Saber reconocer los signos de vida para creer en el resucitado
Triduo Pascual (28-31 de marzo)
Como hemos señalado la semana
pasada, los comentarios serán breves a las lecturas del Evangelio del jueves y
viernes y más extensos a las lecturas del domingo.
Jueves Santo
Lectura del Evangelio: Juan
13,1-15
Los estudiosos coinciden en
general en que el Evangelio de Juan tiene 2 grandes partes. En 13,1 comienza
solemnemente la segunda parte. La clave
parece estar en la llegada de “la hora” anunciada en la primera parte como algo
futuro. Y esta hora ha llegado con el “paso” de Jesús de este mundo al Padre.
Este “paso” tiene claras connotaciones pascuales (Pascua = paso) aunque la cena
de Jesús no sea cena pascual. Este paso viene marcado por el “amor extremo” a
“los suyos”. La unidad literaria parece seguir hasta el v.20 (como el doble “en
verdad” del v.21, la frase conclusiva de v.20 y el nuevo comienzo del v.21 lo
indican). La característica principal viene dada por el “lavado de los pies”.
Esto es propio de los esclavos (ser esclavo y servir son la misma palabra en
griego), y la palabra está mencionada en la interpretación que hace Jesús del
hecho (omitida en la liturgia, en el v.16).
La negativa de Pedro a ser lavado tiene ese sentido, y esto es algo que
será comprendido “más tarde”. Jesús, a continuación, lo explica: es algo que
deben hacer “unos con otros”, es la expresión del amor que es verdadero cuando
se vuelve “servicio”; ese es el “amor extremo”.
Viernes Santo
Lectura del Evangelio de la
Pasión: Juan 18,1-19,42
Resumen: La pasión según san Juan nos muestra un Jesús siempre
soberano, del principio al fin es quien decide “voluntariamente” su
situación; la comunidad de discípulos
–representados en su madre y el discípulo amado- están al pie de la cruz y
reciben el espíritu, y todo el AT alcanza en Jesús su plenitud.
El relato de la Pasión de Jesús
según Juan, que se lee todos los años el Viernes Santo tiene muchas unidades e
ideas que son propias de Juan y merecerían ser destacadas. Trataremos se
señalar las principales.
Jesús aparece como soberano, él
es quien conduce los acontecimientos. Por ejemplo. Él determina que dejen ir
libres a sus compañeros ya que lo buscan a él. Con ironía clásica de Juan, ante
el “Yo soy” de Jesús (es el nombre divino en Éxodo) caen en tierra, algo
característico de los que ven a Dios. Jesús repute dos veces este término, “yo
soy”, lo que debe tenerse presente. Pedro dirá dos veces “no soy”, a
continuación. Por otra parte, como hace otras veces, Juan corrige o precisa
datos de los Sinópticos como quien empuñó la espada e incluso el nombre del
servidor del Sumo Sacerdote.
Con nueva ironía, Juan señala que
cuando Jesús fue llevado a casa del Sumo Sacerdote, Pedro “y otro discípulo”
(no dice de qué discípulo se trata; ¿el discípulo amado? No parece) “siguen” a
Jesús. El verbo es irónico porque Pedro ya le había dicho a Jesús que lo seguiría
(13,36-37), pero lo seguirá “físicamente”, no discipularmente. De hecho, “no
es” (18,17.25). Recién cuando Pedro vaya a dar la vida realmente por Jesús,
Jesús le dirá “sígueme” (21,19).
Ya en el “pretorio” (Juan no
tiene “juicio religioso”, sino sólo un interrogatorio) el rol de Pilato es
bastante limitado. Se pasa toda esta unidad “entrando” y “saliendo” ya que los
judíos no quieren entrar para poder comer la pascua (18,28; lo que muestra que para
Juan la cena de Jesús no fue cena pascual).
