Una nota sobre la libertad
Eduardo
de la Serna
Habiendo repudiado sin
atisbo de duda el asesinato terrorista en Francia (y sumo los de Etiopía,
porque toda víctima es mi hermano o hermana) añado ahora una reflexión ulterior
sobre el tema. Me parece necesaria.
Se suele decir que las
palabras que tienen diferentes sentidos o diferentes lecturas son
“polisémicas”. Decimos en una misma “palabra” muchas cosas, a veces diferentes,
a veces hasta contrarias, cuando las decimos. Y muchas veces, los términos
polisémicos suelen ser muy importantes. Por ejemplo, al decir “amor”, o “paz”,
o “alegría”, o “vida” solemos utilizarlos de modo polisémico. Allí está su
riqueza, allí a veces radican malentendidos, allí surgen – a veces – los
conflictos. O los poetas.
Polisémica por excelencia es
la palabra “libertad”. Se suele hablar o utilizar en el sentido de “capacidad o
posibilidad de hacer (o decir, o pensar… o dibujar) algo. Pero veamos, ya que
la polisemia puede confundirnos.
- · “Soy libre de matar a alguien”. Es algo cierto si entendemos “libertad” en cuanto que puedo hacerlo. Nada me lo impide. La ley es un tema aparte en cuanto que si soy descubierto seré sancionado, pero mi “posibilidad” la tengo.
- · “No me gustan los pájaros enjaulados, deben ser libres”, entendiendo libertad como posibilidad de dirigirse a donde el ave quiera (o donde el instinto la conduzca).
- · “Soy libre de elegir al candidato que me guste”, entendiendo por libertad mi capacidad de elección.
- · “Mi libertad termina donde comienza la del otro”, entendiendo la libertad como un poder hacer lo que me plazca en la medida de no molestar a otros.
- · “Libertad es hacer lo que yo quiero”, entendida como mera posibilidad…
Algunos autores han
distinguido la “libertad de” y la “libertad para”. Y dejo de lado el ejercicio
personal de la libertad en mi fuero personal, entendida como la mera capacidad
de elegir ya que en ese caso es evidente que “yo” soy el criterio último de
dicha “libertad”. Y dejo también de lado un tema que también ameritaría debate
y es si hacer–pensar–decir algo “me hace (más) libre” además de que tenga la
libertad de hacerlo…
A lo que quisiera referirme
y pensar es al tema de la libertad especialmente entendida como “libertad de
expresión” (y colateralmente a su “parienta” la “libertad de prensa”, bastante
bastardeada por cierto, cuando en su nombre se miente, se calumnia, se difama,
se hace ‘campaña’ para o se pretende destruir a… y pienso en la prensa
hegemónica del mundo particularmente). ¿Tiene límites esta libertad? Es decir,
¿tengo libertad de ofender o de mentir o de agredir? La tengo si entendemos que
tengo la posibilidad de hacerlo, y que incluso es posible (particularmente con
la corrupción o cooptación del poder judicial) que no sea sancionada aunque lo
mereciera; siempre habrá una cautelar oportuna. Pero, la libertad, cuando sale
de mi estado personal hacia el estado público, ¿no ha de tener algún límite
dado, por ejemplo, por el otro, la convivencia, la ley, la justicia, etc…?
Cuando el abogado de Charlie Hebdo dijo que “tenemos libertad hasta para
blasfemar”, ¿es así? Eso ¿puede ser así? ¿Es bueno que sea así?
Y pienso… supongamos que a
un grupo X le afecta – a su religión, a sus convicciones, a sus principios –
que el grupo Y haga algo. ¿Debería este grupo dejar de hacerlo? ¡Creo que no!
Pero… si lo hace adrede, en las narices del grupo X, eso es una provocación. El
grupo X deberá acostumbrarse, por tolerancia, pluralismo, a que no todos
comparten sus principios y pueden hacer cosas diferentes; pero el grupo Y ¿no debería
tenerlo en cuenta para no herir innecesariamente sus sensibilidades? ¿No tiene
algo que decir la “libertad” en este punto? Creo que el respeto por el otro
(debido a ambos grupos, no sólo al primero ni solo al segundo) es el punto de
partida del encuentro. Entiendo que todos los habitantes o visitantes a un país
deben respetar, por ejemplo, su constitución y sus leyes, aunque no le
gustaren. Esto vale, pienso, para aquellos musulmanes que vivan en o visiten
Francia. Si se sienten heridos ante una imagen de Mahoma, creo que deberían ser
tolerantes, y “soportar” que otros las hagan. Pero creo que si Mahoma es
presentado por el Islam como el más grande de los profetas, no edifica nada (no
nos hace más libres) y – creo que – no se tiene la libertad de abusar de la
libertad burlándose de él y sus seguidores. Así como algunos parecen cometer
aberraciones en nombre de Dios, no es menos cierto que otros las comenten en
nombre de la libertad. Y muchas veces, aprovechando la impunidad que da
sentirse “superiores”. O sentirse “locales”.
En estos días, todos hemos
repetido “je suis Charlie”, yo soy Charlie. Pero lo soy en cuanto solidaridad
con las víctimas, con los que han sufrido la barbarie cometida en nombre de
Dios. Pero no sé si soy solidario con lo que me parece un exceso del ejercicio
de la libertad, no quiero solidarizarme con la burla (y menos cuando me “huele”
a burla de quien se cree superior hacia quien cree un inferior). No sé si soy “ese”
Charlie.
Conozco muchísimos “chistes
de curas”, y me rio con ellos. Conozco excelentes “chistes de judíos” contados
por judíos. También conozco chistes racistas o machistas (y ya no me rio tanto,
a menos que el ambiente en el que se pronuncian sea indudablemente crítico del
machismo o del racismo), y me molesta un poco cuando alguna amiga feminista no
tiene sentido del humor (“feministas stalinistas” las llamó irónicamente un
psicólogo conocido que trabaja en una agrupación feminista en Chile), pero
tengo clarísimo que no me causa ninguna gracia el chiste que se burla públicamente
de otros que no pueden reírse también ellos de ese chiste. Me parece ofensivo,
destructivo, y – volviendo a nuestro tema – me pregunto si por ahí pasa la
libertad.
En toda sociedad hay cientos
de leyes que limitan un ejercicio de la libertad en aras de la convivencia, la
tolerancia o el encuentro. Las leyes de tránsito son un buen ejemplo. “Tengo
libertad (= puedo) para cruzar un semáforo en rojo” pero “no tengo libertad de
hacerlo” (= no tengo el derecho). Los límites – muchas veces impuestos, y otras
tantas auto-impuestos, como ceder el paso, por ejemplo – marcan los límites que
la libertad tiene en orden a la convivencia. Y, sinceramente, creo que las
burlas de Charlie Hebdo (y las nuevas que hubiere) no edifican nada, no hace
más libre a nadie, y omitirlas permitiría mostrar cierta actitud de “grandeza”;
pero no la grandeza “sobre” sino “con” los otros. La grandeza que se manifiesta
en el encuentro y la tolerancia a la diferencia. En lo personal creo que un
país es más grande no cuando tiene la libertad de burlarse y ofenderse los unos
a los otros, sino cuando unos y otros tienen la libertad de encontrarse y
celebrarse mutuamente.
Foto tomada de www.fotocommunity.es
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