Algunas comunidades
de Asia Menor, Pedro.
Eduardo de la Serna
En lo que era “Asia Menor”, lo que
es la actual Turquía, florecieron comunidades de diferente tipo. Podríamos
llamarlas -generalizando un poco- comunidades “paulinas”, “joánicas”,
“petrinas”... No tanto por ser fundadas por ellos, aunque lo fueran en algunos
casos, sino -sobre todo- por mirar a Pedro, a Juan y a Pablo como sus
referentes, como aquellos que marcan un camino. Algo que era especialmente
importante cuando éstos ya habían desaparecido y el presente y el futuro
pareciera incierto entre dudas, persecuciones, crisis y crecimiento. Las
comunidades de Pablo dejaron escritos redactados por discípulos, en nombre de
su “padre fundador”, lo mismo que lo hicieron las comunidades del Discípulo
Amado, como hemos visto en notas anteriores. Veamos aquí las referencias a
Pedro. En nuestro caso, poco sabemos del paso de Pedro en esta región (ver 1 Pe
1,1). Para ser precisos no tenemos datos confiables de su itinerario misionero
salvo su paso por Antioquía y su final en Roma (ver 1 Pe 5,13 donde “Babilonia” alude a Roma). No es
improbable que haya pasado por Corinto, pero tampoco tenemos seguridad de eso.
De todos modos, no es lo importante saberlo, en este caso. Lo interesante es
que en Asia Menor, la persona de Pedro era tenida por autoridad. Si no visitó
la región, y Pedro no es autor de las cartas que se le atribuyen, en ese caso,
sería un indicio todavía mayor acerca de la autoridad que se le reconocía en la
antigüedad. Este tema, además, seguirá profundizándose y llegaremos a lo que
más tarde se reconoce como primado y ministerio de Pedro.
Pero miremos brevemente las dos
cartas que llevan su nombre y que -como insinuamos- parecen escritas por
discípulos que escriben como diciendo: “esto
es lo que nos diría Pedro hoy si estuviera acá en estas circunstancias”. Lo
que nos interesa es, como en otros casos, ver las comunidades y la temática que
va surgiendo entre ellas.
Los “cristianos” (1 Pe 4,16) parecen ser tenidos en nada por el imperio,
son despreciados, desvalorados (ver 1 Pe 1,7; 2,7; 3,7). Por los nombres que se
les da, sería algo semejante a lo que hoy podríamos llamarlos como desplazados,
o “sin tierra”. Roma, por su parte, valoraba mucho a las “élites” (los “ciudadanos”). De los buenos habitantes y
“padres de familia” se esperaba “autoridad”, la que se manifestaría en que
supieran “someter” a sus mujeres, sus hijos y esclavos para que el “orden” o la
“paz” imperaran en el seno de la casa (1 Pe 2,18-3,9; 4,17). Tenemos así dos
grupos, los que son tenidos por ciudadanos y los tenidos por “extranjeros”, por desplazados (1Pe
1,1.17; 2,11). Es precisamente a estos últimos que se dirige “Pedro” diciéndoles que en la comunidad
cristiana tienen un verdadero “hogar”
a partir del bautismo (1 Pe 2,9-10). A ellos se les pide que se comporten de
modo de no causar rechazo en la sociedad (ver 1 Pe 1,22-23; 2,2.13-17), pero que
-a su vez- conserven su propia identidad (1 Pe 2,4-8). Es una carta de
resistencia y de fortalecimiento de la propia identidad. Resistencia frente a
un mundo adverso (1 Pe 2,12; 4,2-6), identidad frente a los pobres y rechazados
porque ellos mismos lo son y la comunidad es “su casa”.
La segunda carta (2 Pe 3,1), mucho
más tardía, se encuentra con que en la comunidad se han entrometido “falsos maestros” (2 Pe 2,1-3; 3,3-10)
que enseñan algo muy diferente a lo que “Pedro”
diría, ya que enseñan una relajación de las costumbres que los lleva a no
preocuparse por tener una vida “ética”
(2 Pe 2,17-22) sino que sólo importa lo espiritual. Incluso parecen negar que Jesús vaya a
volver, con lo que niegan “el Día” de
su venida (2 Pe 1,16; 3,4-11). Escribiendo una especie de “testamento” de Pedro (2 Pe 1,15), se pretende señalar la “recta doctrina” frente a los “herejes”, e incluso negar que la Biblia
(entre ella también los escritos de Pablo que ya circulaban entre ellos) pueda
interpretarse de modo libre, al propio arbitrio (2 Pe 1,20; 3,16) como parecen
enseñar estos “falsos maestros”. Por
eso, el acento está en poner empeño
(2 Pe 1,5.10; 3,14) en mantener la piedad
(2 Pe 1,7; 3,11), la memoria (2 Pe
1,12.15; 3,1) y la vida movida por la esperanza
en la futura Venida de Jesús (2 Pe 1,11. 16; 3,4.10.18).
Es interesante notar, entonces, que
a fines del s. Iº y en regiones donde Pedro no parece haber evangelizado, ya
era reconocida su autoridad, y su nombre era tenido en cuenta para establecer
criterios de conducta, para indicar caminos y sostener la identidad y la
esperanza.
La figura de Pedro pasa a ser cada
vez más, en muchas comunidades, un referente. No un jefe al estilo de una
monarquía absoluta, sino de un “testigo”
y pastor (1 Pe 5,1) un garante de la “memoria”
(2 Pe 1,12-13) para que la Iglesia de ayer y de hoy pueda fortalecer su
identidad para ser en medio del mundo en el que vivimos un pueblo que anuncie
las alabanzas del que nos llamó de las tinieblas a la luz (1 Pe 2,9) esperando
un mundo nuevo en el que habite la justicia (2 Pe 3,13) porque otro mundo
-distinto al imperio romano, y distinto a este en que vivimos- es posible.
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