Los frutos para la vida de todos y todas
DOMINGO
QUINTO DE PASCUA - "B"
3 de abril
3 de abril
Eduardo de la Serna
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 9, 26-31
Resumen: Lucas quiere mostrar a Pablo, inmediatamente después de su encuentro con el resucitado, predicando en todas partes y con valentía el Evangelio, aunque su vida esté en peligro.
Para
comprender bien el texto litúrgico es importante tener presentes varios
elementos. El primero es que el autor, al que solemos llamar “Lucas”, no
pretende presentar una “historia de los hechos de los Apóstoles” sino predicar
cómo gracias al Espíritu Santo – el gran protagonista de su obra – la Palabra de
Dios va creciendo en la geografía y en la historia. Teniendo esto en cuenta,
señalemos que los acontecimientos históricos le sirven a tal fin y no duda en
silenciar algunos, agrandar otros, manipular unos o exaltarlos. Del mismo modo
que “Lucas” no pretende hacer una “historia de Jesús” en su evangelio, tampoco
pretende una “historia de la Iglesia” en su segundo tomo. En este sentido, el
regreso del perseguidor Pablo a Jerusalén está cargado de elementos teológicos,
y – si interpretáramos esto desde una perspectiva histórica – deberíamos afirmar
que, por un lado, nos faltan muchos elementos para poder hacerlo con seriedad,
y que hay una importante contradicción o contraste con lo que el mismo Pablo
afirma en sus cartas de estos hechos.
Dejando
Damasco, abruptamente, Pablo se dirige a Jerusalén donde estará un breve tiempo
(en Gálatas 1,18 habla de "quince días") antes de dirigirse luego a las regiones de Cilicia (cuya capital es Tarso). Es
a este breve tiempo que alude “Lucas” en el texto litúrgico de hoy.
La
llegada de Pablo supone los obvios recelos de los antiguos perseguidos por él,
pero un seguidor de Jesús del que se nos ha hablado ya en Hch 4,36-37, Bernabé,
hace suyo el relato del encuentro de Pablo con el resucitado. Nada nos dice
acerca del motivo por el que Bernabé sí cree y por qué es él quien cuenta lo
que narrativamente “Lucas” acaba de contar acerca de la “conversión” de Pablo.
De hecho, la relación entre Pablo y Bernabé se vuelve cada vez más estrecha
hasta el conflicto de Antioquía (cf. Gal 2,13; ver Hch 15,37-40) de modo que es
éste quien introduce más intensamente a aquel en la misión a los paganos.
Más
allá del marco histórico (que insistimos, está al servicio del objetivo
teológico) el acento está puesto en que también en Jerusalén, como lo había
hecho en Damasco (ver 9,20-25) predica con audacia y libertad (parrêsía) “a Jesús” o “en el nombre del
Señor” (9,27.28; 13,46; 14,3; 19,8; 26,26). La parrêsía es la libertad, osadía, coraje, valentía para hablar. Como
se ve en las citas (en 18,26 se dice de Apolo) es algo que “Lucas” destaca de
Pablo. Pero esta valentía no impide que intenten matarlo, como ya había
ocurrido en Damasco. De todos modos este elemento, la predicación valiente es
propia de Pablo y – como vemos – parece el acento principal que “Lucas” quiere
destacar en el relato. Una vez que se ha encontrado con el resucitado, Pablo “gasta”
su vida (son términos paulinos, cf. 2 Cor 12,16) en la predicación del
Evangelio que – como se dijo – es el objetivo teológico de “Lucas” en Hechos.
Una
nota breve: es propio de la teología de “Lucas” que ya comienza (por ahora muy
intuitivamente) a haber distinción entre judíos y “cristianos” (Lucas es el
primero en utilizar el término, cf. 11,26; 26,28; cf. 1 Pe 4,16), entonces, el
conflicto – que Pablo lo presenta con gente ligada al rey árabe Aretas, cf. 2
Cor 11,32-33 – es con “judíos” a causa de la predicación. En nuestro texto, el
conflicto es con los “helenistas” (cf. 6,1; 11,20 donde alude a los judíos que
hablan en lengua griega). El “Pablo de Hechos” es uno que desde los comienzos
mismos de su “conversión” predica con tal convicción que deciden matarlo. Esto
es lo que motivará que Pablo sea enviado a otra región en la cual vivirá “años
ocultos” hasta que Bernabé lo rescate para llevarlo a Antioquía (11,25).
Resumen: Algunos en la comunidad joánica parecen “decir” que son discípulos, pero su vida no es coherente con esto. Remitiendo a los dichos originarios, el autor de la carta invita a volver a los orígenes de la comunidad, al amor mutuo como signo de la permanencia en Dios y el don del espíritu.
La
carta Primera de Juan está escrita en un evidente marco polémico. Al interno de
la comunidad aparecen algunos que dicen o hacen cosas que el autor de la carta
considera contrarias a lo que el discípulo fundados (el discípulo Amado) había puesto
como cimientos. Muchos vocativos parecen marcar los ritmos del texto (“queridos”,
“hijos míos”, “hermanos”…); por otra parte, es evidente que los frecuentes “si
alguno dice…”, “todo el que...” son indicios de que había en la comunidad
quienes lo decían o hacían.
Con
un “hijos míos” comienza la unidad litúrgica (el vocativo “queridos” de v.21 no
marca una nueva unidad ya que continúa la referencia a la conciencia, cf. 19.20
y 21). En 4,1 un nuevo vocativo (“queridos”) da comienzo a un nuevo apartado.
El
acento está en “no amar de palabra o con la boca” (v.18) sino “guardar” los “mandamientos”
(22.24). Es evidente que el mandamiento es el tema central de la unidad (y de
otras partes de la carta) haciendo referencia al “mandamiento del amor” que
Jesús destaca en la despedida a los suyos en el Cuarto Evangelio. El primer
contraste está dado entre “palabras” y “boca”, que se asemeja a los que “dicen”
pero son “mentirosos” (cf. 2,4.22; 4,20) ya que no hacen aquello que dicen, por
un lado, y las “obras” y la “verdad” por el otro. Ambos pares son sinónimos. La
verdad, en Juan (como en general en la Biblia) no se trata de una teoría, sino
de una praxis. La verdad se obra, se vive (Jn 3,21; 1 Jn 1,6; 3 Jn 8; cf. Tob
3,2; 13,6; Sal 33,4; 111,7; Ez 18,9; Dan 3,27; 4,34). Es por eso que “somos” de
la verdad (v.19) porque “guardamos sus mandamientos”.
El
mandamiento (aunque en v.22 se mencione en plural, a continuación se lo
presenta en singular como “un” mandamiento, v.23) tiene una doble dimensión:
creer en el nombre de su Hijo y que nos amemos unos a otros “según el
mandamiento que nos dio” (de esto habla el Evangelio de hoy y el de la próxima
semana, precisamente). El cumplimiento de estos mandamientos provoca la “permanencia”
(ver Evangelio de hoy) que es una inter-habitación mutua: él en Dios y Dios en
él. Y esto en relación al espíritu que ha sido “dado”. La referencia al
discurso de despedida de Juan es evidente y remitimos a esto.
Parece
muy probable que en la comunidad empiezan a surgir algunos que insisten en que
el ser discípulos es solamente amar a Dios y desentenderse de los hermanos.
Este espiritualismo creciente (que culminará en fractura en la comunidad, como
se ve en las cartas 2ª y 3ª) es ante lo que el autor alega haciendo referencia
a los momentos originarios de los dichos de Jesús tal como el Discípulo Amado
los ha transmitido y se encuentran en el Evangelio y por eso repite el contexto
“original”.
