Jesús
confronta con su palabra contra las fuerzas del anti-reino
DOMINGO CUARTO - DURANTE EL AÑO - "B"
1 de febrero
DOMINGO CUARTO - DURANTE EL AÑO - "B"
1 de febrero
Eduardo de
la Serna
Resumen: es normal pretender conocer la voluntad de Dios, pero para no buscar por caminos errados Dios se compromete a que enviará profetas, a quienes se debe escuchar y discernir su palabra para dejar que sea Dios el que hable en nuestra historia.
Los
judíos dan una gran importancia a los “profetas”, hasta el punto que la parte
central de su libro sagrado lo ocupan estos (la Ley – los Profetas – los
Escritos). Toda la primera parte de estos lo ocupan los libros que en un tiempo
se los llamó “históricos” y los llaman “profetas anteriores”. El profeta por
excelencia es Moisés, como el texto litúrgico de hoy lo menciona. Precisamente
este texto (y gran parte de la obra del Deuteronomio) inspirará a los “profetas
anteriores” hasta el punto que los estudiosos suelen llamarlos “historia
deuteronomista” por la influencia que reciben de este libro. Inclusive, grupos
que sólo reconocen “la Ley” como inspirada (como es el caso de los Samaritanos,
por ejemplo) no esperan “mesías” alguno, pero sí esperan un “profeta” (al que
los samaritanos llaman “taheb” ya que restaurará la Ley).
El pueblo está
llegando a la Tierra Prometida, y el texto alerta sobre algo grave que los
israelitas deben evitar: pretender conocer la voluntad de Dios por medios
“mágicos”. Así el texto menciona una serie de ocho personajes que no han de ser
escuchados, “nadie que practique adivinación, astrología, hechicería o
magia, ningún encantador ni consultor de espectros o adivinos, ni evocador de
muertos” (vv.10-11). La tentación de escuchar la voluntad de Dios por estos
medios es grande, y la ley pretende impedirla claramente: “por causa de estas
abominaciones desaloja Yahvé a esas naciones”. Es decir: esto hacen los
cananeos y por ello Dios los desaloja permitiendo la llegada de Israel, por lo
que no deberán estos repetir esas “abominaciones”. Si Israel pretende escuchar
la voz de Dios, su voluntad, es para eso que existen los profetas. Dios no se
desentiende de su pueblo y envía y enviará profetas para que conozcan su
voluntad. Aunque “no ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés a
quien Yahvé trataba cara a cara…” (Dt 34,10).
Ahora bien, queda un problema (que para ser precisos resulta insoluble en
la historia de Israel) y es cómo discernir si un profeta habla de parte de Dios
o habla por su cuenta. Porque es obvio que si alguien habla en nombre de otros
dioses Israel debe rechazar esa palabra, pero como reconocer si lo que una
persona dice (“esto dice Yahvé”) es realmente una palabra de parte de Dios. En
la biblia hay diferentes criterios para esto, pero nunca son plenamente
satisfactorios y el problema de los “falsos profetas” perdurará, también en
tiempos del Nuevo Testamento. El criterio dado por este fragmento es “si la
palabra se cumple” (v.22), lo cual es interesante, aunque no es aplicable a
todos los casos y en algunos podemos afirmar que “no sirve”. Por ejemplo,
cuando se trata de consultar a un profeta si Dios quiere o no que enfrentemos
una batalla. Si el profeta dice “Dios dice, ¡ataquen!” pero realmente no es
Dios quien lo dice, la consecuencia es la muerte, con lo que el criterio es
válido, pero no podremos reconocerlo. La derrota militar y la muerte revelan
que los profetas eran falsos, pero quien consultó no pudo saberlo (es el caso
planteado en 1 Re 22,1-38).
Reconocer
a los verdaderos o falsos profetas es una cuestión de discernimiento: ¿habla o
no Dios en esta persona? El texto brinda un criterio, y hay otros, como se
dijo. Sin duda, y es lo principal en esta unidad, lo fundamental es buscar la
palabra de Dios, no otras palabras; no consultar por los medios que Dios ha
rechazado sino dejar hablar a los profetas, pero a su vez someter a los
profetas a la crítica para estar lo más seguros posibles que Dios ha hablado.
El criterio de discernimiento será un criterio que se despliega en nuestra
historia.
Resumen: la dedicación por entero a Cristo es el centro del texto paulino; hacerlo permite que el Evangelio de expanda. Dedicarse a otras cosas, por maravillosas que estas sean, le quita fuerzas a aquello que para Pablo es el único absoluto.
El texto de Pablo es la continuación del elegido la
semana pasada sobre vivir “como sí” no se tuviera lo que se tiene (referido
particularmente a la vida de casados). En este caso especifica claramente la
motivación del “como sí”, dada por la mayor o menor disponibilidad para
ocuparse de las cosas del Señor que tienen los casados y los que no lo están.
