La sangre derramada y la
siembra de esperanza (*)
Conferencia
dictada en Bogotá, Colombia el 7 de abril de 2015 en la Cumbre mundial
por el Arte y la Cultura para la Paz en Colombia [el texto debió
abreviarse a la mitad por cuestión de tiempo]
Eduardo
de la Serna
La muerte de Abel, la sangre
sembrada por Caín nos invita a pensar. Y repensar.
El texto bíblico nos dice
que Abel era pastor y Caín labrador del suelo, el mismo que – poco antes, a consecuencia
de la desobediencia de Adán y Eva – Dios había maldecido. A continuación cada
uno presenta a Dios su ofrenda. Sin que nos quede claro por qué, a Dios le
gustó la ofrenda de Abel y no miró la de Caín (¿por presentar frutos de la
tierra maldecida?), y esto enojó al mayor. Lo cual lo deja cabizbajo e
irritado. Siete veces se insiste en que Abel es “hermano” de Caín. A pesar de
la ofrenda, el eje del relato no es la relación entre Caín y Dios sino entre él
y su hermano. Como un animal que acecha, es Caín quien se lanza sobre su
hermano y lo mata.
A partir de entonces, comienza el juicio por parte de Dios:
interrogatorio, alegatos y sentencia. Como lo había hecho en el jardín de Edén,
Dios pregunta “dónde está”, en este caso Abel. Como allí, el interrogado se
desentiende del hecho, y luego surge un testigo inesperado: las sangres (en
plural, por lo terrible del hecho). Pero no se dice que ésta fuera “derramada”
sino que el suelo, ya maldecido, recibe de mano del labrador la sangre, vida,
alma de su hermano. Pero estas sangres “claman”.
El grito del dolor no deja impávido a Dios, el mismo que libera a Israel de la
opresión egipcia por haber “oído el clamor de (su) pueblo”. La sentencia de
Dios – que el mismo Caín reconoce – es desplazar al campesino de su tierra.
Pero, sin embargo, este Dios no lleva la sentencia hasta el final. No aplica el
“ojo por ojo, sangre por sangre” sino
que con una señal protege la vida de Caín ante cualquiera que lo amenazare.
Sería fundamentalista y
falso pensar que el texto bíblico se repite una y otra vez en nuestra historia
y que podemos ver la realidad e historia colombiana allí reflejada. Pero no es
menos cierto que hay elementos del relato que nos permiten pensar nuestro
pasado y nuestro esperanzador camino por andar.
La
tierra: no es demasiado difícil reconocer que el problema de la
tierra es un tema clave en el conflicto colombiano. Tierras usurpadas, ocupadas
de hecho, campesinos y ganaderos, propietarios y hacendados no son simples
espectadores ante la situación. En muchos casos responsables, gestores o
financiadores de ilegalidades, latifundios, monocultivos, minería ilegal,
plantaciones ilegítimas son con frecuencia punto de partida para comprender la
violencia y el conflicto. Sin duda, no es monopolio de Colombia la causa de los
conflictos y violencias gestadas en la propiedad de la tierra. Los viejos
conflictos de la United Fruit, y la
caricaturesca referencia a “países bananeros”, tienen allí un elemento
importante de la comprensión del problema. La sola mención de la palabra “reforma agraria” es para muchos de ellos
una palabra más grosera que la mención o el insulto más ofensivo. El tema ya
fue planteado en 1968 por el grupo sacerdotal Golconda:
Esta clase dirigente, renovada y fortalecida allá por los años
30, aparece como dueña absoluta de las tierras que otrora pertenecieron los
indígenas, para utilizarlas en su exclusivo provecho.
En cuanto al pueblo, la inmensa mayoría de la población, quedó
imposibilitado -luego de haber derramado su sangre en los campos de batalla-
para vivir como ciudadanos en su propia patria.
