El gran desafío del cristianismo primitivo:
La apertura a los paganos
Eduardo de la Serna
Mirando
la misión y el modo de predicación de Jesús, la elección de Doce, en
memoria de los doce hijos de Jacob, y el envío “a las ovejas perdidas
del pueblo de Israel” (Mt 10,6), diciendo incluso que “no vayan a
ciudades de samaritanos” (Mt 10,5), sino a Israel (Mt 10,23), llama la
atención que los seguidores de Jesús, a poco de empezar su misión se
empiezan a abrir más y más a otros grupos no judíos. Empezando por
aquellos hijos de Israel que vivían en el “exterior”, en las distintas
localidades del imperio romano -la mayoría hablaban griego, leían la
Biblia en griego e iban a las sinagogas- que habían peregrinado a
Jerusalén para las fiestas más importantes (ver Hch 2,9-11); y de allí
surge la conformación de comunidades en esos territorios (ver Hch 9,2;
11,19). Dentro de estos ambientes, hay dos grupos que nos interesa
destacar:
1. Los prosélitos. Estos son aquellos no judíos que deciden convertirse al
judaísmo. Muchos, ven que la vida de los judíos tiene una dimensión
ética que les resulta atractiva, y ven que eso tiene claramente su
origen en su fe, la obediencia a la Ley y su monoteísmo. Estos eran
recibidos en Israel luego de una purificación (“bautismo”), y la
posterior circuncisión. Por no tener su origen en una familia judía,
eran tenidos casi como huérfanos, y como niños (ver Tob 1,8); aunque los
judíos más rígidos de Qumrán, en el Mar Muerto, afirmaban que ni niños
ni prosélitos deberían ser admitidos en el futuro templo. Como ahora son
tenidos como judíos, están obligados a cumplir la ley, a peregrinar, a
hacer la ofrenda prevista, etc. Estos prosélitos sin duda se sentían muy
cómodos en este nuevo grupo judío que los trataba como miembros plenos
(Hch 13,43).
2. Los temerosos de Dios.
Son aquellos no judíos que -a semejanza de los anteriores, ven con
admiración el judaísmo, pero no pueden convertirse plenamente (Lc 7,5;
Hch 10,1-2). Ser judíos significaba, por ejemplo, cumplir las
prescripciones rituales de respetar el sábado, de comer alimentos
permitidos y debidamente preparados. Muchos paganos no podían, por
ejemplo por oficio, cumplir con estas prescripciones: ¿cómo podría un
soldado romano decir que sólo comería comida kosher o no atacaría
en sábado? Estos son -entonces- grupos de personas que desearían
hacerse judíos pero no pueden; por eso, al ver que este grupo judío no
exige estas normas, que no prohíbe determinadas cosas, manteniendo a la
vez los mismos valores éticos, resultaban atractivos y la conversión era
una posibilidad. Y una realidad.
Lo
cierto es que las primeras comunidades cristianas -en especial aquellas
que están radicadas en territorio no judío- relativizaban muchas de las
instituciones que eran fundamentales para el judaísmo. Por ejemplo, el
Templo (ver Hch 7,48): los primeros cristianos parecen concurrir al
Templo, pero para la oración y para la enseñanza (Hch 2,46), pero tienen
claro que el perdón de los pecados lo han alcanzado con la muerte de
Jesús (1 Cor 15,3) y ya no son necesarios los sacrificios. Asimismo,
muchas de las cosas que varios profetas habían anunciado para el “final
de los tiempos” ya estaban ocurriendo, como por ejemplo que los paganos
acepten plenamente al “Señor” (ver Is 45,22; 61,11) o la peregrinación
de estos a Jerusalén (Tob 13,11; Is 2,3; Zac 8,20-22). La reconciliación
que la Pascua de Jesús ha traído y la fe en su resurrección señalan con
claridad que esos tiempos finales han comenzado (Hch 2,17).
Es
cierto que la aceptación de los paganos, en especial de los “temerosos
de Dios”, fue difícil y cuestionada por muchos de los seguidores de
Jesús, en especial porque al “bautismo” no le seguía la circuncisión
(Hch 15,1), y esto fue motivo de conflicto entre muchos de Jerusalén, y
los predicadores a paganos, particularmente Pablo (Ga 5,1).
Evidentemente
este paso de apertura a los paganos fue difícil, en especial para los
seguidores de Jesús arraigados en Israel; todo parecía vedarlo: en el
Antiguo Testamento muchas tradiciones lo prohibían (ver Joel 4,17); y en
los dichos de Jesús, muchos parecían seguir el mismo camino. Pero otros
fueron descubriendo que había otros textos de la Biblia judía con otra
apertura a los paganos; y también que Jesús había abierto puertas a los
diversos grupos excluidos, con lo que una actitud semejante hacia los
paganos sería simplemente actuar en consecuencia y coherencia con las
palabras y los gestos de Jesús. La aceptación de paganos en el grupo de
seguidores de Jesús fue, sin duda alguna, el paso más extraordinario y
novedoso. Siendo que antes eran tenidos como “impuros”, “extraños” y
hasta “perros” (ver Fil 3,2-3), la aceptación y reconocimiento de los
despreciados como verdaderos “hermanos” (Gal 3,28) marca -sin duda
alguna- el paso más extraordinario de apertura de la Iglesia. Apertura
difícilmente igualable, pero apertura que siempre es desafío para estar
disponibles a los nuevos caminos y desafíos a los que nos conduce el
Espíritu de Dios.
Foto tomada de http://www.chasque.net/umbrales/rev180/PAG6.HTM
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