jueves, 29 de mayo de 2014

Las viudas y el miedo



Dos breves reflexiones sobre las viudas y el miedo

 

Eduardo de la Serna

I.- Cuando los seguidores de Jesús se encontraron sin su Maestro, no fue natural la búsqueda de  un “heredero”. Por una parte estaba “Pedro”, alguien que había tenido una particular cercanía con Jesús, que había sido vocero de su grupo en más de una ocasión, y que los mismos más cercanos consideraban como lógico que lo sucediera. Pero por otro lado estaba Santiago; este no había estado con el grupo en los comienzos; es más, parece ser de los que no entendían a su pariente. Sin embargo, hacia el final de su ministerio es evidente que hay un acercamiento e incluso figura en las listas de los beneficiados con una aparición del resucitado. Siendo pariente era natural que lo sucediera, era algo habitual en su tiempo. Así tenemos dos importantes personajes que tenían motivos para sentirse los “representantes” del Señor, y probablemente ambos tuvieran sus seguidores. Parece que en un primer momento no hubo demasiado conflicto por esto ya que el grupo entero podía hacer memoria, o hablar en nombre de Jesús, pero cuando estos fueron muriendo o saliendo en misión, el tema parece haberse agravado. Lo cierto es que con el paso del tiempo Santiago será responsable de la comunidad de Jerusalén mientras Pedro lo será en Antioquía desplazando a Pablo hacia las zonas del mar Egeo. Así, uno y otro en determinado lugar se sentía autorizado para hablar en nombre del Maestro ausente.
Me llama la atención, pero no es nuevo, como se ve, la capacidad que tenemos los seres humanos de sentirnos o actuar como “viudas” de una persona o colectivo que ya no está, y pretender que los demás nos tomen como la única voz autorizada para hablar “en nombre de…”. Me consta en un caso que alguien iba a escribir sobre un colectivo y “la viuda” le dijo a quien lo escribía: “cuando lo termines tráemelo y yo te digo si está bien”. No había confianza en la investigación independiente, no había siquiera la posibilidad de tener otra mirada, “la viuda” era la garante de la ortodoxia de vida, obra y pensamiento del colectivo desaparecido. Y me constan cosas semejantes en muchos otros casos. ¿Cómo se puede calificar psicológica, antropológica, culturalmente este estado que puede calificarse de viudez? Por lo menos creo que podemos insinuar que parece que nos cuesta “soltar” al que ya no está para dejar que “diga” lo que quiera, o para que “nos diga” lo que nos parece. El riesgo de “hacerle decir lo que no dice ni hubiera dicho jamás” existe, sin duda. Y ese es el terreno del debate. Pero “soltar” al ausente, “liberarlo” parece un primer paso necesario, aunque a veces pueda –a su vez- costarnos ya que es la única ocasión de “visibilidad” que tenemos. Pero ese es otro tema.
II.- La historia humana abunda en momentos de crisis. También la historia personal. Las crisis nos constituyen, y son ocasión de crecimiento y de madurez. Sin embargo, es llamativo que muchas veces ante la crisis la humanidad y también la Iglesia se aferren al pasado, se dejan invadir por el miedo. El miedo parece la palabra excluyente, el monotema. Ante la crisis el miedo es a lo nuevo, lo desconocido, “más vale malo conocido que bueno por conocer”, se dice. Es el miedo al extranjero y el voto a la ultra derecha, el miedo a nuevas maneras de vivir y de ser. “Volvamos al pasado”…  ¿Por qué ante la crisis no solemos caracterizarnos por la osadía, la libertad, la búsqueda y nos “aferramos” a lo viejo, al pasado?
Nuevamente algo que no queremos “soltar”. Algo que ya no está pero que nos negamos a abandonar y queremos hacerlo nuestro. El miedo es el otro, es temor a lo nuevo, a lo desconocido. Es apropiarnos de lo pasado, y negárselo a otros; es negarse a crecer. Es que “todo tiempo pasado fue mejor”, se repite.
No deja de ser interesante que ambos aferramientos, ambos anquilosamientos del pasado, ambos elementos tienen bastantes cosas en común. Falta de libertad y de osadía, aferramiento del pasado, tener algo o alguien en propiedad, una desconfianza seria en el o los otros.
Los triunfos de las derechas en las elecciones pasadas en Colombia y en Europa son preocupantes. Preocupantes porque habla de sociedades enfermas de miedo, sociedades hostiles al otro, negativa cerril a la novedad, encerramiento y desconfianza. Una sociedad que parece no entender que “una viuda encerrada” ya empezó a estar muerta, aunque no lo sepa.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Colombia y la Paz



La extraña defensa de la vida

 


Eduardo de la Serna



Creo conocer más o menos bien la realidad Colombiana. Desde 1973 he estado y vivido con frecuencia en ese maravilloso país con gente más maravillosa aún. Allí tengo amigas, amigos y casi hermanos. Y por tanto, me alegro con sus alegrías y me duelen sus dolores. Como propios. 


El domingo pasado hubo allí elecciones presidenciales que deberán dirimirse en una segunda vuelta entre Óscar Iván Zuluaga y Juan Manuel Santos, el actual presidente. El actual mandatario viene de la derecha colombiana, proveniente de una familia empresaria (dueños del casi único Medio de Comunicación nacional de todo Colombia, el diario El Tiempo, hoy vendido), preparado desde siempre para ser presidente, pariente de un ex mandatario (presidente entre 1938 y 1942, su tio-abuelo), ministro de Hacienda del presidente que dio comienzo al neoliberalismo (Andrés Pastrana) del que Colombia no ha salido, y ministro de Defensa del gobierno más guerrerista del presente (Álvaro Urive). Ahora es presidente, pero –precisamente por estar preparado para serlo- ha tenido actitudes dialoguistas, ha tenido lo que se llama “cintura política”, y entonces ha tenido diálogo con sus vecinos, ha participado en reuniones de los países latinoamericanos, con propuestas sensatas, y -¡sobre todo!- ha comenzado un diálogo de paz con la guerrilla de las FARC que da esperanzas serias y sensatas a que se ponga fin a un estado de guerra interna que lleva ya 50 años. Zuluaga, en cambio, es más de derecha aún. Fue ministro de Hacienda del gobierno de Uribe y luego Senador de la República. Representa al “uribismo” más rancio, y como tal se lo ha visto participando activamente (junto con su jefe) tratando de boicotear (con escuchas ilegales de por medio, algo a lo que su “patrón” nos había habituado; en Colombia se los llama “chuzadas”) e intentando frenar los “Diálogos de Paz”. 


Propiamente no parece que lo que esté en juego sea la economía, ya que ambos candidatos son defensores de una economía de Mercado; la educación, la salud, la justicia, por ejemplo, no parecen haber variado entre el gobierno de Uribe y el de “Juanma” Santos: en ambos casos funcionan para los ricos y desprotegen a los pobres. Los ojos cerrados ante el paramilitarismo y sus negocios ilegales (narcotráfico, minería, ocupación de tierras y desplazamientos…) no parecen haber cambiado, los “falsos positivos” (aparición de muertos que son presentados como guerrilleros para cobrar recompensa pero en realidad son jóvenes pobres secuestrados y matados) siguen existiendo, y se podría seguir… Muchas cosas no han cambiado. Las únicas diferencias aparentes son fundamentalmente dos: las relaciones con los vecinos (especialmente con Venezuela) y los “Diálogos de Paz”. Estos diálogos se conformaron de manera que representantes del Gobierno y de las FARC se encontraran para hallar acuerdos sobre cinco puntos. El criterio es que una vez que se acuerda sobre uno, se pasa al siguiente, y si se acuerda sobre los cinco temas consensuados, se pasa a la firma total y se rubrica finalmente la paz. Los más complicados de estos acuerdos ya han sido firmados (tierras, narcotráfico y reinserción política), parece faltar bastante poco, pero… Pero Uribe y Zuluaga siguen intentando boicotear la paz. Ellos ganan con la guerra. Y otros también ganan con la guerra.


En las elecciones del domingo pasado, en general ganó la guerra. En las ciudades (Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla…) ganó la guerra, mientras en las zonas campesinas, ganó la paz. Suele pasar que en muchos lugares las ciudades (las clases medias) son indiferentes a los problemas de sus hermanos, “a mí no me pasó”. Curioso sentido de “Patria”. Claro que además, en Colombia el voto es optativo y la abstención fue del 60%. Pareciera que muchos en Colombia quieren estado de inseguridad y conflicto permanente, con Venezuela, con las FARC. Hasta aquí los datos; pero, y acá mi pregunta fundamental (para mí, desde mi mirada): ¿y la Iglesia?