El desafío de relativizar la
propiedad privada es un reto todavía vigente. Y – sin dudas – sin un profundo
criterio de equidad y justicia difícilmente lo que parece la causa primera de
la violencia no vuelva a provocarla de una u otra manera y reaparezca siempre
nueva si no se encuentra una solución justa. Y no habrá verdadera justicia si
los más pobres no tienen la posibilidad alegre de gestionar su propia vida, su
trabajo y ganar su sustento. La tierra, al ser latifundio, al ser ámbito de
explotación o de injusticia es suelo maldecido, como el que labra Caín. Suelo
que Dios no mira, porque para Él sólo cuenta el momento en que el otro es
tenido en cuenta como verdadero hermano y hermana.
Culto: es
curioso, y particularmente desafiante que en un pueblo religioso como es el
colombiano muchos no parezcan ver una contradicción entre ser capaces de
desentenderse de su hermano y ser provocadores de violencia y muerte y que son
después fervientes participantes en cultos y celebraciones. Como Caín, hay
quienes aunque sean capaces de matar a sus hermanos participan del culto. Y se
los ve en la televisión con gigantescas cruces los Miércoles de Cenizas, o
haciendo bendecir sus armas, o participando en celebraciones públicas… ¡o
celebrándolas! El Dios de la Biblia rechaza el culto vacío, que no viene
acompañado por una preocupación concreta y militante por el hermano. Allí Dios
no está, allí no lo encontramos aunque estemos convencidos de lo contrario. A
Dios lo encontramos en el cumplimiento de su voluntad que es el derecho y la
justicia, la preocupación por el huérfano y la viuda, la atención a los
desplazados, porque antes lo fue el mismo Israel. Ese culto sin esto se asemeja
más a la idolatría, a una manipulación de Dios que a una búsqueda del encuentro
con Él que se realiza auténticamente en el encuentro con el hermano.
Sangre:
para la Biblia la sangre es la vida misma, es el alma de las personas. Es
territorio sagrado. Y divino. La sangre que Caín siembra, como “trabajador de
la tierra” es muerte, asesinato. Lo que surge de esta tierra y de esta siembra
es el clamor. La sangre debe permanecer dentro, cuando sale fuera es sinónimo
de violencia. Es el complejo choque entre lo sagrado y lo profano. Aquel que
creía encontrarse con Dios en el culto, atenta contra Dios al abalanzarse como
serpiente sobre su hermano, al sembrar su sangre, al desconocerlo como hermano.
Pero esta vida – muerte sembrada debe producir algo. Algo que en este caso es un
grito de dolor. Hablar del conflicto es hablar de abundancia de sangre
derramada; ¡demasiados colombianos y colombianas han sido sembrados en este
suelo maldecido por la violencia! Y soñar el cese del mismo es pretender que la
sangre “nunca más” sea derramada; que la sangre vuelva a ser símbolo de vida.
El General Perón afirmaba en Argentina que las revoluciones se hacen con sangre
o con tiempo. Si se elige el tiempo, se ahorra sangre, si se elige la sangre se
ahorra tiempo. El ya demasiado extenso tiempo de conflicto colombiano muestra
que nada de eso se ha ahorrado. Quizás sea tiempo de soñar una revolución en la
que el tiempo sea aliado para que nunca más la sangre sea derramada. Que lo que
caiga en la tierra sea el sudor del trabajo digno, y que nunca más sea pisada
por las botas de la violencia sino por los bailes populares de la alegría.
Clamor: en
la Biblia, el clamor, como grito de dolor es algo que conmueve a Dios. El Dios
bíblico no es indiferente, distante al sufrimiento. Es el Dios de la compasión,
el Dios maternal. La opresión de los campesinos judíos por parte del
imperialismo egipcio arranca un clamor del que Dios no puede y no quiere quedar
indiferente. O impávido. Y provoca liberación. Y de este clamor es capaz de
crear. Se crea un pueblo. Ese grito de dolor es lo contrario de la verdadera
justicia, que es lo que Dios quiere. El pueblo de Dios está llamado a vivir en
justicia, pero es capaz de provocar gritos de dolor. Dolor – además – que no
nace de la búsqueda egoísta de la autocomplacencia, sino dolor que surge de la
violencia, de la sangre derramada. Es el clamor de las víctimas.
