El cristianismo de la segunda generación
Eduardo
de la Serna
Mientras el movimiento de Jesús fue creciendo,
desarrollándose, expandiéndose y estructurándose, fue dándose a sí mismo
diferentes ministerios a medida que las necesidades, las nuevas situaciones y
desafíos, o la desaparición de los primeros padres, los iban requiriendo.
Algunos de los modos de organización podían servir en una región, pero no necesariamente
ser útiles en otra, o en otro tiempo. Tal parece haber sido, por ejemplo, el
caso del ministerio profético, que fue importante en los tiempos paulinos (1
Tes 5,20; 1 Cor 11,4-5; 12,28; Rom 12,6), y siguió siendo útil en los tiempos
siguientes, como en las comunidades de sus discípulos en Éfeso (Ef 2,20; 3,5;
4,11), pero ya no encontramos este ministerio en comunidades más organizadas –de
la tercera generación cristiana- como las de las cartas llamadas “pastorales” (cartas a Timoteo y Tito).
Es posible que una mayor estructuración no fuera dejando espacio a ministerios
tan espontáneos, o que remitían al espíritu sin mucha posibilidad de control.
Es la concreción de lo que Max Weber llamó la “rutinización del carisma”: desaparecido el líder carismático Jesús,
o los posteriores dirigentes carismáticos como Pedro, Santiago o Pablo, se hace
necesario el surgimiento de criterios, normas, estructuras o leyes donde antes
era suficiente una palabra del líder para reconocerla o discernirla.
Notemos un ejemplo para visualizar esto claramente. Para
el cristianismo naciente, era mucho más sencillo dirigirse a ciudades que a
regiones campesinas. Para empezar, por la lengua, ya que en las ciudades (= polis) el idioma universal era el griego,
cosa que no ocurría en las aldeas o poblados campesinos, donde fundamentalmente
se utilizaban las lenguas nativas. Además, también por las costumbres, la facilidad
de viajes, y hasta la posibilidad de encontrar personas conocidas o referencias.
Así, van surgiendo –ya con Pablo- los “primeros
cristianos urbanos”, que –guiados por sus fundadores- se van dando una
organización; quizás diferente en cada lugar (notar los diversos nombres que se
dan a los ministerios en 1 Tes 5,12; Gal 6,1; Fil 1,1; 1 Cor 12,28; Rom
12,6-8). Pero –como dijimos- la desaparición de los líderes, y a su vez, la
relativa semejanza de las ciudades entre sí, permiten bosquejar un modo semejante
de organización presente o futuro.
Las antiguas ciudades del
Imperio romano estaban estructuradas en torno a la “casa”, es decir, la familia (aunque ésta era entendida de un modo
bastante diferente a como la entendemos en la actualidad). Allí, el padre de
familia era tenido como honorable para los demás si lograba someter a su mujer,
sus hijos y sus esclavos. Si era obedecido por ellos era tenido por un buen “padre de familia” y -por lo tanto- un
buen “ciudadano”. Cuando el
cristianismo más tardío llega a la ciudad, se pretende que sea bien recibido
por sus habitantes; es decir, que no se lo considere “extranjero” (= bárbaro) para lo cual se busca que en la familia
cristiana se vivan cosas semejantes a las que se esperaran de las demás. Sin
embargo, adaptarse al ambiente donde se dirigen no significa asimilar todo sin
cuestionarlo. Por eso, a los viejos “códigos
domésticos” greco-romanos, la segunda generación de cristianos no sólo
pedirá que “obedezcan”, “sometan” sino que también exigirá a su vez
al “padre de familia” una serie de
responsabilidades para con sus mujeres, hijos y esclavos. Además, es bueno
notarlo, el pedido de obediencia se dirige a la parte débil, no al fuerte: es
decir, no dice “maridos sometan a sus
mujeres” (o hijos, o esclavos) sino “mujeres sométanse”, con lo que la
acción pasa a ser voluntaria; y además, se destaca que estos son tenidos como
sujetos, no como objetos del marido (ver Col 3,18-23; Ef 5,21-6,9 y también 1
Pe 2,18-3,7). El cristianismo –como se ve- se vio en la necesidad de adaptarse
al ambiente de las ciudades del Imperio, pero no podía renunciar al lugar
igualitario que la mujer tenía en sus comunidades, o al reconocimiento de los
esclavos como hermanos. De allí los cambios que realiza en los “códigos”,
comparado con lo que se esperaba que hiciera un “padre de familia”.
Lamentablemente, cuando se dejó de tener en cuenta que estos códigos respondían
a un contexto concreto, estos textos se mal usaron en sentido machista y
esclavista.
Al “encarnarse”
el cristianismo en una cultura como esta, busca presentarse como amigable para
la sociedad, pero sin renunciar a lo más propio, aunque esto sea “contra-cultural”. La adaptación a
ciudades, supone renunciar a algunos elementos, pero tratando de vivir lo
fundamental, sabiendo distinguir lo relativo.
Desaparecidos sus dirigentes, ante las nuevas realidades
y problemas, el cristianismo de la segunda generación aceptó los desafíos de
anunciar la “buena noticia”. Hizo adaptaciones, amplió ministerios, relativizó
algunos aspectos, pero supo mantener creativamente lo fundamental de su
predicación, el corazón del Evangelio. Las nuevas realidades, desafíos, y el
cambio de época en el que estamos (documento de Aparecida 44) sin dudas
representa una novedad ante la que hoy nos encontramos y debe invitarnos a poner
toda nuestra fidelidad creativa en funcionamiento para saber relativizar
algunos aspectos en orden a ir encarnando el anuncio del Evangelio manteniendo
lo fundamental como supieron hacerlo los discípulos de Pablo y toda la segunda
generación cristiana.
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