Marcos
escribe en medio del conflicto
Eduardo de la Serna
Cuando el grupo de seguidores de Jesús empieza a tomar
cada vez más decididamente su propio camino, y a distanciarse de Israel,
empieza a ser necesario dar respuesta a la pregunta primera: ¿quiénes
somos? Pero esto no es algo meramente teórico, y la vida misma ayuda a
encontrar respuestas. No es algo que se deba contestar desde un escritorio,
sino desde la propia experiencia. Veamos unos ejemplos para entender el contexto. Cerca del año 70,
comienzan a sucederse una serie importante de conflictos: Nerón busca responsabilizar
a los “cristianos” de un gran incendio ocurrido en
Roma (año 64), por el que sus adversarios lo responsabilizaban a él. Como dice
un historiador de la época, en ellos encontró “chivos expiatorios”. En Jerusalén –por su parte- la tensión iba en
aumento hasta que un grupo de “celosos”
de las tradiciones, empezó la lucha armada contra los romanos (año 66). Esto
motivó la respuesta del ejército imperial que empezando por el norte fue reconquistando el territorio y sitiando la
ciudad de Jerusalén hasta destruirla y acabar con todo, murallas y Templo
incluido (año 70). Como los cristianos –al menos los provenientes del judaísmo-
no se distinguían todavía de los judíos, también ellos fueron víctimas de la
guerra, salvo algún grupo que –según una leyenda, quizás con algo de verdad-
huyó a una ciudad llamada Pella (y seguramente a otras regiones). Lo cierto es que tanto en Roma como en la
tierra de Israel, las comunidades quedaron marcadas por la violencia y el
martirio. Y, como ocurre todavía hoy, en estos momentos críticos, la fe se pone
en juego: ¿dónde está Dios? ¿Por qué no
se manifiesta? ¿Y los demás compañeros? ¿No se acercarán a acompañarnos y
solidarizarse con nosotros?
Si miramos el Evangelio de Marcos, veremos que este es
el tema de fondo: Jesús empieza a predicar (1,14-15), pero ya desde el comienzo
tiene conflicto con las instituciones de Israel, el sábado y la sinagoga
(1,21-3,6). Pero este conflicto también se extiende a los que son más cercanos,
como su patria y los suyos (3,20-6,6). Por esto, como al Bautista, la muerte
empieza a acecharlo (6,14-8,30). Por eso se dedica paulatinamente a explicarles
a solas a los discípulos, quienes creen que es el mesías (8,29), que no se
trata un mesías triunfante y victorioso, sino que será matado (8,31-32;
9,30-32; 10,32-34). Los discípulos no pueden entender esto (8,32-33; 9,33-34;
10,35-40), y Jesús debe explicarles que “el
que quiera” seguirlo (8,34; 9,35; 10,43) debe entender que su camino no es
como ellos piensan sino en fidelidad al proyecto del Padre Dios. Por eso, al
llegar a Jerusalén (11,1), Jesús –después de un signo profético en el Templo
(11,12-25 + 11,27-33)- debate con los distintos grupos de la ciudad (12,13-17;
12,18-27; 12,28-40), los prepara para el conflicto con los poderes políticos
romanos (13,5-37) y –finalmente- es capturado por las autoridades judías (¡no
“los judíos”!) y romanas (14,1; 14,43-15,39) y ser crucificado.
¿Qué les dice
Marcos a los cristianos de su comunidad, perseguidos y martirizados? Qué Jesús
también se fue quedando cada vez más solo y aislado, que los suyos y las
instituciones no pudieron aceptar o comprender su mensaje; que desde el
comienzo quedó “marcado” por la
muerte, y que ni siquiera sus más cercanos le entendieron. No deja de ser
llamativo que los primeros llamados (1,16-20), los que lo acompañaron a una
resurrección (5,37), los que fueron con él al monte de la transfiguración
(9,2), los que escucharon el anuncio de la destrucción del templo (13,3), los
que estuvieron más cerca suyo en el monte de los olivos (14,33), son
precisamente los que no pueden comprender su mensaje de cruz (Pedro, 8,32; Santiago
y Juan, 10,35). No nos debería extrañar hoy que las demás “comunidades apostólicas” de otras regiones no entiendan, y no
acompañen la cruz que la comunidad de Marcos está viviendo con la persecución y
el martirio. Pero es precisamente en el camino a Jerusalén donde un ex-ciego lo
sigue por el camino (10,52), y camino a la cruz que Simón, de Cirene, “carga la cruz de Jesús” (15,21). Donde
menos se lo espera, hay discípulos que caminan con Jesús. Y, finalmente, aunque
sintamos que los que hasta ayer eran amigos y compañeros, como Judas (14,10-11),
como Pedro (14,66-72), como “todos”
los que huyen en medio de la vergüenza (14,50-51) y ¡hasta Dios mismo! nos
abandonan (15,34), un medio de la violencia y la muerte, puede surgir el grito
de la fe: “verdaderamente este era el
hijo de Dios”, también de quien menos se lo espera (15,39), como un centurión.
Allí donde no
hay signos que nos inviten a creer, allí donde parece que no hay nada sino
dolor y muerte, allí Marcos invita a su comunidad perseguida a conservar la fe,
y a proclamarla en medio del conflicto. Marcos nos invita, así, a no esperar
signos para creer, sino a ser capaces de caminar con Jesús en medio de las
situaciones más críticas que nos toquen vivir, y ser capaces de proclamar
nuestra fe aunque parezca que todos nos han abandonado, porque en medio de la
noche de la cruz, cuando menos se la espera, brilla la luz de la Transfiguración
(9,2-8), anticipo de la vida con Jesús, que nos espera.
Dibujo tomado
de ies.gabrielcisneros.mostoles.educa.madrid.org
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