La presencia del Espíritu en los escritos
de San Pablo
Eduardo de la Serna
El
presente texto constituye la ponencia en el II Congreso Continental de
Teología (26-30 de octubre 2015), organizado por Amerindia. El texto
completo será publicado por ellos próximamente.
Hablar del espíritu en Pablo no resulta fácil. Hay autores
que casi no dan lugar al tema, y otros que afirman que éste constituye el centro
mismo de su teología. La importancia queda expresada en esta frase de Tom
Wright: “No hay doctrina paulina de la justificación sin la doctrina paulina
del espíritu”. Udo Schnelle lo presenta como principio de conexión de su pensamiento: teología, cristología,
soteriología, antropología, ética y escatología.
Suele afirmarse que el espíritu se ha retirado de Israel, en
un futuro indefinido Dios lo enviará. La expectativa en un profeta (como Moisés
o Elías) anuncia la llegada de esos tiempos. La resurrección de Jesús revela la
llegada de esa era anunciada por Daniel 12,2; pero con la novedad de que
aunque ya ha comenzado aguarda todavía su inminente venida para vivirse en
plenitud. Con la cuestión de la identidad de Jesús comienza la pregunta
cristológica, pero ésta es inseparable de la respuesta escatológica. Jesús es
experimentado Hijo de Dios puesto que el espíritu de Dios, se ha
derramado. Muchos dicen que la profecía ha cesado y el espíritu se ha retirado
pero la comunidad afirma haber recibido el espíritu de Dios. La confianza en la
donación del espíritu fue tan decisiva como la resurrección de Jesús.
Pero el espíritu no solamente se ha infundido sobre toda la
comunidad como don, también se derrama sobre algunos miembros para una misión especial.
Pablo afirma que ha recibido el espíritu como un nuevo Elías, lleno de celo por
Dios, llamado desde el seno de su madre a realizar signos y prodigios,
anunciando la venida inminente del día del Señor. Hay, entonces, un sistema cristológico para el cual todos
reciben el espíritu y un sistema
veterotestamentario en el cual el espíritu se da a algunos para el
ministerio. En este, el espíritu es cumplimiento de las esperanzas de los
últimos días; en el sistema cristológico se trata de completar la obra y
ministerio de Cristo. El espíritu da al cristiano la misma intimidad con Dios
que tuvo Cristo. La referencia al Resucitado y al don del espíritu son
inseparables aunque aludan a aspectos diferentes. Espíritu es un término nacido
de la experiencia; estrechamente unido al bautismo; cristocéntrico, comunitario
y escatológico.
Thiselton señala
tres aspectos: (1) el Espíritu no apunta a sí mismo sino a Cristo; (2) frecuentemente
hay confusión entre los medios del Espíritu con el Espíritu (confusión idolátrica la llama Fison);
(3) esta confusión reduce al Espíritu y lo rebaja de su ser casi personal. Es
el caso de Corinto donde algunos confunden el Espíritu con el pneuma arrebatante de las experiencias místicas griegas y
sustituto de la inteligencia humana.
Veamos algunas perícopas sabiendo que es mucho lo que quedará por
decir.
I.
El espíritu y la opción por los pobres (1
Corintios)
En 1 Cor 2,6-16 notamos el uso de la primera persona del plural;
tiene la apariencia de un midrás enmarcado por textos de la Escritura,
semejante a 1,18-31: en ambas contrastan la sabiduría humana y la divina; ambas
finalizan con una unidad en la que Pablo habla de su ministerio. El término hablamos es leitmotiv en la unidad
dirigida a los teleiois. Se refiere a hablar con lo que prepara el hablar profético de c.14. Lo hablado
es la sabiduría de Dios. El contraste es entre theos y anthropos. El
agente del obrar divino es su espíritu, espíritu de revelación que permite el discernimiento
porque conoce las cosas de Dios. Lo que el espíritu comunica es la sabiduría divina
que le permite discernir qué sabiduría es de los príncipes de este tiempo
y cuál es de Dios. Los diferentes términos antropológicos de 2,6-16 contrastan
una persona psyjika con una persona pneumatika, una que ha recibido el
espíritu de Dios.
La perfección, alude a los que se autoproclaman espirituales;
estos entienden que la madurez se define en clave conocimiento, mientras
que Pablo la define en clave edificación. 1 Cor 1-4 está marcado por la
iniciativa divina. La sabiduría divina es inaccesible sin mediar la revelación,
sólo puede adquirirse por el espíritu que sondea las profundidades de Dios.
