sábado, 19 de diciembre de 2015

OC 23 Persecución de la Bestia

La persecución de la Bestia

Eduardo de la Serna



            La presencia del Imperio Romano en la región del Mar Mediterráneo estaba muy lejos de ser “mansa y humilde de corazón”. El peso del águila imperial se hacía sentir en toda la región, sobre todos los habitantes. Unos impuestos sofocantes, deudas usurarias, imposición por la fuerza de la cultura romana, y -como parte fundamental de esa cultura- el culto a la diosa Roma y el culto al Emperador se hacían presentes en todo el territorio. Las religiones muy antiguas gozaban de cierto privilegio que les permitía quedar exentos de esos actos de culto (lo que no significaba que fueran respetadas o bien recibidas). Los judíos, por ejemplo, gozaron de muchos momentos de tolerancia; aunque cuando más tarde se desate la guerra entre unos y otros (año 66) y finalmente Jerusalén sea destruida (año 70), estas relaciones también se deterioraron. Como la antigua Babilonia muchos siglos atrás, ahora Roma había destruido la Ciudad Santa, y el Templo de Dios (Ap 18,11). Los cristianos, por su parte, al ir separándose lentamente de los judíos, perdían el privilegio de la antigüedad y aparecían como “novedad” y -por lo tanto- como superstición, lo que autorizaba más fácilmente el rechazo y hasta algún tipo de prohibición. Siendo una religión nueva, por lo tanto, no podían argumentar planteos religiosos de ningún tipo para no dar culto a la imagen del Emperador. Esto provocaba prohibiciones, vetos y hasta persecución.

            En tiempos de persecución, los judíos recurrían a un modo de escribir que sostuviera la esperanza, sea de un modo resignado, o de un modo esperanzado, según el caso. Así surgieron los apocalipsis, que eran un recurso habitual de escribir ante la crisis. Veamos un ejemplo ilustrativo: para cualquier pueblo del entorno, y por lo tanto, también para los romanos, decir “desierto” era decir un lugar de sequedad y aridez, de muerte y soledad, en cambio, para un judío, decir “desierto” era decir alianza, maná, Dios protector. Así, sin recurrir a ninguna clave extraña, sino tomando en cuenta su propia historia, el Apocalipsis le dice a sus lectores que ante un Dragón (= el diablo, que tiene a Roma como instrumento; ver 17,9) que busca matar a una mujer (= el pueblo de Dios, la Iglesia), Dios la lleva al desierto para allí protegerla y alimentarla el tiempo que dure la persecución (1260 días [11,3; 12,6], es decir, 42 meses [11,2; 13,6], o 3 años y medio) (Ap 12,1-6). Así, las Iglesias de la actual Turquía saben que Dios no se desentiende de su suerte. O mejor: seguirán la misma suerte de Jesús, un cordero degollado, pero que está de pie (= muerto y resucitado; Ap 5,6); como su Señor fue vencido, serán vencidos también ellos (13,7) para después también ellos vencer (morir y resucitar; 5,9; 6,2; 11,8; 19,19). Por eso, cada comunidad eclesial tendrá sus cosas positivas o negativas, pero en todos los casos se hace una promesa al “vencedor” (Ap 2 y 3).

            Estamos en un tiempo que podemos calificar de intermedio, como un libro ya terminado que se va desplegando (= un rollo, 5,9) y allí están escritos los nombres de los amigos del Cordero (3,5; 13,8; 17,8; 20,12.15; 21,27; 22,18-20). Algunos ya han seguido sus pasos, otros todavía deben dar testimonio de su fe, frente a la violencia de la Bestia.

            Así, los cristianos de ayer y de hoy, están llamados a que su vida y su muerte hagan patente su fe ante la violencia de los poderosos, de los violentos. Algunos renunciarán a su fe por temor, con lo que ya no siguen las huellas del Señor; otros mantendrán su fe dando ante todos los demás, testimonio (7,9-17; ver 2,13; 3,14), son los mártires (mártir en griego quiere decir “testigo”). Y hay algunos que disimulan: saben que aunque den culto al Emperador, este no es Dios, por lo que no hay idolatría si lo hacen, pero ante los que lo ven, ante los ojos de los demás, dan testimonio contrario a la fe que proclaman. Dan testimonio de abandono de la fe. Por eso, el libro apunta a decir a sus destinatarios que la esperanza le da sentido a sus vidas y a su práctica. Quizás nosotros debamos también hoy aprender a dar testimonio de nuestra fe, porque ese testimonio es el primer momento evangelizador. Como decían los cristianos de los primeros siglos: “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”.


Dibujo tomado de www.adolfoperezesquivel.org

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