La osadía de Pablo: las mujeres
Eduardo de la Serna
Cuando
Pablo se lanza al mundo a predicar el Evangelio, como es evidente, se
encuentra con “un mundo”. Es decir, con una cultura, un modo de vivir,
de celebrar, de festejar, un modo de relacionarse con las divinidades,
de relacionarse con los demás pueblos y con las personas cercanas. Esto
es lo que habitualmente se llama “cultura”. Para ser precisos, en la
“cultura” de su tiempo, el ámbito del varón era el ambiente público, y
el de la mujer, el “doméstico”.
La “domus” (= casa) era el “lugar” de la mujer. Es verdad que entre los
romanos, la mujer de la más alta sociedad tenía injerencia política,
pero no era el caso de la mujer de la “plebs” (la plebe). Además,
aunque estemos en el Imperio Romano, Pablo se mueve en un ambiente
mayoritariamente griego, en el que la mujer era todavía menos tenida en
cuenta para la “cosa pública” (la res-publica, de donde viene
“república”).
En
realidad, Pablo no es original en esto ya que Jesús de Nazaret tenía
discípulas y -por lo tanto- mujeres en ambientes públicos. Es
interesante que los obispos en Aparecida afirmaban que Jesús “incorporó
mujeres en su grupo” (Nº 470, texto primitivo), lo que luego fue
adulterado diciendo que “incorporó mujeres al grupo de personas que le
eran más cercanas” (actualmente Nº 451). Pero esto, que había comenzado
Jesús, Pablo lo profundizó más aún. Además, hemos de recordar que
mientras Jesús se mueve en un ambiente campesino, y nunca parece haber
ido a una ciudad, Pablo se dirige a un ambiente urbano, yendo siempre a
ciudades. Las culturas, en estos dos ambientes, son diferentes, como es
evidente.
Pablo
sabe dar todavía un paso más en esta misma dirección. Para comenzar,
los judíos se llamaban entre sí “hermanos”. El término, además de lo
biológico, significaba que el otro era un miembro de la misma comunidad,
y que con él se debía actuar como se hace con un hermano biológico. Por
eso se afirma que “no explotarás a tu hermano” (Dt 24,14), o no lo
“esclavizarás” (Lev 25,39). Pero eso sí puede hacerse con los
extranjeros (Dt 15,3; 23,21) -no el forastero, que es diferente-, pero
jamás con un “hermano
judío”. Pero ni en el Antiguo Testamento, ni en los escritos antiguos,
jamás se utiliza el término “hermana” (fuera de lo biológico,
obviamente) entendido en ese sentido “teológico”; además de que la
circuncisión -lo que nos hace entrar en la alianza- no era un rito para
mujeres. Sin embargo, Pablo lo usa con cierta frecuencia (Rom 16,1.15; 1
Cor 7,15; 9,5; Flm 2); para él la mujer es miembro pleno de la
comunidad y como tal debe ser tratada, por eso es “hermana”. Por otra
parte, para el judaísmo la mujer no tenía acceso directo a Dios; por
ejemplo, no podía entrar en el templo más que hasta el “atrio de las
mujeres”, de allí que el judío podía dar gracias porque nací “varón y no
mujer”. Para Pablo, el bautismo -que es lo que nos hace entrar en la
nueva alianza, y lo pueden realizar tanto varones como mujeres- nos pone
en igualdad ante Dios, de modo que “ya no hay ‘varón y mujer’...” (Gal
3,28), todos somos uno “en Cristo”, es decir, sumergidos en el bautismo.
Para
él, las mujeres trabajan activamente en el anuncio del evangelio como
lo hace él mismo (Rom 16,6.12; ver Gal 4,11; Fil 2,16. En todos estos
casos se usa el mismo verbo griego que es “trabajo en la
evangelización”), hay mujeres diáconos (Rom 16,1), hay mujeres que
presiden las comunidades (Rom 16,3; 1 Cor 16,19; Flp 2) e incluso -al
menos una- mujer que es apóstol (Rom 16,7).
Es
verdad que hay algún texto que ha permitido alentar el comentario de
que Pablo desprecia a la mujer o la relega a un segundo lugar. Sin
embargo, cuando dice “la mujer cállese en la asamblea” (1 Cor 14,34),
hay consenso entre los estudiosos que ese texto fue añadido mucho
después que Pablo para una sociedad más adaptada al ambiente
greco-romano donde la intervención de las mujeres no era bien visto, con
el objetivo de que no se cuestionara a los cristianos por eso. El otro
texto (1 Cor 11,2-16) hace referencia al culto. ¿Cómo deben actuar
mujeres y varones? Por un lado, es evidente que el contexto es cultural:
por ejemplo dice que el varón debe tener el pelo corto (v.14), y que la
mujer debe tener “algo” en la cabeza (vv. 6 y 10). Ese algo no es un
velo, como se ve en el v. 15; parece que se refiere a las cintas y
adornos que las mujeres solían usar. Es ese caso, lo que está diciendo
Pablo es que la mujer debe tener la cabellera “ordenada”, no suelta como
solían tenerla las participantes en los cultos de orgías. Así,
cualquier participante extranjero podía ver que el culto cristiano era
ordenado, y no una orgía (por el pelo de las mujeres), y no era un culto
romano (los varones no deben usar velo [v.7], como sí usaban los
romanos).
La
mujer, para Pablo es una igual en el culto y la comunidad, por más que
en nombre de Pablo -mal entendido-, las mujeres hayan sido rechazadas,
prohibidas en la liturgia, y relegadas en la Iglesia. Habituado a
mujeres o matrimonios que presiden comunidades, seguramente Pablo no
habría entendido muchas de nuestras actitudes contemporáneas.
Foto tomada de http://www.flickr.com/photos/lo_/4831173797/
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