En un extranjero se hace presente el
resucitado partiendo el pan
DOMINGO
TERCERO DE PASCUA - "A"
4 de mayo
4 de mayo
Eduardo de la Serna
Resumen: En un característico sumario del ministerio de Jesús, su muerte y la resurrección, Lucas desafía a la Iglesia a ser fiel al espíritu y a su vocación de ser testiga del resucitado.
Como es habitual en los domingos de Pascua de todos los ciclos, la primera lectura corresponde a los frecuentes “sumarios” de Hechos de los apóstoles, presentes en los habituales discursos de los apóstoles donde cuentan a sus destinatarios las cosas “ocurridas”, de las que ellos son “testigos”.
En
el presente discurso es Pedro el que habla junto con los restantes Once y se
dirige a los judíos presentes en la fiesta de Pentecostés (por tanto, no sólo
los judíos oriundos de la tierra de Israel, sino también los provenientes de la
diáspora), es por eso que recurre a una serie de textos de la Biblia hebrea
(Joel 3,1-5; Sal 16,8-11; 132,11 [// 2 Sam 7,14]; 110,1; el primero y el último
omitidos en el texto litúrgico).
La
clave de todos estos discursos –y el motivo por el que es incorporado en las
lecturas del tiempo pascual- está en que “a este Jesús que (breve presentación
de su vida)… ustedes lo mataron… y Dios lo resucitó” (vv.22.23.24). En este
caso, esto ocurre en cumplimiento de las Escrituras citadas.
En
este caso, presenta a Jesús como profeta (algo frecuente en Lc-Hch) al destacar
sus “signos y prodigios” (v.22, a los que añade “milagros”), pero en
continuidad con David, que también es presentado como “profeta” (v.30). La cita
de los Salmos 16 y 132 destaca que Dios no abandona a la muerte al descendiente
de David. Así reitera lo ya dicho: “Dios lo resucitó” (v.32) reforzado por
“todos nosotros somos testigos” de ello.
El
texto culmina haciendo referencia al don del Espíritu Santo donado en
Pentecostés que “ustedes ven y oyen”, con lo que todos los asistentes son a su
vez testigos de lo que está ocurriendo.
En
paralelo con su Evangelio, Lucas presenta el envío del Espíritu en el comienzo
del ministerio (de Jesús, de la Iglesia), el cumplimiento de las Escrituras, y
el testimonio de los asistentes:
Lc 4
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Hch 2
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8 El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido
para anunciar a los pobres la Buena Nueva… (v.18)
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quedaron todos llenos del Espíritu Santo (v.4)
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Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura, que acabáis
de oír, se ha cumplido hoy». (v.21)
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…es lo que dijo el profeta: (v.16)
|
…todos daban testimonio de él y estaban admirados de
las palabras llenas de gracia que salían de su boca. (v.22)
|
A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos
nosotros somos testigos. (v.32)
|
El
Jesús profeta y la Iglesia, que debe ser profeta también, acompañada y guiada
por el Espíritu de los profetas empiezan su ministerio.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 1, 17-21
Resumen: En un marco típico de la liturgia pascual del Éxodo, “Pedro” presenta a Jesús como Cordero liberador que mueve a los destinatarios a una vida diferente a la que llevaban, sabiendo que son tratados como extranjeros por el medio ambiente, pero movidos a esa vida por la fe y la esperanza.
Luego
del prólogo, o introducción de la carta (1,3-12) la carta exhorta a los
destinatarios a vivir la esperanza de la que ya había hablado. La celeridad con
que esto debe vivirse se expresa con una imagen de la pascua (“la cintura
ceñida”, cf. Ex 12,11). La característica vida libertina de los paganos en el
Imperio Romano debe haber quedado atrás, la vida de “sobriedad” caracteriza la
“vida pascual” del cristiano. Esta sobriedad es manifestación de esa esperanza
unida a la gracia (v.13).
La
santidad a la que invita a los destinatarios tiene su origen en el “pueblo
santo de Dios”. Si los destinatarios –paganos- no eran pueblo, ahora lo son y
deben vivir coherentemente con esa “santidad”, es decir, la separación del modo
de vida que vivían antes (v.14; cf. 2,5.9). A esto lo llama “hijos de la
obediencia”, esto es la respuesta a la escucha de la palabra de Dios, supone
una respuesta concretada en una vida nueva; es decir, no se trata de
“acomodarse” a la vida que tenían antes, cuando eran paganos (cf. 1,14; 2,11;
4,3-4). Esto supone vivir esa santidad (1,2.15-16; 2,5.9; 3,5.15). Pero no se
trata de algo ritual, o de salir (“separarse”) del mundo, sino de una vida
concreta en el mundo actual. Una característica de toda la carta es
precisamente la invitación a los cristianos a llevar una vida diferente en
medio del mundo que los caracterice e identifique.
