miércoles, 6 de agosto de 2014

No creo en los curas



No creo en los curas

Eduardo de la Serna



Hace dos días nomás, en una reunión con gente distanciada de la Iglesia, una de las participantes comentó una experiencia muy fea que le tocó vivir cuando fue a confesarse, muchos años atrás: el cura le negó la absolución ¡porque hacía años que no se confesaba! Lamentablemente, dudo muchísimo que se trate de un malentendido. Sé por experiencia, decenas de veces escucho cosas que los curas dicen en el “confesionario”, y que son verdaderas atrocidades.
Uno puede estar o no de acuerdo, creer o no que la confesión es un sacramento y que el cura confesor da o no el perdón de parte de Dios. Eso es la dimensión creyente o no de la persona humana, y es otro tema. Pero la cosa es que el cura no tiene (¡no tiene!) ningún derecho (¡ninguno!) a negar una absolución sin un motivo grave, serio, y expresamente señalado. 
El tema me parece complejo: por un lado, el abuso de poder del cura. “Tengo poder de perdonarte o no”, está diciendo. Lo cual es falso, mentiroso y se aproxima a la blasfemia. Para los creyentes, el poder es de Dios, el cura absuelve “de parte de Dios”: es administrador, no dueño. Y debe administrar conforme a los criterios dados por Dios. No puede hacer lo que quiere. ¡No puede! Y ese cura, no sólo es responsable de hacer aquello para lo cual nadie le dio derecho, sino también del escándalo causado. 

Pero por otro lado me pregunto ¿de dónde sacó el cura que podía obrar de esa manera? Si hay criterios para negar una absolución (por ejemplo, el más evidente, es que la persona no manifieste arrepentimiento) no puede usar ese criterio según “su criterio”. Un genocida que afirma que “volvería a obrar de la misma manera” no está arrepentido, pero no una adolescente que hace 5 años que no se confiesa. Obrar según el propio criterio no tiene nada que ver con lo que la Iglesia espera de un confesor. “Un confesionario no puede ser una sala de tortura” repite con frecuencia el papa Francisco.
Pero antes de dar el paso final, queda todavía otra punta en este “drama”, y es el caso de aquellos que buscan un cura “a su imagen y semejanza” para que les diga lo que quieren escuchar. Todavía conmocionado por el hallazgo de Guido, un poco menos eufórico, mi mente fue por un rato a los capellanes militares. Es evidente que “tan católicos como se creían” los militares debían confesarse. Y – particularmente desde que Juan Pablo II nombró diócesis al antiguo vicariato castrense – no es extraño que los confesores de estos genocidas fueran capellanes castrenses. Si además los tenían en casa. Y han contado, y todavía no ha sido juzgado, que esos capellanes les decían, a quienes estaban conmocionados por haber tirado gente viva al mar desde aviones navales, que esa era “una muerte cristiana”. Y – de nuevo más allá de todo lo judicial, civil y religioso – me vuelvo a preguntar ¿de dónde sacaron semejante barbaridad?, ¿quién les enseñó esa aberración? De nuevo estamos ante un abuso de poder, en este caso “a favor de” los que piensan como uno. Pareciera que ni siquiera se está atentando contra el mandamiento “no matarás”, lo cual es, cuanto menos, extraño. Y razonablemente una aberración. Pero claro, es razonable pensar que un asesino – que lo son – busque un cura “a su manera” para no sentir culpa sino sentirse “defensor de la fe”. Así, además, se configuraba el círculo perfecto: empresarios amigos, justicia amiga, políticos amigos, curas amigos… Nada del “exterior” era necesario sino, más bien, peligroso.
Y vuelvo a un punto: ¿de dónde lo sacaron? Una vez escuché que un cura le dijo a una persona mayor que había vivido tres veces más que el cura jovencito, “sí, usted tiene experiencia, pero usted no tuvo 7 años de seminario”. Hace tiempo sé por experiencia que no son muchos los curas que leen, que se actualizan, que estudian. Como si vivieran “de rentas” de esos 7 años. Y como no continúan formándose, cuando llegan los momentos donde algo se juega, solo repiten un slogan, un cliché. Y no pueden dar respuesta acabada a la pregunta del “¿por qué?” Y hay quienes quedan en el camino por ese accionar aberrante.
El pueblo sencillo, por suerte, es bueno y nos perdona muchas cosas (no cualquiera, gracias a Dios), pero no sería sensato – por decir lo menos – que los curas olviden que se hicieron tales para servir a ese pueblo. ¡Servirlo! Y por tanto todo deben hacerlo en su favor, y hasta si se equivocan – que ocurrirá, por cierto – que haya sido por favorecerlo ante la vida y ante Dios. La imagen del pastor, metáfora por cierto, porque el pueblo no son “corderos”, debería iluminar a los curas, porque es difícil “dar la vida” por el pueblo – ¡san Enrique de los Llanos!, ruega por nosotros – si no nos importa su bienestar, o si sólo queremos quedar bien con los “nuestros” olvidando el Evangelio y el Reino.

Foto tomada de www.aciprensa.com

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