Jesús y la vida de
los que le fueron confiados
DOMINGO CUARTO DE PASCUA - "A"
11 de mayo
11 de mayo
Eduardo de la Serna
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 2, 14a. 36-41
Resumen: La conclusión del primer discurso de Pedro y los Once a la multitud se sintetiza en la novedad pascual y en su repercusión para los oyentes: conversión y bautismo para recibir el Espíritu Santo.
El
texto litúrgico está conformado por una breve presentación literaria para
comprender el momento y quién habla (v.14a), luego la conclusión de su discurso
(v.36) que finaliza con una síntesis de que Dios ha resucitado al crucificado,
y la consecuencia que provoca en los destinatarios ese discurso pronunciado por
Pedro: pregunta (¿qué debemos hacer?, v.37), respuesta (invitación a los
destinatarios de que se conviertan y hagan bautizar, vv.38-39) un sumario (“con
palabras como estas…”, v.40) y una conclusión narrativa (“los que acogieron…
unas tres mil almas (= vidas, psyjaì)”,
v.41).
El
discurso que hoy concluye fue comentado la semana pasada (Hch 2,22-36); como se
comentó, Hechos suele presentar en sus muchos discursos, una síntesis de la
predicación destacando la muerte de Jesús (muerte causada por “ustedes”, es
decir, los oyentes del discurso) y su resurrección (“Dios lo resucitó; con lo
que contrasta dos actitudes).
La
reacción del auditorio tiene que ver, precisamente, con este contraste: si Dios
lo resucitó (y Pedro y los Once son testigos de ello) algo “hemos de hacer”
frente a esto. Cambiar de mentalidad (“convertirse”, metanoéô; algo frecuente en los discursos: 3,19; 8,22; 17,30;
26,20) y hacerse bautizar “en el nombre de Jesucristo”.
Una
nota sobre el “bautismo en el nombre”. La referencia se encuentra en el nuevo
Testamento una vez en Mateo (28,19) aludiendo al nombre de la Trinidad, dos
veces en Pablo (1 Cor 1,13.15) ironizando que no fueron bautizados “en el
nombre de Pablo” suponiendo que se trata del “nombre de Cristo”. Las restantes cuatro
veces se encuentran en Hechos (2,38; 8,16; 10,48; 19,5) y se trata de bautismo
“en el nombre de (Jesus)Cristo”. Como se ve, sólo el texto tardío de Mateo
conoce el bautismo “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, que
más tarde se impuso en la Iglesia. El bautismo “en nombre de Cristo” sumerge a
los discípulos, los une íntegramente a Cristo, y es parte importante de la
predicación de los primeros tiempos (no es improbable que esta centralidad
cristológica haya sido la razón por la que los discípulos reciben más tarde el
nombre de “cristianos”). Es probable que en las comunidades paulinas y de los
seguidores de la tradición paulina (como parece ser Lucas en Lucas y Hechos)
conozca el bautismo en nombre de Cristo, pero con el tiempo –y a medida que se
profundiza la confesión trinitaria- la tradición de Mateo haya sido la recibida
por las comunidades.
Este
bautismo lleva al “perdón” (áfesin;
también puede verse como sinónimo de “liberación”, cf. Lc 4,18) de los pecados.
Es algo que ya había sido destacado como lo que se espera de la Iglesia
naciente (Lc 24,47); es algo que Jesús alcanza a Israel (Hch 5,31; 10,43;
13,38) y también alcanzan los paganos por la fe (26,18). Como se ve, es Jesús
el que alcanza el “perdón”; el bautismo lo obtiene porque es en su nombre. El
don del Espíritu, que los apóstoles y los que estaban con ellos han recibido,
también se dará a los que reciban por el bautismo el perdón ya que es una
“Promesa” (Lc 24,49; Hch 1,4; 2,33.39) como fue “Promesa” en los tiempos
antiguos el “Salvador” (Hch 7,17; 13,23.32; 26,6). Los que están “lejos” se
refiere a los paganos (cf. Is 57,19) y a los “llamados” (que en contexto
teológico supone una invitación a participar de los beneficios de la salvación
de Dios).
Con
palabras, testimonios y exhortaciones los invitaba a “salvarse”, en este caso
de “esta generación (geneâs) perversa
(skoliâs)” (cf. Dt 32,5; Sal 77,8). La
referencia a “esta generación” es habitual en el escrito Q (7,31;
11,29.30.31.32.50.51; 17,25; 21,32; aunque también la utilice Marcos con menos
frecuencia: 8,12.38; 13,30) y seguramente en ese sentido la repite Lucas aquí.
Lucas
concluye con un breve sumario destacando que unas tres mil personas recibieron
el bautismo luego de haber “acogido su palabra” (cf. 4,4; es bueno recordar que
“palabra” en Hechos alude frecuentemente a la predicación del Evangelio; cf.
1,1; 2,22; 4,29.31…).
Resumen: La/s comunidad/es a la/s que se dirige el autor padecen sufrimientos por parte de la sociedad en la que se encuentran. Mirando los sufrimientos de Cristo, leídos a la luz del siervo Sufriente de Isaías encontrarán sentido a su resistencia ante la injusticia. Jesús, como Pastor cuida a los suyos.
La
llamada “carta de Pedro”, como también Colosenses y Efesios presenta lo que se
ha llamado un “código doméstico”. Es decir, una suerte de codificación de lo
que se espera que haga cada miembro de la casa: padres e hijos, esposos y
esposas, amos y esclavos. Esto era frecuente en el mundo greco romano donde
estaban claramente establecidos estos roles que podríamos resumir en destacar
que el “fuerte” (esposo, padre, amo) debe “someter” al débil, mientras que el
débil (esposa, hijos, esclavos) deben “obedecer”. Esto es indicio de que hay
orden en esa casa, que funciona como está establecido. El uso de un “código
doméstico” en esta carta juega un rol central: la comunidad es presentada como
“casa de Dios”, y el código pretende servir como modelo de identificación de los miembros de
la comunidad ubicados de un modo crítico en una sociedad hostil.
El
texto litúrgico de hoy corresponde (con la exclusión de la presentación del
destinatario, vv.18-20a) a lo que se dice a los “esclavos”, aunque aquí no se
use el habitual “doulos” sino que se
dirija a los “domésticos” (oikétai).
Es claro que al omitirse esta referencia parece dirigirse a “todos los
cristianos”. El sufrimiento al que se alude se refiere (v.18b) al provocado
injustamente por los amos severos. El texto –dirigido a cristianos en situación
de desprecio, rechazo (“extranjeros”) compara la situación que viven en las
ciudades del Imperio con lo que padeció Cristo [el texto afirma que “Cristo
sufrió” (épathen), aunque algunos
manuscritos afirman que “Cristo murió” (apethanen)
seguramente por asonancia y por uso frecuente de la idea]. Todo el sufrimiento
de Cristo, puesto en paralelo al sufrimiento de los domésticos, es leído
especialmente a la luz del cuarto canto del Siervo Sufriente de Is 53. El uso
del término doméstico (oikétai, donde
hay alusión a la domus, la casa: oikía), la ubicación al principio de la
unidad, la falta de referencia al comportamiento que deben tener los amos
invita a pensar que en esta unidad, la referencia a los “domésticos” puede
entenderse como referida a todos los cristianos, que son –de hecho-
maltratados, tenidos como extranjeros, por los habitantes de las ciudades a las
que se dirige la carta. Ese maltrato está en el trasfondo de la unidad, y el
autor presenta en la lectura cristológica, un sentido a la vida que llevan.
1
Pe 2,21-25
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21 Pues para esto han sido llamados, ya que también
Cristo sufrió por ustedes, dejándoles ejemplo para que sigan sus huellas.
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22 El que no cometió pecado, y en cuya boca no se halló engaño;
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y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba, por
más que no hizo atropello ni hubo
engaño en su boca. (Is 53,9)
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23 el que, al ser insultado, no respondía con insultos;
al padecer, no amenazaba, sino que se ponía (paradidômi) en manos de Aquel que juzga con justicia;
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Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al
degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda,
tampoco él abrió la boca. (Is 53,7); cf. “paradidômi”
en 53,6.12 y 50,8.