Colombia es un país católico (o eso dice). Es de suponer que la evangelización ha calado hondo en la cultura, en la vida cotidiana de los colombianos. Es de suponer, pero… ¿Cómo es posible que la mayoría (la primera minoría, para ser precisos) haya optado por la guerra contra la paz? ¿No se escuchan voces claras y firmes de la Iglesia denunciando sin duda alguna y con firmeza la defensa de la vida? No, no se escuchan (salvando algunas voces aisladas, debemos decirlo) porque ¡Zuluaga habló contra el aborto! Y allí salió la mediocridad de aquellas y aquellos (muchos con religiosos hábitos bien planchados y limpios) a manifestar en favor del candidato. Parece que para algunos pro-vida la guerra, el conflicto, la muerte no atenta contra la vida. Curioso.


Esto me hace recordar a la cerrada defensa de muchos eclesiásticos al gobierno de Carlos Menem precisamente por su oposición al aborto, mientras se gestaban políticas económicas de muerte de cientos de miles de argentinos. O también la actitud frente a la Dictadura cívico-militar. Es curioso que cuando se habla de “vida” se selecciona, discrimina y elige la defensa de “una” vida, mientras se desentiende, o hasta se es cómplice de las muertes de miles y miles. Parece que ciertas vidas no cuentan (en especial si se trata de la vida de los pobres, o de los que “no son como yo”). La Iglesia colombiana (como la argentina, debemos reconocerlo) no se ha caracterizado por la abundancia de voces proféticas, y las pocas han quedado aisladas, ninguneadas, calladas o censuradas (cuando no asesinadas, por cierto). Pero ¿no debería esto gritar a las voces eclesiásticas de curas, religiosos, religiosas ya que no a los obispos (que incluso permitían que Uribe se hiciera presente en las reuniones de la Conferencia Episcopal Colombiana) a gritar con fuerzas, a denunciar claramente que la guerra es muerte, que los cristianos y cristianas de Colombia tienen una obligación indubitable con la paz? Si la Iglesia Colombiana, sus voces oficiales o grupos alternativos no levantan sus voces quizás se pierda una importante y posible oportunidad para la paz, quizás sean responsables claros de la continuidad de la guerra. Como cristiano quisiera decir que esos tales al recibir a Jesús Eucaristía –al desentenderse o no reconocer como hermanos y hermanas a los asesinados por la violencia interminable (también por culpa de ellos, acoto) “comen y beben su propio castigo” (citando a san Pablo). Si no se escuchan voces claras de la Iglesia colombiana a favor de los Diálogos de Paz, en lo personal, no creeré ni una palabra cuando luego me hablen de Jesucristo. No puedo entenderlo de otra manera, mi amor por Colombia no me lo permite.



Foto tomada de www.todanoticia.com


martes, 27 de mayo de 2014

Comentario Ascensión A



Jesús permanece en medio de su Iglesia misionera

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR – “A”
1 de junio


Eduardo de la Serna


La primera y segunda lectura de los textos litúrgicos en la fiesta de la Ascensión del Señor son idénticos en los tres ciclos (Hechos y Efesios), sólo cambia el texto del evangelio. Por tanto, para los comentarios a aquellas lecturas remitimos a nuestro comentario en el ciclo C (2013) [http://blogeduopp.blogspot.com.ar/2013/05/a-trabajar-el-anuncio-de-la-buena.html]; aquí sólo comentaremos el Evangelio.


+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     28, 16-20

Resumen: Jesús resucitado se encuentra con los Once en Galilea. Allí pronuncia el último discurso del Evangelio enviándolos de un modo misionero. Pero les garantiza que él estará siempre en medio de los suyos acompañándolos.



El texto evangélico es el final del evangelio de Mateo (que se lee en este tiempo litúrgico). Propiamente hablando no hace referencia a la Ascensión ya que esta es propiamente hablando una creación literaria de Lucas. Toda la larga unidad anterior estaba constituida por tres escenas en torno al sepulcro:


1.    Las mujeres (María Magdalena y la otra María; cf. 27,61, seguramente la madre de Santiago y José, cf. 27,56) van al sepulcro [28,1-8]. El ángel les dice: “Y ahora vayan enseguida a decir a sus discípulos: «Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de ustedes a Galilea; allí le verán.» Ya se los he dicho” (28,7);


2.    Las mujeres se encuentran con Jesús que les dice: «No teman. Vayan, avisen a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán». (28,10)


3.    Los sumos sacerdotes sobornan a los soldados (28,11-15)


La escena con la que concluye en Evangelio es precisamente el encuentro de los discípulos (a los que Jesús llama “hermanos”) en Galilea (cf. 26,32). Mateo acota que el encuentro ocurre en un “monte”, que “Jesús les había indicado”. La importancia de los montes en Mateo es fácilmente notable: en un monte ocurre una tentación (4,8), en un monte Jesús comienza sus enseñanzas (5,1), Jesús ora en un monte (14,23), sigue enseñando y sanando desde un monte (15,29), en otro se transfigura (17,1) y finalmente en uno se encuentra resucitado con los “hermanos” (28,16).


