Dios
habla en El Salvador… y sigue hablando
Eduardo
de la Serna
Hace ya mucho, mucho tiempo
el pueblo creyente de América Latina y el Caribe “canonizó” a Oscar Arnulfo
Romero, arzobispo de El Salvador, asesinado martirialmente el 24 de marzo de
1980.
Pero esta “canonización
popular” no significó un acompañamiento por parte de la Iglesia jerárquica, ni
en gran parte de América Latina ni tampoco en la curia central, en el lejano
Vaticano.
Muchas cosas se podrían
analizar acerca de esta no-actitud. Sin duda una muy importante debe
encontrarse en los nombramientos episcopales iniciados especialmente por Juan Pablo
II y continuados y agravados por su sucesor fallido, Benito XVI. Ver que
grandes obispos, aquellos a los que se ha calificado de “Santos Padres de la Iglesia latinoamericana” como Landazzuri
(Lima), Helder Cámara (Olinda Recife), Silva Henríquez (Santiago de Chile) y Romero
(San Salvador) fueron reemplazados por obispos del Opus Dei [en realidad el
obispo de Santiago fue elegido del grupo Schönstadt] permitía varias lecturas,
llevadas al colmo del sarcasmo con el reemplazo de Gonzalo López Marañón
reemplazado por los Heraldos del Evangelio (ex Tradición, Familia y Propiedad)
en Sucumbíos. La conformación de una Iglesia plural con muy diferentes obispos
de muy diferentes corrientes teológicas y pastorales de los papados post
conciliares fue reemplazada, en el excesivamente extenso pontificado de Juan
Pablo II, por un episcopado monocolor (= gris). Estos limitados personajes eran
incapaces de reconocer, o valorar lo hecho por sus predecesores.
Valga lo mismo para el
pensamiento teológico latinoamericano, por cierto. Cuando algún grupo presentó
la propuesta de reconocimiento de alguno de ellos, en concreto, cuando se
presentó con mucha contundencia el pedido de beatificación – canonización de
monseñor Romero una serie de elementos se pusieron en marcha:
- “Domesticar” a Romero destacando elementos ciertos, pero parciales: su oración, su fidelidad a la Iglesia, su amor por la Biblia y por la Virgen María, etc… La arquidiócesis de San Salvador, presidida por mons. Sáenz Lacalle o.d. promovió un libro – supuestamente para mostrar el “verdadero Romero”, alejándolo de todo aquello que caracterizó particularmente su ministerio y lo que le provocó la muerte.
- Negar el “martirio”. Una de las características de gran parte de los mártires latinoamericanos radica en que fueron asesinados por quienes se decían a sí mismos “cristianos”. Con ello, difícilmente pueda atribuirse a su muerte un “odio a la fe” que pareciera fundamental para el reconocimiento del martirio.
- Esconder la cercanía de Romero con la teología de la liberación. Las homilías, cartas pastorales de Romero no abundaban – por su lógico sentido y destinatarios – en citas y referencias a autores académicos. Sí referencias a textos magisteriales y bíblicos. Esto fue – y es – utilizado para negar la relación de Romero con la TL. Por otra parte, como si una “teología pastoral”, nutrida de la Biblia, confrontando con la realidad y analizándola desde una perspectiva liberadora, amiga de las CEBs, en conflicto con las autoridades, los poderosos y el imperio, cercana absolutamente a los pobres de los que pretende ser su voz, crítica del imperialismo y la idolatría, como si eso no fuera “teología de la liberación” claramente.
Pero lo más sencillo era
poner todo intento “beatificador” en un cajón curial. Nada avanzaba (parecía el
poder judicial argentino) y eso contaba con la anuencia papal, cardenalicia, y
episcopal. No puede dejar de tenerse en cuenta el poder curial que manifestó “contra”
todo intento de “aire fresco” el cardenal López Trujillo, declarado enemigo de
Romero.
Pero los papas pasan, los
cajones se abren, y el opus dei se debilita. El Papa pide que avance la causa
de beatificación y el nuevo obispo José Luis Escobar celebra el avance de la misma
(http://blogeduopp.blogspot.com.ar/2014/11/beatificacion-de-mons-romero.html).
Para “peor” desde Roma lo
han reconocido como “mártir” (dejando así la puerta abierta a tantos otros
mártires de nuestra América Latina). El acento sigue puesto en el “odio de la
fe”, pero se la considera en este caso aplicable a Romero; queda por
profundizar en adelante este tema no sólo a partir del texto de Karl Rahner
acerca del martirio [“Dimensiones del martirio”, http://servicioskoinonia.org/relat/142.htm],
la referencia al tema en Tomás de Aquino (le agradezco al querido Juan Carlos
Maccarone [también él reemplazado por un obispo del Opus Dei] el aporte en este
sentido: ver S.Th II.IIª q124: acto de virtud, acto de fortaleza, dimensión cristológica,
el bien de la comunidad por parte del mártir, y el rechazo a la fe manifestado
en los actos que niegan la fe que se profesa). En este mismo blog hemos
destacado el martirio como “amor de los fieles” más que “odio a la fe” [http://blogeduopp.blogspot.com.ar/2014/01/martires-lugar-teologico.html].
Lo cierto es que el santo
que el pueblo ha beatificado recibe un reconocimiento oficial y eso cuenta. Es
probable que más de uno intente domesticarlo (como hemos destacado algo
semejante a partir de la beatificación del cura Brochero [http://blogeduopp.blogspot.com.ar/2013/09/cura-brochero.html]
pero – especialmente por ser alguien que el mismo Pueblo ha canonizado, la
figura de monseñor sin duda se les escapará de las manos. Podrán querer decir
una cosa u otra (es patético y gracioso a la vez las declaraciones de Jesús
Delgado en ACI prensa sobre Romero y la teología de la liberación) pero aquel
que el pueblo ya ha canonizado sigue vivo, su mensaje, su testimonio, su
compromiso, su teología, su denuncia… su martirio siguen hablando. Hablando una
palabra de Dios que los burócratas querrán callar, pero que “nadie hará callar
tu última homilía”.
Dibujo de Cereso Barredo tomado de http://servicioskoinonia.org/romero/Posters/RomeroMartirDeLaJusticia.jpg
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