Hay algunas ideas que es bueno
destacar. A Jesús no lo van a buscar con “armas y palos” sino con “antorchas,
lámparas y palos” (18,3) porque viven en la oscuridad, son de las tinieblas”;
Pilato no sabe qué es la verdad, porque es “de la mentira” (18,38). Esto es
importante, especialmente si recordamos que el diablo es “el padre de la
mentira”(8,44) y el “príncipe de este mundo” (12,31; 14,30; 16,11). Esto dice
relación con la afirmación de que “mi reino no es de este mundo” que se suele
interpretar como si se separaran en dos niveles las realidades, este mundo,
tierra - “no de este mundo”, cielo. En
realidad, en Juan “mundo” es el ambiente adverso a Jesús (por eso el “príncipe
de este mundo”). En este mundo –podríamos parafrasear- hay quienes viven (y
reinan) según las tinieblas, la mentira y la muerte, y otros viven según la
luz, la verdad y la vida. A eso Juan lo llama “estar en el mundo”, “no ser del
mundo” (17,11.16). Por tanto, “mi reino no es de este mundo” no refiere al
cielo, sino a que no se deja guiar por los criterios del “príncipe de este
mundo”. Por ejemplo, si así fuera “mi gente habría combatido” (18,36). El reino
que Jesús propone es reino de paz.
Otro elemento a tener en cuenta
es que los judíos (que en Juan, como también “mundo” refiere al grupo hostil a
Jesús) afirma que “no tenemos más rey que el César” (19,15). Israel es el
pueblo que tiene a Dios por rey, pero acá se confirman como “amigos del César”
(19,12).
Pilato lo entrega para que sea
crucificado, y el que lleva la cruz es Jesús, no el Cireneo; seguramente como
Isaac lleva la leña para el sacrificio (Gen 22,6).
La vestidura de Jesús que se
sortearán los soldados no tiene costura, se debe romper para partirla. Jesús
viene a provocar unidad que la violencia, la mentira y las tinieblas rompen.
Juan incorpora una novedad al pie
de la cruz, su madre y el discípulo amado. Por un lado, ambos personajes tienen
gran carga simbólica en el Evangelio. Lo simbólico es evidente porque es
absolutamente improbable que los romanos permitieran a alguien cerca de un
crucificado. Por otro lado, llama nuevamente la atención que Jesús a su madre
la llame –como en Caná (2,4)- “mujer”. No es razonable mirarlo atendiendo a lo
“histórico” como señalando la crudeza del acontecimiento, o el dolor de una
madre, sino en la familia que aquí se suscita. Una “mujer” (¿como Eva?) y un
“discípulo” ejemplar, “amado”, que la “recibe como suya”.
Jesús es tan soberano, en Juan,
que su muerte ocurre por determinación suya. A la hora de la matanza de los
corderos de pascua, sin que se le quiebren las piernas, como a los corderos, y
con la última gota de sangre, como a los corderos, con una rama de hisopo, como
a los corderos; Juan nos reitera algo
que señala desde el comienzo de su Evangelio, y es que Jesús reemplaza en su
propia persona todo lo “religioso” de Israel: el Templo, las fiestas
litúrgicas, la vid… el cordero pascual. Y al morir “entregó su espíritu”.
Finalmente, a diferencia de los
Sinópticos, Jesús es sepultado y embalsamado [ungido con bálsamo en las vendas
“según la costumbre judía de sepultar” (19,40)]. En un jardín comenzó el drama
(18,1) y en un jardín concluye (19,41).
Domingo de Resurrección:
1ª lectura: Hechos 10,34ª. 37-43
Resumen: una síntesis del ministerio y pascua de Jesús da pie a la
predicación a los paganos, y a que se derrame sobre ellos el Espíritu dando así
lugar a la absoluta novedad de la univerdalidad.