La resurrección ha provocado un encuentro, y lo cual los que lo ven lo “adoran” (prosekynêsan). En la tentación Satanás le pide ser adorado a cambio de los reinos del mundo y su gloria (4,9) y Jesús les dice que a Dios se ha de “adorar y sólo a él se dará culto” (4,10). Sin embargo, en el Evangelio son varios los que se postran ante Jesús: un leproso (8,2), un magistrado (9,18), los discípulos en la barca (14,33), una mujer cananea (15,25), la madre de los hijos de Zebedeo (20,20) e incluso las mujeres ante el resucitado (28,9). Sin embargo, algunos “dudan” (distázô). Este verbo se encuentra sólo una vez más en el NT, Pedro duda al caminar sobre las aguas manifestando así su “poca fe” (Mt 14,31). Algunos manifiestan su poca fe ante el resucitado. Esto motiva una última intervención de Jesús en el Evangelio:


Jesús reconoce que “me ha sido dado” (la voz pasiva indica que Dios se lo ha dado; el aoristo indica un momento preciso: ¿la resurrección?) “todo poder” (exousía) en el “cielo y en la tierra” (es decir, en todo el mundo). Ese poder se manifiesta en la enseñanza de Jesús (7,29), en su capacidad de perdonar pecados (9,6), en la expulsión de los vendedores en el Templo (21,23). Con la autoridad de su palabra los envía a “hacer discípulos” (el verbo, mathêteúô se encuentra una vez en Hechos -14,21- y luego solamente en Mateo: 13,52; 27,57; 28,19) a “todas las naciones” (ethnê), en el Evangelio se refiere a los paganos (4,15; 6,32; 10,5.18; 12,18.21; 20,19.25; 21,43; 24,7.9.14). Aunque la invitación a “todas las naciones” parece incluir también a los provenientes del judaísmo. La Iglesia –tema importante en Mateo- es una nueva nación (ethnê) que debe dar frutos (21,43), que debe reconocer con fe a Jesús en los que tienen hambre, sed, frio… (25,32). 


Este “hacer discípulos” se concretizará en el bautismo. Parece provenir de la comunidad de Mateo la novedad de bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” ya que el cristianismo de los orígenes parece que bautizaba en el nombre de Jesús (cf. Hch 2,38; 8,12.16; 10,48; 19,5; cf. 1 Cor 1,13.15; lo que no quita que la fórmula trinitaria tenga elementos paulinos, cf. 1 Cor 12,4-6; 2 Cor 13,13). La importancia que este Evangelio tuvo en los comienzos (probablemente por la importancia a la identidad propia de los cristianos, que da el Evangelio de Mateo) influyó en que esta fórmula característica del bautismo se impusiera luego en la Iglesia universal. 


Al hacer discípulos deben “enseñar” (didáskontes) a guardar (ver 19,17; 23,3) lo que ha “mandado” (entéllô, de donde viene entolê, mandamiento; aunque es sólo una cosa la que Jesús “ordena” y es no contar la transfiguración hasta la resurrección, 17,9; sin embargo, el uso es bíblico: Ex 7,2; 29,35; Dt 1,41; 4,2…). Este mandato misionero es la clave de toda esta unidad, la Iglesia no es un grupo cerrado en sí misma sino una comunidad que debe salir de sí hacia los otros. “Enseñar” y “bautizar” se encuentran ambos en participio presente, quizás bautizar y enseñar a hacer lo mandado por Jesús constituye el modo en que los discípulos “harán discípulos” a todos los pueblos.


El Evangelio culmina con una imagen clave de todo el libro. Desde el comienzo sabemos que Jesús es “Dios con nosotros” (1,23). Jesús dirá que “está” en medio de dos o tres que se reúnen en su nombre (18,20), que está en los pobres, hambrientos, sedientos, enfermos, presos… (25,40.45), en los discípulos (10,40), ahora afirma que estará “hasta el fin del mundo” en medio de los suyos (28,20). El Jesús de Mateo no se va (en ese sentido, no “asciende”) sino que está siempre en medio de los suyos.



Dibujo tomado de www.doloresmendieta.com.ar