Como es frecuente en el capítulo 7 (y en otras partes de la carta) Pablo hace
referencia en paralelo a los varones y a las mujeres sin destacar a unos sobre
otras. Obviamente los casados también deben dedicar atención a sus parejas,
algo que no precisan hacer los no casados pudiendo dedicarse por enteros/as a
las cosas de Dios.
Pablo ha mostrado frecuentemente en esta unidad aquello
que es su parecer (vv.1.8.12.25.29.36). En este caso parece dirigirse a todos
(es decir, no solo a solteros, por ejemplo). ¿A qué se refiere con “preocupaciones” (merimnaô; x4 en vv.32-34)? Puede ser “estar ansiosos” (cf. Mt 6,25)
o “preocuparse por”, con lo que el sentido – obviamente – viene dado por
aquello que ocupa la atención. Pablo usa el verbo tanto negativa (Fil 4,6) como
positivamente (1 Cor 12,25; Fil 2,20) por lo que no es fácil saber si ha de
entenderse en uno u otro sentido. Lo cierto es que no parece sensato que se
entienda positivamente al referir al “Señor” y negativamente al referir al
“esposo” o “esposa”, el sentido ha de ser uniforme. Probablemente el acento
deba ponerse en la “división” (v.34): la preocupación es positiva, pero el
soltero puede dedicarse por entero al Señor y el casado (la casada) al Señor y
al cónyuge. Dos enfoques positivos pero que “dividen”, “distraen”
(v.35). Y lo que Pablo pretende es el provecho (symforon) de todos (cf. 10,33).
El objetivo, entonces, viene dado por la relación
entre Cristo y la comunidad. Que ésta sea capaz de agradar al Señor (= Cristo)
lo cual, sin duda, es algo más probable de vivir plenamente siendo o
permaneciendo solteros.
La atención puesta en Cristo es lo que cuenta, no
una “distracción”. No se trata, por ejemplo, de que una mujer distraiga de
Cristo, como parece ser el tema semejante que se encuentra en los estoicos.
Excursus: Algo semejante, con la diferencia cristológica
señalada podemos encontrar en los filósofos estoicos; así afirma Epicteto:
«-Si
me das -respondió- una ciudad de sabios, podría ser que nadie se metiera
fácilmente a cínico. ¿Por qué razones iba uno a admitir esa forma de vida?
Supongámoslo de todas maneras; nada le impedirá ni casarse ni tener hijos. Pues
también su mujer seria otra igual y su suegro sería otro igual y sus
hijos serian criados de esa manera. Pero en tal situación revuelta como la
presente, como en orden de batalla, ¿no es preciso que esté el cínico libre de
distracciones, todo el al servicio de la divinidad, capaz de frecuentar el
trato de los hombres, no atado a deberes particulares ni implicado en
relaciones que, al transgredirlas, ya no pueda preservar su papel de bueno y
honrado y, por el contrario, manteniéndolas, eche a perder al mensajero y espía
y heraldo de los dioses? Mira que tiene que cumplir en ciertas cosas con el
suegro, corresponder con los otros parientes de su mujer, con su propia mujer;
por lo demás, se ve impedido por el cuidado de los enfermos, por la búsqueda de
recursos. Dejemos lo demás de lado: necesita una marmita en donde calentar agua
para el niño, para bañarlo en un barreño; hilas de lana para la mujer recién
parida, aceite, cama, vaso (ya van siendo más los cacharros). Y las demás
ocupaciones, la distracción. ¿En dónde se me quedo ahora aquel rey, el que se
entregaba a la comunidad, ‘a cuyo cargo están los pueblos y que de tantas cosas se ocupa’ (Homero), el que debe vigilar a los otros, a
los casados, a los que tienen hijos: quien trata bien a su mujer, quien mal;
quien tiene disensiones, que casa está en orden, cual no, como un médico yendo
de un lado a otro tomando los pulsos: ‘tú tienes fiebre, tú dolores de cabeza, tú la gota; tú
ayuna, tú come, tú no te bañes,
a ti hay que hacerte una amputación, a ti una cauterización? ¿Dónde está el
ocio para quien está atado a los deberes particulares? ¿No habrá este de
conseguir vestiditos para los niños? ¡Venga! iY enviarlos al maestro con
cuadernillos, punzones, tablillas, y prepararles una camita! Porque no pueden
ser cínicos ya al salir del vientre materno (si no, mas valía despeñarlos al
nacer que no matarlos así). Mira a lo que reducimos al cínico, como le
arrebatamos la realeza.
-Sí,
pero Crates se casó.
-Me
hablas de una situación nacida del amor, y pones una mujer que era otro Crates.
Pero nosotros buscamos en los matrimonios comunes y convencionales y buscando
en ellos no hallamos en esta situación revuelta que sea asunto de interés para
el cínico.
¿Cómo,
entonces, seguirá manteniendo a salvo la sociabilidad?
-¡Dios
te ayude! ¿Benefician más a los hombres los que traen en lugar suyo dos o tres
críos malencarados que los que atienden según sus fuerzas a todos los hombres,
mirando que hacen, como viven, de que se ocupan, que descuidan contra lo
conveniente? ¿También a los tebanos les ayudaron más cuantos les dejaron hijos
que Epaminondas, que murió sin ellos? ¿Y aportó a la comunidad más que Homero
Priamo, el que engendró cincuenta despojos, o Danao o Eolo? Y además la milicia
o un tratado impedirán a alguien el matrimonio o tener hijos y a ese no le
parecerá haber trocado de balde la falta de hijos; ¿y la realeza del cínico no
será digna de lo mismo? ¿Nunca nos daremos cuenta de la grandeza ni nos
representaremos en su justo valor el carácter de Diógenes, sino que nos
fijaremos en los de ahora, en esos gorrones guardapuertas que no imitan a
aquellos en nada, sino, en todo caso, en tirarse pedos y nada más? Que en tal
caso no nos conmovería ni nos maravillaríamos de que no se casara o no tuviera
hijos. Hombre, él ha engendrado a todos los seres humanos, tiene por hijos a
los hombres; por hijas a las mujeres. Así se acerca a todos, así se ocupa de
todos. ¿O a ti te parece que insulta a los que se encuentra por
entrometimiento? Lo hace como padre, como hermano y como servidor del padre
común, Zeus».
(Disertaciones 3,22.69-82)
Resumen: Jesús, predicador del Reino de Dios empieza, desde el inicio de su ministerio, confrontando con las fuerzas del anti-reino, y lo hace no con rituales o encantamientos sino por intermedio de su palabra autorizada.
Hay
varios elementos a tener en cuenta para una mejor comprensión del texto
litúrgico del día. ¡El primer milagro de Jesús!
La
“autoridad” (exousía) que tiene la “doctrina”
(didajê) de Jesús es el punto de
partida, y a modo de inclusión enmarca el relato:
- Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. (v.22)
- ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! (v.27)
Sin embargo, lo que encierra el texto no se trata de una
“enseñanza” de Jesús sino de un hecho. Lo que solemos llamar un “exorcismo”.
Esto está enmarcado con una nueva inclusión: un “espíritu inmundo” (pneúma akáthartos, vv.23.27). De este
modo el texto queda conformado de esta manera:
a.- doctrina (v.22)
b.- autoridad
(v.22)
c.- espíritu
inmundo (v.23)
a’.- doctrina
(v.27)
b’.- autoridad
(v.27)
c’.- espíritus
inmundos’ (v.27)
En medio de esto se ubica el relato de lo llamado
“exorcismo”. Es interesante señalar que la idea “espíritu inmundo” se encuentra
casi exclusivamente en los evangelios, y nunca en el Antiguo Testamento (aunque
hay una referencia a los ídolos en Zacarías que podría tenerse en cuenta (notar
que refiere a “aquel día”, algo importante en la relectura de los profetas por
el nuevo Testamento):
Aquel día– oráculo de Yahveh Sebaot– extirparé yo de esta tierra los nombres de los ídolos y no se volverá a mentarlos; igualmente a los profetas y el espíritu de impureza los quitaré de esta tierra. (Zac 13:2).
Pero notemos un elemento que nos servirá para dar un paso
más: en el NT los “espíritus inmundos” los encontramos x2 en Mt, x6 en Lc, x2
en Hch, x2 en Apoc y ¡x11 en Marcos! Este simple dato sirve para ser
conscientes de la importancia del tema en Marcos (¡y por qué es este el primer
milagro en su Evangelio!). Podemos señalar que lo contrario de los “espíritus
inmundos” son los “espíritus santos” si tenemos en cuenta que en un primer
momento, al hablar de “espíritu/s” se refiere a figuras o persona(je)s del ambiente
“espiritual” y no a una “persona divina” (= el Espíritu Santo). Estos
“espíritus” se asemejan a los “demonios” [x19 en Mt, x17 en Mc, x24 en Mc, x7
en Ln, x1 en Hch, x4 en Pablo (en la misma unidad: 1 Cor 10,20-21), x3 en Apoc
y x2 en Sgo y x1 en 1 Tim]. Por ejemplo, en 3,15 afirma que a los Doce les dio
poder “para expulsar los demonios” y en 6,8 les dio “poder sobre los espíritus
inmundos”; en 3,22 los escribas dicen que Jesús está “poseído por Beelzebul,
príncipe de los demonios” y en v.30 que está “poseído por un espíritu inmundo”;
en 5,2 un poseído por un “espíritu inmundo” se acerca a Jesús en Gerasa, y en
v.15 ven “al endemoniado”.
