La persecución de la Bestia
Eduardo de la Serna
La presencia del Imperio Romano en la región del Mar
Mediterráneo estaba muy lejos de ser “mansa
y humilde de corazón”. El peso del águila imperial se hacía sentir en toda
la región, sobre todos los habitantes. Unos impuestos sofocantes, deudas
usurarias, imposición por la fuerza de la cultura romana, y -como parte fundamental
de esa cultura- el culto a la diosa Roma y el culto al Emperador se hacían
presentes en todo el territorio. Las religiones muy antiguas gozaban de cierto
privilegio que les permitía quedar exentos de esos actos de culto (lo que no
significaba que fueran respetadas o bien recibidas). Los judíos, por ejemplo,
gozaron de muchos momentos de tolerancia; aunque cuando más tarde se desate la
guerra entre unos y otros (año 66) y finalmente Jerusalén sea destruida (año 70),
estas relaciones también se deterioraron. Como la antigua Babilonia muchos
siglos atrás, ahora Roma había destruido la Ciudad Santa, y el Templo de Dios
(Ap 18,11). Los cristianos, por su parte, al ir separándose lentamente de los
judíos, perdían el privilegio de la antigüedad y aparecían como “novedad” y -por lo tanto- como
superstición, lo que autorizaba más fácilmente el rechazo y hasta algún tipo de
prohibición. Siendo una religión nueva, por lo tanto, no podían argumentar
planteos religiosos de ningún tipo para no dar culto a la imagen del Emperador.
Esto provocaba prohibiciones, vetos y hasta persecución.
En tiempos de persecución, los judíos recurrían a un modo
de escribir que sostuviera la esperanza, sea de un modo resignado, o de un modo
esperanzado, según el caso. Así surgieron los apocalipsis, que eran un recurso
habitual de escribir ante la crisis. Veamos un ejemplo ilustrativo: para
cualquier pueblo del entorno, y por lo tanto, también para los romanos, decir “desierto” era decir un lugar de sequedad
y aridez, de muerte y soledad, en cambio, para un judío, decir “desierto” era decir alianza, maná, Dios
protector. Así, sin recurrir a ninguna clave extraña, sino tomando en cuenta su
propia historia, el Apocalipsis le dice a sus lectores que ante un Dragón (= el
diablo, que tiene a Roma como instrumento; ver 17,9) que busca matar a una
mujer (= el pueblo de Dios, la Iglesia), Dios la lleva al desierto para allí
protegerla y alimentarla el tiempo que dure la persecución (1260 días [11,3;
12,6], es decir, 42 meses [11,2; 13,6], o 3 años y medio) (Ap 12,1-6). Así, las
Iglesias de la actual Turquía saben que Dios no se desentiende de su suerte. O
mejor: seguirán la misma suerte de Jesús, un cordero degollado, pero que está
de pie (= muerto y resucitado; Ap 5,6); como su Señor fue vencido, serán
vencidos también ellos (13,7) para después también ellos vencer (morir y
resucitar; 5,9; 6,2; 11,8; 19,19). Por eso, cada comunidad eclesial tendrá sus
cosas positivas o negativas, pero en todos los casos se hace una promesa al
“vencedor” (Ap 2 y 3).
Estamos en un tiempo que podemos calificar de intermedio,
como un libro ya terminado que se va desplegando (= un rollo, 5,9) y allí están
escritos los nombres de los amigos del Cordero (3,5; 13,8; 17,8; 20,12.15;
21,27; 22,18-20). Algunos ya han seguido sus pasos, otros todavía deben dar
testimonio de su fe, frente a la violencia de la Bestia.
Así, los cristianos de ayer y de hoy, están llamados a
que su vida y su muerte hagan patente su fe ante la violencia de los poderosos,
de los violentos. Algunos renunciarán a su fe por temor, con lo que ya no
siguen las huellas del Señor; otros mantendrán su fe dando ante todos los
demás, testimonio (7,9-17; ver 2,13; 3,14), son los mártires (mártir en griego quiere decir “testigo”). Y hay algunos que disimulan:
saben que aunque den culto al Emperador, este no es Dios, por lo que no hay
idolatría si lo hacen, pero ante los que lo ven, ante los ojos de los demás,
dan testimonio contrario a la fe que proclaman. Dan testimonio de abandono de
la fe. Por eso, el libro apunta a decir a sus destinatarios que la esperanza le
da sentido a sus vidas y a su práctica. Quizás nosotros debamos también hoy
aprender a dar testimonio de nuestra fe, porque ese testimonio es el primer
momento evangelizador. Como decían los cristianos de los primeros siglos: “la sangre de los mártires es semilla de nuevos
cristianos”.
Dibujo tomado de www.adolfoperezesquivel.org
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