Jesús permanece en
medio de su Iglesia misionera
LA ASCENSIÓN DEL
SEÑOR – “A”
1 de junio
1 de junio
Eduardo de la Serna
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 28, 16-20
Resumen: Jesús resucitado se encuentra con los Once en Galilea. Allí pronuncia el último discurso del Evangelio enviándolos de un modo misionero. Pero les garantiza que él estará siempre en medio de los suyos acompañándolos.
El texto evangélico es el final del evangelio de
Mateo (que se lee en este tiempo litúrgico). Propiamente hablando no hace
referencia a la Ascensión ya que esta es propiamente hablando una creación
literaria de Lucas. Toda la larga unidad anterior estaba constituida por tres
escenas en torno al sepulcro:
1. Las mujeres (María Magdalena y la otra María; cf. 27,61, seguramente la
madre de Santiago y José, cf. 27,56) van al sepulcro [28,1-8]. El ángel les
dice: “Y ahora vayan enseguida a decir a sus discípulos: «Ha
resucitado de entre los muertos e irá delante de ustedes a Galilea; allí le
verán.» Ya se los he dicho” (28,7);
2. Las mujeres se encuentran con Jesús que les dice: «No teman. Vayan, avisen a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me
verán». (28,10)
3. Los sumos sacerdotes sobornan a los soldados (28,11-15)
La
escena con la que concluye en Evangelio es precisamente el encuentro de los
discípulos (a los que Jesús llama “hermanos”)
en Galilea (cf. 26,32). Mateo acota que el encuentro ocurre en un “monte”, que “Jesús les había indicado”.
La importancia de los montes en Mateo es fácilmente notable: en un monte ocurre
una tentación (4,8), en un monte Jesús comienza sus enseñanzas (5,1), Jesús ora
en un monte (14,23), sigue enseñando y sanando desde un monte (15,29), en otro
se transfigura (17,1) y finalmente en uno se encuentra resucitado con los
“hermanos” (28,16).
La
resurrección ha provocado un encuentro, y lo cual los que lo ven lo “adoran” (prosekynêsan). En la tentación Satanás le pide ser adorado a cambio
de los reinos del mundo y su gloria (4,9) y Jesús les dice que a Dios se ha de
“adorar y sólo a él se dará culto”
(4,10). Sin embargo, en el Evangelio son varios los que se postran ante Jesús:
un leproso (8,2), un magistrado (9,18), los discípulos en la barca (14,33), una
mujer cananea (15,25), la madre de los hijos de Zebedeo (20,20) e incluso las
mujeres ante el resucitado (28,9). Sin embargo, algunos “dudan” (distázô). Este
verbo se encuentra sólo una vez más en el NT, Pedro duda al caminar sobre las
aguas manifestando así su “poca fe”
(Mt 14,31). Algunos manifiestan su poca fe ante el resucitado. Esto motiva una
última intervención de Jesús en el Evangelio:
Jesús
reconoce que “me ha sido dado” (la
voz pasiva indica que Dios se lo ha dado; el aoristo indica un momento preciso:
¿la resurrección?) “todo poder” (exousía) en el “cielo y en la tierra” (es decir, en todo el mundo). Ese poder se
manifiesta en la enseñanza de Jesús (7,29), en su capacidad de perdonar pecados
(9,6), en la expulsión de los vendedores en el Templo (21,23). Con la autoridad
de su palabra los envía a “hacer
discípulos” (el verbo, mathêteúô
se encuentra una vez en Hechos -14,21- y luego solamente en Mateo: 13,52;
27,57; 28,19) a “todas las naciones”
(ethnê), en el Evangelio se refiere a
los paganos (4,15; 6,32; 10,5.18; 12,18.21; 20,19.25; 21,43; 24,7.9.14). Aunque
la invitación a “todas las naciones”
parece incluir también a los provenientes del judaísmo. La Iglesia –tema
importante en Mateo- es una nueva nación (ethnê)
que debe dar frutos (21,43), que debe reconocer con fe a Jesús en los que
tienen hambre, sed, frio… (25,32).
Este
“hacer discípulos” se concretizará en
el bautismo. Parece provenir de la comunidad de Mateo la novedad de bautizar “en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo” ya que el cristianismo de los orígenes parece que bautizaba
en el nombre de Jesús (cf. Hch 2,38; 8,12.16; 10,48; 19,5; cf. 1 Cor 1,13.15;
lo que no quita que la fórmula trinitaria tenga elementos paulinos, cf. 1 Cor
12,4-6; 2 Cor 13,13). La importancia que este Evangelio tuvo en los comienzos
(probablemente por la importancia a la identidad propia de los cristianos, que
da el Evangelio de Mateo) influyó en que esta fórmula característica del
bautismo se impusiera luego en la Iglesia universal.
Al
hacer discípulos deben “enseñar” (didáskontes)
a guardar (ver 19,17; 23,3) lo que ha “mandado” (entéllô, de donde viene entolê,
mandamiento; aunque es sólo una cosa la que Jesús “ordena” y es no contar la
transfiguración hasta la resurrección, 17,9; sin embargo, el uso es bíblico: Ex
7,2; 29,35; Dt 1,41; 4,2…). Este mandato misionero es la clave de toda esta
unidad, la Iglesia no es un grupo cerrado en sí misma sino una comunidad que
debe salir de sí hacia los otros. “Enseñar”
y “bautizar” se encuentran ambos en
participio presente, quizás bautizar y enseñar a hacer lo mandado por Jesús
constituye el modo en que los discípulos “harán discípulos” a todos los
pueblos.
El
Evangelio culmina con una imagen clave de todo el libro. Desde el comienzo
sabemos que Jesús es “Dios con nosotros”
(1,23). Jesús dirá que “está” en
medio de dos o tres que se reúnen en su nombre (18,20), que está en los pobres,
hambrientos, sedientos, enfermos, presos… (25,40.45), en los discípulos
(10,40), ahora afirma que estará “hasta
el fin del mundo” en medio de los suyos (28,20). El Jesús de Mateo no se va
(en ese sentido, no “asciende”) sino que está siempre en medio de los suyos.
Dibujo tomado de www.doloresmendieta.com.ar
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