Conzelmann ha mostrado que quienes utilizan este lenguaje son las clases altas
que se dicen perfectos mientras Pablo lo universaliza como don de
Dios. Perfección, sabiduría y ser espirituales se identifican en la
mirada paulina. Hay quienes tienen conocimiento y quienes no, y la diferencia entre
ambos radica en tener o no el espíritu. El espíritu es lexema dominante
en el resto de la unidad. Lo importante es el contraste antropológico. Algunos
de las clases altas se creen poseedores del espíritu, y tienen una actitud de
menosprecio a los que – según ellos – no lo tienen; pretenden que el espíritu
es algo que pocos poseen. El mismo tema se planteará en cc.12-14. Los que se
ven como espirituales pretenden que Pablo les reconozca su primacía en
la comunidad; hacen sentir su inferioridad a quienes menosprecian e incluso han
logrado que estos reconozcan esta supuesta superioridad. Como en 2,6-16 Pablo
insistirá que el espíritu es dado a toda la ekklêsía y nadie hay sin
espíritu. La característica de los dones espirituales es que surgen de
la iniciativa divina.
Podemos decir del espíritu algo análogo a lo que Martin ha
dicho del cuerpo en esta carta: la elite hace suya una concepción
ilustrada y de clase alta del cuerpo, al estilo de Galeno, Hipócrates;
Pablo hace suya una mirada popular del término. A los que pretenden tener el
espíritu les señala que la Iglesia es un pueblo crucificado, que la
verdadera Sofía – que contrasta con la de los príncipes de este mundo –
es revelada por medio del espíritu. Rechaza el elitismo haciendo su opción por
los débiles. Con Horsley podemos afirmar que el uso paulino tiene sentido
anti-imperial. Pablo toma términos del lenguaje imperial trastocando sus
sentidos de un modo contracultural. Estos (hijo de Dios, señor, gracia, fe,
ekklêsía, paz, evangelio, etc.) y aquí espíritu forman parte del corazón
de la teología paulina y nos invitan a pensar a Pablo desde una perspectiva
subversiva para el Imperio.
En suma, el espíritu que algunos de la elite reclamaban
exclusivamente, sintiéndose poseedores exclusivos y despreciando a los sectores
marginales, Pablo lo reconoce como un don de Dios para todos sin excepción.
Nadie hay sin espíritu aunque algunos pretendan monopolizarlo por manifestarse en
expresiones extraordinarias. La edificación de la comunidad es el criterio
fundamental y no la auto-exaltación individualista y superficial que
caracteriza a aquellos que se desentienden de los débiles.
II.
El espíritu y la debilidad (Gálatas y
Romanos)
A.- Pablo
entra en conflicto con las comunidades de Galacia ya que han seguido lo
que llama otro Evangelio, una deformación del mismo. El debate es
con ese evangelio que predican los maestros infiltrados en la
comunidad.
El judaísmo recibía a los paganos que querían hacerse judíos.
Para incorporarse a Israel era preciso un bautismo de prosélitos, y
luego la circuncisión. La teología que Pablo recibe en Antioquía lo lleva a
entender que el bautismo en nombre de Cristo incorpora a los paganos en
el Pueblo de Dios en Cristo; no hace falta más. Otras comunidades,
especialmente la Iglesia de Jerusalén, entienden que el bautismo es la primera
etapa pero falta la circuncisión y eso es lo que predican. De allí la importancia
que da Pablo al bautismo; es el momento en el que la persona se incorpora a
Cristo y recibe a su vez el Espíritu.
Al decir el Espíritu que recibieron (3,2) supone que el tema
no está en discusión, la pregunta es por las circunstancias. Lo hemos recibido por la fe. La relación
entre Cristo y el espíritu tiene un punto de partida en el bautismo como se ve
en el texto paralelo de Gal 3 y 1 Cor 12. El bautismo en Cristo o en
el Espíritu se identifican; Pablo lo modifica según lo que está destacando
en cada carta: en el espíritu frente a los espirituales en
Corinto, y en Cristo porque destaca la fe en Cristo sobre la ley
en Gálatas. El bautismo, nos une al hijo. Cristo y Espíritu, cristología y escatología,
vuelven a integrarse en un marco antropológico.
