“Ya no respetan ni a los curas…”
O repensando la “encarnación”
Eduardo de la Serna
Después de asegurarse de que
estuviera bien, mi amigo Félix me dijo: “Y bueno, uno vive lo que vive la gente”. Sabía lo que decía: hace unas semanas
armas en mano le sacaron el auto con todo lo que tenía dentro. Sólo se salvaron
del golpe. Y ese dicho me hizo recordar algo que decía monseñor Romero, en El Salvador
cuando mataron algunos sacerdotes: “Me
alegro, hermanos, de que nuestra Iglesia sea perseguida, precisamente por su
opción preferencial por los pobres y por tratar de encarnarse en el interés de
los pobres… Sería triste que en una patria donde se está asesinando tan
horrorosamente no contáramos entre las víctimas también a los sacerdotes. Son
el testimonio de una Iglesia encarnada en los problemas del pueblo”. Y no
me comparo, ni remotamente, sólo me sirve para pensar, y hasta para alegrarme.
No es mi intención aquí buscar
las causas de las situaciones que vive el pueblo pobre. Sí tengo claro que la “emergencia de seguridad” decretada por
el Gobernador y sus ministros, no sólo no se ve por el barrio, sino que además
creo que es más de lo mismo… Y ese “lo mismo” es la ineptitud. Aldo Rico,
Rückauf y otros nos mostraron a las claras que no es por ahí que se da
respuestas al problema. Hablar de la culpa de la droga también es muy pobre, aunque
ciertamente ¡la hay! Droga hay en todas partes (especialmente en los Estados
Unidos, el primer consumidor mundial) y los diarios no nos inundan
cotidianamente con los “problemas de la inseguridad” en el país del norte
(aunque también los hay, por cierto). Tiendo a estar de acuerdo con Damian Szifrón que
el problema principal es la desigualdad.
En regiones donde la pobreza es casi total – es decir, donde no hay demasiada
desigualdad – no hay ese grado de violencia. Soy de los que creen que enrostrarles
a los pobres un auto de alta gama, una casa lujosa o zapatillas con “alta
llanta” es violencia primera. Pero el tema ameritaría un buen análisis que ni
el Gobernador parece dispuesto (¿ni capaz?) de dar, y las declaraciones del
Secretario de Seguridad Berni parecen ir en el mismo sentido (por no hablar de
las camaritas de Massa, la nada misma de Macri, o la incapacidad casi cómplice
del socialismo santafesino).
Pero lo que me mueve a escribir –
y que se me perdone la aparente locura – es que en cierta manera he de dar
gracias por haber sido asaltado, golpeado y “casi” robado (digo casi porque los asaltantes demostraron no
saber manejar y no pudieron hacer andar el auto y lo dejaron al huir. Sólo me
robaron el celular). Si eso que me ocurrió es algo que vive a diario el pueblo
pobre, ¿no es de esperar que lo mismo vivan los curas que están entre los
pobres? ¿No sería un mal indicio que los curas pasaran indemnes y como “intocables”
en un clima de “inseguridad”? Distinto es el caso – como le pasó a mi compañero
– cuando lo iban a asaltar que lo reconocieron y entonces desistieron de
hacerlo. Pero eso no es por vivir “en el aire” sino precisamente por lo
contrario, por “encarnación”.
Y creo, precisamente, que es un
tema de Encarnación. Teológicamente nos referimos a esto para aludir a Dios que
se ha hecho hombre en Jesús. Es el punto de partida del misterio de vida que él
trae, hasta el punto que los Padres de la Iglesia insistían en que “lo que no es asumido no es redimido”. El
cura, ¿puede ser un mero “distribuidor de sacramentos? ¿O debe ser uno que vive
en medio de su pueblo, con lo que vive, sufre, muere, celebra, alegra al
pueblo? Y en medio de ese pueblo celebrar y compartir.
No diré que me alegran los golpes
y la sangre perdida, pero sí que me alegra que haya ocurrido en nuestro barrio,
donde vivo, donde esas cosas ocurren y que – también en esto – el cura sea “como”
los demás. Es cuestión de encarnación.
foto tomada de crisolplural.com
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