La extraña defensa de la vida
Eduardo de la
Serna
Creo conocer más o menos bien la realidad
Colombiana. Desde 1973 he estado y vivido con frecuencia en ese maravilloso
país con gente más maravillosa aún. Allí tengo amigas, amigos y casi hermanos. Y
por tanto, me alegro con sus alegrías y me duelen sus dolores. Como propios.
El domingo pasado hubo allí elecciones
presidenciales que deberán dirimirse en una segunda vuelta entre Óscar Iván
Zuluaga y Juan Manuel Santos, el actual presidente. El actual mandatario viene
de la derecha colombiana, proveniente de una familia empresaria (dueños del
casi único Medio de Comunicación nacional de todo Colombia, el diario El Tiempo,
hoy vendido), preparado desde siempre para ser presidente, pariente de un ex
mandatario (presidente entre 1938 y 1942, su tio-abuelo), ministro de Hacienda
del presidente que dio comienzo al neoliberalismo (Andrés Pastrana) del que
Colombia no ha salido, y ministro de Defensa del gobierno más guerrerista del
presente (Álvaro Urive). Ahora es presidente, pero –precisamente por estar
preparado para serlo- ha tenido actitudes dialoguistas, ha tenido lo que se llama
“cintura política”, y entonces ha tenido diálogo con sus vecinos, ha
participado en reuniones de los países latinoamericanos, con propuestas sensatas,
y -¡sobre todo!- ha comenzado un diálogo de paz con la guerrilla de las FARC
que da esperanzas serias y sensatas a que se ponga fin a un estado de guerra
interna que lleva ya 50 años. Zuluaga, en cambio, es más de derecha aún. Fue
ministro de Hacienda del gobierno de Uribe y luego Senador de la República.
Representa al “uribismo” más rancio, y como tal se lo ha visto participando
activamente (junto con su jefe) tratando de boicotear (con escuchas ilegales de
por medio, algo a lo que su “patrón” nos había habituado; en Colombia se los
llama “chuzadas”) e intentando frenar los “Diálogos de Paz”.
Propiamente no parece que lo que esté en
juego sea la economía, ya que ambos candidatos son defensores de una economía
de Mercado; la educación, la salud, la justicia, por ejemplo, no parecen haber
variado entre el gobierno de Uribe y el de “Juanma” Santos: en ambos casos
funcionan para los ricos y desprotegen a los pobres. Los ojos cerrados ante el
paramilitarismo y sus negocios ilegales (narcotráfico, minería, ocupación de
tierras y desplazamientos…) no parecen haber cambiado, los “falsos positivos”
(aparición de muertos que son presentados como guerrilleros para cobrar
recompensa pero en realidad son jóvenes pobres secuestrados y matados) siguen
existiendo, y se podría seguir… Muchas cosas no han cambiado. Las únicas
diferencias aparentes son fundamentalmente dos: las relaciones con los vecinos
(especialmente con Venezuela) y los “Diálogos de Paz”. Estos diálogos se
conformaron de manera que representantes del Gobierno y de las FARC se
encontraran para hallar acuerdos sobre cinco puntos. El criterio es que una vez
que se acuerda sobre uno, se pasa al siguiente, y si se acuerda sobre los cinco
temas consensuados, se pasa a la firma total y se rubrica finalmente la paz. Los
más complicados de estos acuerdos ya han sido firmados (tierras, narcotráfico y
reinserción política), parece faltar bastante poco, pero… Pero Uribe y Zuluaga
siguen intentando boicotear la paz. Ellos ganan con la guerra. Y otros también ganan
con la guerra.
En las elecciones del domingo pasado, en general
ganó la guerra. En las ciudades (Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla…) ganó la
guerra, mientras en las zonas campesinas, ganó la paz. Suele pasar que en
muchos lugares las ciudades (las clases medias) son indiferentes a los
problemas de sus hermanos, “a mí no me pasó”. Curioso sentido de “Patria”.
Claro que además, en Colombia el voto es optativo y la abstención fue del 60%.
Pareciera que muchos en Colombia quieren estado de inseguridad y conflicto permanente,
con Venezuela, con las FARC. Hasta aquí los datos; pero, y acá mi pregunta
fundamental (para mí, desde mi mirada): ¿y la Iglesia?
Colombia es un país católico (o eso dice). Es
de suponer que la evangelización ha calado hondo en la cultura, en la vida
cotidiana de los colombianos. Es de suponer, pero… ¿Cómo es posible que la
mayoría (la primera minoría, para ser precisos) haya optado por la guerra
contra la paz? ¿No se escuchan voces claras y firmes de la Iglesia denunciando
sin duda alguna y con firmeza la defensa de la vida? No, no se escuchan
(salvando algunas voces aisladas, debemos decirlo) porque ¡Zuluaga habló contra el aborto! Y allí salió la mediocridad de
aquellas y aquellos (muchos con religiosos hábitos bien planchados y limpios) a
manifestar en favor del candidato. Parece que para algunos pro-vida la guerra,
el conflicto, la muerte no atenta contra la vida. Curioso.
Esto me hace recordar a la cerrada defensa de
muchos eclesiásticos al gobierno de Carlos Menem precisamente por su oposición
al aborto, mientras se gestaban políticas económicas de muerte de cientos de
miles de argentinos. O también la actitud frente a la Dictadura cívico-militar.
Es curioso que cuando se habla de “vida” se selecciona, discrimina y elige la
defensa de “una” vida, mientras se desentiende, o hasta se es cómplice de las
muertes de miles y miles. Parece que ciertas vidas no cuentan (en especial si
se trata de la vida de los pobres, o de los que “no son como yo”). La Iglesia
colombiana (como la argentina, debemos reconocerlo) no se ha caracterizado por
la abundancia de voces proféticas, y las pocas han quedado aisladas,
ninguneadas, calladas o censuradas (cuando no asesinadas, por cierto). Pero ¿no
debería esto gritar a las voces eclesiásticas de curas, religiosos, religiosas
ya que no a los obispos (que incluso permitían que Uribe se hiciera presente en
las reuniones de la Conferencia Episcopal Colombiana) a gritar con fuerzas, a
denunciar claramente que la guerra es muerte, que los cristianos y cristianas
de Colombia tienen una obligación indubitable con la paz? Si la Iglesia
Colombiana, sus voces oficiales o grupos alternativos no levantan sus voces
quizás se pierda una importante y posible oportunidad para la paz, quizás sean
responsables claros de la continuidad de la guerra. Como cristiano quisiera
decir que esos tales al recibir a Jesús Eucaristía –al desentenderse o no
reconocer como hermanos y hermanas a los asesinados por la violencia
interminable (también por culpa de ellos, acoto) “comen y beben su propio
castigo” (citando a san Pablo). Si no se escuchan voces claras de la Iglesia
colombiana a favor de los Diálogos de Paz, en lo personal, no creeré ni una
palabra cuando luego me hablen de Jesucristo. No puedo entenderlo de otra
manera, mi amor por Colombia no me lo permite.
Foto tomada de www.todanoticia.com
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