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sábado, 19 de diciembre de 2015

VC 7. Pereza

La Pereza


Eduardo de la Serna



            Si de "pereza" debemos hablar, la primera impresión que surgirá, seguramente, es que nos referimos a un cierto desgano, por ejemplo, para "emerger" de la cama después de no dormir todo lo que hubiéramos deseado, o al desgano de hacer algo que quisiéramos dejar "para después". Ahora, ¿realmente es un vicio "remolonear" un rato entre las sábanas? ¿Dónde estaría la maldad o lo perjudicial? ¿Acaso alguien afirmaría que "hacer fiaca", en especial el día que podemos hacerlo, es algo malo? Para ser más exactos, vamos a intentar precisar a qué nos referimos cuando hablamos de que la "pereza" es un "vicio capital".

Pereza y Acedia

            En realidad, la tradición, al hablar del Vicio Capital, no se refiere tanto a la "pereza" sino a la "acedia". Este término viene del griego akedía (despreocupación, descuido). Pero no se refiere a lo que solemos llamar el "ocio" (aunque en algunos escritos se identifiquen) sino a un descuido en el crecimiento, una "pereza espiritual". Un ejemplo verdaderamente notable viene presentado por San Agustín. Él afirma que todo, en su vida, lo va llamando a la conversión, no sólo los acontecimientos que va viviendo sino también su crecimiento intelectual, pero hay "algo" que desde adentro le impide "dar el paso" necesario...

            "Así me sentía dulcemente oprimido por la carga del siglo como por el sueño; y los pensamientos con que meditaba ir a Vos eran semejantes a los esfuerzos de los que quieren despertar; pero vencidos del profundo sopor, tornan a sumergirse en él. Y así como no hay nadie que quiera estar siempre durmiendo, y al sano juicio de todos es preferible estar despierto, y, no obstante, difiere frecuentemente el hombre sacudir el sueño, cuando un pesado sopor encadena sus miembros, y aunque no quisiera y sea hora de levantarse, se vuelve a dormir con más gusto: así yo tenía por cierto que era mejor entregarme a tu amor que condescender con el apetito; pero aquello me parecía bien y me convencía, mas esto me deleitaba y encadenaba. Por lo cual no tenía qué responderte cuando me decías: ¡Levántate tú que duermes, y álzate de entre los muertos, y te iluminará Cristo! (Ef 5,14). Me hacías ver por todos lados que era verdad lo que me decías, y convencido de la verdad, no tenía absolutamente nada que responder, sino palabras perezosas y soñolientas: "Ahora, ahora mismo; déjame un poco". Pero aquel "Ahora, ahora" no llegaba nunca; y aquel "déjame un poco" iba para largo. En vano me deleitaba en tu Ley según el hombre interior; porque otra Ley luchaba en mis miembros contra la Ley de mi espíritu y me llevaba cautivo bajo la ley del pecado que estaba en mis miembros (Rom 7,22). Porque ley del pecado es la violencia de la costumbre, que arrastra y retiene al ánimo contra su voluntad. ¡Desventurado de mí!, ¿quién me iba a librar de este cuerpo de muerte, sino tu gracia, por Jesucristo, Señor nuestro? (Rom 7,24)".

            Como se ve, la imagen de la pereza al levantarse es sólo gráfica, metafórica, el centro de la cuestión está puesto en la "pereza" para "dar el salto" que lo haga dar el paso necesario. Es precisamente esto lo que se llama "acedia" y a lo que nos referiremos al hablar de "pereza".

            Por esto, la pereza puede asemejarse a la "tibieza", y recibe las más variadas imágenes: tiniebla, desolación, o incluso descuido (¿quedarse dormido?) en la vigilancia... San Ignacio, en sus célebres Ejercicios Espirituales la presenta como desolación, pero no una desolación "muerta", "seca" sino perversa, activa:

            "Llamo desolación espiritual a la oscuridad del alma, turbación en ella, inclinación por las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones, moviendo a desconfianza, sin esperanza, sin amor, hallándose el alma toda perezosa, tibia, triste y como separada de su Criador y Señor".

            Es importante, entonces, entender que frecuentemente la "acedia" es más que un simple "no-hacer" (aunque a veces lo suponga) y llega a ser un "hacer mal"... Esto será importante para lo que pretendemos reflexionar más adelante. Señalemos, por ahora, que entre acedia y desaliento hay un notable parentesco como lo señala el Catecismo de la Iglesia Católica:

            "Otra tentación a la que abre la puerta la presunción es la acedia. Los Padres espirituales entienden por ella una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón. "El espíritu está pronto pero la carne es débil" (Mt 26,41). El desaliento, doloroso, es el reverso de la presunción. Quien es humilde no se extraña de su miseria; ésta le lleva a una mayor confianza, a mantenerse firme en la constancia".


Pereza y tristeza

            Lo que venimos diciendo nos prepara para entender por qué una importante tradición, cuyo más grande exponente es santo Tomás de Aquino, prefiere hablar, antes que de acedia, de "tristitia" (tristeza). Se refiere a un "tedio o tristeza", desgano de la voluntad en preocuparse por el propio bien espiritual. Por eso afirma el Catecismo: "La acedia o pereza espiritual llega a rechazar el gozo que viene de Dios y a sentir horror por el bien divino". Lo interesante de tener esto en cuenta es que se hace notar que la actitud de "desgano" provoca un "desánimo" que lleva a una especie de "muerte del espíritu".

            "Por lo mismo, cuando te sientas afectado por la indolencia, la acedia o el tedio, no pierdas por eso la esperanza, ni desistas de tu tesón espiritual. Pide la mano del que te ayuda, instándole a que te atraiga, como hace la esposa (del Cantar de los Cantares), hasta que con el estímulo de la gracia puedas correr de nuevo más aprisa y alegre, diciendo: Corrí por el camino de tus leyes, cuando me ensanchaste el corazón. Por eso, mientras actúe la gracia, alégrate: pero no pienses que posees el don de Dios por un derecho hereditario, como si por esa seguridad llegaras a creer que no puedes perderlo jamás. No sea que de repente te suelte su mano y te prive de su don, y caiga tu ánimo abatido, excesivamente desconsolado". (San Bernardo)


            ¿Podremos decir que la "pereza" es una especie de "depresión del espíritu"? De hecho, si es también mirada como tristeza, es evidente que, si para combatir un vicio, se debe buscar obtener la virtud contraria, en este caso lo que se debe procurar es la alegría. Ahora, ¿cómo puede procurar la alegría un desganado, un desanimado, un deprimido? O mejor aún, ¿puede buscar la alegría?

Pereza e hiper-actividad

            De hecho, como hemos señalado, la pereza no debe entenderse como un simple "no hacer". Muchas veces el "no hacer" viene disfrazado por un "hacer mucho". El problema radica en que se hace mucho, pero no lo que se debería hacer. Un ejemplo lo podríamos tener en el padre de familia que trabaja todo el día, que hace "miles de cosas", pero no se dedica a su familia, a sus hijos. Podrá estar convencido de "trabajar para la familia", por el bienestar de mis hijos. Incluso puede ser que los llene de regalos, pero está faltando a lo que realmente debe hacer: ocuparse de ellos, dar cariño, dialogar, compartir... En este caso podemos hablar de una acedia laboriosa.

            La ambición, cuando no encuentra un equilibrio, una medida (des-medida) también es un modo de insania, y lleva a una idéntica hiper-actividad pero no deja al hombre girar sobre su propio centro... Estamos, también en este caso, ante una "laboriosidad" que es más aparente que real, y tanto ésta como la anterior, todas producen insatisfacción. Así puede comprenderse lo de la "tristitia". Es estar "des-ubicado"...