El texto de Hechos es extenso. Y
repetitivo. De hecho la liturgia sólo se detiene en lo central y fundamental,
pero no está de más mirar la idea principal antes de detenernos en él. Se trata
de una unidad cuidadosamente armada por Lucas, presentando los personajes, y
repitiendo y explicando las escenas más de una vez. Sinteticemos: una vez las
presenta, la siguiente le da su sentido y en tercer momento la explica ante los
Doce (10,1-26. 27-48; 11,1-18). ¿Por qué la insistencia? Pues porque el paso
que se dará es casi contrario a todo lo que se decía en el A.T. y la
predicación de Jesús. ¿Cómo se justifica el bautismo a paganos sin exigir nada,
como la circuncisión, si el AT distinguía judíos de paganos y si Jesús había
dicho “no vayan a territorios extranjeros… sólo a las ovejas perdidas del
Pueblo de Israel”. El cambio que se dará en esta unidad es tan fundamental, tan
decisivo que hace falta dejar bien claro, ¡insistentemente!, que está conducido
por el Espíritu Santo (10,19.44.45.47; 11,2.15.16), un éxtasis-visión
(10,10.28; 11,5) o por el Ángel del Señor (10,3.7.22.30; 11,13). En el centro
de esto se encuentra la predicación de Pedro a los paganos en orden a “escuchar
lo que le fue ordenado por el Señor” (10,33) y al decir esto se derrama el
Espíritu (10,44) lo que causa que Pedro “mandó que fueran bautizados” (10,48).
El texto que nos propone hoy la liturgia es, precisamente, este discurso de
Pedro a los paganos contando “lo que sucedió…” (10,37).
Obviamente no interesa la
historicidad de los acontecimientos que es pasible de sospecha (el predicador
primero a los paganos resulta “Pedro” y no Pablo, por ejemplo). Vayamos al texto.
El discurso presenta una primera
parte “histórica”, comenzando por el bautismo de Juan, el ministerio de Jesús
(sintetizado en que “pasó haciendo el bien”, v.39), fue matado y resucitado
apareciéndose a testigos elegidos (37-41). Pero esto no finaliza allí (como es
característico de Lucas, cf. Lc 24,46-48) y debe continuar con la
predicación, por ahora reducida “al
Pueblo” (es decir, a Israel; v.42). Es a continuación que dará el siguiente
paso cuando el Espíritu se derrame sobre los paganos lo que deja atónitos a los
circuncisos al ver que el Espíritu Santo
se derramaba también sobre los paganos (v.45); a esto se lo ha llamado
“Pentecostés de los paganos” (quizás un poco simplistamente, pero quizás justo
en lo literario de Hechos). La introducción: “veo que Dios no hace acepción de
personas” (v.34) y esta conclusión del don del Espíritu –ambas omitidas en la
liturgia- son las que le dan sentido a toda la unidad.
Veamos brevemente el discurso:
Lucas presenta una síntesis geográfica (en Judea comenzando en Galilea) e
histórica (del bautismo a la muerte-resurrección) del ministerio de Jesús. Algunos
elementos característicos de la teología de Lucas están señalados: el rol del
Espíritu Santo en el ministerio de Jesús, el enfrentamiento con el diablo, el rol
de testigos de los apóstoles, señalados como los que comieron y bebieron con
él, el mandato de predicar, el rol de los profetas y el perdón. Todo esto –como
se dijo- en un marco histórico-geográfico, también característico de Lucas.
Estamos –entonces- en una síntesis de la predicación, del “evangelio” de Lucas
sintetizado en pocos versículos. De eso se trata este discurso que provoca la
aceptación del evangelio por parte de los paganos y desencadena la que
probablemente sea la máxima revolución de toda la historia de la Iglesia. Los
paganos, despreciados y rechazados en Israel son ahora invitados a integrarse
por el bautismo y la aceptación del Evangelio como miembros plenos del pueblo
de Dios.
2ª lectura: Colosenses 3,1-4
Resumen: La “comunión de los santos” permite que entre Cristo
resucitado y la comunidad peregrina haya una relación tan estrecha que ya desde
“ahora” vivamos como resucitados.
La liturgia permite hoy la
elección de una entre dos lecturas; hemos seleccionado el texto de Colosenses
Un discípulo de Pablo, pasado ya
un buen tiempo, decide enfrentar, como si Pablo lo hiciera, una serie de nuevos
problemas. Escribir que el autor es Pablo es una manera obvia de decir “yo soy
su discípulo y sé que esto es lo que les diría Pablo si estuviese”. Uno de los
temas –no el principal de la carta, pero si importante- es que la venida de
Jesús que se esperaba inminente (ver 1 Tes 4,15-17; 1 Cor 15,51-52) se demora.
En este sentido, en el cristianismo de la segunda generación surgen
fundamentalmente dos respuestas. Una –patente, por ejemplo, en 2 Pe 3,3-4.8-10-
señala que se demora para dar a todos la ocasión de la conversión, otra,
habitual en los discípulos de Pablo, como el autor de Colosenses, señala que en
cierta manera ya vino, que ya estamos de algún modo resucitados. Podríamos
decir que falta “ultimar algunos detalles”. La parte teórica de la carta
finaliza en 3,4 ya que en 3,5 saca las conclusiones prácticas de lo dicho para
la vida de la comunidad. 3,1-4 aparece como una conclusión teórica de todo lo
dicho que es claramente cristocéntrico. Un tema característico de esta carta, y
su “parienta” a los Efesios es la idea de que Cristo es cabeza del cuerpo que
es la Iglesia. Hay una unión profunda entre ambos, tal que puede verse como la
del cuerpo y su cabeza (1,18.24; 2,19). Por eso presenta a Cristo como “el
primer nacido de entre los muertos” (1,18), los demás seguirán sus pasos.
Esto es lo que da razón a la
primera frase del texto de la liturgia que es ciertamente sorprendente: “han
resucitado con Cristo”. No es “resucitarán” sino lo han hecho (en griego es un
aoristo, lo que significa que es algo que ha ocurrido en un momento concreto y
preciso del pasado). Es típico de Pablo, y acá lo repite su discípulo, señalar
una tensión entre la realidad (indicativo) y lo que se debiera (imperativo).
Acá la tensión es que puesto que ya estamos resucitados, debiéramos buscar lo
de arriba. El Jesús de Juan afirmaba que es “de arriba” (8,23), y al dirigirse
a Dios Jesús levanta los ojos para arriba (11,41). Arriba refiere claramente al
cielo (ver Hch 2,19), de allí viene la “Jerusalén de arriba” (Ga 4,26) y desde
“arriba” Jesús llama a Pablo para un premio (Fil 3,14). De hecho, el versículo
siguiente contrasta lo de arriba con lo de la “tierra”, arriba está Cristo sentado
a la diestra de Dios. También en Ef se
afirma que Jesús está sentado a la derecha en los cielos (1,20). La imagen es
tradicional (ver Mt 26,64; Mc 14,62; 16,19; Hch 2,34; 7,55.56 (aunque en estos
vv., está “de pie”); Heb 8,1; 1 Pe 3,22. Como claramente lo destaca Hch 2,34,
el texto es una alusión al Sal 110,1 que es un Salmo que canta al rey como
“virrey” de Dios. El cristianismo primitivo, como lo señala la abundancia de
citas recurrió a este texto para manifestar el cumplimiento de las escrituras
en la resurrección de Jesús y su lógica “ausencia” posterior.
Buscar lo de arriba, aspirar a lo
de arriba son evidentemente un paralelismo. Aspirar no es preciso, el verbo
fronéô es también pensar, sostener y es casi exclusivamente paulino (x26 de las
que x22 en Pablo [10 en Fil y 9 en Rom], una en Mt, Mc y Hch, y acá en
Colosenses). Hay dos textos paulinos que
hacen más claro el sentido: “Efectivamente, los que
viven según la carne, desean [fronoûsin] lo carnal; mas los que viven según el
espíritu, lo espiritual” (Rom 8,5) y “algunos se comportan como enemigos de la
cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo Dios es el vientre, y cuya
gloria está en su vergüenza, que no piensan [fronoûntes] más que en las cosas
de la tierra. (Fil 3,19). En ambos casos, lo que se ambiciona es vivir según la
novedad que trajo Cristo, o vivir como si no hubiera tocado nuestra existencia.
No se trata –entonces- de llevar una suerte de “vida espiritual” o “celestial”
sino a sacar todas las conclusiones que la vida “en Cristo” supone para nuestra
existencia. Por eso afirmará que “hemos muerto” y “nuestra vida está oculta” en
Dios, es decir “a la derecha de Dios”.