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24 el mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados
en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la
justicia; con cuyas heridas han sido curados.
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Por eso le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos,
ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado,
cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes. (Is
53:12)
Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El
soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido
curados.
Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y
Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros. (Is 53,5-6) (cf. también
54,4.11 “por ustedes”; combinado
con Dt 21,22-23)
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25 Eran como ovejas descarriadas, pero ahora han vuelto
al pastor y guardián de sus almas.
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Buscaré la oveja perdida, tornaré a la descarriada, curaré a la herida,
confortaré a la enferma; (Ez 34,16a)
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Ser
capaces de devolver bien al mal recibido, como Cristo (2,23) así los cristianos
(3,9). Él sufrió (v.21) sin haber hecho mal alguno (v.22), sin devolver mal por
mal (v.23), llevando a los malos, del mal al bien (v.24) como un buen pastor
(v.25).
La
conclusión viene dada por la vuelta al pastor y guardián (epíscopon). El marco es
profético (el pastor que reúne a las ovejas descarriadas) expresado como antes
y ahora. En la tradición profética el pastor de su pueblo es Dios (Is 40,11;
Jer 3,14-15; 23,3-4; 31,10-11; Ez 34,11-16. 23-24; 37,24; Miq 2,12; 4,6-7; Zac
11,4-7), de allí que la voz pasiva “han sido regresados al pastor” ha de
entenderse como un obrar divino. Lo que se afirma es que –en este caso- se ha
vuelto a Cristo de quién se dice que es “pastor” y “epíscopo” de sus “almas” (=
vidas, psyjôn). Jesús tiene un
cuidado pastoral por sus “ovejas”.
Una nota sobre la
resignación:
la relación entre el sufrimiento del cristiano, particularmente el sufrimiento
injusto, y su relación con el sufrimiento padecido por Cristo, puede leerse –y
durante muchos tiempos así se ha leído- como una invitación a la resignación,
una suerte de “lógica amo-esclavo”. El tema es muy complejo y serio; demasiado
como para desarrollarlo aquí, pero destaquemos que una cosa muy distinta es la
resistencia activa, como enfrentamiento al mal y la mentira. Como se ha
destacado también en otros temas en los que la relación víctima y victimario se
deja ver (amo-esclavo; sociedad patriarcal [o kyriarcal, de “señorío”, lo que no siempre implica un varón]-mujer;
opresor-oprimido…) sin duda toda actitud de dominio, de injusticia, de opresión
se ha de detestar y confrontar sin duda alguna y sin encontrar en la
argumentación teológica más una excusa que un sentido. Sin embargo –como es el
caso de los mártires- muy diferente es la actitud con la que libre y
voluntariamente alguien decide enfrentar la situación. Es perverso el matar,
pero es diferente la actitud de aquel que es voluntariamente capaz de dar la
vida para que otros vivan. Es perversa la actitud “machista” que pretende tener
a la mujer a su servicio; es diferente la actitud de aquella que
voluntariamente elige ponerse al servicio de sus hermanos, Es grave la actitud
de aquel que hace sufrir a los demás; es diferente la actitud resistente de
aquel/la que confronta con esa violencia buscando vida para otros. Pero nada de
esto es semejante a la resignación, sino que ha de ubicarse en el “aguante” (hypomonê, v.20).
Resumen: Luego de una presentación con forma de parábola destacando el contraste entre quienes buscan el bien de las ovejas y quienes buscan su destrucción, Jesús se compara a sí mismo con los dos elementos que han servido para destacar el provecho de las ovejas: la puerta y el pastor. La puerta, resaltada en el evangelio del día, sirve para destacar la vida (de las ovejas) que Jesús trae.
El llamado “discurso del Buen Pastor” es muy extenso en Juan, y se lo ha “fragmentado” para que sea leído en los tres ciclos litúrgicos del 4º Domingo de Pascua.