            Como puede verse en lo que hemos dicho hasta aquí, la mayor parte de lo que puede afirmarse de la acedia es lo que "no hace" o "hace mal" (notar las palabras con el prefijo "des-", o "in-": des-idia, des-gano, des-cuido, in-satisfacción, des-medida, in-sania, in-constancia, des-olación, des-esperanza...). Realmente, no se está diciendo nada muy bueno sobre esto.

Pereza y su gravedad

            Vimos que los otros vicios, en alguna medida pueden producir hasta el bien; de hecho hemos hablado de una "santa envidia", de una "justa ira", del "banquete del Reino", de los sanos placeres, de la virtud del ahorro... La acedia, en cambio, precisamente por la "negatividad" no puede llevar a algo bueno. Es más, con mucha frecuencia, la pereza, es el ingrediente que empeora los demás vicios ya que produce rechazo a la virtud opuesta. Es un pesimismo total que vence la razón y la voluntad. Hay una pereza mental (negación a madurar). Podríamos afirmar de la pereza algo semejante de lo que una vez escuchamos decir sobre la torpeza: "¿sabe, padre?, yo prefiero tener un hijo malo antes que un hijo bobo -me dijo una vez un señor-; porque si mi hijo es malo, podrá cambiar, pero si mi hijo es bobo, nunca se va a dar cuenta". ¿No podríamos decir, análogamente, algo así de la pereza? Si es cierto que de un vicio a un pecado hay una barrera fácilmente franqueable, lo mismo puede decirse en sentido inverso (de pecado a sólo vicio, y de allí al terreno de la virtud), en cambio nada de esto puede decirse del inmovilismo.

            Por eso debemos decir que lo contrario a la pereza es la laboriosidad, pero no nos referimos a "una persona trabajadora" (lo cual, por cierto, también es bueno, con la excepción señalada más arriba) sino a quien "se ocupa", trabaja por crecer: por "despertar" si es que está "dormido", "crecer" si está estancado, "avanzar" si está detenido, "correr" si simplemente caminaba...

            La acedia es algo tan "desganado", que ha podido llamársela una "ira venida a menos" (san Buenaventura).

            Hasta aquí hemos reflexionado sobre los diferentes vicios, y hemos de notar que cada uno va "tocando" diferentes puntos de nuestra vida. Allí donde podemos ser más débiles (o flojos). Pero la debilidad (y lo hemos destacado en otra ocasión) nunca es vicio. Incluso, por ejemplo, en el humilde, puede ser motivo de dejar de confiar en las propias fuerzas (que se saben pocas o insuficientes) y aprender a confiar en Dios, lo cual puede ser todo un "proyecto de vida" (Santa Teresa del Niño Jesús lo llamó "pequeño camino de confianza y abandono").

            "Todas las otras pasiones tocan sólo la parte irascible del alma o la concupiscible o la racional, como el olvido y la ignorancia; la acedia, en cambio, aferrando todas las potencias del alma, excita casi todas las pasiones juntas y, por eso, es la más grave de todas. Dice bien, pues, el Señor, que ha dado el remedio contra ella: Con la paciencia, ustedes ganarán sus almas". (Máximo el Confesor).

Notemos que, para este gran escritor, es presentada como "la más grave", y algo que sólo es superable con "paciencia".

            De todos modos, su gravedad también es presentada de otra forma: "dos tentaciones frecuentes amenazan la oración: la falta de fe y la acedia que es una forma de depresión o de pereza debida al relajamiento de la ascesis y que lleva al desaliento" (Catecismo).


            Si notamos lo que hasta aquí hemos dicho, se entenderá por qué se habla de su gravedad: tibieza, desgano, tristeza, desaliento, depresión... Evidentemente lo difícil no es encontrar la virtud opuesta (paciencia, alegría, laboriosidad...) sino simplemente ponerse en camino. La gravedad no radica, entonces, en que se hagan "cosas malas", sino en "no levantarse". Aunque caigas muchas veces, «te levantas, otras diez, otras cien, otras quinientas... No han de ser tus caídas tan violentas y tampoco -por ley- han de ser tantas» se decía. El problema es el de quien sólo ha caído una vez (y quizás ni siquiera desde un lugar demasiado alto), pero no "siente" en su interior "fuerzas" para levantarse.

Pereza y compromiso

Dice nuevamente Máximo el Confesor:

            "Hagamos sinceramente penitencia para que, liberados de las pasiones, consigamos la remisión de los pecados. Despreciemos las cosas temporales a fin de no transgredir el mandamiento del amor; para que no caigamos del amor de Dios, combatiendo por su causa a los hombres. Andemos en el Espíritu y no realizaremos el deseo de la carne. Velemos y estemos sobrios, rechacemos el sueño de la pereza. Rivalicemos con los santos atletas del Salvador. Imitemos sus combates, olvidándonos de lo que queda atrás y tendiendo hacia lo que está por delante. Imitemos su carrera infatigable, su ardiente deseo, la fortaleza de la continencia, la santificación de la castidad, la nobleza de la paciencia, el aguante de la magnanimidad, la lamentación de la compasión, la tranquilidad de la dulzura, el ardor del celo, el amor sin ficción, la altura de la humildad, la simplicidad de la pobreza, la virilidad, la bondad, la benignidad. No nos dejemos relajar por los placeres, no nos hagamos soberbios por los pensamientos, no corrompamos la conciencia; busquemos la paz con todos y la santificación, sin la cual ninguno verá al Señor. Y, sobre todas las cosas, huyamos del mundo, hermanos, y del señor del mundo. Abandonemos la carne y las cosas carnales. Corramos hacia el cielo, allí tendremos nuestra ciudadanía".


Dejamos de lado una interpretación platónica en esto de "huir del mundo" y "abandonar la carne" (que entendiendo lo que quiere decir y ubicándolo en su tiempo no debería causar problema), y notemos la decisión que se pretende en la vida que es presentada como un combate, o como una competencia. La resistencia, la paciencia para combatir-competir, pasan a ser fundamentales a la hora de pretender la victoria.

            "El buen obrero toma con confianza el pan de su trabajo; el perezoso y el negligente no mira cara a cara al que le da trabajo. Así pues, es necesario que estemos llenos de celo por el buen obrar pues de Él viene todo: Porque de antemano nos dice: He aquí el Señor. Y su recompensa está delante de su rostro para dar a cada uno según su obra. Por tanto, nos exhorta a creer en Él de todo corazón para que no seamos perezosos ni negligentes en toda obra buena. Estén en Él nuestra gloria y confianza" (san Clemente Romano).


            Al no ser perezosos a la obra buena, pondremos en Él nuestra confianza con lo que estaremos llenos de celo, tendremos la fuerza necesaria para avanzar.

            Una de las grandes dificultades del "trabajo" en nuestros días (y no estamos hablando del "mercado laboral" sino de la dedicación por el mundo, por la vida, por los que nos rodean...) es la escasez de "frutos". ¿Tiene sentido consagrar un esfuerzo, un trabajo, una dedicación a algo cuyos frutos no veremos? Estamos entrando en el terreno de la fe, en la importancia de trabajar sin esperar frutos. Entiéndase bien: no decimos que se trabaje y que los frutos no sean importantes. Nadie siembra para que no dé fruto. Pero una cosa es que dé fruto y otra bien diferente es que trabajemos para ver nosotros los frutos... Es famosa y aleccionadora la frase de Martin Luther King: "Si estuviera seguro que mañana estalla el mundo, yo hoy igual plantaría mi manzano". Esto, por otro lado, bien entendido, alienta nuestra esperanza y da sentido a nuestro trabajo. Es partir de la seguridad (que nos da confiar en Dios) de que lo sembrado dará fruto. Suele ser desalentador no obtener fruto, pero dejaría de ser importante (y dejaría de entristecernos) si no pretendiéramos ser necesariamente nosotros los que lo recolecten. Obviamente que si los frutos aparecen será mejor, pero no causa desánimo o desesperanza no obtener lo que no se espera...

