Un Te Deum
Eduardo de la Serna
En la Iglesia Católica Romana hay
una serie de “celebraciones”, “ritos” que entendemos que se fundan en aquello
que Jesús quería. Más o menos evidentemente. Son “siete” (número bíblico por
excelencia) a los que llamamos sacramentos. Con otros hermanos no católicos
compartimos particularmente dos, el Bautismo y la Cena del Señor, aunque otras
comunidades también reconozcan otros como el ministerio ordenado, o el
matrimonio, por ejemplo. Si presuponemos que se fundan en Jesús, evidentemente
podemos suponer que esos sacramentos no pueden modificarse en sus partes
fundamentales (irónicamente podemos decir que no podría celebrarse la cena del
Señor con gaseosa en lugar de vino).
Pero también hay, en la Iglesia,
otros “ritos” o “celebraciones” que se vienen realizando a lo largo de los años
(o siglos, si cabe) y que tienen sentido en lo que se va viviendo, y bien
podrían modificarse si se ve la conveniencia. Es el caso, por mencionar los más
conocidos, de las bendiciones, los “responsos”, o los “Tedeum”. ¿Qué son, en
estos casos, estas celebraciones? Una persona, o familia, o un colectivo que
pide al cura una bendición (es decir, que interceda ante Dios para que Él
bendiga un objeto, un difunto, un país).
Como cura, me parece bien pedir
ante Dios la bendición sobre algo/alguien. Dios es el que bendice, obviamente,
no el cura. Pero entonces, lo importante de esto, en este caso un Te Deum, es
la bendición, no las palabras del cura (u obispo). Me parece bueno que los
creyentes pidan que Dios bendiga, como me parece sensato que los no creyentes
no lo pidan o no le vean sentido. Cuando Dios bendice, en la Biblia, por
ejemplo, llena de vida. Cuando Dios bendice a Abraham es prometiéndole tierra,
hijos, frutos en los campos, es decir: vida. Que Dios bendiga a nuestra Patria
me parece bueno. Pero la oración no es mágica, es decir no es que “el cura reza”
– “Dios bendice” – “llega la vida”. Es evidente que así no hace Dios las cosas;
somos nosotros los que debemos trabajar por la vida, y muchas veces confrontar
con los sembradores de muerte. Dios no “manda” una lluvia para la cosecha, o “paz”
para un país, somos los seres humanos los que debemos trabajar en eso.
La tradición de la propagación de
los discursos quizás haya afectado el sentido. Era habitual ver que el
presidente de la Nación debía ir al “Día del Ejército” donde un general le
decía lo que debía hacer en defensa de la Patria; a la Rural donde el
presidente de la Sociedad Rural le decía lo que debía hacer en Economía, y al
Te Deum donde el Cardenal le decía lo que debía hacer al interno del país. Y
celebro que el Gobierno haya puesto límites a estos abusos. En lo personal, me
parecen intolerables.
Ahora bien, si de hacer una
oración se trata (y si se incluyen a todas las confesiones religiosas –al menos
las más numerosas- del país), me parece muy justo que quienes creen pidan a un
cura (u obispo) que los acompañe a rezar para que Dios bendiga nuestra Patria.
Pero el problema está en la homilía,
parece. Es sensato pensar que el celebrante tratará de hablar de la Patria
(porque es la que se pide que Dios bendiga) y de hablar de lo que razonablemente
él cree que Dios quiere, lo que él piensa que es conforme o disconforme a los
planes de Dios (Siempre presuponiendo honestidad, obviamente). Y acá hay un
problema… Es evidente que Dios no le “habla” al celebrante para decirle lo que
ha de decir, y él deberá discernir con serenidad. Y acá cabe la posibilidad del
“error”, de que una mala mirada, un mal diagnóstico, las propias capacidades e
incapacidades del celebrante, su ideología (que la tiene), su “lugar” no
permitan discernir con claridad aquello que “Dios diría a este país concreto en
este tiempo concreto”. Y por eso también es sensato que el que va a pedir la
oración –el Te Deum en este caso- busque un celebrante con quien se encuentre
en sintonía.
Hasta aquí “los” Te Deum. ¿Qué
decir del Te Deum de ayer, 25 de mayo, en la Catedral de Buenos Aires? En lo
personal, la celebración me pareció medieval, y no entiendo el mantenimiento de
muchos gestos, ritos y cosas que bien podrían cambiar. Ritos incomprensibles
para muchos, que se pueden modificar con creatividad donde lo fundamental (la
oración por la Patria) sea lo que quede de manifiesto. Dejo de lado tres
pequeños errores de la celebración de ayer, solo los menciono: el “Congreso de
1934” no fue “Ecuménico (mala palabra en ese entonces) sino Eucarístico, la
llamada “Oración simple” no es de San Francisco de Asís, cosa que cualquier
franciscano les hubiera dicho “simplemente”, y el lavatorio de los pies, del
Evangelio de Juan, no ocurre en una cena pascual, por lo que no hubo
modificación de ritos antiguos, como se dijo. Pero a la hora de la “oración”
para pedir a Dios por la Patria, estos temas son secundarios.
Pedir “diálogo” y “encuentro” es
algo muy sensato, importante y bueno. Claro que eso implica “otros”. Otros que
muchas veces se niegan a dialogar. Obviamente los que se negaron a que hubiera
multiplicidad de voces en los medios porque querían tener el monopolio de la
voz no parecen tener actitud de diálogo; los que levantan su mano (derecha,
obviamente) teniendo erguido su dedo medio, no parecen tener actitud de diálogo;
los que gritan “ándate yegua”, los que convocan a una marcha por la seguridad
después de haber anunciado “uno, dos o tres muertos”, los que no van a un lugar
de diálogo, como el Parlamento, para pontificar desde la televisión, los que
provocan huelgas como única medida perjudicando a cientos de miles de pasajeros
sin buscar conjuntamente soluciones, para “golpear hasta ponerlos de rodillas”…
esos y otros no parecen tener actitud dialoguista. El diálogo no implica estar
de acuerdo, por cierto; el diálogo supone escucharse, saber respetuosamente qué
piensa el otro, y pensarlo, “discernirlo” aunque sigamos con nuestra opinión. Escuchar
al otro u otra con respeto por su opinión, para conocerla, supone obviamente
que el otro o la otra, escuchará la nuestra con la misma actitud.
La Iglesia Argentina, en plena
crisis del 2001 convocó al “Diálogo” y los curas en opción por los pobres
fuimos muy críticos en esto. No por oponernos al diálogo, sino por cómo se
estaba entendiendo. Nos pareció que la Iglesia se ponía “por encima”, como
prestar espacio para que “otros” dialoguen sin tomar posiciones, como si fuera
lo mismo el oprimido y el opresor. Y nos parecía que indubitablemente, la
Iglesia debía tomar postura en favor de las víctimas (¡que vaya si las había!),
y denunciar claramente a los opresores, a los que se enriquecían a costa de más
y más pobres. Y –además- nos parecía que los pobres no habían sido invitados a
ese “diálogo”, por lo que –dijimos- no era ese el Diálogo que nos parecía
razonable y necesario. Lo mismo quisiera decir hoy. “Diálogo” reclamó ayer el
Cardenal. Y en lo personal, lo deseo. Pero con un Gobierno que esté dispuesto a
dialogar sin moverse “ni un poquito así” de la defensa de los pobres, de la
inclusión, y de la confrontación con los injustos, los genocidas, los
explotadores.
Eso sí se lo pido a Dios, el 25
de mayo, y cada día.
Foto tomada de federicoderobertis.blogspot.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario