Una reflexión de los primeros cristianos: ¿Quiénes somos?
Eduardo de la Serna
Es
sabido que el movimiento que surge a partir de la muerte y resurrección de Jesús
nace en el seno mismo de Israel. Jesús era judío y también lo eran sus primeros
seguidores. Pero no es menos cierto que este grupo percibió que tenía una
novedad expresada de las más diversas formas: “vino nuevo”, Mc 2,21-22 y
paralelos; Mt 26,29; “enseñanza nueva”, Mc 1,27; “mandamiento nuevo”,
Jn 13,34; 1 Jn 2,8; “nueva alianza”, Lc 22,20; 1 Cor 11,25; 2 Cor 3,6;
Heb 8, 8; 9,15-20; 12,24; “camino nuevo y vivo”, Heb 10,20; “nueva
masa” 1 Cor 5,7; “nueva creación”, 2 Cor 5,17; Gal 6,15; “vida
nueva”, Rom 6,4; “nuevo espíritu”, Rom 7,6; “hombre [humanidad]
nuevo”, Col 3,10; Ef 2,15; 4,24; “nuevo nacimiento”, Jn 3,3.7; “nombre
nuevo”, Ap 2,17; 3,12; “nueva Jerusalén” Ap 3,12; 21,2; “nuevos
cielos y nueva tierra”, 2 Pe 3,13; Ap 21,1; “un canto nuevo”, Ap
5,9; 14,3 porque hace “nuevas todas las cosas”, Ap 21,5. Ahora bien, la
pregunta clave es ¿qué tan nuevo es todo lo que tenemos? Porque podía ser “totalmente”
nueva de modo tal que lo antiguo ya hubiera caducado, podía ser una novedad
meramente “cosmética” o una novedad que aportara una “nueva mirada” a lo que se
venía viviendo. No todos en el grupo de los seguidores de Jesús estaban de
acuerdo en el grado de novedad que tenían. Algunos miraban más la continuidad,
otros más la novedad como ruptura. Veamos un ejemplo sencillo. El “antiguo”
Israel tenía unas escrituras. Poner todo y sólo el acento en la novedad
significaría que esas escrituras no son “nuestras”, que no tienen nada que
decir. Sin embargo, fue frecuente señalar que esas escrituras se habían “cumplido”,
por lo que se destacaba que hay a su vez una continuidad y una novedad.
Destaquemos -entre paréntesis- que ese es uno de los riesgos al hablar de “nuevo
Testamento” ya que si hay uno nuevo, eso indica que el “antiguo” ha
perdido todo su valor. Por eso muchos prefieren “primer testamento”, o “escrituras
judías” o sencillamente “nueva alianza” ya que alianzas puede haber varias, no
así testamentos (téngase también en cuenta que en griego “alianza” y “testamento”
se dicen con la misma palabra).
En
escritos anteriores vimos que Pablo, por ejemplo, se sabe y se piensa a sí
mismo como judío. La novedad radica en que los no-judíos son invitados a incorporarse
a la “alianza” que Dios hizo con Israel al aceptar (= fe) a Jesucristo. Por eso
llama a la Iglesia, “el Israel de Dios” (Gal 6,16).
Sin
embargo, las relaciones entre lo que a partir de la destrucción de Jerusalén
será el “judaísmo oficial” (los rabinos, que eran fariseos) y el grupo de Jesús
se empiezan a tensionar e incluso fracturar. Unos y otros se reclaman a sí
mismos como “el verdadero Israel” y -obviamente- miraban a los otros como “falsos”.
Es lógico pensar que esta mutua separación a su vez conllevó una reflexión
sobre la propia identidad. “Somos Israel, pero ¿en qué sentido? ¿Qué decimos de
nosotros mismos?” Esta reflexión sobre la propia identidad a su vez llevó a ver
a “los otros”, los que “no son”.
Es
en este contexto donde va a surgir, más tarde, la palabra “cristianismo”, para distinguirse de “judaísmo”. El primero en usarla fue san Ignacio de Antioquía, en la
primera parte del s.II.
Al
ir estructurándose, como vimos en nuestro artículo anterior, el grupo se
empieza a dar a sí mismo ministerios. Como ahora vemos, también se empieza a
dar, a sí mismo un “cuerpo”, lo que llamamos “doctrina”. Es interesante notar,
por ejemplo, que el término “doctrina” (en griego “didaskalia”) aparece casi con exclusividad en los escritos de los
discípulos de Pablo que se remontan a fines del s.I o comienzos del s.II (en
las cartas a Tito y la 1 y 2 a Timoteo, 4, 8 y 3 veces respectivamente). Es que
ante la novedad, ellos quieren evitar la aparición de “falsas doctrinas” (1 Tim 1,10; 4,1; 2 Tim 4,3) y confirmar la “sana doctrina” (1 Tim 4,6.13.16; 2 Tim
3,10.16; Ti 1,9; 2,1.7.10).
Una
de las características principales de la búsqueda de la propia identidad es
saber quiénes somos, qué decimos, qué ideología nos nutre. Y también cuáles no
son nuestras. Es muy interesante notar que precisamente a partir de esta
reflexión el “cristianismo” empieza a poder hablar de “ortodoxia” y de “herejías”,
y de que tales o cuales son “verdaderos”
o “falsos” maestros (1 Tim 6,13).
Sobre este trasfondo, reflexionado cada vez más profundamente por los seguidores
de Jesús, se empieza a ir fundando una reflexión, y empiezan a escribirse
muchos de los escritos del Nuevo Testamento. Sobre esto volveremos en escritos
posteriores.
Los
primeros cristianos tenían claro que seguían a Jesús, y para seguirlo bastaba
dejarse acompañar por los primeros “padres”, los apóstoles. Pero desaparecidos
estos, y en el medio de situaciones de conflicto y de búsqueda de la propia
identidad, los cristianos comenzaron a profundizar su identidad mirada como “camino”,
y a reconocer los caminos que no los conducían a la meta, que es Cristo. No
podemos menos que recordar lo dicho por el Papa Benito 16º: “No se comienza a ser cristiano por una
decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento,
con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación
decisiva” (DCE 1).
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