La Lujuria
Eduardo de la Serna
Es
difícil, en nuestro tiempo, hablar de la lujuria. Difícil porque para algunos
lo sexual sigue siendo (casi) el único pecado que cuenta. Difícil porque para otros
nadie tiene que meterse en su intimidad. Difícil, finalmente, porque el tema se
mueve en el nada fácil (si es que es posible) equilibrio entre lo interior y lo
exterior, lo objetivo y lo subjetivo, la represión y la libertad... Y es
difícil con justa razón: estamos cansados que los "pecados sexuales"
sean considerados más graves que los pecados de justicia, y se les niegue la
comunión a los divorciados y se les permita a los genocidas; nos molesta que la
búsqueda del placer sea mal mirada y no se cuestionen las represiones y
torturas; nos incomoda que se hable frecuentemente del "sexto
mandamiento" y se olviden que también la Doctrina Social de la Iglesia es
"teología moral" (Juan Pablo II)...
Por
otra parte, además de ubicar la cuestión en su "justo lugar", debemos
enfrentarnos a toda una corriente que cree que el tema es tan personal que
nadie puede decir una palabra sobre él sin entrar en actitudes represoras,
castradoras, paternalistas o "sin derecho"... ¿Podemos decir algo sin
ser ni represores por un lado, ni que "todo sea igual" por el otro?
¿Podemos señalar criterios sin ser ni paternalistas o castradores por una
parte, ni laxos o indiferentes por otra?... Sabiendo de estas dificultades,
intentaremos, de todos modos, decir unas palabras.
Lujuria
Parece
que en su origen la lujuria hacía referencia al "lujo", y por lo
tanto a todo lo referente a lo placentero. Todo lo que era visto como
"desborde" de los sentidos era considerado "lujurioso".
Así, san Bernardo, dirigiéndose al clero dice:
«Teman los clérigos, teman los ministros de la Iglesia, porque en la tierra de los santos que ellos poseen, cometen grandes iniquidades: no se contentan con los impuestos, suficientes para sus necesidades; atesoran para sí impía y sacrílegamente lo superfluo, cuando con ello deberían alimentarse los necesitados; no sienten rubor alguno en devorar para su ostentación y lujuria el sustento de los pobres. Pecan, por tanto, con doble iniquidad: dilapidan lo ajeno y se aprovechan de lo sagrado para sus torpezas y vanidades».
Obviamente,
en este caso, la cuestión va más allá de lo "erótico" y mira el
placer en varias dimensiones... Pero una serie de cuestiones incidieron en que
el tema se limitara a lo sexual (a la búsqueda desordenada de placeres de otro
orden apuntan otros vicios como la avaricia [sin dudas más grave, como lo hemos
señalado], la gula o la pereza... pero de esto hemos hablado, o hablaremos en
otro momento). Entre otras cosas, en que la “lujuria” quedara acotada a lo erótico
influyó la desvalorización de lo sexual, la supuesta inferioridad de la mujer,
la poca importancia dada al cuerpo, la sobrevaloración del celibato, el rechazo
a la búsqueda del placer, etc... Aquí radica, precisamente el problema;
digámoslo de una manera hasta infantil (decimos “casi infantil” porque sólo se
presentan puntos que –por ahora- no se profundizan, no se precisan, no se hacen
las disquisiciones o aclaraciones necesarias):
Por la parte
negativa:
*
la búsqueda del o de placer/es, desde
Freud, no es vista como algo negativo sino como algo positivo o natural;
*
lo sexual es visto como algo
profundamente natural y humano y no como algo meramente "animal";
*
el matrimonio es visto en toda su
positividad y no como un "mal necesario" (para remediar las
necesidades sexuales del "hombre-animal");
Por la parte
positiva:
*
la mujer es valorizada como ser
"plenamente humano"; según algunos, complemento del varón (así como
el varón es complemente de la mujer, pero no todos coinciden en esta “complementariedad”),
en igualdad de dignidad;
*
el cuerpo es valorado como lugar de
encuentro y diálogo, de comunicación y "parte integral" del hombre;
*
lo sexual es valorizado también como
palabra hecha gesto, como relación gratificante, como donación de vida y amor,
como algo plenamente humano...