            Otro elemento que no debe confundirse con pereza es el "no ocuparse", no dedicarse, no interesarse, por lo que -aunque para otros lo sea- para nosotros no es lo importante... "Yo no hubiera recogido un alfiler por evitar el purgatorio. Todo lo que yo he hecho ha sido para causarle placer a Dios y para salvarle almas" afirma santa Teresita en su lecho de moribunda. Evidentemente, mientras muchos buscaban "adquirir méritos" para "ganar" el cielo, y muchos pretendían alcanzar a toda costa la vida y, a toda costa, evitar el castigo, Teresa de Lisieux no se preocupa por los méritos, por los "ahorros" espirituales, sino por causarle placer a Dios, agradarle. "Un alfiler recogido por amor puede salvar un alma", afirma en otra parte; pero por salvar la suya no hubiera levantado un alfiler... Sin dudas que los que buscan méritos pueden entender esta espiritualidad como un camino "sin fuerza", flojo, desanimado. El tema, en este caso, radica en la escala de valores, en el camino que nos hemos propuesto o a dónde pretendemos llegar. En esto, la pereza no tiene nada que decir, aunque podamos andar "desorientados", o podamos caminar sin rumbo, pero eso es otra cosa...

            Acá es donde debemos comenzar a formularnos algunas preguntas: la misión fundamental del laico es "consagrar el mundo". Para ello cuenta con espacios privilegiados: el mundo del trabajo, del sindicato, de la política. Sin embargo, lo que se suele escuchar –gracias a Dios, en los últimos tiempos, bastante menos que antes- es que "la política (sindicatos, etc...) está podrida". La pregunta pertinente sería qué esfuerzo han hecho -y siguen haciendo- los laicos y laicas para consagrar el mundo político... ¿Qué han hecho para ser ellos la levadura que fermente toda la masa, y no ser ellos fermentados por otra levadura (o la "manzana podrida"...)? Y si no lo han hecho, si los laicos cristianos no están "trabajando" en donde deben trabajar, ¿dónde están?, ¿por qué no están donde deberían estar? ¿No habrá una suerte de pereza (sea de asedia, de tristitia o de hiperactividad en otros campos) que les impide comprometer su vida a consagrar el mundo? Si hay desidia, desánimo frente al mundo que vivimos, si hay tristeza frente a lo que "nos toca (sic) vivir"... ¿no tendrá la pereza una gran responsabilidad? Más que la corrupción, la injusticia, las responsabilidades externas, ¿no habrá una enorme cuota de responsabilidad en que mantenemos "dormido" el compromiso que nos exige crecer, ser mejores, vivir de un modo nuevo y fraterno? (sin negar -por supuesto- los compromisos y responsabilidades en ello de los corruptos, injustos, etc...). La enorme tristeza que embarga a tanta gente en nuestro presente, ¿no se parece mucho a la tristitia? ¿El desánimo frente al mundo presente, no se parece a la acedia? Porque entonces, si esto es así, debemos concluir que una gran cuota de pereza es la primera responsable de lo que nos pasa. Porque dejamos que pase... ¿Qué pasaría si los seguidores de Cristo se pusieran de pie, levantaran la bandera de la liberación y la justicia, si combatieran de raíz la corrupción y la mentira, si "trabajaran" por un mundo nuevo y fraterno? Sin dudas no estaríamos como estamos. Sin dudas, no sólo no les hemos reclamado a los tantos que han jurado sabiendo que ni Dios ni la Patria jamás los demandarán, sino que les hemos permitido que nos saqueen, nos mientan, nos roben... No hemos hecho lo que debíamos (aunque muchos hemos hecho "miles de cosas"). Y eso es acedia.

            Claro que no es sólo desaliento. También hay "desalentadores". La apatía tiene mucha razón de ser, precisamente sería una "laboriosidad ingenua" decir simplemente "voy a...", pero quienes creemos que el pueblo no es tonto (aunque sí pacífico), no es ingenuo (aunque sí confiado) y no es quedado (aunque sí prudente), no perdemos la esperanza en que un mundo nuevo y mejor es posible, pero debemos esperar “que nos dé sus benditas señales de vida el pueblo” (Teresa Parodi). Y saber reconocer las señales que el pueblo va dando y caminar a su lado.

            Por otra parte, para alentar el desaliento se afirma que han muerto, o están en crisis las ideologías, que ya no hay algo por qué luchar, algo por lo que vale la pena vivir (y ser feliz). Eso es un llamado a la pereza, a la tristitia, a la desesperanza, a la depresión y a la muerte. Es grave que haya quienes alienten la “no política”, que –valga la ironía- alienten el desaliento. Muchos, en cambio, seguimos creyendo en la fuerza de la vida. Muchos seguimos creyendo que las utopías son ideales inalcanzables, pero que -como el horizonte- dan orientación y sentido a nuestra marcha. El Reino del amor y la justicia es una utopía; siempre existirá el pecado, la injusticia y la muerte (el camino está siempre lleno de polvo y espinas, pero eso no debe “entristecer” la marcha); pero sabemos, porque confiamos en la palabra de Dios, que el Reino puede ir viniendo (y lo pedimos en el Padre Nuestro), y que día a día podemos ir buscándolo y ganándolo... Mientras tanto, nos queda el aguante. Pero un aguante que no es sólo "soportar" sino "tener aguante", como se dice en términos futboleros. Y cuando de tener aguante se trata, se hace importante (ayuda a "cargar las pilas", a "despertarse", a "saltar de la cama") mirar el testimonio -el martirio- de tantos hermanos que ayer y hoy han dado y siguen dando la vida para que la vida crezca, para que la esperanza florezca y para que la alegría renazca. Quienes trabajan para "insuflar ánimo en el desaliento", "aniquilar la muerte", "destruir la tristeza", pueden darnos una mano para desperezarnos y animarnos a crecer y ser felices, y ayudar o trabajar para que otros también lo sean.



Dibujo tomado de http://elenaescolar.wordpress.com/2013/01/14/deporte-y-pereza/

VC 6. Gula

La Gula

Eduardo de la Serna


            Sin dudas, pocos vicios son tan difíciles de comprender para nuestra mentalidad contemporánea como la "gula". Suele entenderse como "vicio desordenado en el comer y beber", o "comer o beber sin tener hambre o sed"... La búsqueda insaciable de placer del hombre de hoy (y de todos los tiempos), evidentemente no puede comprender que la comida o la bebida tengan un límite. Además, ¿quién tiene derecho a ponerlo? Y si lo hay, ¿cuál es ese límite? Después de tantas y dolorosas experiencias de represión, de límites, estados de sitio y autoritarismo, estamos hipersensibilizados frente a todo aquello que quiere limitar lo que entendemos son nuestros derechos y el ejercicio de nuestra libertad. En este aspecto, estamos en un terreno cercano a lo que hemos dicho sobre la dificultad de hablar de la lujuria. ¿Acaso no tengo derecho a hacer lo que quiero sin molestar a los demás?

            Es evidente que al hablar de "vicios", hablamos de aquello que atenta contra la "virtud", es decir, intentamos referir a lo bueno para el ser humano, para alcanzar su felicidad plena. Algo que él mismo debe procurar para sí y para los que lo rodean. Jamás de algo que pueda o deba imponerse a los demás (¿cómo podría imponerse una virtud?). Teniendo esto claro, es decir, alejándonos de toda represión, intentamos proponer caminos que permiten  a la humanidad un acceso a la felicidad. Pero para poder entendernos, lo primero es aclarar malentendidos.

