El movimiento de Jesús en su ambiente
Eduardo de la Serna
Algo que los cuatro evangelios
nos dicen unánimemente de Jesús es que “predica”. En los primeros evangelios,
esta predicación es casi exclusiva, proclama: “el reino de Dios está cerca” (Mc
1,15; “reino” lo encontramos 55 veces en Mateo, 20 en Marcos y 46 en Lucas). ¿Qué
es lo que Jesús predica?
Un elemento que es bien sabido
es que Jesús, cuando empezó a enseñar, no lo hizo solo. No fue un predicador
solitario sino que desde el comienzo estuvo acompañado. Hay algunos matices
según los evangelios, pero este punto de partida es evidente. Un grupo parece
seguir a Jesús por todas partes, otro le sale a su encuentro cuando anda por su
región, y multitudes se reúnen ocasionalmente. Dentro de ese grupo que lo
sigue, para que todos los judíos sepan que su voluntad es “reunir al Israel
disperso”, se elige Doce (Mt 10,1; Mc 3,14; Lc 6,13; Jn 6,67; ver Ap 21,14), de
modo que cualquiera recordara los doce hijos de Jacob. Por eso son doce
varones, aunque también hubiera mujeres entre quienes lo seguían. Como Jesús,
estos parecen más disponibles, y pueden ir por los pueblos (Mc 6,6b-13). De
alguna manera, dejaron sus vidas pasadas (Mc 10,28) para empezar a asumir la
novedad que trae Jesús. Hay otros que también quieren asumir el proyecto de
Jesús pero no dejan sus casas o trabajos. Pero no son menos “discípulos”, y de
hecho Jesús parece alojarse en sus casas cuando va por esas regiones, como es
el caso de Lázaro, Marta y María, por ejemplo (Mc 11,11; Jn 11,1; ver Lc
10,38-42). Finalmente, las multitudes se reúnen junto a él cuando predica en
montes o llanos, en lagos o barrios, y a ellos se les anuncia “la buena
noticia” (Mt 5,1; 13,1; Mc 2,2; Lc 6,17).
Esto nos muestra que Jesús en su
vida cotidiana puso en marcha “un movimiento”, movimiento que continuó después
de la Pascua. Ellos
se sabían parte de Israel, pero que también tienen una novedad que necesitan
compartir con “toda la casa de Israel” (Mt 10,6).
No debemos olvidar que en
tiempos de Jesús, muchos miembros del pueblo de Abraham eran tenidos como
“miembros de segunda categoría”: las mujeres, los impuros –por impureza ritual,
poseídos, enfermos, etc.- los publicanos, los niños, y –obviamente- los
extranjeros. Jesús incorpora en su grupo o considera miembros del banquete del
reino a quienes no eran incorporados por los “religiosos” de su tiempo: tiene
discípulas (Lc 8,1-3), dice que de los pobres y niños “es el reino de Dios” (Lc
6,20; 18,16). Las excusas insólitas que ponen para no participar los invitados
al banquete –con mucha frecuencia el “reino” es presentado como un banquete
(ver Lc 14,1-24) o con bodas (Mt 22,1-14)- son indicio de que no quieren ser
parte de un banquete en casa de uno capaz de sentar en “mi mesa” a ciegos,
cojos, pobres y lisiados (Lc 14,15-24). Cuando Jesús come en casa de Zaqueo
debe recordar a los demás que “también este es un hijo de Abraham” (Lc 19,9).
En tiempos en que del “viejo Israel” sólo quedaba una tribu y media (Judá y
Benjamín), Jesús elige Doce para que estén con él. Y resucitado Jesús, los Doce
siguieron juntos, y continuaron la tarea de Jesús de anunciar el Evangelio a
los miembros de su pueblo (Mt 28,16-20; Mc 16,14-20; Lc 24,44-53; ver Hch
1,12-14).
La imagen del “reino de Dios”,
una metáfora evidentemente tomada del ambiente político, es la que integra todo
este movimiento. Dios reina allí cuando los discriminados, despreciados o
rechazados son incluidos en la casa de Israel. En este sentido, el “Dios del reino” es inseparable del reino
de Dios. Un Dios que es presentado como “Padre” es la esperanza de los
pobres, quien confiesa que Dios es padre de todos y todas, quiere que él reine
y lo pide en su oración: “venga tu reino” para que se “haga tu voluntad en la
tierra como (se hace) en el cielo” (Mt 6,10).
Ningún anuncio de Jesús y el Evangelio será continuador de la predicación del Señor si no anuncia que Dios quiere reinar, y lo hace cuando los que son rechazados, despreciados, ignorados sean incluidos en la mesa de la vida. No lo será si no es anuncio de auténticas buenas noticias a los que están habituados al dolor, al desprecio y a la muerte antes de tiempo. Con claridad lo afirma Pablo VI: “Cristo, en cuanto evangelizador, anuncia ante todo un reino, el reino de Dios; tan importante que, en relación a él, todo se convierte en ‘lo demás’, que es dado por añadidura. Solamente el reino es pues absoluto, y todo el resto es relativo” (EN 8). Sigue siendo nuestro desafío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario