Lucas
escribe en dos tiempos
Eduardo de la Serna
El
cristianismo de los primeros años, a partir de la dura experiencia de muertes,
persecuciones y conflictos, empezó a formularse –como era de esperar- una
pregunta necesaria: ¿quiénes somos?, ¿qué pensamos?, ¿qué decimos de nosotros
mismos?, ¿cuál es nuestro aporte, qué es lo propio nuestro?
Como es obvio,
y lo hemos ido viendo en notas anteriores, la situación que cada comunidad va
viviendo, los problemas y posibilidades, los desafíos y sus capacidades, van
haciendo que en una región se destaquen cosas que en otra se disimulan, que se
acentúen unas, que se dé importancia a otras. Así, hemos visto las comunidades
de los discípulos de Pablo, las comunidades de Marcos o de Mateo.
En alguna
región de Europa (se piensa en Roma, o en Grecia), una comunidad va creciendo
también. Se nota en ella bastante influencia de Pablo, pero las situaciones que
se van viendo son nuevas, y son nuevos los desafíos. Las comunidades ya están
mucho más organizadas y estructuradas, ¿de dónde vienen semejantes
estructuras?; hay conflictos que parecen pasados, y no se quieren repetir los
malos momentos, porque han causado mucho mal en las comunidades; las mujeres
parece que se han relegado a un segundo lugar detrás del varón; empiezan a
aparecer miembros con dinero en los grupos; hay relajación en lo moral; quizás
también estancamiento en el entusiasmo original. ¿Cómo predicar en este
contexto? Es a este desafío que intenta responder uno que se atribuye cierta
relación o contacto con Pablo y al que hemos llamado Lucas.
Lucas escribe
dos libros, el Evangelio que lleva su nombre y el libro que conocemos como “Hechos de los Apóstoles”: el primero,
mostrando a Jesús como evangelizador del reino, el segundo mostrando como la
evangelización va progresando geográfica e históricamente. Es interesante, y
hay que destacarlo, que en los dos tomos, aparece como una especie de “protagonista supuesto”, el Espíritu
Santo, que acompaña a Jesús desde el comienzo de su ministerio (Lc 3,22;
4,1.14.18) y a la Iglesia desde el principio de su misión (Hch 1,8; 2,4).
Igual que
Mateo, Lucas se vale del Evangelio de Marcos para hablar de Jesús; pero no lo
modifica tanto como Mateo, sino que lo amplía y retoca algunos aspectos que
muestran no solamente su estilo sino también su intención. Veamos algunos
ejemplos: mientras Marcos decía que los primeros discípulos “dejaron las redes” para seguir a Jesús
(Mc 1,18.20), Lucas agrega: “dejándolo todo, lo siguieron” (Lc 5,11);
mientras Mc decía que el discípulo debe “tomar
la cruz y seguirme” (Mc 8,34), Lc acota: “tomar la cruz cada día, y
seguirme” (Lc 9,23); mientras Mc decía que Jesús “come con publicanos y pecadores” (Mc 2,16), Lc añade: “ustedes comen con publicanos y pecadores” (Lc
5,30). Ser discípulo de Jesús, para Lucas es de una exigencia total, no hay
medias tintas: “el que pone la mano en el
arado y mira para atrás, no es digno del reino” (9,62). Para destacar esto,
Lucas compone su evangelio en tres grandes partes en la que resalta la parte intermedia
como un “gran viaje de Jesús a Jerusalén”
(9,51-19,40). Los discípulos deben “ponerse
en camino”, pero no cualquier camino, sino un camino hacia allí –Jerusalén-
donde el profeta Jesús será matado y resucitará (13,33-34; 18,33). Y es
precisamente desde allí, desde Jerusalén, de donde no deben moverse (24,49),
donde el grupo de seguidores, una vez recibido en Espíritu, saldrá a
evangelizar “hasta los confines de la
tierra” (Hch 1,8).
La comunidad a
la que Lucas se dirige debe aprender que el discipulado es exigente, sin vuelta
atrás, que ese discipulado exige vivir de una manera clara la misericordia
(6,36; 10,29-37; 15,1-32), el perdón (5,17-26; 6,37; 7,36-50; 11,4; 17,3-4; 23,34),
la alegría (1,47; 2,10; 6,23; 10,19-20; 13,17; 15,6-10.32; 19,6.37; 24,41), la
oración (3,21; 5,16; 6,12; 9,18.28-29; 11,1; 22,41), la misión (9,1-6; 10,1-11;
24,47). Un discipulado en el que las mujeres participan tanto como los varones
(8,35; 10,39.42; Hch 22,3; Lc 8,1-3; 23,49.55; Hch 1,14), donde los pobres son
privilegiados (6,20; 14,13.21; 16,19-31) y por eso los que tienen dinero deben
compartir con ellos (6,24; 12,13-21. 33-34; 14,33; 16,9-13.14; 18,18-27;
21,1-4; Hch 2,44-45; 4,32-37). Esta comunidad que se va gestando en torno a
Jesús, se va preparando para la segunda etapa: ser ella misma evangelizadora,
como lo fue el Señor. Nadie tiene más claro en el Nuevo Testamento que la
comunidad de Lucas que “la Iglesia existe
para evangelizar”, como decía el recordado papa Pablo VI.
Dibujo tomado de somos.vicencianos.org
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