Malentendidos

            Muchos de los dichos tradicionales y antiguos que hacen al "control de los sentidos" tienen su origen en una concepción dualista del ser humano; es decir: ‘el hombre’ estaría dividido en "cuerpo y alma", el cuerpo es lo animal, el alma lo divino en el ser humano, el cuerpo es más o menos malo (para algunos grupos, totalmente malo), mientras que el alma es sustancialmente buena. Así, para no dar "rienda libre" al "animal que todos llevamos dentro" se nos decía (como si eso fuera virtuoso) que san Luis Gonzaga nunca había mirado a su madre a los ojos, o se hablaba de las virtudes de ayunos prolongados y sacrificios a veces notablemente cruentos para "frenar" el cuerpo.

            Nosotros, hoy, que en algunos ambientes se habla de deshelenizar el cristianismo, no hablamos de "partes" del ser humano, y menos de una "parte" mejor que otra. Sin dudas hay cosas (físicas o espirituales, si se puede llamar así) que son buenas y cosas (físicas o espirituales) que son malas para el ser humano: dar sangre a un enfermo es algo (físico) bueno, y la envidia es algo (espiritual) malo, indudablemente. No deja de ser sugestivo -valga como ejemplo- que san Pablo, mientras algunos espiritualistas de la comunidad parecen proponer en Corinto que es "bueno" que los matrimonios no mantengan relaciones sexuales, el Apóstol les dice que no tener relaciones sólo sirve para provocar la tentación, y sólo es admisible si es algo decidido de común acuerdo, por un tiempo breve y para dedicarse a la oración (1 Cor 5,7). Pero sólo con esas tres condiciones es admisible, y lo hace como una concesión.

¿Gula y lujuria?

            Es claro, según esta mentalidad, que al "despertarse el indio" (o "liberarse la fiera"; con lo que “indio” es algo negativo, sic), éste se vuelve incontrolable, allí se desbocan "todos" los vicios, se preparan "todos" los pecados. Así, por ejemplo, sostiene san Gregorio: "mucha comida y mucha bebida generan una triple prole: palabras ligeras, acciones ligeras y pasiones de lujuria". Es decir, cuando el ser humao "se pierde", por "ceder" en los límites que tenía su interior animal, todo lo animal se vuelve incontrolable y se pierde lo divino. Los excesos en la comida y -sobre todo- la bebida eran vistos como la antesala de los pecados sexuales; que, además, muchos consideraban los peores y más detestables de los pecados: son pecados del cuerpo, que es "malo" según ellos. Nótese por ejemplo este texto:

            "El sapientísimo Pablo, escribiendo a los Gentiles convertidos, manda eliminar en primer lugar el efecto del pecado y luego, retrocediendo en orden, subir a la causa. Y la causa es, como se ha dicho, la avaricia que engendra y hace crecer la pasión. Pienso que así se indica la gula, como madre y nutriz de la fornicación. Y la avidez es un mal no sólo respecto a las riquezas, sino también respecto a los alimentos; como el dominio de sí es bueno no sólo respecto a los alimentos, sino también respecto a las riquezas" (Máximo, el Confesor).

            Para ser más gráficos, miremos otros dos textos de este gran escritor cristiano:

            "Cuídate del amor propio, madre de los vicios, que es el amor irracional del cuerpo. De él nacen sin duda los primeros tres pensamientos pasionales fundamentales: el de la gula, el de la avaricia y el de la vanagloria, que tiene su origen de las exigencias necesarias del cuerpo; por ellos nace toda la serie de vicios. Es necesario, pues, como se ha dicho, cuidarse necesariamente de este amor propio y combatirlo con mucha sobriedad; destruido éste, son destruidos todos los pensamientos que provienen de él".
            "De éste se engendran los tres pensamientos capitales de la concupiscencia: el de la gula, el de la avaricia y el de la vanagloria. De la gula nace el de la fornicación, de la avaricia, el de la avidez; de la vanagloria, el de la soberbia".

            Creemos que estos son "malentendidos" (más allá de la gran cuota de verdad que tienen) ya que no creemos que el ser humano sea un "ser intermedio" entre Dios y el animal; no es un equilibrio entre lo divino y lo animal lo que marca la moralidad o inmoralidad de las acciones humanas. Es el amor.

            Pero también nuestra sociedad actual tiene sus "malentendidos". Hacer lo que "se siente" no hace a nadie ni mejor ni más feliz, a menos que se confunda placer con felicidad, dar "cauce libre" a los sentimientos no hace más libre a la persona humana. Creemos que lo que nos hace verdaderamente felices y plenamente libres es la capacidad de amar, acá radica, una vez más, la clave...

            Si muchos malentendidos del pasado tenían su raíz en un modo de comprender al ser humano, muchos malentendidos de nuestro presente también radican en la antropología. Y si bien la antropología del pasado estaba particularmente influida por la filosofía griega ("animal racional", "cuerpo y alma", "cuerpo cárcel del alma"...) hoy, ninguna sensata concepción cristiana del ser humano podría prescindir de los aportes de la psicología, de la sociología, de los modernos estudios bíblicos... Teniendo esto en cuenta, intentaremos decir algo sobre el vicio de la gula.

La Gula

            La palabra "gula" dice relación a "comida/banquete". La referencia es a lo que entra por la boca (por la gola), y que consumido en exceso (especialmente la bebida) hace perder la libertad. Claro que, precisamente la comida/bebida hoy nos remite a una serie de cosas que debemos tener en cuenta: la obesidad, el alcoholismo, el buen comer... La comida y la bebida de un modo compulsivo, lo sabemos hoy, es una verdadera enfermedad, y precisamente por serlo, no puede verse como vicio. No es proponiendo la virtud contraria que se supera este mal, sino con un tratamiento. Sin dudas que la pérdida de libertad que se da en los bebedores o comedores compulsivos es un mal, pero la pérdida de libertad (que es el mal) viene antes de la comida/bebida, no después. El mal es anterior a la comida, ésta es un síntoma de su mal.

            Otro elemento es el querer comer bien en el sentido de algo "rico". ¿Quién puede dudar que sea más placentero una comida deliciosa que una comida desabrida? Y, ¿quién afirmaría hoy que es malo preferir comer bien, gustosamente, y que es bueno tener una comida sin sabor? Tampoco en el buen gusto está el vicio.

            Un tercer elemento es el estético. Es un elemento difícil ya que literalmente "está de moda". Sin dudas se ve mejor una mujer "en línea" que una persona "obesa" (aunque Rembrandt y Rubens no coincidirían con esta estética, por no hablar de Fernando Botero); no en vano se llama "modelos" a quienes pueden "mostrar" un cuerpo "perfecto" (aunque no quede claro modelos de qué; muchos preferiríamos que el adjetivo "modelos" se aplique a Rigoberta Menchú o a la Madre Teresa, aunque sean estéticamente menos bellas)... De todos modos, más allá de la superficialidad de la propuesta meramente "estética" de "verse bien", así como no nos referimos al comportamiento compulsivo en el comer o beber cuando hablamos de vicio, tampoco nos referimos a las privaciones para "verse bien" como meritorias (lo mismo -lo dijimos- no es meritoria la continencia por miedo al Sida, o a un embarazo).

