sábado, 19 de diciembre de 2015

VC 6. Gula

La Gula

Eduardo de la Serna


            Sin dudas, pocos vicios son tan difíciles de comprender para nuestra mentalidad contemporánea como la "gula". Suele entenderse como "vicio desordenado en el comer y beber", o "comer o beber sin tener hambre o sed"... La búsqueda insaciable de placer del hombre de hoy (y de todos los tiempos), evidentemente no puede comprender que la comida o la bebida tengan un límite. Además, ¿quién tiene derecho a ponerlo? Y si lo hay, ¿cuál es ese límite? Después de tantas y dolorosas experiencias de represión, de límites, estados de sitio y autoritarismo, estamos hipersensibilizados frente a todo aquello que quiere limitar lo que entendemos son nuestros derechos y el ejercicio de nuestra libertad. En este aspecto, estamos en un terreno cercano a lo que hemos dicho sobre la dificultad de hablar de la lujuria. ¿Acaso no tengo derecho a hacer lo que quiero sin molestar a los demás?

            Es evidente que al hablar de "vicios", hablamos de aquello que atenta contra la "virtud", es decir, intentamos referir a lo bueno para el ser humano, para alcanzar su felicidad plena. Algo que él mismo debe procurar para sí y para los que lo rodean. Jamás de algo que pueda o deba imponerse a los demás (¿cómo podría imponerse una virtud?). Teniendo esto claro, es decir, alejándonos de toda represión, intentamos proponer caminos que permiten  a la humanidad un acceso a la felicidad. Pero para poder entendernos, lo primero es aclarar malentendidos.

Malentendidos

            Muchos de los dichos tradicionales y antiguos que hacen al "control de los sentidos" tienen su origen en una concepción dualista del ser humano; es decir: ‘el hombre’ estaría dividido en "cuerpo y alma", el cuerpo es lo animal, el alma lo divino en el ser humano, el cuerpo es más o menos malo (para algunos grupos, totalmente malo), mientras que el alma es sustancialmente buena. Así, para no dar "rienda libre" al "animal que todos llevamos dentro" se nos decía (como si eso fuera virtuoso) que san Luis Gonzaga nunca había mirado a su madre a los ojos, o se hablaba de las virtudes de ayunos prolongados y sacrificios a veces notablemente cruentos para "frenar" el cuerpo.

            Nosotros, hoy, que en algunos ambientes se habla de deshelenizar el cristianismo, no hablamos de "partes" del ser humano, y menos de una "parte" mejor que otra. Sin dudas hay cosas (físicas o espirituales, si se puede llamar así) que son buenas y cosas (físicas o espirituales) que son malas para el ser humano: dar sangre a un enfermo es algo (físico) bueno, y la envidia es algo (espiritual) malo, indudablemente. No deja de ser sugestivo -valga como ejemplo- que san Pablo, mientras algunos espiritualistas de la comunidad parecen proponer en Corinto que es "bueno" que los matrimonios no mantengan relaciones sexuales, el Apóstol les dice que no tener relaciones sólo sirve para provocar la tentación, y sólo es admisible si es algo decidido de común acuerdo, por un tiempo breve y para dedicarse a la oración (1 Cor 5,7). Pero sólo con esas tres condiciones es admisible, y lo hace como una concesión.

¿Gula y lujuria?

            Es claro, según esta mentalidad, que al "despertarse el indio" (o "liberarse la fiera"; con lo que “indio” es algo negativo, sic), éste se vuelve incontrolable, allí se desbocan "todos" los vicios, se preparan "todos" los pecados. Así, por ejemplo, sostiene san Gregorio: "mucha comida y mucha bebida generan una triple prole: palabras ligeras, acciones ligeras y pasiones de lujuria". Es decir, cuando el ser humao "se pierde", por "ceder" en los límites que tenía su interior animal, todo lo animal se vuelve incontrolable y se pierde lo divino. Los excesos en la comida y -sobre todo- la bebida eran vistos como la antesala de los pecados sexuales; que, además, muchos consideraban los peores y más detestables de los pecados: son pecados del cuerpo, que es "malo" según ellos. Nótese por ejemplo este texto:

            "El sapientísimo Pablo, escribiendo a los Gentiles convertidos, manda eliminar en primer lugar el efecto del pecado y luego, retrocediendo en orden, subir a la causa. Y la causa es, como se ha dicho, la avaricia que engendra y hace crecer la pasión. Pienso que así se indica la gula, como madre y nutriz de la fornicación. Y la avidez es un mal no sólo respecto a las riquezas, sino también respecto a los alimentos; como el dominio de sí es bueno no sólo respecto a los alimentos, sino también respecto a las riquezas" (Máximo, el Confesor).

            Para ser más gráficos, miremos otros dos textos de este gran escritor cristiano:

            "Cuídate del amor propio, madre de los vicios, que es el amor irracional del cuerpo. De él nacen sin duda los primeros tres pensamientos pasionales fundamentales: el de la gula, el de la avaricia y el de la vanagloria, que tiene su origen de las exigencias necesarias del cuerpo; por ellos nace toda la serie de vicios. Es necesario, pues, como se ha dicho, cuidarse necesariamente de este amor propio y combatirlo con mucha sobriedad; destruido éste, son destruidos todos los pensamientos que provienen de él".
            "De éste se engendran los tres pensamientos capitales de la concupiscencia: el de la gula, el de la avaricia y el de la vanagloria. De la gula nace el de la fornicación, de la avaricia, el de la avidez; de la vanagloria, el de la soberbia".

            Creemos que estos son "malentendidos" (más allá de la gran cuota de verdad que tienen) ya que no creemos que el ser humano sea un "ser intermedio" entre Dios y el animal; no es un equilibrio entre lo divino y lo animal lo que marca la moralidad o inmoralidad de las acciones humanas. Es el amor.

            Pero también nuestra sociedad actual tiene sus "malentendidos". Hacer lo que "se siente" no hace a nadie ni mejor ni más feliz, a menos que se confunda placer con felicidad, dar "cauce libre" a los sentimientos no hace más libre a la persona humana. Creemos que lo que nos hace verdaderamente felices y plenamente libres es la capacidad de amar, acá radica, una vez más, la clave...

            Si muchos malentendidos del pasado tenían su raíz en un modo de comprender al ser humano, muchos malentendidos de nuestro presente también radican en la antropología. Y si bien la antropología del pasado estaba particularmente influida por la filosofía griega ("animal racional", "cuerpo y alma", "cuerpo cárcel del alma"...) hoy, ninguna sensata concepción cristiana del ser humano podría prescindir de los aportes de la psicología, de la sociología, de los modernos estudios bíblicos... Teniendo esto en cuenta, intentaremos decir algo sobre el vicio de la gula.

La Gula

            La palabra "gula" dice relación a "comida/banquete". La referencia es a lo que entra por la boca (por la gola), y que consumido en exceso (especialmente la bebida) hace perder la libertad. Claro que, precisamente la comida/bebida hoy nos remite a una serie de cosas que debemos tener en cuenta: la obesidad, el alcoholismo, el buen comer... La comida y la bebida de un modo compulsivo, lo sabemos hoy, es una verdadera enfermedad, y precisamente por serlo, no puede verse como vicio. No es proponiendo la virtud contraria que se supera este mal, sino con un tratamiento. Sin dudas que la pérdida de libertad que se da en los bebedores o comedores compulsivos es un mal, pero la pérdida de libertad (que es el mal) viene antes de la comida/bebida, no después. El mal es anterior a la comida, ésta es un síntoma de su mal.

            Otro elemento es el querer comer bien en el sentido de algo "rico". ¿Quién puede dudar que sea más placentero una comida deliciosa que una comida desabrida? Y, ¿quién afirmaría hoy que es malo preferir comer bien, gustosamente, y que es bueno tener una comida sin sabor? Tampoco en el buen gusto está el vicio.

            Un tercer elemento es el estético. Es un elemento difícil ya que literalmente "está de moda". Sin dudas se ve mejor una mujer "en línea" que una persona "obesa" (aunque Rembrandt y Rubens no coincidirían con esta estética, por no hablar de Fernando Botero); no en vano se llama "modelos" a quienes pueden "mostrar" un cuerpo "perfecto" (aunque no quede claro modelos de qué; muchos preferiríamos que el adjetivo "modelos" se aplique a Rigoberta Menchú o a la Madre Teresa, aunque sean estéticamente menos bellas)... De todos modos, más allá de la superficialidad de la propuesta meramente "estética" de "verse bien", así como no nos referimos al comportamiento compulsivo en el comer o beber cuando hablamos de vicio, tampoco nos referimos a las privaciones para "verse bien" como meritorias (lo mismo -lo dijimos- no es meritoria la continencia por miedo al Sida, o a un embarazo).

