sábado, 19 de diciembre de 2015

OC 4 Predicación a los paganos

El gran desafío del cristianismo primitivo:

La apertura a los paganos



Eduardo de la Serna

           


Mirando la misión y el modo de predicación de Jesús, la elección de Doce, en memoria de los doce hijos de Jacob, y el envío “a las ovejas perdidas del pueblo de Israel” (Mt 10,6), diciendo incluso que “no vayan a ciudades de samaritanos” (Mt 10,5), sino a Israel (Mt 10,23), llama la atención que los seguidores de Jesús, a poco de empezar su misión se empiezan a abrir más y más a otros grupos no judíos. Empezando por aquellos hijos de Israel que vivían en el “exterior”, en las distintas localidades del imperio romano -la mayoría hablaban griego, leían la Biblia en griego e iban a las sinagogas- que habían peregrinado a Jerusalén para las fiestas más importantes (ver Hch 2,9-11); y de allí surge la conformación de comunidades en esos territorios (ver Hch 9,2; 11,19). Dentro de estos ambientes, hay dos grupos que nos interesa destacar:

            1. Los prosélitos. Estos son aquellos no judíos que deciden convertirse al judaísmo. Muchos, ven que la vida de los judíos tiene una dimensión ética que les resulta atractiva, y ven que eso tiene claramente su origen en su fe, la obediencia a la Ley y su monoteísmo. Estos eran recibidos en Israel luego de una purificación (“bautismo”), y la posterior circuncisión. Por no tener su origen en una familia judía, eran tenidos casi como huérfanos, y como niños (ver Tob 1,8); aunque los judíos más rígidos de Qumrán, en el Mar Muerto, afirmaban que ni niños ni prosélitos deberían ser admitidos en el futuro templo. Como ahora son tenidos como judíos, están obligados a cumplir la ley, a peregrinar, a hacer la ofrenda prevista, etc. Estos prosélitos sin duda se sentían muy cómodos en este nuevo grupo judío que los trataba como miembros plenos (Hch 13,43).

            2. Los temerosos de Dios. Son aquellos no judíos que -a semejanza de los anteriores, ven con admiración el judaísmo, pero no pueden convertirse plenamente (Lc 7,5; Hch 10,1-2). Ser judíos significaba, por ejemplo, cumplir las prescripciones rituales de respetar el sábado, de comer alimentos permitidos y debidamente preparados. Muchos paganos no podían, por ejemplo por oficio, cumplir con estas prescripciones: ¿cómo podría un soldado romano decir que sólo comería comida kosher o no atacaría en sábado? Estos son -entonces- grupos de personas que desearían hacerse judíos pero no pueden; por eso, al ver que este grupo judío no exige estas normas, que no prohíbe determinadas cosas, manteniendo a la vez los mismos valores éticos, resultaban atractivos y la conversión era una posibilidad. Y una realidad.

            Lo cierto es que las primeras comunidades cristianas -en especial aquellas que están radicadas en territorio no judío- relativizaban muchas de las instituciones que eran fundamentales para el judaísmo. Por ejemplo, el Templo (ver Hch 7,48): los primeros cristianos parecen concurrir al Templo, pero para la oración y para la enseñanza (Hch 2,46), pero tienen claro que el perdón de los pecados lo han alcanzado con la muerte de Jesús (1 Cor 15,3) y ya no son necesarios los sacrificios. Asimismo, muchas de las cosas que varios profetas habían anunciado para el “final de los tiempos” ya estaban ocurriendo, como por ejemplo que los paganos acepten plenamente al “Señor” (ver Is 45,22; 61,11) o la peregrinación de estos a Jerusalén (Tob 13,11; Is 2,3; Zac 8,20-22). La reconciliación que la Pascua de Jesús ha traído y la fe en su resurrección señalan con claridad que esos tiempos finales han comenzado (Hch 2,17).

            Es cierto que la aceptación de los paganos, en especial de los “temerosos de Dios”, fue difícil y cuestionada por muchos de los seguidores de Jesús, en especial porque al “bautismo” no le seguía la circuncisión (Hch 15,1), y esto fue motivo de conflicto entre muchos de Jerusalén, y los predicadores a paganos, particularmente Pablo (Ga 5,1).

            Evidentemente este paso de apertura a los paganos fue difícil, en especial para los seguidores de Jesús arraigados en Israel; todo parecía vedarlo: en el Antiguo Testamento muchas tradiciones lo prohibían (ver Joel 4,17); y en los dichos de Jesús, muchos parecían seguir el mismo camino. Pero otros fueron descubriendo que había otros textos de la Biblia judía con otra apertura a los paganos; y también que Jesús había abierto puertas a los diversos grupos excluidos, con lo que una actitud semejante hacia los paganos sería simplemente actuar en consecuencia y coherencia con las palabras y los gestos de Jesús. La aceptación de paganos en el grupo de seguidores de Jesús fue, sin duda alguna, el paso más extraordinario y novedoso. Siendo que antes eran tenidos como “impuros”, “extraños” y hasta “perros” (ver Fil 3,2-3), la aceptación y reconocimiento de los despreciados como verdaderos “hermanos” (Gal 3,28) marca -sin duda alguna- el paso más extraordinario de apertura de la Iglesia. Apertura difícilmente igualable, pero apertura que siempre es desafío para estar disponibles a los nuevos caminos y desafíos a los que nos conduce el Espíritu de Dios.


Foto tomada de http://www.chasque.net/umbrales/rev180/PAG6.HTM     

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