A
partir de aquí comienza el texto litúrgico, relacionando la vida concreta y la
relación con Dios al que “llaman Padre”. Lo que destaca de Dios es que “no hace
acepción de personas”; es evidente que se podrían haber dicho cientos de otras
cosas al hablar de Dios como “Padre”, esta característica (frecuentemente
destacada para señalar que Dios trata al pobre, al despreciado de igual modo
que al que otros califican de “importante”; cf. Dt 1,17; 10,17; 2 Cr 19,7; Job
34,19; Sir 35,13; Hch 10,34; Rom 2,11; Ga 2,6; Ef 6,9; Sgo 2,1…) esto está
dicho en función de la “extranjería” (paroikía).
El extranjero es el que habita en un país que no es el suyo (se distingue del
forastero, o el que “está de paso”). Se refiere (cf. 2,11) a los cristianos que
son tratados de tales. No ha de leerse en sentido “espiritual”, como si pensara
en que los cristianos son “ciudadanos del cielo” y por tanto están “en el
mundo” como “extranjeros”. Esa lectura es totalmente ajena al texto. Los
cristianos son tenidos por menos (despreciados, como eso que Dios no hace) en
la sociedad en la que viven; pero la fe y la esperanza les dan una identidad
nueva, un ámbito de pertenencia. Así deben vivir los cristianos en este mundo,
encontrando en ese modo de vivir su propia identidad y ser así reconocidos por
los demás. Pero este modo de vida tiene una motivación cristológica (1,18-21).
La sangre del cordero sin tacha (nuevamente el contexto es pascual) ha
“rescatado”, “liberado” a los cristianos. La referencia a la pascua (Ex
12,1-14, el cordero sin tacha) y al pago no con oro o plata (Is 52,3, Dios es
el salvador poderoso que liberará a los israelitas). El marco es claramente
político: liberación de Egipto y liberación de Babilonia enmarca la obra
salvadora de Cristo y el modo de vida de los cristianos en el contexto del
imperio romano, donde son tenidos como “bárbaros”, despreciados como
“extranjeros”. Están llamados a una vida nueva que naced de la regeneración
mediante la resurrección de Cristo. Esto es un liberarse (lytroun) del modo de vida ignorante que tenían antes (2,1; 4,3).
El
texto concluye con una expresa referencia a Cristo con una cierta semejanza a
un himno (varios autores han supuesto que el autor recurre aquí a un himno
primitivo) destacando a Jesús desde el comienzo y hasta el final de la historia
(“antes de la creación … en los últimos tiempos”, v.20) pero a su vez inmerso
en nuestra historia (“Dios lo ha resucitado de entre los muertos…”). Esta
sangre liberadora derramada es a su vez vida recobrada por la resurrección, y
es esto lo que da “encarnadura” a nuestra fe y esperanza que están puestos “en
Dios” (v.21).
+ Evangelio de nuestro
Señor Jesucristo según san Lucas 24, 13-35
Resumen: En el único día de la resurrección, Lucas presenta las apariciones del resucitado en el entorno de Jerusalén. Unos peregrinos que vuelven a Emaús, no reconocen al peregrino que va con ellos hasta que –reclinado a la mesa- “parte el pan” (frase claramente Eucarística) con lo que se les abren los ojos, lo conocen y entonces Jesús ya puede desaparecer. Verlo ya no es necesario si está la Eucaristía.
El relato de los peregrinos de Emaús tiene una serie
de elementos importantes para entender la intención de Lucas, y otros elementos
importantes para comprender bien la unidad literaria.
Para comenzar, destaquemos que en Lucas (no así en
Hechos, lo cual es interesante de profundizar, pero no es este el momento)
todas las escenas de apariciones del resucitado, de la primera a la última,
ocurren el mismo día. El domingo de la resurrección. Evidentemente esto forma
parte de la intención del autor. De hecho, el texto comienza afirmando
precisamente eso: “aquel mismo día iban dos de ellos” (notar el plural masculino, del cual diremos algo al final de
este comentario).
Otro tema a tener en cuenta, y es propio de la
teología de Lucas es que todas las apariciones ocurren en torno a Jerusalén. La
aldea de Emaús, por ejemplo, está mencionada en relación a la ciudad (“sesenta estadios de Jerusalén”,
aproximadamente unos 10 kilómetros).
Peregrinos que vuelven a sus lugares después de las
grandes fiestas de peregrinación (como era la Pascua) eran frecuentes, por lo
que no ha de resultar a los dos que se les incorpore un tercero, al que no
reconocen. Ellos van “intercambiando
palabras mutuamente” y el tercero pregunta de qué hablan. Uno de estos es
mencionado: Cleofás, el “otro” permanece anónimo todo el relato. Es este el que
toma la palabra respondiendo a la pregunta del desconocido que se incorpora, lo
hacen con “mala cara”, compungidos.