Sin
dudas que aún no está dicha la última palabra, puesto que todo esto puede
prestarse a nuevos excesos:
*
no sólo una búsqueda desenfrenada del placer lleva a una vida
"desordenada";
*
la sobrevaloración de lo sexual puede hacer olvidar otros aspectos tan
importantes como éste en la formación o la vida del ser humano;
*
la mujer puede ser vista como "igual" al varón olvidando la tal complementariedad,
o mejor la diferencia-de-los-iguales (una cosa es ser iguales en dignidad, otra
es ser iguales en todo, y la diferencia no es solamente física);
*
el cuerpo puede ser supervalorado y considerarse que nada es más importante
(con las consecuentes degeneraciones como la anorexia, bulimia,
fisicoculturismo a toda costa, culto al cuerpo...).
Si
hemos de decir una "última" palabra digamos "tres" a fin de
profundizar lo que hemos esbozado “infantilmente”:
a. ser humano (varón y
mujer),
b. dignidad,
c. amor
Sin
esto, todo entra en desorden y sea por un lado (represión) o por otro
(excesos), los valores se pierden y el ser humano se diluye...
"Varón y mujer los
creó"
Poco
sentido tiene hacer aquí un "acto de fe" en la igualdad de la mujer
(lo damos por supuesto). Pero sí es necesario señalar algunos criterios: la
mujer y el varón ¡no son iguales! ¡Afortunadamente! Que ambos tengan plena
dignidad de seres humanos, derechos humanos, no los transforma en iguales. El
tema es complejo: qué es propio de la mujer, qué es cultural, qué es mandato
histórico... El planteo del tema de género es muy importante, aunque no es este
el lugar para desarrollarlo. Señalemos un pequeño aspecto: a diferencia de
otras lenguas, el castellano tiene un término para designar el humano “varón”,
por lo que referir a este como “hombre” puede esconder un larvado machismo; en
nuestro caso preferimos “hombre” o “humanidad”, para la especie humana, y varón
y mujer para los géneros. La psicología ha señalado claramente algunos
elementos propios de la mujer y propios del varón, hay capacidades de uno y de
otro y hasta enfermedades que son más propiamente masculinas que femeninas y
viceversa... Pero la diversidad se da como complemento no como superioridad de
uno sobre otro. Los tiempos de lamentable opresión (del varón a la mujer) no
deben dar lugar a la venganza o a la total equiparación, sino a la
reivindicación. No es cuestión de que "la tortilla se vuelva" sino
que los ‘hombres’ (varones y mujeres) se encuentren; no es -tampoco- cuestión
de "tesis" y "antítesis" o de "ying" y
"yang" sino de encuentro, diálogo, complementariedad. El humano es un
ser para el encuentro, libre, plenificante y dador de vida. No sólo el
encuentro de la amistad sino, particularmente, el encuentro plenificante del
amor (y en esto, jamás podrá excluirse lo sexual, sino por el contrario, es
necesario, integrarlo plenamente). Creemos que una mirada a la Santísima Trinidad
donde la igualdad y la diversidad se hacen plenas, y cada persona es igual a la
otra pero a su vez distinta, puede ayudarnos a entender esto de la igualdad y
diversidad del varón y la mujer.
Una pequeña nota
sobre la “complementariedad”: destacar que varón y mujer son mutuamente
complementarios esconde la posible idea de que uno, particularmente se dice de
la mujer, no es “plena” sin el varón (no se insiste tanto en el varón, no pleno
sin la mujer). Es por eso que con justicia muchas feministas se niegan al uso
de esa idea. Otros/as, sin embargo, también la prefieren, pero poniendo el
acento en que la persona humana es plena en la medida de sus relaciones con
otros. El/la otro/a me plenifica como persona, y esto es particularmente
importante en el encuentro erótico de varón-mujer. Es en este sentido en que
hemos señalado aquí esta complementariedad.
Lo
fundamental es entender, en este punto, (y vale tanto para quienes buscan
"reprimir" como para quienes quieren "liberación"), que
nada es más importante que la libertad. Libertad que es "decisión de
encuentro" con el/la "otro/a".