Pero no nos quedemos aquí en
una mera mirada casi auto-referencial.
- El golpe pseudo-constitucional contra
Fernando Lugo, en Paraguay, tuvo como excusa una matanza de campesinos de la
que se lo responsabilizó fraudulentamente.
- El intento de golpe contra Evo
Morales en Bolivia tuvo su origen en temas de tierras y de Madre Tierra. Su
origen indígena era una especie de señal que debía ser anulada para que los que
se creen dueños pudieran seguir empobreciendo a los campesinos y enriqueciendo
sus cuentas bancarias.
- El intento de golpe contra Cristina Fernández de
Kirchner (el primero de varios) tuvo su origen en un intento de gravar el
enriquecimiento pornográfico de agricultores y ganaderos.
- El gobierno de
Sebastián Piñera en Chile aplicó a los indígenas mapuches la ley antiterrorista
por el conflicto por la posesión de recursos naturales.
- Y se puede seguir con el problema de las
tierras, indígenas, paramilitarismo, tráfico de estupefacientes en México, y
tantos otros sitios.
El intento sistemático de unos pocos de quedarse con todo
y despreocuparse de la situación de las mayorías pobres, indígenas, campesinos,
afro-descendientes, desocupados o sub-ocupados de las grandes ciudades… es gestor
de políticas. Políticas que vemos cotidianamente en nuestra América Latina.
La dictadura militar
argentina, impuesta el 24 de marzo de 1976, utilizó las organizaciones
guerrilleras ERP y Montoneros como una excusa ante el mundo para tomar el poder
y establecer el orden, aunque ambas organizaciones estaban ya diezmadas y
desarticuladas. La posibilidad de confrontarlas con la legalidad era evidente.
Pero fue una excusa. Una excusa para imponer a sangre y fuego un modelo
económico genocida. Mirar la deuda externa argentina, la desocupación o la
distribución del ingreso cuando asume el poder la dictadura militar y mirar los
mismos indicadores cuando deja el gobierno derrotada y fracasada es un indicio
de sus verdaderos objetivos. Es por eso que necesitó particularmente la ayuda de
dos grandes poderes exógenos: la prensa y la jerarquía eclesiástica. Una prensa
que creó el clima preparatorio del golpe y luego creó el ambiente propicio para
que se sostuviera, beneficiándose económicamente, por cierto, y una jerarquía
que bendijo y dio sustento pseudo-teológico a la dictadura. De allí que muchos
hablemos de una dictadura eclesiástico-cívico-periodístico-militar.
Casi en soledad el primer
obispo de Quilmes, Buenos Aires, decía en la Navidad de 1976:
No basta examinar la
conciencia, es necesario proponerse valientemente un programa constructivo:
«Si quieres la paz, defiende la vida». Y la intención del Papa es aludir
manifiestamente a la vida corporal: su conservación, su seguridad, su promoción
plena. Frente a tanta sangre derramada
en el mundo entero en lo que va del siglo, y en nuestra patria en los últimos
años, nadie osará enrostrar a Dios con la frase intempestiva de Caín: «¿soy yo
acaso el guarda de mi hermano?» (Gen 4, 9), pues, desde la solidaridad humana fundada
en la encarnación del Hijo de Dios cuya presentación en la historia se evoca
precisamente en la Navidad, Dios sigue diciéndonos: «se oye la sangre de tu
hermano clamar a mí desde el suelo» (Gen 4, 10).
No en vano, terminada la era
del terror, el genocidio en Argentina continuó con la aplicación del modelo
neoliberal ya implantado, un auténtico genocidio planificado, y cuando – más
adelante – se aplican políticas públicas más inclusivas, el nuevo modelo padece
las críticas de los mismos sectores: eclesiásticos, empresarios y periodísticos.