La experiencia del espíritu es la prueba de la falsedad de la
predicación de los maestros. Hay contraste entre los elementos de este mundo
que nos hacen esclavos y el rescate que provoca la adopción filial. Siendo
libres por el Hijo es insensato volver a la esclavitud de los elementos de
este mundo. Así entiende el envío del hijo y del espíritu llamado
espíritu de su hijo. Este constituye
la presencia continua de Dios y su actividad
en el mundo. No somos guiados por la ley sino por el espíritu que nos pone en
intimidad con Dios. Es notorio el contraste entre caminar según el espíritu o
cumplir los deseos de la carne, contraste que marca el sentido escatológico de
esta antropología; algo reflejado en las obras de la carne y el fruto del
espíritu ante el que no hay ley. Esto la retomará en la carta a los Romanos.
B.- La carta a los Romanos termina su
primera unidad (1-8) dedicada a mostrar los efectos de la gracia en los que creen.
El creyente es libre a diferencia de los que están sometidos a sus propias fuerzas
o a la Ley. Es libre por la gracia que nos sumerge en Cristo, hemos dejado atrás la debilidad, la carne para dejarnos
conducir por la fuerza de Dios, el espíritu. Sin ese espíritu recaeríamos en la
incapacidad de vivir según Dios, en Cristo. La carne es expresión de nuestra propia imposibilidad, mientras que el
espíritu es de Dios, se trata de
dos mundos contrapuestos. Los que en el Bautismo han recibido el espíritu de
hijos ya no están en la carne, el
espíritu habita en ellos. Sin él, el
que habita es el pecado, nada
bueno habita en mí. Luego de destacar
que gracias a la unión con Cristo somos libres del pecado, de la muerte y de la
ley señala que esto ocurre por la donación escatológica del espíritu. La vida que los cuerpos mortales recibirán de parte del
que resucitó a Jesús es dada por
mediación de ese espíritu de Dios que habita en nosotros. La paradoja la ha
presentado en el cap. 7: hemos sido liberados del pecado, la muerte y la ley,
pero no es eso lo que experimentamos. Ante la debilidad de la carne la persona
se encuentra sin salida: ¿quién me librará?, no hago el bien que quiero sino el
mal que no quiero, es el pecado el que habita en mí.
“Pues lo que era imposible
a la ley, reducida a la impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su
propio Hijo en una carne semejante a la del pecado, y en orden al pecado,
condenó el pecado en la carne, a fin de que la justicia de la ley se cumpliera
en nosotros que seguimos una conducta, no según la carne, sino según el espíritu”. (8,3-4)
El ser humano dirigido a
la muerte encuentra abierto el camino a la vida expresado como carne y espíritu.
Estamos en el tiempo del espíritu ya no de la carne; pertenece a Cristo quien
tiene su espíritu dador de vida. Los creyentes no deben nada a la carne
sino al espíritu y están frente a dos opciones: la vida y la muerte según vivan
según la carne o según el espíritu. Así comienza la unidad sobre quienes se dejan
guiar con el espíritu de Dios.
La unión bautismal con Cristo, el hijo, hace a los creyentes ser también
ellos adoptados como hijos. El contraste viene dado al destacar que no han
recibido el espíritu de esclavos para volver al temor. Pablo había dicho
que nadie puede decir “Jesús es Señor” sin el espíritu de Dios, ahora señala
que la oración confiada que se dirige a Dios como “Abbá” es un testimonio de la
unión de nuestro espíritu con el espíritu de Jesús y, por tanto, de que somos
verdaderamente – como él – hijos de Dios.
En vv.26-27 retoma el tema del espíritu como fundamento de la vida
cristiana. El espíritu se manifiesta en contraste con la debilidad. Esta es
propia de todo ser humano sin Cristo-espíritu; al recibirlo recibe la fuerza de
Dios. Con nuestras limitaciones ni siquiera sabemos cómo pedir, de allí que el
espíritu intercede con gemidos,
gritos inexpresables de dolor y opresión. El contraste entre
debilidad-carne y espíritu no es algo que depende de la decisión humana sino
que nace de la iniciativa divina y es recibido por quienes están “en Cristo”.
El verbo sondear suele referirse a la voluntad de Dios. El
que escruta los corazones conoce las aspiraciones íntimas del espíritu. Conocer
en este caso es tender hacia el espíritu, por lo que la intercesión es según
Dios y en favor de los santos. El espíritu nos hace tender en
sentido contrario a lo que nos separa de Dios; nos hace tender a la vida. Viene
en ayuda de nuestra debilidad pudiendo pedir según Dios. Y nos señala que Dios
interviene en favor de los que le aman, de los llamados. Como lo había hecho en
Rom 3,27.31 (ley de la pistis), también
en 8,2 habla de la ley en sentido positivo, es la ley del Espíritu.