Mucho
de lo que dice el texto en su totalidad lo hemos ya señalado al comentar el
texto del ciclo “C” en http://blogeduopp.blogspot.com.ar/2013/04/la-vida-que-el-pastorarriesga-por-el.html,
sólo destacaremos algunos elementos complementarios a lo allí dicho:
El
doble “en verdad” (amên) es frecuente
en Juan, y suele ser importante de resaltar. En este caso (v.1) parece dar
comienzo a una nueva parte del discurso. Volvemos a encontrarlo en v.7 para
presentar uno de los característicos “yo soy” de Juan. La doble referencia a
“yo soy la puerta” se encuentra en paralelo con el doble “yo soy el buen
pastor” (vv.7.9 y vv.11.14). De hecho, en vv.1-6 presento una “parábola” (en
realidad, el griego “parabolê” no se
encuentra jamás en Juan que prefiere “paroimía”
(v.6) que tiene una nota más enigmática en la imagen plástica que se presenta;
con lo que da pie frecuentemente a la explicitación que se expresa con el “yo
soy”). El esquema de la unidad puede visualizarse de este modo
Presentación
(vv.1-6) de la paroimía
1. “yo soy la puerta”
(vv.7-10)
2. “yo soy el buen
pastor” (vv.11-18)
La
imagen enigmática presenta la realidad pastoril tomando dos imágenes (incorpora
una tercera, el “portero” pero solo por dar color a la imagen ya que no juega
rol alguno en el desarrollo. La puerta es un criterio de discernimiento sobre
quien entra al “corral” y su intención de hacer bien o no a las ovejas. El
pastor, en cuanto conocido y escuchado por las ovejas –nuevamente en referencia
contrastante con “otros”- es seguido por ellas (se supone hacia lugares de
alimento y bebida). El sentido principal radica en el bien de las ovejas, por
la puerta pasan los que buscan su bien, las ovejas siguen a sus pastores, en
cambio los “ladrones y salteadores” no pasan por la puerta, los “extraños” no
son seguidos por las ovejas. El uso o no de la puerta, el seguimiento o no de
las ovejas son los aspectos contrastantes en la “parábola”.
El
doble “yo soy” la puerta expresa el siguiente paso que Juan quiere destacar
para “revelar” a Jesús (los “yo soy” son parte de los discursos de revelación).
El
primer “yo soy” sirve para contrastar a Jesús con los que “han venido”. En el
contexto se refiere a los fariseos que son los que habían estado en conflicto
con él en la unidad anterior (9,40-41), aunque el marco (como las referencias
al Templo y a los sacrificios) también permite suponer que se refiera a los
ambientes sacerdotales, aunque estos ya no existen en tiempos de Juan.
El
segundo “yo soy” contrasta el estar “a salvo” (entrando “por mi”) con “robar, sacrificar
y hacer perecer (definitivamente)”. Esto se caracteriza por la “vida” (zôê, vida divina) abundante que “ha
venido” a traer. Esta “entrada” nos permite recordar la imagen de Jesús
revelándose como “yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre sino
por mi” (14,6). Como enviado del Padre, como quien “ha venido” desde Dios se
revela como dador de vida, a diferencia de “otros” que buscan la muerte
definitiva de las ovejas (no hay que olvidar en este contexto a los “fariseos”
intentando hacer desistir, al que había sido ciego, de reconocer a Jesús,
9,34).
Una breve nota sobre el
pastor y las ovejas. La metáfora del pastor no ha de entenderse sino,
precisamente, como metáfora. En el mundo antiguo (Israel y sus pueblos vecinos)
suele ser imagen para caracterizar a los que tienen responsabilidades de
gobierno (religioso y/o político), en cuanto “conductor/es”. La imagen negativa
que tiene hoy la idea de ser tenidos como “rebaño”, de ser llevados al propio
arbitrio de los poderosos o los fuertes, refleja un anacronismo importante,
además de la incapacidad de comprender metafóricamente las imágenes.
Ciertamente no se pretende decir que debemos ser “llevados de las narices y sin
pensar” por los pastores de turno; Jesús, en este caso, se presenta como aquel
que nos conduce a la vida plena en contraste –precisamente- con aquellos que se
aprovecharon para beneficiarse o para saquear a los que les fueron confiados.
Foto tomada de www.soyesoterica.com
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