La proliferación de neoliberalismos genocidas en América Latina, muchos de los
cuales pudieron ser en mucho o en parte desarticulados con el tiempo, aunque
sigan intentando volver por otros medios no democráticos, como se ve en Chile,
Venezuela, Brasil y Argentina, por ejemplo; aunque en otros lados, como
Colombia, siguen vigentes en nombre de Pactos del Pacífico o tratados de libre
comercio, son indicio de todo esto. Sin dudas el neoliberalismo colombiano no parece
separable del Plan Colombia, de las bases militares, de los “aportes” de la CIA
y de las relaciones espurias de más de un gobierno con el imperialismo del
Norte. Y sin dudas, la experiencia de muchos países de América Latina ha de
servir de alerta y desafío a Colombia si pretende alcanzar perdurable y
justamente la deseada paz.
A modo de ejemplo y
testimonio de todo esto me permito citar un caso emblemático de la América
Latina ocurrido en la república de El Salvador en 1980. La situación de
dictadura o gobierno títere era patética y grave. Las Fuerzas Armadas estaban al
servicio del poder económico, y todo esto era alentado desde los Estados
Unidos. Una guerrilla fuerte, numerosa y con importante inserción en el
ambiente campesino tenía al país en un estado de virtual guerra civil. La
situación llevó al obispo Oscar Arnulfo Romero a escribir una maravillosa carta
pastoral sobre la violencia. Allí invitó – coherentemente con los documentos
episcopales de Medellín – a reconocer que la violencia de reacción (la
guerrillera inclusive) no era la “violencia primera”. Hay una violencia
institucionalizada que es gestora de las demás violencias. De allí surge la
reacción de diferentes tipos. Lo mismo ocurre con la violencia represiva, que
es a su vez respuesta a esta. La mirada a los distintos tipos de violencia, sus
causas, sus análisis conserva actualidad en la realidad mundial actual, no sólo
latinoamericana. Pero el monopolio de la información llevó a la sociedad y al
mundo a creer que la guerrillera era la violencia primera. Y la represión,
entonces, no era vista como una defensa de los intereses de los poderes
hegemónicos, sino como una justa defensa social ante una agresión originaria.
Los Estados Unidos ayudaban económicamente y con armas al gobierno de El
Salvador y entonces el mismo arzobispo Romero escribe una carta al presidente
Jimmy Carter pidiendo que no envíe más armas a su país (algo en lo que
obviamente fracasó). La violencia seguía, y entonces un 23 de marzo el obispo
habló muy claro. La misa desde la catedral era transmitida por la radio
diocesana y escuchada en todos los hogares campesinos de El Salvador. Allí les
dijo:
"Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los
hombres del ejército. Y en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la
policía, de los cuarteles... Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus
mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe
prevalecer la ley de Dios que dice: "No matar". Ningún soldado está
obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie
tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que
obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia,
defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de
la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. En nombre de
Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el
cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de
Dios: Cese la represión"
El clamor de los campesinos,
como el de Abel, subió al cielo, y como profeta Romero habló en nombre de Dios.
Al día siguiente, durante la misa, fue asesinado. La voz del mártir y la voz
del profeta son una voz de Dios para nuestra América Latina. Quizás países como
Argentina y Colombia hayan extrañado y sigan extrañando voces episcopales de
profetas y que se escuche la voz de sus muchos mártires para reconocer el paso
de Dios escuchando el clamor del dolor y proponiendo auténticos caminos de
justicia.
Si algo ha caracterizado
nuestra América Latina en sus búsquedas de liberación y justicia es la
proliferación de mártires. El nombre “mártires”
tiene su origen en el griego y se refiere a aquellos y aquellas que dan
testimonio de sus convicciones y militancia, de sus pasiones y su fe hasta el
final violento de sus vidas. Aquellos que testimonian lo que creen cuando son
matados, y dan la vida por ello. De allí un famoso dicho cristiano del siglo
II: “la sangre de los mártires es semilla
de cristianos”. El testimonio es – aunque doloroso – una invitación al
seguimiento. Como tantos otros de nuestros países, Colombia es tierra de
mártires. Y los creyentes estamos convencidos que en esa vida arrancada Dios
está diciendo algo. El mártir, la mártir son una palabra de Dios para nuestro
tiempo. Resulta doloroso que tantos en la jerarquía eclesiástica argentina o
colombiana silencien sus muchos mártires, obispos, presbíteros, religiosos,
catequistas y miles y miles de pobres, campesinos y desconocidos. ¿
- No nos dice
algo Dios sobre la búsqueda de la verdad y la defensa de los derechos humanos
al mirar el martirio de Elsa Constanza Alvarado y Mario Calderón, investigadores
del CINEP asesinados en mayo de 1997?
