¡Escucha… Israel!”, cf. Dt 6,4). 

Lo que acota la voz del cielo es algo que ya sabemos desde el Bautismo, que Jesús es “hijo” (3,17) algo que Pedro había reafirmado en su confesión (16,16). La mención a la “complacencia”, por otra parte, remite al siervo de Yahvé (Is 49,1; cf. Mt 12,17-21; 16,21-23). La transfiguración es anticipo de la gloria definitiva de Jesús, pero a ella llega por la pasión y muerte. Por eso Jesús no puede quedarse en las carpas que Pedro quiere levantar en su entusiasmo, hace falta esperar a la pascua para ser testigos de la resurrección (17,9; cf. 28,16-17). 

Como nuevo Moisés y nuevo Elías es a él a quien se debe escuchar.



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