Esto
no significa que la libertad sea vista como "hacer lo que quiero".
Lamentablemente, muchas veces así se la entiende aunque no se lo diga
expresamente. Hace tiempo pudimos escuchar un dirigente estudiantil que
afirmaba que le cortaban su libertad con un decreto, y -dijo claramente-
"libertad es hacer lo que yo quiero"... De todos modos -y mirando el
tema que aquí nos interesa, la lujuria- destaquemos que la libertad implica
"encuentro" e implica "otro". Y, por tratarse de un vicio,
implica una relación desordenada hacia ese "otro". Para decirlo con
palabras claramente platónicas de san Agustín (quien, por otra parte,
"confiesa" públicamente sus frecuentes actos pasados de lujuria):
«la lujuria no es vicio de los cuerpos hermosos y delicados, sino del alma que apasionadamente ama los deleites corporales, dejando la templanza con que nos acomodamos a objetos espiritualmente más hermosos e incorruptiblemente más suaves.»
Por
ser desorden, los antiguos se preocuparon en saber qué causaba tal desorden. La
concupiscencia (consecuencia del pecado original), el desenfreno, los
placeres... Así, san Jerónimo (particularmente ascético en lo físico) afirma:
«Sabemos cómo deben ser los obispos, sepamos ahora cómo no deben ser. La adición al vino es cosa de bufones y juerguistas, y el estómago que hierve de vino, pronto espuma en deshonestidades. En el vino se esconde la lujuria; en la lujuria, el placer; en el placer, la deshonestidad... Quien se deja llevar por la lujuria es un vivo muerto; luego el que se embriaga está muerto y sepultado. Noé, por una hora de embriaguez, desnudó sus muslos, que durante seiscientos años había cubierto por la templanza. Lot, por la embriaguez, une a la deshonestidad, sin saberlo, el incesto, y al que no venciera Sodoma, lo venció el vino.»
Su
acento en lo "físico" lo lleva a considerar la "lujuria"
como el pecado del "Hijo pródigo": «Y ‘allí malgastó su hacienda viviendo
en lujuria’. Enemiga de Dios, enemiga de las virtudes, la lujuria malgasta toda
la hacienda del padre y halagando de momento con el placer no deja pensar en la
pobreza futura.».
Es coherente con otros escritos
antiguos como un antiguo apocalipsis apócrifo que opone la vida de la lujuria a
la vida del espíritu: «les alcanza el juicio porque creen en la lujuria de su
carne a la vez que niegan al Espíritu del Señor.» (Henoc)
«La dignidad de los hijos de
Dios»
Uno
de los grandes signos de los tiempos en nuestros días es la liberación
femenina. Más allá de excesos y desbordes, como los hay en todos los grandes
pasos de la historia. Liberación es reconocimiento de toda la dignidad de la
mujer tantas veces, tantos milenios conculcada. Lamentablemente, muchas veces,
este reconocimiento de igualdad se ha distorsionado, y a veces mira el árbol y
pierde el bosque. La sociedad, y particularmente la sociedad de consumo (o de
la idolatría del mercado), tiene a la mujer como la gran vendedora, y las
imágenes de mujeres poco o nada vestidas sirven para vender desde un calefón a
un auto, desde una tarjeta de crédito a una gaseosa... Y aquí aparece la
lujuria en toda su dimensión. Claro que en esto lujuria y avaricia se dan la
mano, "poderoso caballero es don Dinero". Como anzuelo de la lujuria,
la mujer es la "gran vendedora", no como ser humano digno, sino como
"cosita" (cosificación: ¡cuántas veces se habla de la mujer como
“cosa”!).
Otro
de los grandes signos de los tiempos es la lucha contra la discriminación.