            Siempre es el amor el criterio que debemos tener en cuenta... Por otra parte, y no es un detalle de poca importancia, es claro que una cosa es el ser y otra muy distinta el parecer (o aparecer). Sin dudas los vicios y virtudes apuntan al "ser" de la persona. El culto al cuerpo, la presentación de mujeres hermosísimas, como un ideal a alcanzar, y sin el cual es "imposible" ser felices ("pobre, está gordita") se dirige al aparecer. Nos movemos en dos terrenos, dos dimensiones diferentes. No discutimos que una persona busque verse bien (aunque una cosa es cuidarse, prestar atención al cuerpo, y otra muy distinta hacer un culto del cuerpo, someterse a flagelaciones atroces, o "ser hecha a nuevo" donde uno no sabe si se ha enamorado de esta persona o de la mano artística del cirujano). Verse bien es bueno, pero no radica allí la felicidad de la persona. Esto es fundamental.

            Es claro, de todos modos, que una cosa es "dominar" el cuerpo, otra es "ser dominado" por el cuerpo. La gula tiene que ver con esta segunda cuestión. ¿Alguien negaría que una persona alcoholizada, por ejemplo, queda notablemente reducida en su capacidad y su libertad?

            Teniendo presente lo dicho más arriba, y la importancia de entender un texto en su contexto y la influencia del modo de entender al hombre del entorno cultural, veamos un texto interesante de un apócrifo probablemente judío (o quizás cristiano):


            "Hijos míos, no os embriaguéis de vino, porque éste aparta la mente de la verdad, la impulsa al ímpetu del deseo y conduce los ojos hacia la perdición. Pues el espíritu de la fornicación utiliza al vino como servidor para proporcionar placer a los sentidos; ambos roban también la fuerza del hombre. Si alguno bebe vino hasta embriagarse, éste excita su mente hacia la fornicación por medio de sucios pensamientos y caldea su cuerpo para la unión carnal, y si se halla presente la causa del deseo, comete el pecado sin el menor pudor. Así es el vino, hijos míos, porque el borracho no se avergüenza ante nadie". (Testamento de Judá).


            Es claro que a la gula se intenta enfrentar la templanza como "virtud opuesta" que ayuda a vencer el vicio o combatir el pecado. Miremos un breve texto de san Jerónimo, de quien debemos recordar era profundo amante de la ascesis, de la vida en el desierto, las mortificaciones: "Siempre has de comer de tal manera que a la comida pueda seguir la oración y la lectura". La importancia de poder hacer lo que se desea y no verse impedido por los efectos de la comida, es lo central en este dicho.

            Es claro que la referencia al "comer" ocupa un lugar importante en los textos bíblicos. La comida es algo religioso, en comidas se celebran las grandes fiestas religiosas de Israel (la Pascua, por ejemplo), pero las comidas pueden ser, a su vez ocasión de caída: el rico se desentiende del alimento del pobre Lázaro a la puerta de su casa, las comidas impuras (por ejemplo, de carne de cerdo) son muy mal vistas en el pueblo judío (cf. 2 Mac 6). No en vano el relato de la caída del primer hombre (varón y mujer) lo presenta como una comida. Es interesante notar la siguiente relectura de este texto:

            "Cuando miras con ansiedad hacia el árbol prohibido, la serpiente se introduce a hurtadillas en tu corazón y te habla con lisonjas; ahoga tu corazón con halagos y disipa con mentiras tu temor sugiriéndote este retintín: ¿Morir?, ¡en absoluto! Te excita la gula para que hiervas en ansiedad; agudiza la curiosidad con la sugestión del deseo. Te ofrece lo prohibido y te arrebata lo que ya tienes. Te da una manzana y te roba el paraíso. Por tragarte el veneno, morirás y darás a luz a los que han de morir. Se perdió la salvación, pero los hombres siguen naciendo. Nacemos y morimos. Nacemos para morir, porque morimos antes de nacer. Este es el yugo pesado que oprime a tus hijos hasta el día de hoy". (San Bernardo).
 
Pero esto que hemos dicho no nos debe confundir. La comida puede ser origen de momentos de pecado o de fraternidad. El mal no radica en la comida:


            "no temo yo la impureza del manjar, sino la impureza del apetito. Sé que a Noé se le permitió comer todo género de carne comestible (Gen. 9,3); que Elías se alimentó con manjar de carne (1 Re 17,6); que el Bautista, varón de admirable abstinencia, no se manchó con los animales, esto es, con las langostas que le servían de alimento (Mt.,3,4). Y sé que Esaú fue engañado por el apetito de unas lentejas (Gen. 25,30), y que David se reprendió a sí mismo por un deseo de beber agua (2 Sam 23,15-17); y que nuestro Rey fue tentado, no con carne, sino con pan (Mt. 4,3). Y que por eso también el pueblo en el desierto mereció ser reprobado, no porque deseó carne, sino porque con el deseo de ella, murmuró contra el Señor (Núm. 11,1)." (San Agustín).


            San Pablo nos ha dicho, después de decir que se deben evitar los excesos en la comida y la bebida (Rom 13,13) que "el reino de Dios no es cuestión de comida ni de bebida" (14,17).


La "gula espiritual"

            A modo de paréntesis, es interesante que Juan de la Cruz hable con cierta frecuencia de "gula espiritual". Se refiere a la búsqueda "golosa" de cosas espirituales. Dejemos hablar a este gran maestro espiritual:

            "Lo mismo tienen éstos en la oración que ejercitan, que piensan que todo el negocio de ella está en hallar gusto y devoción sensible, y procuran sacarle, como dicen, a fuerza de brazos, cansando y fatigando las potencias y la cabeza; y, cuando no han hallado el tal gusto, se desconsuelan mucho pensando que no han hecho nada. Y por esta pretensión pierden la verdadera devoción y espíritu, que consiste en perseverar allí con paciencia y humildad, desconfiando de sí, sólo por agradar a Dios. A esta causa, cuando no han hallado una vez sabor en este u otro ejercicio, tienen mucha desgana y repugnancia de volver a él, y a veces lo dejan; que, en fin, son, como habemos dicho, semejantes a los niños, que no se mueven ni obran por razón, sino por el gusto. Todo se les va a éstos en buscar gusto y consuelo de espíritu, y por esto nunca se hartan de leer libros, y ahora toman una meditación, ahora otra, andando a caza de este gusto con las cosas de Dios; a los cuales les niega Dios muy justa, discreta y amorosamente, porque, si esto no fuese, crecerían por esta gula y golosina espiritual en males sin cuento. Por lo cual conviene mucho a éstos entrar en la noche oscura que habemos de dar, para que se purguen de estas niñerías".


El ayuno y los banquetes

            Ya hemos anticipado dos elementos que ahora es justo destacar un poco más: los banquetes y el ayuno. En el nuevo testamento no hay una invitación a ayunar como la hay en el Antiguo Testamento. Sólo se nos dice, en un contexto de piedad judía (Mt 6), que el ayuno no debe ser "visible" para los demás. El resto de las menciones son para afirmar, precisamente, que ni Jesús ni sus discípulos ayunan. Son los discípulos de los fariseos o los del Bautista los que ayunan, es más, al ayuno del Bautista se contrapone la participación frecuente de Jesús en comidas, tanto que lo llaman "comedor y borracho" (Mt 9,14; 11,19). En realidad, hemos de decir que el ayuno es una práctica más judía que cristiana; aunque fue aceptada por los cristianos desde los primeros tiempos, particularmente entre los judeo-cristianos. Sin embargo, sobre la práctica judía no podemos dejar de tener en cuenta lo dicho por Isaías 58. De todos modos, la actitud de Jesús de preferir los banquetes a los ayunos debemos tenerla particularmente en cuenta ya que es un signo de su preferencia por un camino abierto a todos antes que por proponer un grupo cerrado, sectario, como el de los fariseos o los discípulos del Bautista. La característica de "incluir" típica del mensaje del Reino que Jesús predica, es claramente expresada en su participación en las mesas. No podemos descuidar que, desde Isaías 25 el banquete es expresión del Reino, y que Jesús utilizó esa imagen con mucha frecuencia.