“Esta ley no es
una exigencia, una norma o autoridad. Es, más bien, un ambiente de lealtad y solidaridad, de fidelidad y confianza, de espíritu y de comunidad. Así, la ley se convierte en una entidad profética, una expresión de poder creativa e
imaginación. Establece que ni el
pasado ni el presente, atan o limitan el futuro.
Abre el futuro y es
un mensaje de libertad” (Georgi).
Para Pablo la posesión del
Espíritu es el sine qua non de la existencia cristiana (Kruse).
Conclusión:
La predicación de Pablo fue manifestación de espíritu y poder.
La cruz es debilidad en la que actúa el poder de Dios, como ocurre en la
predicación; cuando soy débil soy fuerte. En la cruz se ve el obrar de
Dios, lo que reveló por el espíritu, insensatez para quien no
sabe del espíritu. Se contrastan dos modos de vida, según la carne por
un lado y según el espíritu, por el otro. Lo que cuenta es sobre qué se
edifica la vida; lo carnal es el propio esfuerzo (está cerca de la idolatría); quienes
se creen fuertes ponen su confianza en la carne, y desde su creerse intachables
juzgan a los demás. Sólo está abierto a Dios quien se sabe necesitado de Él. Por
el contrario, espíritu es el obrar de Dios en la vida del ser humano. El
contraste es entre obras de la carne, lo que hacemos, y el fruto del obrar del
espíritu.
Tan importante es la irrupción del espíritu que la compara con la
liberación del esclavo: donde está el espíritu está la libertad. Dios está
presente en medio nuestro como Abbá, el espíritu, nos permite dejarlo
actuar en nosotros. Esto hace al ser humano moverse en otro ambiente
(en Cristo-en el espíritu y Cristo en nosotros-el espíritu en nosotros son
paralelos). El espíritu viene a nosotros como el espíritu de la promesa que
mira hacia el futuro de Dios. Esto lleva a abrirnos hacia los demás por la
acción del espíritu. Siendo que los fenómenos extáticos también se daban fuera
de la comunidad eclesial, el primer criterio de evaluación es la confesión de
fe (Jesús es Señor); el siguiente es el provecho común; si no se llega a
la comunión como un todo, no está allí el espíritu de Dios. El criterio principal
no es el espíritu descontrolado sino el amor que edifica.
La resurrección aún no ha ocurrido, vivimos en este cuerpo pero
existe un cuerpo espiritual que poseeremos. Este espíritu dador de
vida ha irrumpido en nuestra vida, de algún modo se hace visible; es un
espíritu de adopción. La resurrección revela que Dios interactúa con el mundo y
el espíritu es la experiencia más notoria de esta interacción. La obra del
espíritu es transformar a los cristianos a semejanza de Cristo, así el espíritu
es espíritu de Cristo.
“…la convicción de que el Espíritu tenía un papel clave
en el reconocimiento de Jesús como Señor fue ayudando a los primeros discípulos
a descubrir que formaba parte de la nueva imagen de Dios que se estaba
revelando. Esta intuición se hizo más explícita en algunos que percibieron una
relación particular entre Jesús y el Espíritu. En algunos pasajes el Espíritu
se vincula especialmente a Jesús de modo que ya no se habla del Espíritu de
Dios sino del Espíritu de Jesús. Esta forma de definir al Espíritu
revela una nueva visión con dos acentos. Por un lado, vincular el Espíritu a
Jesús supone que asume un papel propio de Dios. Por otro, al establecerse esta
relación, el Espíritu queda definido con los rasgos de Jesús, permitiendo así
discernir qué experiencias espirituales son propiamente cristianas”. (S. Guijarro)
Los débiles, los pobres, los despreciados por la cultura hegemónica
encuentran en el espíritu de Jesús la capacidad, la iniciativa divina que les
permite experimentar la fuerza de Dios presente en el mundo y en la historia
para cambiarla. La experiencia del espíritu es profundamente subversiva,
especialmente al constatar nuestra debilidad frente a “los príncipes”, o “los
elementos” de este mundo ya que permite que no sean ellos los que tengan la
última palabra sino que la tengamos los que viviendo según el espíritu estamos
llamados a obrar según el espíritu (cf. Gal 5,25).
Ponencia en el Congreso intercontinental de teología (Belo Horizonte, Brasil 2015)
Ponencia en el Congreso intercontinental de teología (Belo Horizonte, Brasil 2015)
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