Dos breves reflexiones sobre las viudas y el miedo
Eduardo de la Serna
I.- Cuando los seguidores de Jesús se encontraron sin su Maestro, no fue
natural la búsqueda de un “heredero”. Por una parte estaba “Pedro”,
alguien que había tenido una particular cercanía con Jesús, que había sido
vocero de su grupo en más de una ocasión, y que los mismos más cercanos
consideraban como lógico que lo sucediera. Pero por otro lado estaba Santiago;
este no había estado con el grupo en los comienzos; es más, parece ser de los
que no entendían a su pariente. Sin embargo, hacia el final de su ministerio es
evidente que hay un acercamiento e incluso figura en las listas de los
beneficiados con una aparición del resucitado. Siendo pariente era natural que
lo sucediera, era algo habitual en su tiempo. Así tenemos dos importantes
personajes que tenían motivos para sentirse los “representantes” del Señor, y
probablemente ambos tuvieran sus seguidores. Parece que en un primer momento no
hubo demasiado conflicto por esto ya que el grupo entero podía hacer memoria, o
hablar en nombre de Jesús, pero cuando estos fueron muriendo o saliendo en
misión, el tema parece haberse agravado. Lo cierto es que con el paso del
tiempo Santiago será responsable de la comunidad de Jerusalén mientras Pedro lo
será en Antioquía desplazando a Pablo hacia las zonas del mar Egeo. Así, uno y
otro en determinado lugar se sentía autorizado para hablar en nombre del
Maestro ausente.
Me llama la atención, pero no es nuevo, como se ve, la capacidad que
tenemos los seres humanos de sentirnos o actuar como “viudas” de una persona o
colectivo que ya no está, y pretender que los demás nos tomen como la única voz
autorizada para hablar “en nombre de…”. Me consta en un caso que alguien iba a
escribir sobre un colectivo y “la viuda” le dijo a quien lo escribía: “cuando lo termines tráemelo y yo te digo si
está bien”. No había confianza en la investigación independiente, no había
siquiera la posibilidad de tener otra mirada, “la viuda” era la garante de la ortodoxia
de vida, obra y pensamiento del colectivo desaparecido. Y me constan cosas
semejantes en muchos otros casos. ¿Cómo se puede calificar psicológica,
antropológica, culturalmente este estado que puede calificarse de viudez? Por
lo menos creo que podemos insinuar que parece que nos cuesta “soltar” al que ya
no está para dejar que “diga” lo que quiera, o para que “nos diga” lo que nos
parece. El riesgo de “hacerle decir lo que no dice ni hubiera dicho jamás”
existe, sin duda. Y ese es el terreno del debate. Pero “soltar” al ausente,
“liberarlo” parece un primer paso necesario, aunque a veces pueda –a su vez- costarnos
ya que es la única ocasión de “visibilidad” que tenemos. Pero ese es otro tema.
II.- La historia humana abunda en momentos de crisis. También la historia
personal. Las crisis nos constituyen, y son ocasión de crecimiento y de
madurez. Sin embargo, es llamativo que muchas veces ante la crisis la humanidad
y también la Iglesia se aferren al pasado, se dejan invadir por el miedo. El
miedo parece la palabra excluyente, el monotema. Ante la crisis el miedo es a
lo nuevo, lo desconocido, “más vale malo
conocido que bueno por conocer”, se dice. Es el miedo al extranjero y el
voto a la ultra derecha, el miedo a nuevas maneras de vivir y de ser. “Volvamos
al pasado”… ¿Por qué ante la crisis no solemos caracterizarnos por la
osadía, la libertad, la búsqueda y nos “aferramos” a lo viejo, al pasado?
Nuevamente algo que no queremos “soltar”. Algo que ya no está pero que nos
negamos a abandonar y queremos hacerlo nuestro. El miedo es el otro, es temor a
lo nuevo, a lo desconocido. Es apropiarnos de lo pasado, y negárselo a otros;
es negarse a crecer. Es que “todo tiempo
pasado fue mejor”, se repite.
No deja de ser interesante que ambos aferramientos, ambos anquilosamientos
del pasado, ambos elementos tienen bastantes cosas en común. Falta de libertad
y de osadía, aferramiento del pasado, tener algo o alguien en propiedad, una
desconfianza seria en el o los otros.
Los triunfos de las derechas en las elecciones pasadas en Colombia y en Europa
son preocupantes. Preocupantes porque habla de sociedades enfermas de miedo, sociedades
hostiles al otro, negativa cerril a la novedad, encerramiento y desconfianza.
Una sociedad que parece no entender que “una
viuda encerrada” ya empezó a estar muerta, aunque no lo sepa.
Foto tomada de laleyendadesombrazul.wordpress.com