- ¿Qué dice Dios sobre los conflictos de
las tierras, los indígenas y los afrocolombianos en el martirio de Yolanda
Cerón en Tumaco, en septiembre de 2001?
- Cientos y miles de mártires campesinos,
indígenas, afrodescendientes, religiosos, sindicalistas, periodistas, dicen
mucho, su sangre clama desde el seno de la Madre Tierra colombiana y
latinoamericana. ¿Qué dice a nuestra historia? ¿Qué dice a nuestro presente y
futuro?
Cuidado: A
pesar que el texto insiste en que Caín es hermano de Abel, éste no sólo es
asesino sino que a su vez se desentiende de su hermano: “¿Soy acaso yo el guardián de mi hermano?”, afirma. No está
dispuesto a hacerse cargo de Abel. El reconocimiento del otro como “hermano” es
el punto de partida del criterio de justicia, de igualdad en el Israel bíblico.
Porque el otro es un hermano no puedo maltratarlo, esclavizarlo, ser usurero
con él. Los otros pueblos no lo son, pero un judío sí, y por eso las leyes de
Israel son sumamente amplias en la defensa del hermano. Si alguien debiera
venderse como esclavo por deudas, por ejemplo, el hermano que pudiera está
obligado a pagar el rescate a fin de devolverle la libertad sin quedar el
beneficiario con deuda alguna con su pariente. Ser hermano implica un
compromiso con el otro, con su vida, su salud, su sustento… el guardián es
quien debe ocuparse, cuidar (como el pastor “cuida” su rebaño). Sin duda – y
más por ser primogénito – Caín debe ser guardián de su hermano. ¿Cuánto
cambiaría en nuestra mirada del presente, de la propiedad privada, de
resolución del conflicto, de propuestas firmes de paz si partiéramos de un
reconocimiento claro del otro, la otra como verdaderos hermanos? ¿Cómo serían
nuestras políticas activas al interno del conflicto o con los países vecinos –
pienso en la mirada de muchos colombianos a la hermana y querida República
Bolivariana de Venezuela – si nos reconociéramos como verdaderos hermanos?
Compasión: un
elemento llamativo – e interesante a la hora de hablar del Dios de la Biblia –
es que, como ya había ocurrido con Adán y Eva en el jardín del Edén, Dios
mitiga la pena que hubiera correspondido al responsable del delito. A pesar de
que Caín se reconoce a sí mismo como asesino, y sabe que “cualquiera que me encuentre me matará”, lo cual sería razonable en
la aplicación de la ley bíblica llamada del Talión, Dios pone una señal a Caín
(el texto no dice cual, y saberlo no es importante para la comprensión del
mismo) para que quien intentara hacer justicia sepa que Dios se hace cargo de
la vida de Caín. Dios mitiga la pena porque se interesa, es guardián de Caín.
Desplazamiento: Pero
la mitigación de la sentencia no implica desentenderse del hecho. Caín es desplazado
de la tierra. El texto utiliza dos términos que se ilustran mutuamente: vagabundo y errante. El primero vaga de un lugar a otro sin un rumbo fijo. Algo
muy distinto del nómade. Es inestable y sin hogar. El segundo también es uno
que no tiene techo ni lugar fijo. Es un necesitado. Ambas se asemejan al desplazado,
aunque en este caso que comentamos se trata de una situación de la que Caín
mismo es responsable de ello a causa de su crimen. Sin dudas la situación de
desplazamiento es lo suficientemente perversa como para ser vista como un
castigo adecuado para el asesino de su hermano después de haber mitigado la
pena más grande que le hubiera correspondido. En las situaciones de aquellos
que han sido víctimas del desplazamiento forzado (las que lo son por las más
diversas situaciones, como las migraciones por hambre, desocupación, tragedias
climáticas y – por supuesto – por el conflicto armado o la posesión criminal de
la tierra) a la situación de vagar errante ha de sumarse la experiencia
dramática de la violencia. Otros hermanos han decidido desentenderse de sus
hermanos, abalanzarse sobre el / los débiles, y la tierra, maldecida por la
violencia – o mejor, los violentos que la maldicen – expulsan a los débiles, a
aquellos para los que la vida es un soplo (eso significa el nombre Abel). De este modo volvemos al comienzo,
a la tierra. A la causa del conflicto, al punto de partida de la posible
solución.