            Siempre es el amor el criterio que debemos tener en cuenta... Por otra parte, y no es un detalle de poca importancia, es claro que una cosa es el ser y otra muy distinta el parecer (o aparecer). Sin dudas los vicios y virtudes apuntan al "ser" de la persona. El culto al cuerpo, la presentación de mujeres hermosísimas, como un ideal a alcanzar, y sin el cual es "imposible" ser felices ("pobre, está gordita") se dirige al aparecer. Nos movemos en dos terrenos, dos dimensiones diferentes. No discutimos que una persona busque verse bien (aunque una cosa es cuidarse, prestar atención al cuerpo, y otra muy distinta hacer un culto del cuerpo, someterse a flagelaciones atroces, o "ser hecha a nuevo" donde uno no sabe si se ha enamorado de esta persona o de la mano artística del cirujano). Verse bien es bueno, pero no radica allí la felicidad de la persona. Esto es fundamental.

            Es claro, de todos modos, que una cosa es "dominar" el cuerpo, otra es "ser dominado" por el cuerpo. La gula tiene que ver con esta segunda cuestión. ¿Alguien negaría que una persona alcoholizada, por ejemplo, queda notablemente reducida en su capacidad y su libertad?

            Teniendo presente lo dicho más arriba, y la importancia de entender un texto en su contexto y la influencia del modo de entender al hombre del entorno cultural, veamos un texto interesante de un apócrifo probablemente judío (o quizás cristiano):


            "Hijos míos, no os embriaguéis de vino, porque éste aparta la mente de la verdad, la impulsa al ímpetu del deseo y conduce los ojos hacia la perdición. Pues el espíritu de la fornicación utiliza al vino como servidor para proporcionar placer a los sentidos; ambos roban también la fuerza del hombre. Si alguno bebe vino hasta embriagarse, éste excita su mente hacia la fornicación por medio de sucios pensamientos y caldea su cuerpo para la unión carnal, y si se halla presente la causa del deseo, comete el pecado sin el menor pudor. Así es el vino, hijos míos, porque el borracho no se avergüenza ante nadie". (Testamento de Judá).


            Es claro que a la gula se intenta enfrentar la templanza como "virtud opuesta" que ayuda a vencer el vicio o combatir el pecado. Miremos un breve texto de san Jerónimo, de quien debemos recordar era profundo amante de la ascesis, de la vida en el desierto, las mortificaciones: "Siempre has de comer de tal manera que a la comida pueda seguir la oración y la lectura". La importancia de poder hacer lo que se desea y no verse impedido por los efectos de la comida, es lo central en este dicho.

            Es claro que la referencia al "comer" ocupa un lugar importante en los textos bíblicos. La comida es algo religioso, en comidas se celebran las grandes fiestas religiosas de Israel (la Pascua, por ejemplo), pero las comidas pueden ser, a su vez ocasión de caída: el rico se desentiende del alimento del pobre Lázaro a la puerta de su casa, las comidas impuras (por ejemplo, de carne de cerdo) son muy mal vistas en el pueblo judío (cf. 2 Mac 6). No en vano el relato de la caída del primer hombre (varón y mujer) lo presenta como una comida. Es interesante notar la siguiente relectura de este texto:

            "Cuando miras con ansiedad hacia el árbol prohibido, la serpiente se introduce a hurtadillas en tu corazón y te habla con lisonjas; ahoga tu corazón con halagos y disipa con mentiras tu temor sugiriéndote este retintín: ¿Morir?, ¡en absoluto! Te excita la gula para que hiervas en ansiedad; agudiza la curiosidad con la sugestión del deseo. Te ofrece lo prohibido y te arrebata lo que ya tienes. Te da una manzana y te roba el paraíso. Por tragarte el veneno, morirás y darás a luz a los que han de morir. Se perdió la salvación, pero los hombres siguen naciendo. Nacemos y morimos. Nacemos para morir, porque morimos antes de nacer. Este es el yugo pesado que oprime a tus hijos hasta el día de hoy". (San Bernardo).
 
Pero esto que hemos dicho no nos debe confundir. La comida puede ser origen de momentos de pecado o de fraternidad. El mal no radica en la comida:


            "no temo yo la impureza del manjar, sino la impureza del apetito. Sé que a Noé se le permitió comer todo género de carne comestible (Gen. 9,3); que Elías se alimentó con manjar de carne (1 Re 17,6); que el Bautista, varón de admirable abstinencia, no se manchó con los animales, esto es, con las langostas que le servían de alimento (Mt.,3,4). Y sé que Esaú fue engañado por el apetito de unas lentejas (Gen. 25,30), y que David se reprendió a sí mismo por un deseo de beber agua (2 Sam 23,15-17); y que nuestro Rey fue tentado, no con carne, sino con pan (Mt. 4,3). Y que por eso también el pueblo en el desierto mereció ser reprobado, no porque deseó carne, sino porque con el deseo de ella, murmuró contra el Señor (Núm. 11,1)." (San Agustín).


            San Pablo nos ha dicho, después de decir que se deben evitar los excesos en la comida y la bebida (Rom 13,13) que "el reino de Dios no es cuestión de comida ni de bebida" (14,17).


La "gula espiritual"

            A modo de paréntesis, es interesante que Juan de la Cruz hable con cierta frecuencia de "gula espiritual". Se refiere a la búsqueda "golosa" de cosas espirituales. Dejemos hablar a este gran maestro espiritual:

            "Lo mismo tienen éstos en la oración que ejercitan, que piensan que todo el negocio de ella está en hallar gusto y devoción sensible, y procuran sacarle, como dicen, a fuerza de brazos, cansando y fatigando las potencias y la cabeza; y, cuando no han hallado el tal gusto, se desconsuelan mucho pensando que no han hecho nada. Y por esta pretensión pierden la verdadera devoción y espíritu, que consiste en perseverar allí con paciencia y humildad, desconfiando de sí, sólo por agradar a Dios. A esta causa, cuando no han hallado una vez sabor en este u otro ejercicio, tienen mucha desgana y repugnancia de volver a él, y a veces lo dejan; que, en fin, son, como habemos dicho, semejantes a los niños, que no se mueven ni obran por razón, sino por el gusto. Todo se les va a éstos en buscar gusto y consuelo de espíritu, y por esto nunca se hartan de leer libros, y ahora toman una meditación, ahora otra, andando a caza de este gusto con las cosas de Dios; a los cuales les niega Dios muy justa, discreta y amorosamente, porque, si esto no fuese, crecerían por esta gula y golosina espiritual en males sin cuento. Por lo cual conviene mucho a éstos entrar en la noche oscura que habemos de dar, para que se purguen de estas niñerías".


El ayuno y los banquetes

            Ya hemos anticipado dos elementos que ahora es justo destacar un poco más: los banquetes y el ayuno. En el nuevo testamento no hay una invitación a ayunar como la hay en el Antiguo Testamento. Sólo se nos dice, en un contexto de piedad judía (Mt 6), que el ayuno no debe ser "visible" para los demás. El resto de las menciones son para afirmar, precisamente, que ni Jesús ni sus discípulos ayunan. Son los discípulos de los fariseos o los del Bautista los que ayunan, es más, al ayuno del Bautista se contrapone la participación frecuente de Jesús en comidas, tanto que lo llaman "comedor y borracho" (Mt 9,14; 11,19). En realidad, hemos de decir que el ayuno es una práctica más judía que cristiana; aunque fue aceptada por los cristianos desde los primeros tiempos, particularmente entre los judeo-cristianos. Sin embargo, sobre la práctica judía no podemos dejar de tener en cuenta lo dicho por Isaías 58. De todos modos, la actitud de Jesús de preferir los banquetes a los ayunos debemos tenerla particularmente en cuenta ya que es un signo de su preferencia por un camino abierto a todos antes que por proponer un grupo cerrado, sectario, como el de los fariseos o los discípulos del Bautista. La característica de "incluir" típica del mensaje del Reino que Jesús predica, es claramente expresada en su participación en las mesas. No podemos descuidar que, desde Isaías 25 el banquete es expresión del Reino, y que Jesús utilizó esa imagen con mucha frecuencia.

            Sobre el ayuno, en cambio, no podemos dejar de tener presente que no es visto como algo meramente ascético. El ayuno (y esto es también característico de la piedad judía; Mt 6 no es ajeno a esto) no es una cosa individual que nada tiene que ver con Dios y con el hermano. Sería falso pensar que el triple acto de piedad: oración, limosna y ayuno corresponde al triple amor: a Dios, al prójimo y a sí mismo. El ayuno, la oración y la limosna, en la tradición cristiana van estrechamente unidos y no van el uno sin los otros. Nótese este texto del libro sagrado de los musulmanes:

            "Dios no les tendrá en cuenta la vanidad de sus juramentos, pero sí el que hayan jurado deliberadamente. Como expiación, alimentarán a diez pobres como suelen alimentar a su familia, o les vestirán, o manumitirán a un esclavo. Quien no pueda, que ayune tres días. Cuando juren, ésa será la expiación por sus juramentos. ¡Sean fieles a lo que juran!". (Corán)



El hambre del pobre

            De todos modos, si la clave de todo en la virtud y en el vicio la da el amor, en momentos de tanta hambre, de crecimiento mundial de la pobreza, nuestras mesas tienen que decir algo. Tienen que decir mucho. Por una parte, y no creemos que sea ajeno a la gula, muchas veces se confunde "comer bien" con la ostentación en el comer. Las mesas abundantes de unos pocos en contraste con las mesas vacías de muchos sí dice algo que tiene que ver con el pecado. El pecado se agrava cuando el despilfarro es evidente, cuando se reemplazan los faisanes de antaño por el caviar y el champagne despreocupados de la falta de lo mínimo necesario para vivir. Hoy podemos saber que determinadas actitudes compulsivas son fruto de una enfermedad, que el hombre no es un ser que debe domar su mitad animal para que "surja" su mitad divina, pero también sabemos que el hombre sabe comportarse como "lobo del hombre", capaz de devorar la hacienda del pobre. Sin dudas, los millones de platos vacíos de tantos hermanos y hermanas son hoy la expresión de una gula diferente, causante de enormes pecados. Sin dudas que la mesa sigue siendo lugar de pecado, pero no por ser causante de los pecados del cuerpo, sino por ser expresión visible de indiferencia, de la incapacidad de compartir el pan.
Notemos la firmeza de este texto:

            "de gozarse en olores suaves le nace asco de los pobres, que es contra la doctrina de Cristo, enemistad a la servidumbre, poco rendimiento de corazón en las cosas humildes e insensibilidad espiritual, por lo menos según la proporción de su apetito. Del gozo en el sabor de los manjares, derechamente nace gula y embriaguez, ira, discordia y falta de caridad con los prójimos y pobres, como tuvo con Lázaro aquel epulón que comía cada día espléndidamente (Lc. 16, 19). De ahí nace el destemple corporal, las enfermedades; nacen los malos movimientos, porque crecen los incentivos de la lujuria". (San Juan de la Cruz)

  
Por eso conserva actualidad la profética encíclica Populorum Progressio

            "publicistas, a ustedes corresponde poner ante nuestros ojos el esfuerzo realizado para promover la mutua ayuda entre los pueblos, así como también el espectáculo de las miserias que los hombres tienen tendencia a olvidar para tranquilizar sus conciencias; que los ricos sepan al menos que los pobres están a su puerta y aguardan las migajas de sus banquetes". (Pablo VI)

Terminemos con una actual homilía:

            "el mundo material es para todos, sin fronteras; luego, una mesa común, con manteles largos para todos, como esta Eucaristía. Cada uno con su taburete, y para que a todos llegue la mesa, el mantel y el con qué. Por algo quiso Cristo significar su Reino en un cena. Hablaba mucho de una cena y la celebró la víspera de su compromiso total. El de 33 años celebró una cena de despedida con los más íntimos, y dijo que ése era el memorial grande de la redención. Una mesa compartida en la hermandad, en la que todos tengan su puesto y su lugar".

            Un mes después de esta homilía, Rutilio Grande, fue asesinado (¿por los que querían "comer solos"?) en El Salvador.



Foto tomada de http://www.cnnexpansion.com/economia/2013/01/10/50-de-la-comida-se-desperdicia-estudio

VC 5. Envidia

La envidia

Eduardo de la Serna



    Hasta aquí venimos hablando de "vicios", sin señalar la dimensión de "pecado" de este grupo de "vicios capitales". Pero algo debe llamarnos la atención: hemos hablado de la soberbia como característico de Adán, de la avaricia como característico de Judas, y de la envidia se dice algo todavía peor: no sólo se afirma con mucha frecuencia (diremos algo más adelante sobre esto) que es el pecado de Caín, sino que es pecado del mismo diablo... Después de esto, ¿podemos seguir prefiriendo el título "vicios" al de "pecados"? Obviamente creemos que sí, pero debemos profundizar esta cuestión para evitar malos entendidos.

    Estrictamente hablando, la envidia es el deseo de tener algo que otro u otros tienen y de lo que carecemos, o es una cierta "incomodidad" por aquello que tienen y nosotros no. Pero puede haber diferentes "grados". Algo bueno que el otro tiene o ha hecho, puede entristecernos, o puede movernos a vivirlo o buscarlo nosotros también. Obviamente en el primero de los casos estamos en el terreno de una "mala envidia" y en el segundo en el de una "sana envidia". Por eso debemos entender, en primer lugar, eso de la envidia buena a fin de ser más precisos al hablar de aquella que puede llegar a ser presentada hasta como "pecado satánico"... 

Una "santa" envidia


    De las muchas veces que santa Teresa de Avila habla de la envidia, varias lo hace para afirmar que, por ejemplo, tenía envidia del modo de rezar de Fulano, o del entendimiento de Mengano; algo semejante ocurre en santa Teresita. "Envidia", en este caso, es "me gustaría también tenerlo yo"; pero de ninguna manera un "me gustaría que él no lo tenga". Y aquí radica la cuestión más importante. Otro sentido, es saber que alguien se ganó el "Loto" y decir "me hubiera gustado ganarlo yo" (¡qué suerte envidiable!), es simplemente una expresión de deseo. Tampoco aquí podemos hablar de una envidia "perversa". Saber que alguien tiene algo que no tenemos, puede incluso -y también acá hay un punto muy importante- ser un incentivo para procurar adquirirlo nosotros también. Claro que esto vale particularmente para los "bienes" que algunos llaman "espirituales", bienes que todos pueden tener sin que se agoten (como el modo de oración de Fulano), bienes que podemos pretender porque a nadie se lo quitamos al adquirirlo. Diferente es el caso de los bienes a los que los mismos llaman "materiales". Muchas veces el deseo de ellos es simplemente un buen deseo: "me gustaría tener tal cosa como tiene fulano", y sentirnos incentivados para ver la forma de adquirirlo: trabajo, ahorro, esfuerzo, etc... En este aspecto, la "envidia" tiene una forma benigna que estimula la competición y el mejoramiento. ¿Quien se animaría a afirmar que en este caso es algo negativo? ¡Todo lo contrario!, es algo que impulsa hacia el bien, que nos "seduce" hacia el bien. En este caso, entonces, (y sin entrar en el simple "me gustaría" que puede ser el deseo de aquello que es bueno), nuestro impulso hacia lo que otros tienen y nosotros no, puede traducirse en incentivo, esfuerzo, sana competencia para alcanzar nosotros también aquello. E insistimos en "sana" competencia ya que hemos hablado de la competencia perversa del sistema económico que busca la aniquilación del otro (ver "Avaricia"), y por tanto saber que si otro tiene es que nosotros hemos perdido, y que debemos hacer lo necesario para adquirirlo.

