Nueva osadía de
Pablo: la colecta
Eduardo de la Serna
Una simple lectura de las cartas
paulinas nos invita a ver que el Apóstol dedica bastante importancia a una
colecta organizada en beneficio de los pobres de Jerusalén. Varias preguntas surgen
a partir de esto. Pero -sobre todo- algo muy trascendente debe haber en la
colecta, como veremos.
En uno de sus viajes a Jerusalén,
Pablo y su grupo participan de una asamblea en la que se reconoce y acepta el
camino recorrido por Pablo (Gál 2,2-3), esto es: predicar también a los no judíos
y no reclamarles la circuncisión como condición necesaria para encontrarse con
Dios (ver Hch 15,5). Muchos no aceptaban esto, y muchos siguieron sin
aceptarlo; de hecho en varias cartas de Pablo se ve que aparecen adversarios de
la predicación del Apóstol insistiendo en la importancia de la circuncisión
(ver Fil 3; 2 Cor 10-13; Gal). La circuncisión hace a los judíos miembros del
pueblo de la alianza (Gen 17,10-26), y -por tanto- los hace hermanos entre sí
(Dt 33,9; Ez 16,61). Hijos de Abraham. Todo judío se sabe hermano de los demás
judíos por este signo en la carne. Y si algunos no judíos quieren convertirse
al judaísmo -los llamaban “prosélitos”-
luego de un bautismo ritual de purificación debían someterse a la circuncisión.
Para Pablo, en cambio, puesto que el bautismo nos une a Cristo, que es “el hijo”,
ya no hay nada más que sea necesario; si hiciera falta algo más, “Cristo habría
muerto en vano” (Gal 2,21); lo que nos hace “hijos de Abraham” es la fe (Gál
3,7). En Cristo se alcanza la plenitud del encuentro con Dios.
Esto marcó un conflicto con los predicadores de la circuncisión que
acompañó a Pablo todo a lo largo de su misión. Pero la Asamblea de Jerusalén
reconoció y aceptó el modo de obrar paulino sin añadirle nada (Gál 2,9). Sin
embargo, probablemente a causa de una sequía importante en Jerusalén, puesto
que había hambre en la comunidad (ver Hech 11,28-29), se le pidió a Pablo –que había
ido llevando ayuda- que aquellos que se incorporaban a la comunidades en el
extranjero tuvieran presente “a los pobres” (se entiende, de Jerusalén; Gál
2,10).
Pareciera que, al comienzo, Pablo
deja que cada comunidad que él ha fundado, organice esta ayuda como mejor le
parezca, pero una aparente iniciativa de los corintios le dio una nueva idea:
organizar una gran colecta (2 Cor 9,2). Aparentemente esto fue inmediatamente
aceptado por las comunidades de Macedonia (Filipos y Tesalónica; cf. 2 Cor
8,4). Algunos de estos son sumamente pobres pero, de todos modos, quieren
participar (8,2). Y Pablo los alienta a hacerlo. Que cada domingo cada uno
junte lo que pueda y se ponga en común a fin de que cuando sea el tiempo, sea
llevado por delegados hacia Jerusalén (1 Cor 16,1-4). Pero, ¿por qué no se
ayuda primero a los propios antes de ayudar a los ajenos? Pablo comienza dando
una razón teológica: a causa de la importancia que debe darse a la igualdad (2
Cor 8,13.14). Los paganos, al unirse a Israel como hijos de Abraham por la fe,
participan de todos los bienes espirituales que Israel tiene (2 Cor 8,14; Rom
15,27): ser hijos adoptivos, participar de la legislación, la alianza, el
culto, los patriarcas, y el mismo Cristo (Rom 8,4-5). Todos estos son dones que
Israel está compartiendo con los no judíos. Es justo, es igualitario, que los
paganos ayuden también a los cristianos venidos del mundo judío, con sus bienes
materiales.
Pero esto, así planteado, tiene
todavía un “algo más”, algo “provocador” de parte del Apóstol: si la colecta es
aceptada por los cristianos de Jerusalén, eso significaría que están
reconociendo como verdaderos hermanos a los cristianos provenientes del
paganismo, y que se han incorporado sin circuncidarse. Aceptar la colecta sería
un claro indicio de la aceptación del evangelio predicado por Pablo.
Precisamente por eso, cuando el Apóstol
está a punto de llevar hacia la Ciudad Santa el fruto de esta colecta (Rom
15,25), se ve envuelto en el temor. Temor de que la misma no sea aceptada en
Judea (Rom 15,31). De que triunfen los que Pablo llama “rebeldes”, “desobedientes”,
ya que no aceptan el lugar central y primordial que Pablo da a la “obediencia
de la fe” (Rom 1,5; 16,26). No aceptarla significa, simplemente, que no son
reconocidos como hermanos aquellos que no han sido circuncidados.
Organizar la colecta es un gran
desafío: está diciendo “somos hermanos” y también iguales. Pero eso no
significa que sea necesariamente aceptado por aquellos que se enfrentan
habitualmente con Pablo, como hemos visto. Mirando Hechos de los Apóstoles
podemos notar que no hay ni una sola referencia a la colecta, por lo que es muy
posible que esta no haya sido aceptada, y el autor lo haya omitido a fin de evitar
un nuevo fracaso de Pablo en su misión, y -además- mostrar una comunión de
ideas en las comunidades, algo seguramente más ideal que real.
Para Pablo, como para Jesús,
compartir los bienes con los hermanos es un signo visible de comunión y
fraternidad; sería un buen “test” para mirar nuestra fidelidad al Evangelio ver
cómo son nuestras actitudes y nuestra solidaridad con los hijos de Dios, en
especial frente a la desigualdad, el hambre y la pobreza.
Foto tomada de http://www.neuqueninforma.gov.ar/?p=26877
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