Una
nota (sólo una) ante la muerte
Eduardo
de la Serna
Sólo un canalla se regocija
por una muerte. Hacerlo solo habla de su pequeñez y miseria. Aunque se tratara
de un enemigo acérrimo (“el mejor enemigo
es el enemigo muerto”). Recuerdo un viejo chiste gráfico en una revista (no
recuerdo el autor) en el que se veían las caras preocupadas de un grupo. Eran los
redactores de una revista que no podían encontrar “la tapa”, y no había nada
que resultara “gancho”, hasta que suena el teléfono. Al colgar quien atendió
les dice: “- ¡Estamos salvados! A qué no saben quién murió…”.
Pero esto no significa que
todas las muertes repercutan por igual en nosotros. Sin dudas, los afectos
hacia la persona serán decisivos en cuanto al dolor. A más afecto, más dolor. Y,
por tanto, evidentemente, el dolor por la muerte de un desconocido será nulo.
Pero esto no significa, ni remotamente, que nos dé placer, o gozo. Me explico:
- En lo personal no entiendo cuando se conmocionan grupos importantes por la muerte de un “famoso”. Obviamente me dará un poco más de pena, o no, de acuerdo a cierta corriente afectiva con el muerto o la muerta, pero “dolor”, “tristeza”, “pesar” es otra cosa. Me parece.
- Es cierto que ciertas muertes de desconocidos pueden repercutir en “mi” vida de alguna manera. Si en “mi” barrio hubo dos o tres muertes violentas “mi” preocupación crecerá, pero no por la muerte de Fulana o Mengano sino porque “yo” “me” siento en peligro. Si un cómico famoso muere, “me” entristeceré porque él “me” hacia (son)reír. Si un político muere, “me” dolerá porque creo que su ejercicio de la política “me” (o “nos”) beneficiaba (a “mí” y/o al grupo de mis afectos o pertenencia).
- Ciertamente, lo mismo vale en “sentido contrario” cuando el que muere es alguien que “me” caía mal, o que “nos” molestaba, por los cientos de motivos pensables (porque ponía música muy alta por las noches, por su humor chabacano, por su política para “mi” o “nos” perjudicial…). Pero, repito, creo que sólo un canalla se alegra por una muerte.
Hay otro elemento que habla
de canalladas y es la utilización de ciertas muertes. Y es canalla porque el muerto
o la muerta no importan, solo importa “mi” beneficio a partir de su
fallecimiento. No importa cómo, por qué, para qué, sólo importa que esta muerte
“me” es provechosa (o dolorosa porque no podré aprovechar, o porque “otros”
podrán hacerlo en “mi” perjuicio…). Esto se ve particularmente cuando, además
de la muerte en sí, se miente, deforma, exagera, distorsiona la muerte, o elementos
que la presentan o explican en orden a “mi” beneficio (o a perjudicar a “mi”
adversario o enemigo), se trata de “llevar
agua para mi molino”.
No es necesario poner
ejemplos concretos: son evidentes (aunque cada quién los mirará con sus propios
ojos, por cierto). Siempre hay y habrá muertos y reacciones ante ello. Además,
al ejemplificar lo aquí dicho sin dudas la mirada relativa de cada quién
permitirá que la mirada positivamente afectiva de unos sea negativa para otros
y la idea – en este caso – no es reflexionar a partir de la muerte de Fulano o
Mengana, sino de la muerte “en sí”, aunque haya un trasfondo de muertes que lo
origine.
Y dejo un espacio final para
otra canallada, la del “deseo” (no hablo de “provocarla” ya que estaríamos en
el terreno del crimen, con lo que el tema pasaría a ser judicial y penal). Sin
dudas que el “deseo” no “provoca”, pero…
Por cierto que el hecho de que yo le desee la muerte a alguien no lo
matará. Eso sólo habla de mi pequeñez, de mi escoria. Hay demasiado “yo” en ese
deseo.
Sin duda alguna hay mucho
(muchísimo) más por decir sobre la muerte, y particularmente ante muertes
precisas y concretas. Pero no está mal pensar un poco “más allá” de “mi”
mirada, “mis” deseos, “mis” sueños… “mi” ombligo.
Foto tomada de www.tripadvisor.es
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