El contexto parece indicar que “todos”
en Jerusalén hablan del “tema Jesús”, ya que era muy reconocido por el pueblo y
se vivió como una injusticia su asesinato, todos los “extranjeros” (paroikeîs)
lo saben. Los responsables de este crimen son “los sumos sacerdotes y principales”, y Jesús es calificado –como es
propio en Lucas- de “profeta”. Lo es
“poderoso” en “obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo”; algo que en
Hechos se afirma también de Moisés (cf. Hch7,22) con lo que este “profeta” Jesús, que se asemejaba a Elías
en el Evangelio, también es comparado a Moisés, el profeta esperado (cf. Dt
18,18). Como tantos de los seguidores de Jesús, su muerte acabó con sus
expectativas, sean estas cuales fueren (seguramente entre los que aplaudían a
Jesús había diferentes motivos y diferentes grupos; obviamente todos vieron sus
expectativas frustradas cuando fue crucificado). Lo que estos esperaban era que
Jesús “librara” (lytrôsêtai, cf. 1 Pe 1,18 [segunda lectura]) a Israel.
Habitualmente se afirma que Dios libra a Israel (Ex 6,6; Dt 21,8; 2 Sam 7,23; 1
Cro 17,21; 1 Mac 4,11; Sal 25,22; 130,8; Sof 3,15; Is 41,14; 41,1.14; 44,23)
pero lo ha obrado en la historia con la ayuda de algunos mediadores como
Moisés, David (o su descendencia). Así como Moisés ha sigo el instrumento de
Dios para liberar a Israel de Egipto, los peregrinos esperaban que el “profeta”
Jesús librara a Israel de sus opresores.
Hemos mencionado en otro momento el rol de las
mujeres en los lamentos junto al sepulcro. Lamentos que intentaron –a lo largo
de los tiempos- ser regulados, controlados, impedidos o simplemente burlados.
Esas mujeres “nos han sobresaltado” (exéstêsan; cf. 2,47; 8,56; Hch 2,7.12; 8,9.11.13; 9,21; 10,45; 12,16 en
sentido de dejar “atónitos”, sorprendidos…) “dijeron que unos ángeles”… (en v.4 se habló de “dos hombres”) “afirman que vivía”. “Son cosas de
mujeres”, afirman. Incluso fueron “de los
nuestros” (= varones) y vieron el sepulcro vacío, pero a él no… Las
expectativas se han desvanecido, y ya pueden volver a su casa (“ya van tres días…”).
Ante esta intervención de Cleofás, ahora responde el
peregrino desconocido –que nosotros, los lectores, sabemos que se trata de
Jesús. Sus ojos estaban “retenidos” (kratéô, vacíos, tapados) y no podían
“ver”- por un lado calificando a los dos peregrinos de “insensatos” (torpes, ignorantes; el término suele usarse
agresivamente, cf. Gal 3,1.3; 1 Tim 6,9; Ti 3,3; aquí es sinónimo de lo que
sigue: no comprenden) y “tardos de
corazón” (el corazón, la sede de las decisiones y la comprensión es “lento”, bradeîs), y luego recurriendo a los profetas les muestra que “era necesario” (deì, refiere a algo que está previsto por Dios, en su voluntad, en
su plan de salvación) que “el Mesías
padeciera eso y así entrara en su gloria”.
El narrador toma la palabra sintetizando que les
mostró “lo que había sobre él en las
Escrituras” empezando por Moisés y siguiendo por “todos los profetas” (cf. 16,29.31). La
referencia Moisés puede entenderse en el sentido profético (como se ha dicho)
más que en sentido legislativo, con lo que Jesús se ubica en el contexto de la
tradición profética. La suerte de los profetas ilumina el sentido de la suerte
de Jesús (Lc 6,23; 11,47.49.50; 13,34) como él mismo ya lo había anunciado
(18,31).
El diálogo entre ellos finaliza aquí. Los peregrinos
llegan a casa y el compañero de camino –que no es de Emaús- debe continuar. Los
peregrinos lo convencen de pasar con ellos la noche, lo cual es razonable dada
la importancia de la hospitalidad en el mundo antiguo. La clave de todo el
relato se encuentra en v.30 donde el peregrino –ya a la mesa- fracciona el pan
lo que provoca que “se les abran los ojos”.
Curiosamente se les abren los ojos y dejan de verlo.
