La importancia de una reforma. La seriedad de una reforma.
Eduardo de la Serna
Por aquello de la “conversión”,
la Iglesia dice de sí misma que está en permanente reforma. Algo que, aunque
cierto en alguna medida, aparece en otros momentos como una ironía, o una
negación flagrante de la realidad. Una reforma sería “volver a una (nueva)
forma”, puesto que algo –por diversas razones- se ha “deformado”.
Se dice del Papa Francisco que “está
reformando la Iglesia”, pero entre tanto, el mismo Papa acaba de terminar su
cuarta reunión –de tres días cada una- con los 9 cardenales que lo están
asesorando para dicha reforma, lo cual indica que todavía no ha empezado a
concretarse. Sin duda que una reforma en serio, bien hecha, profunda, no puede
pensarse y concretarse en poco tiempo. A eso me referí cuando dije que “todavía no ha hecho”, y que algunos se
molestaron en criticar sin haber leído o comprendido.
¿Qué debería ser una reforma, en
la Iglesia?
La Iglesia no es solamente una
institución, no es solamente un cuerpo social. Lo es, sin duda, pero para los
que somos miembros de esa institución-cuerpo social, creemos que se trata de
algo que en cierta manera Jesús de Nazaret quiso, y que se fue gestando
lentamente a lo largo de los siglos. Ninguna reforma sería seria si no se parte
de la base: de lo que Jesús quería.
Hacer una adaptación a los tiempos corre el riesgo de ser un mero “lifting”, un
poco de “botox” para que la cara aparezca rejuvenecida, mientras la perdida de
vitalidad “va por dentro”. Sólo yendo a Jesús, a su sueño para la humanidad (o
para Israel, en un primer momento) y viendo –después de conocerlo bien- cómo
vivir ese sueño en nuestro presente histórico, sería la reforma verdadera y
profunda. Veamos un ejemplo: la reforma del papado, tan importante y necesaria
como lo dijo ya Juan Pablo II y repitió el papa actual, no puede ser un mero dar
cabida a “imitar” a algún buen papa histórico para volver a re-vivir sus
influencias. La reforma del papado debe hundir sus raíces en Pedro. Aprendiendo
a conocer lo más hondamente posible a Pedro, al Pedro histórico, a lo que Jesús
quiso de Pedro al elegirlo, podremos luego ver cómo vivir eso en nuestro tiempo,
por otro lado tan diferente. De otro modo, no sólo la tradición, sino también
los pecados, los frenos, las negaciones del Espíritu Santo, impedirán que “hoy
Francisco sea Pedro”, aunque sea “Sumo Pontífice”.
Es urgente reconocer que “el jefe de la Iglesia” no es el Papa,
sino que es el Espíritu Santo, y el sueño de Jesús fue que Dios reinara en la
historia de la humanidad. En la historia de la Iglesia ha habido cientos de
personajes maravillosos que han mostrado transparentemente ese reinado de Dios,
pero también se lo ha ocultado, opacado, disimulado o invisibilizado. Cuando la
Iglesia se puso por encima del Espíritu y del Reino, el sueño de Jesús empezó a
ser caricatura. Lo querido por Jesús comenzó a “deformarse”.
Cuando digo que Francisco todavía
no empezó a renovar la Iglesia, me refiero precisamente a eso, a que todavía
(insisto en el “todavía”, ya que no estoy negando que esté en su deseo más
profundo concretarlo lo antes posible), no se están dando pasos explícitos para
que la Iglesia se convierta al reino, que el Espíritu Santo aparezca como el
jefe de la Iglesia. Pero, precisamente porque no se trata de lifting, no es
cosa de “adaptación”. Hacer este o aquel otro cambio por mera “adecuación”,
aunque sea grato, sea deseable, y sea pedido por multitudes, no será fructífero
(ni “eclesial”) si no se empieza por un mirar a Jesús.
Obviamente que tampoco se trata
de repetir lo que se hacía en aquel tiempo; eso sería fundamentalismo puro. Es
un primer paso de análisis crítico, histórico, teológico, exegético; para luego
mirar con la misma crítica histórica, la realidad presente para dar el paso
hermenéutico.
En lo personal, creo que hay
muchísimas cosas en la Iglesia que deben cambiar, renovarse, desaparecer,
reformularse, crearse; pero cuando se dice –por ejemplo- que debe haber cambios
en el ministerio ordenado (el “sacerdocio”), en el lugar de la mujer, en la
autoridad, en la transparencia, en el uso (y abuso) del poder, en la relación
con la sociedad, el papado, creo que sólo serán cambios circunstanciales,
superficiales o sin sentido si no se empieza por un acabado análisis de la
predicación y la vida de Jesús frente a todo esto. En lo personal creo que de
ese modo, los cambios que se suscitarán no serán “reformas” sino verdaderas
revoluciones, y de eso se trata el reino. A lo mejor este desafío pueda
suscitar temor o inseguridad, precisamente; pero de eso se trata la confianza
en el Espíritu Santo. Sino, la “institución” hará ligeros retoques, pequeños
cambios agradables o simbólicos, pero la deseable y necesaria renovación
eclesial seguirá en el terreno de lo que habremos de esperar para un futuro no
cercano.
Dibujo tomado de evangelicoreflexivo.blogspot.com
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