Particularmente la ‘racial’. Esta lucha no es obstáculo -de todos modos- de que
todavía se escondan "racismos encubiertos". Así, una mujer desnuda
blanca sólo puede verse en la
T.V. después del horario de protección al menor, en cambio,
si es una mujer negra se lo puede ver en el canal "Discovery". Y esto
lo señalamos, no para mostrar contradicciones e hipocresías, sino para señalar
dónde nos parece que está un punto de equilibrio entre toda represión, que
nunca es madura, adulta y responsable, y la supuesta libertad que jamás es tal
si no es un "ser libres de" acompañado necesariamente de un "ser
libres para"... Si la lujuria es un vicio desordenado en la búsqueda del
placer sexual, un elemento importantísimo para que sea "ordenado" es
el respeto a la dignidad del otro (y particularmente, por los atentados
históricos padecidos, de la mujer).
La
valorización de la conciencia y el respeto a lo interior del ser humano también
es un signo de los tiempos. Lo interior es mirado como intangible, "no se
toca". Puede ser un signo de libertad, de tolerancia, de respeto al otro,
pero lamentablemente, a veces es mirado como un "dejar hacer" sin
criterios, límites ni principios. Tampoco la moral entra. Debemos tener en
cuenta que, partiendo de la libertad, del respeto y la dignidad humana, no es
más persona el que hace lo que quiere sino quien es más libre, más digno, quien
es capaz de amar.
Sigue
siendo válido lo que dice otro escrito apócrifo:
«Ruina del alma es la lujuria; aparta de Dios y acerca a los ídolos, engaña continuamente la mente y el juicio, y precipita a los jóvenes en el Hades antes de tiempo. A muchos ha perdido la lujuria. Aunque sea anciano o de noble cuna, lo hace ridículo e irrisorio ante Beliar y los humanos.» (Testamento de Rubén).
«Para el que ama no hay ley»
Pocas
palabras siguen tan de moda como la palabra "amor". El problema es
qué decimos cuando la decimos. Es tema de teleteatros con relaciones
interpersonales complicadísimas, de canciones melosas, de temas eróticos, y
hasta de referencias políticas (no podemos olvidar la triste frase del asesino
Jorge R. Videla afirmando que la represión y el genocidio "fue un acto de
amor"). Podemos decir que el amor es un encuentro de la libertad. Elijo
encontrarme con el otro/a, lo quiero querer, y además es un encuentro que me
hace libre, me hace más persona. Sólo en este contexto el sexo será un acto
plenamente humano, cuando dos personas respetándose mutuamente, se encuentran y
amándose se llenan de vida. Cuando en el encuentro sexual me miro a mí mismo
más que al otro, difícilmente haya encuentro con el otro, difícilmente haya un
encuentro de dos libertades. Sólo el amor es digno de fe, sólo el amor hace
plenamente humano el encuentro, y -en este caso- el encuentro sexual. Sólo el
amor evita el riesgo de desorden (= lujuria).
Sin
dudas podemos decir más (de ninguna manera pretendemos haber dicho todo en
estas pocas páginas), pero en el amor está lo central. ¿Cuál es el criterio
para distinguir lo animal de lo humano, que tanto preocupaba a los antiguos? El
ser humano en su totalidad es verdaderamente humano, no es que tenga una parte
animal (el cuerpo) y otra casi divina (el alma) como se insinuaba desde una
lecturas más platónica que evangélica. El ser humano, todo él, es ser humano, y
por lo tanto no es que algo sea bueno y algo malo. Todo él es capaz de maldad,
y todo él capaz de bondad. Las pasiones, parte del ser humano, también lo son,
y deben verse como algo propio del ser humano, capaces de ser educadas por el
amor (que es el que da el equilibrio entre el libertinaje y la represión). Sin
caer en ambos extremos, tanto el de creer que dar libertad al ejercicio de las
pasiones es bueno de por sí o, por el contrario, creer que es abominable. Como
todo lo humano, será bueno en la medida en que el amor lo mueva, en que se dé
un pleno encuentro de dos personas que se respetan en toda su dignidad
humana...
Esto
nos pone a las puertas de un tema importante: ¿qué valor tiene la búsqueda del
placer? Podemos decir que la búsqueda del placer no es ni buena ni mala...