El verbo kataklínô
(estar a la mesa, reclinarse) es exclusivo de Lucas en el NT (x5, cf. Ex 21,18;
Núm 24,9…), en él siempre hace referencia a una comida (no a una cama, como en
otros textos, como los arriba citados): 7,36; 9,14.15; 14,8; 24,30. La
bendición (eulógêsen) sobre el pan se
encuentra en los relatos de la multiplicación de los panes (Mt 14,19 / Mc 6,41
/ Lc 9,16) y en el relato de la Eucaristía de Mateo y Marcos, pero no en Lucas,
que lo desplaza a este momento (Mt 26,26 / Mc 14,22); en cambio, el verbo
“partir el pan” (kláô) se encuentra
también en los relatos de la multiplicación de los panes pero no en Lucas (Mt
14,19; 15,36 / Mc 8,6.19) y en los relatos de la Eucaristía (también en Lucas,
Mt 26,26 / Mc 14,22 / Lc 22,19) y aquí. En Hechos el uso es también eucarístico
(cf. 2,46; 20,7.11; 27,35), y sólo se encuentra dos veces en Pablo, también en
contexto eucarístico (1 Cor 10,16; 11,24). Evidentemente Lucas quiere dar a la
acción de Jesús un sentido eucarístico, y es este hecho el que les “abre los
ojos”. “Abrirse los ojos” es lo
contrario de “no comprender”, de ser
“lentos de corazón”, ahora ven y
comprenden (cf. Gen 3,5.7; 2 Re 6,17.20; Zac 12,4). En este sentido, es
sinónimo de “creer”; antes no lo “conocen”
(v.16) ahora lo “conocen” (v.31), el
contraste entre ambos momentos es evidente, y la causa de la novedad está dada
por la fracción del pan; una vez que lo reconocen y creen ya no precisan
“verlo”. Jesús desaparece.
El relato concluye con la interpretación que los
mismos peregrinos dan del hecho: “el
corazón ardía” cuando les explicaba las Escrituras: con la explicación de
Jesús, como el fuego ilumina, “arde”
el corazón, la sede de la inteligencia, y entonces pueden comprender lo que los
ojos vacíos no lograban descubrir.
“En esa hora”
olvidan que es de noche, la inseguridad, y salen a contar a los Once y a los
(¿y las?) que estaban con ellos, lo ocurrido (son 10 kilómetros de vuelta,
obviamente), pero al llegar se encuentran con que los Once les afirman que “el Señor se ha aparecido a Simón”, algo
de lo que Lucas no habla narrativamente, aunque lo sabemos por Pablo (1 Cor
15,5). Los peregrinos, a su vez, cuentan “cómo
lo reconocieron al partir el pan”. El verbo “conocer” (ginôskô) y sus
derivados juega un papel importante en el relato: los peregrinos no lo
“conocen”, Jesús parece no “conocer” lo que ha ocurrido en Jerusalén, ellos lo
“re-conocen” al partir el pan y entonces anuncian ese “conocimiento” a los Once
y sus compañeros.
Una breve nota sobre “el otro peregrino”. Nada dice el texto sobre el compañero de
Cleofás, los términos que se utilizan se encuentran en un plural masculino.
Pero siendo habitualmente frecuente en gramática que el plural masculino
esconde (invisibiliza) a las mujeres presentes con sólo que haya un varón en el
grupo, es lícito preguntarse si el restante peregrino no se trataría de una
mujer. La traducción en algunos textos dice “se decían el uno al otro” (v.32)
pero en realidad el texto no se encuentra en masculino sino que dice “y se dijeron mutuamente” (allêlous). Siendo que ambos viven en la
misma casa no es improbable que el peregrino innominado sea en realidad la
mujer de Cleofás. De hecho, en Jn 19,25 se menciona al pie de la cruz a “María
de (esposa de) Clopás”, que es el mismo nombre. No es improbable que en el
grupo de seguidores de Jesús el matrimonio de Cl(e)opás y María fueran
discípulos de Jesús y compartieran con él –entre otros- sus últimos momentos
(ya vimos que son varios los que se encuentran juntos, no lolamente los Once). De
hecho, Lucas, aunque da un lugar destacado a las mujeres en su Evangelio,
también evita que aparezcan en lugares de importancia (algo semejante ocurre en
la lista de aquellos que se beneficiaron con una aparición del resucitado que
Pablo conoce; en ella no se mencionan mujeres –a menos que estén disimuladas o
invisibilizadas en los plurales masculinos, como “hermanos” o “apóstoles”, 1
Cor 15,6.7). Sin duda, cuando Lucas escribe su Evangelio el movimiento de Jesús
ya comienza a estructurarse y organizarse, y en este momento las mujeres
comienzan a ser relegadas a un segundo lugar, algo que continuará en la
historia de la Iglesia en los siglos siguientes ahondando esta situación.
Foto tomada de www.orkut.com