+ Evangelio según san Juan 15, 1-8
Resumen: Usando el característico “yo soy”, Juan presenta a Jesús como “la vid” destacando la interrelación entre el Señor y sus discípulos, la voluntad del padre (dar frutos) y la importancia de “permanecer” en esta inter-pertenencia mutua.
En
el capítulo 13 Jesús empieza, en una cena (que no es Cena Pascual), un largo
discurso de despedida que recién finalizará en 17,26. Obviamente hay muchos
elementos y sub-unidades en este largo texto, pero todo se presenta como
Discurso. Y tiene clara apariencia de “Testamento”. Es decir, un personaje
importante se despide de los suyos (hijos, familiares, discípulos) y haciendo
memoria de su vida señala que los que obren en Tal cosa como él obró (o los que
no cometan tal vicio como él cometió, como se ve en otros casos) serán sus
auténticos herederos espirituales. De estos “testamentos” hay indicios o
resabios en muchas partes del Nuevo Testamento y - por supuesto – muchos escritos apócrifos,
entre los cuales el “Testamento de los Doce Patriarcas” es el más conocido.
Aquí,
Jesús, del que se nos dice que “a los suyos” los “amó hasta el extremo” (13,1)
les dirá a sus “herederos” que lo serán en la medida en que amen “como él amó”
(13,15.34).
Dentro
de este largo discurso se encuentra, comenzando con el típico “yo soy” de Juan,
la referencia a la vid y las ramas (= sarmientos). El texto es más extenso
(aunque la imagen de los frutos finaliza en v.8 y sólo a modo de conclusión se
retoma en v.16); en v.9 el acento está puesto en el amor que enmarca vv.9-17
(Evangelio del próximo domingo), aunque es evidente que el fruto (primera
parte) es el amor mutuo (segunda parte).
La
“vid” es interesante ya que, si bien en el A.T. con alguna frecuencia
representa al pueblo de Israel (cf. Is 5,1-7; Os 10,1; Jer 2,21; 5,10; 6,9;
12,10; Sal 80,9-19…) en los sinópticos se utiliza (como otros árboles frutales,
como la higuera o el olivo) para aludir a la comunidad de discípulos (cf. Mt
21,43) y – como es propio de la cristología de Juan – se concentra en Jesús
quien en sí mismo reemplaza todo aquello que se afirma en Israel de los ámbitos
de salvación.
Es
interesante que “el Padre” aparece mencionado como de pasada en esta primera
parte y ocupará un rol más importante en la segunda.
El
viñador (= el Padre) quiere que las ramas den fruto (v.2 y 8). Ahora bien, las
ramas no pueden dar fruto si no “permanecen” en la vid. Por eso las que no dan fruto
son cortadas (v.2) como se repite: vv.4.5.6; mientras que las ramas que “permanecen”
dan fruto: vv.2.4.5.7. (Como se ha dicho, habremos de esperar a la segunda
parte para saber con claridad que este fruto es el amor).
Sin
duda, la clave de esta parte viene dada por el verbo “permanecer” (menein).
Este verbo es muy importante en este Evangelio y es interesante señalar algunos
aspectos:
En
un primer momento se destaca que el Espíritu “permanece” en Jesús (1,32.33). Los
primeros discípulos, enviados por el Bautista “vieron donde permanecía Jesús y
permanecieron con él aquel día” (1,38.39). Jesús no permanece mucho tiempo en Cafarnaúm
(2,12). Pero luego de esta primera “semana inaugural”, en el cuerpo del
Evangelio el término empieza a tener una mayor densidad teológica: “en que cree
en el Hijo tiene vida eterna… el que se niega a creer… la ira de Dios permanece
en él” (3,36). Después que Jesús “permaneció” con los samaritanos “fueron
muchos más los que creyeron en él… es el Salvador del mundo” (4,40-42). Para
los que no creen su palabra “no permanece en ustedes” (5,38). El alimento que
da “el Hijo del hombre”, “permanece para la vida eterna” (6,27) y por eso “el
que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él” (6,56). En 7,9
destaca que “permaneció en Galilea” pero luego – de incógnito – subió al
templo. Claramente dirá que “si permanecen en mi palabra serán mis discípulos”
(8,31); Jesús – y su palabra – nos hacen libres, y “si el esclavo no permanece
para siempre, el hijo permanece para siempre en casa” (8,35). Los que no
aceptan a Jesús son ciegos que se niegan a ver, y “como dicen vemos su pecado
permanece” (9,41). Nuevamente Jesús permanece en un lugar (10,40; 11,6.54). Si
el grano de trigo no cae en tierra y muere, “permanece solo” (12,24). Los “judíos”
creen que el mesías “permanecerá siempre” (12,34), mientras que Jesús será “elevado”.