            Sobre el ayuno, en cambio, no podemos dejar de tener presente que no es visto como algo meramente ascético. El ayuno (y esto es también característico de la piedad judía; Mt 6 no es ajeno a esto) no es una cosa individual que nada tiene que ver con Dios y con el hermano. Sería falso pensar que el triple acto de piedad: oración, limosna y ayuno corresponde al triple amor: a Dios, al prójimo y a sí mismo. El ayuno, la oración y la limosna, en la tradición cristiana van estrechamente unidos y no van el uno sin los otros. Nótese este texto del libro sagrado de los musulmanes:

            "Dios no les tendrá en cuenta la vanidad de sus juramentos, pero sí el que hayan jurado deliberadamente. Como expiación, alimentarán a diez pobres como suelen alimentar a su familia, o les vestirán, o manumitirán a un esclavo. Quien no pueda, que ayune tres días. Cuando juren, ésa será la expiación por sus juramentos. ¡Sean fieles a lo que juran!". (Corán)



El hambre del pobre

            De todos modos, si la clave de todo en la virtud y en el vicio la da el amor, en momentos de tanta hambre, de crecimiento mundial de la pobreza, nuestras mesas tienen que decir algo. Tienen que decir mucho. Por una parte, y no creemos que sea ajeno a la gula, muchas veces se confunde "comer bien" con la ostentación en el comer. Las mesas abundantes de unos pocos en contraste con las mesas vacías de muchos sí dice algo que tiene que ver con el pecado. El pecado se agrava cuando el despilfarro es evidente, cuando se reemplazan los faisanes de antaño por el caviar y el champagne despreocupados de la falta de lo mínimo necesario para vivir. Hoy podemos saber que determinadas actitudes compulsivas son fruto de una enfermedad, que el hombre no es un ser que debe domar su mitad animal para que "surja" su mitad divina, pero también sabemos que el hombre sabe comportarse como "lobo del hombre", capaz de devorar la hacienda del pobre. Sin dudas, los millones de platos vacíos de tantos hermanos y hermanas son hoy la expresión de una gula diferente, causante de enormes pecados. Sin dudas que la mesa sigue siendo lugar de pecado, pero no por ser causante de los pecados del cuerpo, sino por ser expresión visible de indiferencia, de la incapacidad de compartir el pan.
Notemos la firmeza de este texto:

            "de gozarse en olores suaves le nace asco de los pobres, que es contra la doctrina de Cristo, enemistad a la servidumbre, poco rendimiento de corazón en las cosas humildes e insensibilidad espiritual, por lo menos según la proporción de su apetito. Del gozo en el sabor de los manjares, derechamente nace gula y embriaguez, ira, discordia y falta de caridad con los prójimos y pobres, como tuvo con Lázaro aquel epulón que comía cada día espléndidamente (Lc. 16, 19). De ahí nace el destemple corporal, las enfermedades; nacen los malos movimientos, porque crecen los incentivos de la lujuria". (San Juan de la Cruz)

  
Por eso conserva actualidad la profética encíclica Populorum Progressio

            "publicistas, a ustedes corresponde poner ante nuestros ojos el esfuerzo realizado para promover la mutua ayuda entre los pueblos, así como también el espectáculo de las miserias que los hombres tienen tendencia a olvidar para tranquilizar sus conciencias; que los ricos sepan al menos que los pobres están a su puerta y aguardan las migajas de sus banquetes". (Pablo VI)

Terminemos con una actual homilía:

            "el mundo material es para todos, sin fronteras; luego, una mesa común, con manteles largos para todos, como esta Eucaristía. Cada uno con su taburete, y para que a todos llegue la mesa, el mantel y el con qué. Por algo quiso Cristo significar su Reino en un cena. Hablaba mucho de una cena y la celebró la víspera de su compromiso total. El de 33 años celebró una cena de despedida con los más íntimos, y dijo que ése era el memorial grande de la redención. Una mesa compartida en la hermandad, en la que todos tengan su puesto y su lugar".

            Un mes después de esta homilía, Rutilio Grande, fue asesinado (¿por los que querían "comer solos"?) en El Salvador.



Foto tomada de http://www.cnnexpansion.com/economia/2013/01/10/50-de-la-comida-se-desperdicia-estudio

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