Por
cuanto ya estamos con Cristo en Dios, cuando Cristo vuelva –como hemos
señalado, lo que ocurrirá sin la tensión de las primeras comunidades, por
cuanto ya estamos con él- la venida será menos “espectacular” que lo que
parecía en un primer momento. Y junto con él apareceremos los que ya estemos
con él. “Nuestra vida” está oculta –como Cristo- junto a Dios; pero él
aparecerá, y ya es “vida de ustedes” (v.4) y “ustedes aparecerán en gloria”
(ver 1,27).
Resucitados
con él, escondidos con él, aparecerán como él, en gloria como él… la unión
entre el Cristo glorioso y el cristiano es tan estrecha para el discípulo de
Pablo que casi pareciera que no hay nada ya que esperar, sólo toca vivir
aquello que ya somos.
Evangelio según san Juan 20,1-9
Resumen: Los signos de la resurrección están presentes y allí deben los
discípulos amados aprender a “creer sin ver”.
Con un cambio cronológico Juan da
comienzo a una nueva unidad, “el primer día de la semana”, es decir el
“domingo”. La escena nos presenta una mujer sola que va al sepulcro. No va con
otras a ungirlo porque en Juan Jesús sí fue ungido, por tanto no espera que
alguien le corra la piedra. Con mucha verosimilitud se ha propuesto que el rol
de las mujeres en torno a la tumba, con sus cantos y llantos haciendo memoria
del muerto parece haber sido el punto de partida de la proclamación y anuncio
del Evangelio. Nada se dice de que María Magdalena, que ya la habíamos
encontrada al pie de la cruz con otras mujeres y el discípulo amado (19,25), se
haya asomado a la tumba ni lo que vio pero en el mensaje a Pedro y al otro
discípulo les dice que “se han llevado al Señor y no sabemos (¡plural!) dónde
lo han puesto”. Aquí desaparece de la escena la Magdalena hasta v.11 donde está
llorando (¿por el duelo?), se asoma al sepulcro (¡ahora sí!) y ve dos ángeles.
Ellos y luego Jesús, que se le aparece, le preguntan por qué llora
desencadenando una nueva escena. Siendo que esta finaliza con María yendo a los
discípulos a contar lo visto, pareciera que el redactor del cuarto Evangelio
expresamente adelantó la escena de Pedro y el discípulo amado por algún motivo
teológico (que señalaremos). Es decir, los vv.3-10 parecen adelantados de su
lugar original, y la razón parece estar en el rol que juegan tanto Pedro como
el discípulo Amado en el Evangelio de Juan.
María no va a “los discípulos”
sino sólo a Pedro y el discípulo amado y ellos “salen” (v.3) hacia el sepulcro,
“corren” (v.4).La escena está construida de modo sencillo. Van, llegan y
vuelven. Obviamente el centro temático está en lo que ocurre en la tumba.
Veamos. Se dice que corren ambos,
pero hay una diferencia entre ambos. El discípulo amado corre más rápido, ve el
interior de la tumba, no entra. Espera a Pedro. Pedro se demora más, “lo
sigue”, entra al sepulcro y ve las vendas y el sudario. Nuevamente entra en
escena el discípulo amado, que ahora entra y “vio y creyó”. Concluye con una
referencia a “la Escritura” (sin citar el texto de referencia) y la
resurrección. Finalmente (omitido en la liturgia), vuelven a casa.
La construcción, como se ve es
muy sencilla, pero hay elementos interesantes a tener en cuenta.
Pedro y el discípulo amado. Salvo
la escena de la cruz, el discípulo amado, el héroe de la comunidad joánica,
está junto a Pedro. Pero siempre aparece como más cercano a Jesús que Pedro (de
echo es “el amado” por Jesús), en la cena es el que está junto a Jesús, no Pedro
(13,23-25), es el que en la pesca le dice a Pedro que el que está en la orilla
“es el Señor” (21,7), y cuando Pedro ha confesado 3 veces a Jesús que lo ama,
del discípulo se dice que “permanece con Jesús hasta su vuelta” (21,22). En
este caso, corre más rápido, “ve y cree”. En general se piensa que la comunidad
de Juan, que se remite al discípulo amado, corre cada vez más el riesgo de
sectarizarse, se distancia cada vez más de todos los grupos –incluso
cristianos- del entorno. Entonces un redactor quiere evitar toda ruptura
poniendo al héroe en relación al héroe de otras comunidades, Pedro. Es verdad
que el discípulo amado es más, pero hay otras ovejas que no son de este rebaño,
hay otras comunidades con las que estamos en comunión, al fin y al cabo también
aman a Jesús. Es cierto que 3 veces lo negó, pero 3 veces le confesó su amor,
aunque “nuestro héroe” permanezca fiel hasta el final. Aquí parece estar la
primera razón del adelantamiento del texto que hemos señalado. Los primeros en
acercarse al misterio de la Pascua son Pedro y el discípulo amado, y ambos
entran al sepulcro y creen en la escritura (notar el plural, a pesar del
singular anterior, que diremos).
Ver y creer: el tema es central
en Juan, y es lo fundamental de la escena. No hay apariciones del resucitado
(esas vendrán a continuación en el evangelio), sólo hay una tumba y vendas. De
Pedro se dice que “vio”, del discípulo amado que “vio y creyó”. Veamos brevemente.
En el relato se usan 3 verbos griegos diferentes, al llegar el discípulo amado
“ve (blépô) las vendas en el suelo”; luego Pedro “miró (teôréô) las vendas en
el suelo y el sudario… no junto a las vendas sino plegado en un lugar aparte
(quizás para insinuar que no se trata de que el cadáver fue robado)”;
finalmente, al entrar el discípulo amado “vio (oráô) y creyó”. El primer “ver”
(blépô) es también observar. Es lo que hizo María en el v.1: “vio la piedra
quitada”. Lo encontramos x17 en Juan, de las que x9 en el relato de la curación
del ciego (cap.9). Como es propio en Juan, allí se mueve en dos niveles: se
alude claramente a la visión física (“ahora veo”) pero aludiendo a un ver
distinto, aludiendo a la fe, como se ve en el v.39: “Y dijo Jesús: «Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no
ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos»”. Es, entonces, un ver que prepara
la fe. El segundo “ver” (teôréô) (x24 en Juan) es más bien físico; en el relato
del ciego, se aplica a los vecinos que “veían” al ciego mendigando; sin embargo
se usa también para “verlos signos” (2,23; 6,2; 7,3), sin embargo, algunos
“ven” al Hijo y “creen” (6,40) y será resucitado “en el último día”, porque “el
que me ve, ve al que me envió” (12,45), pero al despedirse a Jesús no lo verán,
como el mundo no ve al espíritu, aunque los discípulos sí lo verán (14,17.19).
Finalmente el tercer uso (oráô) es el más común (x82). En el relato del ciego
lo encontramos al principio (v.1, Jesús lo vio) y al final (v.37) “ese que has visto”
que es el momento culminante de la fe del ciego. Ya en el discurso del pan de
vida este verbo se relaciona estrechamente a “creer”: “le dijeron: ¿Qué señal
haces para que viéndola creamos en ti?” (6:30), “me han visto y no creen”
(6,36), el que “ve” a Jesús, “ve” al Padre (14,9), “afirma que no lo “verán”, y
Jesús declara bienaventurados a “los que no han visto y han creído” (20,29).
Esto nos permite suponer que no parece haber demasiada diferencia entre los
tres, aunque el tercero está más estrechamente ligado a “creer”.
Los su
parte “creer” es quizás la palabra principal (o una de ellas) de todo el
Evangelio (x98). Todo él se escribió “para que crean” y “creyendo tengan vida”
(20,31). Decir que el discípulo amado “cree” es decir que alcanza la vida. Amor
– vida – creer (es interesante que en Juan no aparece jamás el sustantivo,
“fe”) constituyen el todo. Y lo interesante es que es de este discípulo que se
afirma que “cree”, y sin ver sino los signos de la resurrección. “Ve” lo mismo
que Pedro, pero esté “ve y cree”.
Siendo
que para esto se ha escrito el Evangelio, siendo que se declaran felices a los
que creen sin haber visto, y siendo que el discípulo amado –ejemplo del
verdadero discípulo- cree sin ver sino los signos de la resurrección, el relato
nos desafía a creer con los signos (de los tiempos) y así tener la misma “vida”
(que es vida divina).
Foto
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