El mencionado grupo Golconda
afirmaba:
Indudablemente que esta situación es imposible de superar sin
una verdadera revolución que produzca el desplazamiento de las clases
dirigentes de nuestro país, por medio de las cuales se ejerce la dependencia
del exterior.
Asimismo, la verdadera reforma agraria, que ofrezca al pueblo,
tan honrado en los discursos políticos a la hora de las promesas, pero
crucificado a la hora de los hechos, un real acceso al disfrute de la tierra, y
por consiguiente, a la participación de la producción, en las decisiones del
país y en su grandeza.
Mencionar la situación de
sufrimiento del pueblo como “crucificado”
es una auténtica novedad en la actualidad (1968). La teología de la liberación,
en nuestros días, ha hecho suya la idea y la ha profundizado a la luz de los
nuevos tiempos. Se habla de “pueblos
crucificados” y de la búsqueda de vida como un “bajar de la cruz” a los pueblos crucificados. El tema tiene, a su
vez, fuertes raigambres bíblicas. Pero ¿qué sería bajar de la cruz a los
pueblos crucificados en Colombia, y América Latina? Es importante destacar que
el uso “domesticado” de la “cruz” ha
hecho que esta sea aplicada a cualquier situación de dolor, como podría ser
incluso una enfermedad grave. Sin embargo, la cruz es inseparable de los
crucificadores. Los poderosos son quienes tienen la autoridad impune para
enviar a la cruz a los débiles, a sus adversarios, a los que son obstáculo a la
consecución de sus propios fines. Cruz no es sólo sufrimiento sino también
injusticia y un poder capaz de infligirla. Cruz es Jesús, pero es también
Pilatos, Roma, tortura y Judas. El pueblo crucificado sabe que cuenta con Dios,
su Padre y Madre para alcanzar la resurrección, pero a su vez requiere de
quienes lo bajen de la cruz para que no haya ya crucificados. Las múltiples
cruces del pueblo colombiano: la pérdida injusta de la tierra, la violencia, la
pobreza, el desprecio a indígenas y afrocolombianos, la violencia contra la
mujer como campo de batalla, la falta de trabajo o de trabajo digno, el
desplazamiento, y las decenas de consecuencias del conflicto: secuestros, minas
anti personales, reclutamiento forzado, torturas, masacres, sicariato son cruces
que deben quedar vacías. Con el descenso de los pobres de la cruz empezará la
resurrección de Colombia y con ella la de América Latina toda.
Cada pueblo tiene, sin
dudas, sus propias cruces, sus propias luchas y sus propias expectativas de
resurrección. Sin dudas no es idéntica la situación de los indígenas en
Guatemala que en Uruguay, de los afro-descendientes en Brasil que en Chile. Eso
no impide que haya muchos elementos comunes en las cruces, y también que los
haya en los caminos de vida y liberación.
Si es cierto que no hay cruz
sin crucificadores, sería ingenuo y falso pensar que nadie se opondrá a bajar
de la cruz a los crucificados del conflicto. Y si bien es diferente cada
situación y país, se han vivido procesos de paz en Guatemala y El Salvador (costosos,
con tumbos, avances y retrocesos), en Argentina, en Brasil y Uruguay y
pareciera que hay elementos que se pueden tener en cuenta para que bajar de la
cruz a algunos no signifique que puedan encontrarse con Pilatos a la vuelta de
la esquina. La experiencia suele indicar que no es habitual que los
crucificadores contribuyan a la paz; así se ha visto en Sudáfrica y en el
primer intento en Argentina, por ejemplo. Vista la experiencia, siempre
difícil, conflictiva y ardua de mi país, me resulta difícil entender cómo pueda
lograrse la paz en Colombia con la vigencia plena del modelo neoliberal y con
las relaciones casi promiscuas con los Estados Unidos. La dificultad de
implementar un simple nuevo sistema de basura en Bogotá en nombre, entre otras,
de la competencia y la libre oferta y demanda – aunque muchos podamos creer que
en realidad se trata de enemistad manifiesta que toma la basura como excusa (al
fin y al cabo la democracia no es tema de quien no fue elegido por el pueblo) –
muestra la dificultad de alcanzar procesos de encuentro, humanos, de vida y
fiesta. Pero la experiencia de que, a pesar de las dificultades, y sabiendo que
no hay recetas ni magia sino que la voluntad, la militancia, la firme decisión
de unos y otros, puede permitir que se den los primeros pasos y que más
temprano que tarde Colombia sea la tierra de paz que siempre mereció, pero que hasta
ahora no hemos podido experimentar. Una tierra donde todos se sientan
guardianes de sus hermanos, una patria donde la tierra sea bendecida por la
fraternidad y sororidad, un espacio donde las armas se transformen en
instrumentos de labranza y sea verdad que el único riesgo de venir a Colombia sea
querer quedarse.
Tengo la sensación que en el
texto de Caín y Abel se encuentran explícita o implícitamente los cinco puntos
de discusión para el fin del Conflicto armado entre el Gobierno y la guerrilla
de las FARC. Tengo también la sensación que la firma del fin del Conflicto está
pronta, pero que sería injusto y peligroso creer que con ese momento crucial y
fundamental “todo ha concluido”. Hay
muchos que hacen y harán lo imposible por lograr su fracaso, lo sabemos y algún
hacker lo demuestra. Pero sabemos también que hay millones de colombianos y
colombianas que miran con esperanza el fin del conflicto.
El Nuevo Testamento va
todavía más allá del texto de Caín y Abel. Nos dice que se ha iniciado una
Nueva Alianza con Cristo. La vida y la muerte de Jesús nos llenan de vida. Pero
no por el odio de Pilatos o Caifás, sino por el amor inmenso de Jesús que
solidariamente con los que sufren – por quienes tiene una compasión maternal –
se entrega para dar más vida. El autor de la carta a los Hebreos lo afirma con
claridad: «ustedes se han acercado… a Jesús, mediador
de la nueva alianza, a una sangre rociada que grita más fuerte que la de Abel».
Aquellos
que se llamen cristianos en Colombia – pero no por dar culto, sino por ser
guardianes de sus hermanos – del mismo modo que todos los que pretendan una
“Colombia humana” deberán – deberemos – saber que buscamos “que el dolor no nos sea indiferente”,
que la guerra “es un monstruo grande y
pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente”. Y por eso podemos y
soñamos cantar una “Canción de caminantes”:
Porque el camino es árido y desalienta.
Porque tenemos miedo de andar a tientas.
Porque esperando a solas poco se alcanza,
valen más dos temores que una esperanza
Dame la mano y vamos ya, dame la mano y vamos ya.
Si por delicadeza perdí mi vida
quiero ganar la tuya por decidida.
Porque el silencio es cruel, peligroso el viaje,
yo te doy mi canción, tú me das coraje.
Dame la mano y vamos ya, dame la mano y vamos ya.
Ánimo nos daremos a cada paso,
ánimo compartiendo la sed y el vaso.
Ánimo, que aunque hayamos envejecido,
siempre el dolor parece recién nacido.
Dame la mano y vamos ya, dame la mano y vamos ya.
Porque la vida es poca y la muerte mucha,
porque no hay guerra, pero sigue la lucha.
Siempre nos separaron los que dominan
pero sabemos hoy que eso se termina.
Dame la mano y vamos ya, dame la mano y vamos ya.
Diseño tomado de https://javiersoriaj.wordpress.com/2011/08/03/postales-del-ezln-10-no-a-la-guerra-2/