Un “espíritu” se refiere a una “fuerza espiritual”
externa que puede actuar sobre las personas de modo benéfico o maléfico y
dominarla por encima de las propias fuerzas para su bien o su mal. Los primeros
son “espíritus santos”, o ángeles, los segundos “espíritus inmundos” o
“demonios”.
Unas notas breves:
- Es importante quitar de nuestra mente toda la imaginería hollywoodense sobre los “exorcismos”. Nada de eso tiene su correlato bíblico;
- Cuando se hace referencia a alguien “poseído”, en general se usa el verbo “tener” (éjô) o la preposición “en” (én), a veces se trata de que por momentos el demonio “atrapa” (9,18) a la persona. Cuando el demonio atrapa o tiene a alguien lo hace hacer algo involuntario (en el ambiente psicológico se habla de estados alterados de conciencia), como gritar, o arrojarse al suelo, o incluso “echar espuma, rechinar los dientes y lo deja duro” (9,18 lo que parece un estado epiléptico). Lo cierto es que en ningún momento se hace alusión a escenas como “pactos con el diablo”, o cosas semejantes. En los textos, la apariencia es de alguna situación incontrolable atribuida a fuerzas externas.
- Otro elemento a tener en cuenta es que nunca se habla de “diablo”. En general se puede decir que “el diablo” y “los demonios” no son lo mismo (sin decir que se trate de universos distintos). Del diablo siempre se habla en singular, como si fuera una sola entidad personal, mientras que se habla de “los demonios”. La imagen que parece subyacer es que el diablo es “el príncipe” de los demonios, que estos son como una suerte de ejército de aquel. El diablo es el gestor del mal, e incluso es “el mal personificado”, mientras que los demonios son los que con su fuerza hacen mal a las personas.
Un tema es saber si es preciso afirmar que Jesús hacía
exorcismos. El término (exorkôsis) lo encontramos una vez en Flavio Josefo:
Dios también le permitió (a Salomón) aprender la habilidad de expulsar demonios, que es una ciencia útil y saludable para los hombres. Compuso tales encantamientos también que alivian a los templados. Y dejó tras de sí la forma de utilizar los exorcismos, por el que se expulsan a los demonios, para que nunca vuelvan. (Antigüedades Judías 8:45)
Como
puede verse, la actividad de Jesús es muy ajena a esto. Jesús no hace rituales,
o encantamientos ni utiliza fórmulas: su palabra tiene autoridad y les da la
orden (epitimaô) y los expulsa (ekballô). Podemos decir, entonces, que no es
preciso hablar de Jesús como exorcista son simplemente como alguien que
“expulsa” demonios con su autoridad. No se trata del conocimiento de rituales
misteriosas, de ciencias ocultas, de habilidad para encantamientos sino de “autoridad”.
Es la palabra de Jesús la que se destaca en el texto como se nota claramente en
la conclusión:
« ¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen». (v.27)
Hay
un elemento más – frecuente en la expulsión de demonios – y es el mandato de
callar. Generalmente los demonios reconocen a Jesús (“el santo de Dios”, 1,24;
“eres el hijo de Dios”, 3,11; “Jesús, hijo de Dios altísimo”, 5,7); Marcos dice
expresamente que “no dejaba hablar a los demonios pues lo conocían” (1,34).
¿Por qué motivo Jesús manda callar cuando el reconocimiento de Jesús como “hijo
de Dios” será la clave cristológica del Evangelio (cf. 1,1; 15,39)? La clave
radica, precisamente en que Jesús ha de ser reconocido como hijo pero no en los
milagros, o en su poder (como sería en la expulsión de demonios) sino en su
debilidad y su derrota en la cruz. Mostrar a Jesús como hijo “antes de tiempo”
sería hacer confundir al pueblo y presentar a Jesús como un mesías
espectacular, sería desviar el mesianismo de Jesús de su eje en la cruz. Sería
algo demoníaco. Por eso Jesús manda callar, todavía no es tiempo de ese
reconocimiento [recordemos que cuando la voz del cielo dice a Pedro, Santiago y
Juan que Jesús es su hijo (9,7) Jesús les ordena que no lo cuenten a nadie
hasta la resurrección (v.9)].
Una última referencia a la
“expulsión de demonios”. Siendo que los demonios no solamente “hacen mal” a las
personas deteriorando o alienando su vida, sino que buscan confundir a la
multitud en su fe, es razonable entender la importancia que Marcos da a las
expulsiones de demonios, vistas estas como un enfrentamiento entre el “príncipe
de los demonios” (3,22) y el “reinado de Dios”. Jesús, predicador del reino
enfrenta con su palabra autorizada las fuerzas del “anti-reino”.
Foto tomada de corinamiranda.com
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