    Más difícil es el caso de aquello que supone "uno u otro". Pongamos un ejemplo sencillo. En un equipo de fútbol hay más de un jugador por puesto. Algunos deben ir al banco de suplentes. En primer lugar está el equipo (o debería estarlo), pero un jugador, además buscará jugar lo mejor posible para entrar como titular. Obviamente, eso significa que un compañero irá al banco. Por otro lado, si uno está en el banco y el que nos reemplaza está jugando muy bien, eso va en beneficio del equipo, pero en perjuicio nuestro. ¿Cómo encontrar un equilibrio, ciertamente difícil, de buscar mejorar, de alegrarnos por el buen momento de nuestro reemplazante, del éxito del equipo aunque no juguemos...? Dejemos este ejemplo pendiente, volveremos sobre esto, aunque ya se empieza a insinuar una buena o necesaria competencia que perjudica a otro. Yo puedo envidiar que otro esté jugando en mi lugar, y hasta alegrarme cuando él no pueda jugar. La pregunta será, ¿cuál es el criterio para señalar el límite entre lo bueno y lo que no lo es no tanto?

"Verde de envidia"


    "A naides tengas envidia,
    es muy triste el envidiar;
    cuando veás a otro ganar
    a estorbarlo no te metas:
    cada lechón en su teta
    es el modo de mamar."

                              (Martín Fierro)

    Para entender este siguiente paso que vamos a dar, donde pretendemos presentar una "mala envidia", vamos a poner un ejemplo de la vida real. Lamentablemente cierto. Evidentemente los casos están disimulados, pero no mentidos. Dos mamás se encuentran en un negocio importante y caro. Ambas están con sus hijas que preparan una ‘fiesta de 15'. La mamá "A" no deja de observar todo lo que mira, pregunta y anota la mamá "B". Pero a continuación le sugiere comprar "en el negocio de la vuelta que es más barato y mejor". Llega incluso a esperarla en la puerta a fin de asegurarse que no haya comprado o encargado nada mejor, ni más lindo que lo que encargó su hija. ¡No puede soportar que la mejor fiesta no sea la suya! Acá reside el punto de la "envidia": incomodarse, entristecerse o dolerse con el bien ajeno. Evidentemente, esta envidia tiene muchas "hijas": el chisme, la murmuración, la difamación, el gozo por el mal ajeno y tristeza de su prosperidad, e incluso el odio... "De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad" (S. Gregorio Magno). Lo que la tradición popular llama "el mal de ojo" -por ejemplo- empieza precisamente en esta actitud: es un "mirar mal", es el "ojo malo" (Sir 14,8; Mt 20,15). ¿Alguien se animaría a negar que esa mirada cargada de envidia realmente enferma? Lamentablemente a este tema de la supuesta envidia se aferran muchos aprovechando la debilidad, la angustia, la ignorancia o la desesperación de tantos para esquilmarlos limpiando supuestos trabajos o nudos que otros han puesto, y asegurando eficacia aun a costa de división de familias, de sospechas de compañeros de trabajo y de los pocos dineros que a algunos le quedan...

    Sin dudas, el deseo por tener lo que tiene el otro, pasó una invisible barrera en la que ya no sólo es una competencia, sino que se desea que el otro no tenga lo que nosotros no podemos tener... Es iluminador del ejemplo que acabamos de poner esta cita de san Bernardo:
    "Efectivamente, son tan ligeros que vuelan como las palabras. Habla uno solo, y sólo pronuncia una palabra. Sin embargo, esa única palabra en un momento hiere los oídos de todos los que la escuchan, y mata sus almas. Es que el corazón amargado por la hiel de la envidia no puede derramar sino amargura por la lengua. Así lo dice el Señor: Lo que rebosa del corazón lo habla la boca. Son muy diversas las clases de esta peste. Unos vomitan el virus de la difamación abiertamente y sin miramiento alguno, según les viene a la boca. Otros, incapaces de contenerse, se esfuerzan por revestir aparentemente con cierta timidez artificial la malicia engendrada por la falacia. Observarás que suspiran profundamente y sueltan la difamación con cierta gravedad y desgana, con cara de tristeza, con un ceño de humildad y voz entrecortada; son más convincentes porque simulan que lo hacen contra su corazón, y que lo dicen con sentimiento de dolor y sin pizca de maldad".

    ¿Hay algún punto que nos permita establecer criterios entre estas diferentes "envidias"? Hasta ahora hemos visto una envidia "santa", en la que se desean cosas buenas alegrándonos con lo que el otro tiene y desearíamos nosotros también tener, una envidia "sana" que ayuda a crecer mirando el ejemplo de otros e impulsándonos con sus alcances, una envidia "inocua" que es un simple deseo o su expresión: "me gustaría...", y estamos descubriendo una "mala" envidia. Envidia que, precisamente por estar separada por una barrera invisible de las anteriores, no deberíamos dejar de estar atentos a revisar nuestro corazón para evitarla; así afirma Máximo el Confesor:
    "Con esfuerzo detendrás la tristeza del envidioso, él considera desgracia aquello que envidia en ti y no es posible detener la tristeza de otro modo, si no lo ocultas algo. Pero si eso es provechoso a muchos, y lo entristece a él, ¿por cuál parte optarás? Es necesario ser de utilidad a muchos y no descuidar a aquel, en cuanto es posible, ni dejarse arrastrar por la malicia de la pasión, como si combatieses no contra la pasión, sino contra el que está sujeto a ella; debes, en cambio, con humildad considerarlo superior a ti y en todo tiempo, lugar y situación darle la precedencia. También tu envidia puede detenerse, si te alegras de lo que se alegra el que es envidiado por ti y si también te entristeces de lo que él se entristece, cumpliendo la palabra del Apóstol: Alégrate con los que se alegran y llora con los que lloran".

    La actitud frente al otro, más que a sus bienes es lo que hace visible esa línea invisible que podemos pasar imperceptiblemente. No en vano en una larga carta sobre la envidia, san Jerónimo dice que es el pecado característico del hijo mayor de la parábola frecuentemente llamada del "hijo pródigo". Es el "mal ojo", reflejo del "mal corazón" el que nos lleva a concluir que la envidia puede llegar a desatar las peores cosas dentro del corazón y la vida humana:
    "Pero a la actitud personal del pecado, a la ruptura con Dios que envilece al hombre, corresponde siempre en el plano de las relaciones interpersonales, la actitud de egoísmo, de orgullo, de ambición y envidia que generan injusticia, dominación, violencia a todos los niveles; lucha entre individuos, grupos, clases sociales y pueblos, así como corrupción, hedonismo, exacerbación del sexo y superficialidad en las relaciones mutuas (Cfr. Gál. 5,19-21). Consiguientemente se establecen situaciones de pecado que, a nivel mundial, esclavizan a tantos hombres y condicionan adversamente a la libertad de todos" (Puebla).

Un pecado terrible


    Pero si hemos visto los riesgos, la facilidad en el traspaso de barreras invisibles, no podemos dejar de tener en cuenta que una vez traspasadas esas barreras, una vez desbocado el caballo de la envidia, es tan difícil, si no imposible de controlar que llega a ser el pecado paradigmático. Como hemos señalado, desde muy antiguo y hasta no hace poco, era considerado el pecado típico de Caín (así, el apócrifo judío -o quizás cristiano- “Testamento de los 12 Patriarcas”, Clemente Romano, san Agustín, san Jerónimo, san Bernardo y el Catecismo de Pio X). Hoy no suele leerse de modo "histórico" el relato del asesinato de Caín a Abel, y por remitir a tiempos originarios con un lenguaje mitológico, no se cree que presente cuestiones tan destacadas en lo ético. Sin ser este lugar para analizar el texto, señalemos que al igual que la vergüenza en Gen 3, lo que podemos llamar "envidia" en Gen 4 es una fuerza que Caín tiene y debe dominar. Más concretamente, la envidia es lo que mueve a "matar a su hermano" a los hijos de Jacob (Gen 37). En seguida presentaremos la relectura que el Testamento de los 12 Patriarcas hace de este momento, pero aquí debemos dar un paso más. La gravedad de la envidia en este aspecto es tal que se ha visto como el pecado del Diablo, ya desde Sab 2,24: "por la envidia del demonio entró la muerte", pasando por la envidia como causa de la cruz: "Pilatos sabía que lo habían entregado por envidia" (Mt 27,18), hasta a hacerlo "pecado del diablo por excelencia" (san Agustín, san Jerónimo). Veamos como -en el apócrifo citado- uno de los hermanos de José, Simeón, se arrepiente de haber entregado a José, y reconoce en la envidia la causa de esto y en el demonio su origen:
    "Por aquel entonces tenía yo celos de José porque nuestro padre lo amaba, y mi cólera se afianzaba en la idea de aniquilarlo. El príncipe del error, enviándome el espíritu de la envidia, había obcecado mi mente, dispuesta a no considerarle como hermano ni a tener piedad de Jacob, mi padre. Pero su Dios y de sus padres envió a su ángel y lo salvó de mis manos".

    Acá hay una intuición fundamental: si el proyecto de Dios es la fraternidad en el amor, nada hay que atente más desde lo profundo que todo aquello que quiebra esa fraternidad (“dispuesto a no considerarlo como hermano”). De la fraternidad quebrada surgen todos los desordenes en las relaciones humanas, y entonces bien podemos señalar que esa fractura es diabólica. Por eso, además del recientemente citado texto de Puebla, debemos tener en cuenta lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
    "Las injusticias, las desigualdades excesivas de orden económico o social, la envidia, la desconfianza y el orgullo, que existen entre los hombres y las naciones, amenazan sin cesar la paz y causan las guerras".

    La guerra es, sin dudas, la máxima expresión de la envidia como fractura del orden fraternal.

    Notemos lo que dice una de las primeras reflexiones cristianas sobre la envidia (fines del s.I)
    "De aquí nacieron envidia y malevolencia, disputa y revuelta, persecución y desorden, guerra y cautividad. Así se alzaron los sin honor contra los honrados, los sin gloria contra los ilustres, los insensatos contra los prudentes, los jóvenes contra los ancianos. Por ello, se fue lejos la justicia y la paz, pues cada cual abandonó el temor de Dios, se ofuscó en su fe y ya no camina según las normas de sus mandatos ni se comporta como conviene a Cristo, sino que cada cual camina según las pasiones de su perverso corazón, al acoger una injusta e impía envidia por la cual también la muerte entró en el mundo." (Clemente Romano, que, más adelante, llega a afirmar que por envidia murieron Pedro y Pablo)

    Habíamos hablado de la envidia como un caballo desbocado. Esa es la imagen que presenta san Bernardo (escritor cristiano que ahonda con notable profundidad sobre lo que estamos reflexionando).
    "Montan estos dos caballos la Soberbia y la Envidia; la Soberbia guía al Fausto y la Envidia al Poder. Lo arrastra a toda prisa el amor a las pompas diabólicas, porque su corazón se ha hinchado antes por la Soberbia. Pero el que, retenido por el temor, se mantiene inamovible en sí mismo, moderado por su gravedad, sólido por su humildad, sano por su pureza, no lo arrebatará fácilmente el soplo agradable de su vanidad. Al caballo del Poder terreno lo lleva la Envidia. Incluso lo pica sin cesar con las espuelas de los celos, con la sospecha de verse suplantado y con el miedo a sucumbir. Pues una cosa es lo que sospecha el sucesor y otra lo que teme el invasor. Y con estas dos espuelas se le excita sin parar hacia el Poder terreno: Todo esto concierne al carro de la Malicia."

    Como se puede notar, del paso de una "santa" envidia, a una envidia "diabólica" estamos en una enorme gama que debemos reconocer y atender para amar la primera y aborrecer la segunda. Mientras la primera es recomendable, ésta es absolutamente detestable,. Estamos en un terreno en el que el vicio puede conducir fácilmente al pecado, hasta el punto de ser prácticamente el pecado por excelencia, el pecado casi por definición.

"El amor no es envidioso..."


    La gracia inefable de Cristo nos ha dado bienes mejores que los que nos quitó la envidia del demonio (S. León Magno)

    No queremos dejar de señalar aquello que se nos presenta como camino a la vida. Uno que ha experimentado dentro suyo la envidia, nos presenta un camino diferente:
    "Hijos míos, guárdense de los espíritus del error y de la envidia. Ésta se adueña del pensamiento entero de los hombres y no les permite comer, beber ni practicar obra buena. La envidia sugiere en todo momento la destrucción del objeto envidiado. Éste florece por doquier, pero el envidioso se marchita. Durante dos años afligí mi alma con ayunos por temor al Señor: comprendí que la liberación de la envidia sólo se procura por el temor de Dios. Si alguien se refugia en el Señor, huye de él el mal espíritu y su mente se torna más ágil. Desde ese momento simpatiza con el envidiado, no condena a los que le quieren bien y se ve así libre de la envidia" (Testamento de los 12 Patriarcas)

    "En cristiano" debemos decir que una vez más, la clave para todo la presenta el amor. Jesús nos invita a alegrarnos con quien se alegra, acá esta el centro de toda cuestión (incluso el futbolístico). Paradojalmente, el envidioso debe crecer en el amor a sí mismo, en verdad y en reconocimiento de sus límites. Así, y sólo así, amandose verdaderamente, descubrirá que la envidia es lo contrario al amor.
    "Como quiera que nada se opone más a la caridad que la envidia, y la madre de la envidia es la soberbia, el Señor Jesucristo, Dios y hombre, es al mismo tiempo una prueba del amor divino hacia nosotros y un ejemplo entre nosotros de humildad humana, para que nuestra más grave enfermedad sea curada por la medicina contraria. Gran miseria es, en efecto, el hombre soberbio, pero más grande misericordia es un Dios humilde”. (san Agustín)
    "¿Querrían ver a Dios glorificado por ustedes? Pues bien, alégrense del progreso de su hermano y con ello Dios será glorificado por ustedes. Dios será alabado -se dirá- porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría en los méritos de otros" (san Juan Crisóstomo).

    Y leemos en Juan de la Cruz:
    "siempre sea amigo más de dar a otros contento que a sí mismo, y así no tendrá envidia ni propiedad acerca del prójimo. Esto se entiende en lo que fuere según perfección, porque se enoja Dios mucho contra los que no anteponen lo que a él place al beneplácito de los hombres".

    La búsqueda del bien del otro (lo que causaba la envidia) es ciertamente el camino para transformar esa fuerza interior en un amor cada vez más puro. Un amor que sólo mire el crecimiento del hermano, y nos lleve a gozarnos con sus alegrías, entristecernos con sus dolores, y caminar juntos el camino de la fraternidad..




foto tomada de http://www.entremujeres.com