¿Quién diría que es más bueno moralmente comer comida que nos disgusta, por
rechazo del placer?, ¿alguien sería tan necio de ponerle sal al dulce de leche
para evitar el placer? Pero tampoco, debemos decirlo, es moralmente bueno la
búsqueda del placer... Es simplemente eso: algo que causa placer. Lo que lo
transforma en bueno o en malo son los medios, los actos, el orden o desorden,
el amor... Es bueno que algo nos guste (= cause placer), pero ¿siempre debemos
procurarlo?, ¿a cualquier costo?, ¿en toda circunstancia?, ¿tiene límites,
criterios, un orden? Pero eso no significa que siempre y en toda circunstancia
debamos buscar el placer (en este caso el sexual); precisamente porque el
placer se da en el encuentro con el otro, el otro también tiene algo que decir
en este encuentro (para que sea encuentro y no "choque"). No es este
-tampoco- el lugar para reflexionar la búsqueda ‘perversa’ del placer, como los
casos de violencia, pederastia-pedofilia o violaciones, pero es evidente que
estamos en el terreno del delito, la delincuencia y -por lo tanto- algo que
debe dirimirse en el terreno de la justicia y la terapia.
El
otro, el encuentro, el amor son las palabras y actitudes que ayudan a poner
orden en una sana búsqueda de placer.
Quizás
sea este el lugar de decir una breve palabra sobre un tema controvertido: el celibato
y la castidad. El celibato fue, mucho tiempo, visto como algo superior a la
vida matrimonial. Era lógico si se veía lo sexual como algo inferior (animal).
Simplemente digamos que la valorización del celibato -hoy- no significa de
ninguna manera desvalorización del matrimonio. Son simplemente dos caminos
diferentes, tan evangélicos y valiosos el uno como el otro, y tan sujetos a
riesgos y limitaciones el uno como el otro. Digamos, también, que la castidad
es, en cambio, un orden en la vida sexual de acuerdo a la vida elegida. En este
sentido toda vida cristiana debe serlo: hay una castidad matrimonial, y una
castidad consagrada. Otro tema, también importante, es el de la virginidad; lo
cual es mucho más que una cuestión meramente física; no es en ese sentido que
lo hablamos, especialmente cuando se habla de cirugías que “devuelven la
virginidad”. No nos referimos a una virginidad vivida por miedo al contagio del
sida, sino a una vida ordenada al amor, al encuentro pleno con el otro, a la
entrega plena en el matrimonio... No dejan de escucharse voces que hablan de un
‘celibato optativo para los sacerdotes’. No es este el lugar para reflexionar
sobre eso, pero sí hemos de decir que no es el ejercicio libre de la vida
sexual lo que hace más plena a la persona, sino el ejercicio personal de la
vida, el encuentro pleno con el otro, la capacidad de amar.
Los
griegos tienen muchas palabras para hablar del amor. Las dos más conocidas son éros (de donde viene
"erótico") y agápe (sobre
estos dos términos se ha extendido la primera parte de la primera encíclica de
Benito 16: “Dios es amor”). El
primero es particularmente dedicado al amor entre varón y mujer. Algunos
griegos (hay que tener en cuenta su desvalorización del cuerpo) hablaban del eros como algo demoníaco (Sófocles) ya
que hace olvidar la razón, la serenidad y la voluntad... El término está
ausente en el Nuevo Testamento (Dios es
agápe afirma 1 Jn 4,8), pero sin embargo ‘Dionisio’ no duda en afirmar que
el "Eros" es un nombre
divino, incluso afirma que en Jesús Dios se aproxima "amorosamente" (erotikós) a nuestra humanidad. Libres ya
de hipotecas griegas que nos hacen mirar el "eros" como inferior al "agápe", debemos encontrar el equilibrio que nos haga descubrir
lo "erótico" como verdaderamente humano en la medida en que sea
movido por el amor o el encuentro. Y es la vida de amor (tanto éros como agápe) la que nos hace entrar en comunión con los demás y con Dios.
"En esto conocerán que son mis discípulos: en que se amen los unos a los
otros" (Jn 13, 35).
Foto: http://www.canal2.cl/?p=32577 [debemos confesar que fue dificilísimo encontrar una foto que ilustrara lo que queremos decir; la inmensa mayoría caía en obviedades, lugares comunes o decía exactamente lo contrario de lo que queremos decir]
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