Jesús es la luz y el que cree en él “no permanece en tinieblas” (12,46). El
Padre “permanece es” Jesús y realiza las obras (14,10), y los discípulos pueden
reconocer al espíritu – el mundo no puede – porque “permanece en ustedes”
(14,17). El discurso de despedida Jesús lo dice porque “permanece entre ustedes”
(14,25). Los cuerpos de los crucificados no debían permaneces en las cruces por
avecinarse un sábado solemne (= Pascua) (19,31). Finalmente, del discípulo
amado Jesús insinúa que “permanecerá” hasta que él vuelva (21,22.23). En una
misma línea el sustantivo “mansiones” (= lit. permanencias) se destaca que hay
muchas en la “casa de mi Padre” (14,2) y que si uno ama a Jesús ese “guarda la
palabra”, el Padre lo amará y “vendremos a él y haremos en él nuestra «morada»”
(14,23).
En
esta lista hemos omitido expresamente las referencias que se encuentran en Jn
15 (vv.4.5.6.7.9.10.16 un total de x11 veces). La imagen de la permanencia de
la rama a la vid es la que permite dar fuerza a la imagen de los frutos. En v.9
el paso es a “permanecer en el amor”, como se ha dicho (cf. v.10).
Es
interesante, a modo de síntesis, notar que fuera de aquellos lugares donde se
dice que Jesús “permanece” (Cafarnaum, Galilea, Samaría…) hay un doble juego de
permanecer que indican una interrelación mutua: permanecer en el pecado, lo que
indica un modo de existencia, y un permanecer e interrelación: Jesús-Padre y
Padre-Jesús, Jesús-discípulos y discípulos-Jesús. La recepción de los dones de
Jesús (su palabra, su cuerpo y sangre) o creer en él es lo que provoca esta
mutua permanencia y es lo que permite dar el fruto esperado.
Sin
embargo, hay un elemento más a señalar y es la referencia a la/s palabra/s de
Jesús: “ustedes” (los discípulos) que han sido “limpiados” por el viñador (el
Padre) están limpios “por la palabra” (lógos)
que Jesús ha dicho. Si las “palabras” (rêmata)
permanecen “en ustedes pueden pedir lo que quieran y lo conseguirán” (v.7). Las
palabras que se han de guardar – como los mandamientos – son las palabras que
Jesús “la Palabra de Dios” ha pronunciado porque permanece en Dios y Dios en
Él. Estas palabras han limpiado a los discípulos porque son palabras de vida
(cf. 6,68):
«El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos». (13,10).
El
doble esquema puede verse, entonces, de este modo:
15,1-8
|
15,9-17
|
Padre
(v.1)
|
Padre
(v.9)
|
Palabra
(v.3)
|
Mandamiento
(v.10)
|
Lo
que pidan (v.7)
|
Lo
que pidan (v.16)
|
Palabra
(v.7)
|
Padre
(v.16)
|
Padre
(v.8)
|
Mandamiento (v.17) |
Guardar la palabra (logos), 8,51.52.55; 14,23.24; 15,20;
17,6 (guardar la palabra, rêma, cf.
Pr 3,1) es guardar los mandamientos: 14,15.21; 15,10. Esa es la palabra que
limpia y permanece y de la que hablará la semana próxima.