Sólo la confianza en Jesús nos permite sostenernos
DOMINGO DECIMONOVENO - "A"
10 de agosto
Eduardo de
la Serna
Resumen: Elías, perseguido y amenazado, se dirige a las fuentes de su fe, allí donde Moisés tuvo un encuentro con Dios. Dios le sale al encuentro en el monte, pero a diferencia de lo esperado: un encuentro terrible, Elías se encuentra con Dios en el silencio.
En
medio de una crisis mortal, perseguido por Jezabel para matarlo, Elías huye dirigiéndose
hacia el Horeb. El texto tiene tres partes bien marcadas de las que el párrafo
litúrgico es la segunda:
Amenazado, Elias se dirige al Horeb
caminando 40 días alimentado en el desierto por un ángel (19,1-8)
Llegado a la montaña de Dios se
encuentra con Yahvé que lo reenvía a Israel con un doble encargo (ungir un rey
y elegir un profeta sucesor) (19,9-18)
Llamada de Eliseo para acompañar a
Elías (19,19-21).
Dios
le dirige a Elías, en el monte, una pregunta que se repite: “¿qué haces aquí?”
(vv.9.13) omitidas por el texto litúrgico. La respuesta del profeta también se
repite idéntica: “Ardo de celo…” y es la que introduce la primera y segunda
parte de esta subunidad (la primera, el encuentro de Elías con Yahvé, la
segunda el reenvío a Elías a continuar su misión (y la elección de los dos
sujetos mencionados). Es este encuentro entre Dios y Elías el que constituye
el texto litúrgico.
Luego
de pasar la noche en “la cueva” como Moisés (también allí Yahvé pasa ante él;
cf. Ex 33,22) le llega la palabra de Yahvé (y la pregunta). Elías debe salir de
la cueva y permanecer de pie ante Dios. A continuación una serie de fenómenos
meteorológicos se suceden: un huracán, un terremoto y fuego. Y el texto remarca
que en ellos “no estaba Yahvé”.
El
“gran viento” suele ser manifestación de Dios (cf. Ez 1,4; 3,12; Jon 1,4; cf.
Nah 1,3), como también lo es el “temblor” (Jue 5,4; 2 Sam 22,8; Sal 46,4; Is
29,6…) y el “fuego” (Gen 15,17; Ex 3,2; Dt 1,33; Jue 6,21…) es decir, el texto
aclara que – contra todo lo esperado – Dios no está presente donde el profeta
se imagina que estará. La semejanza con Moisés recuerda otro texto que sirve de
marco:
«Al tercer día, al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte y un poderoso resonar de trompeta; y todo el pueblo que estaba en el campamento se echó a temblar. Entonces Moisés hizo salir al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios, y se detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinaí humeaba, porque Yahveh había descendido sobre él en el fuego. Subía el humo como de un horno, y todo el monte retemblaba con violencia. El sonar de la trompeta se hacía cada vez más fuerte; Moisés hablaba y Dios le respondía con el trueno. Yahveh bajó al monte Sinaí, a la cumbre del monte; llamó Yahveh a Moisés a la cima de la montaña y Moisés subió». (Ex 19,16-20)
En
el texto de Elías, el viento, temblor y fuego son casi un anticipo, preparación
para la llegada de Dios que lo hará en el sonido (= voz) del silencio (enmudecimiento;
cf. Sal 107,29) suave. La triple negación precedente (“no estaba…”) deja lugar
al silencio dando por sobre entendido que Yahvé sí está en él. Siendo que el
conflicto de Elías con Jezabel tiene su centro en que la reina es cananea y –
por lo tanto - creyente en Baal, el dios
del rayo y la tormenta, no es improbable que el acento en que “Yahvé no está”
en ellos tenga un cierto contexto anti-baálico, aunque no parece que sea este
el tema central. La novedad viene dada por el silencio, lo inesperado. Del
Dios que no necesariamente se manifiesta dónde se lo espera o como se lo
espera. Allí Dios, sorprendentemente, se encuentra con Elías y él, como Moisés
(cf. Ex 3,6), se tapa el rostro ante Dios (aunque propiamente hablando no se
dice ni de Moisés, ni de Elías que “vean” a Dios sino una manifestación).
Resumen: Pablo manifiesta su angustia porque los israelitas no han recibido en la fe a Jesús; no han sabido – a pesar de todos los dones que Dios les ha dado – dar el paso de la carne al espíritu.
En
Romanos 9 Pablo comienza un largo párrafo sobre Israel que culminará en 11,35.
Con solemnidad comienza señalando la veracidad de lo que va a decir. “No miento” se encuentra otras dos veces
en los escritos paulinos, y en ambos Pablo destaca elementos de su vida que son
cuestionados por los adversarios cristianos: “no miento”, afirma al destacar
las dificultades que carga en su vida apostólica asemejándose a la debilidad de
la cruz de Jesús (2 Cor 11,31), “no miento”, repite al destacar que no precisó
instrucción de los apóstoles de Jerusalén por haber sido instruido por el mismo
Dios que le reveló a su Hijo (Gal 1,20). En los tres casos pone de testigo a
Dios de que dice la verdad. En este caso, la conciencia y el Espíritu Santo lo
“con-atestiguan” (summartyrousês, es
el testimonio conjunto que dan dos; sólo se lo vuelve a encontrar en 2,15;
8,16).
En este caso, lo que
Pablo va a referir de su propia vida es la tristeza y dolor que tiene a causa
de “sus hermanos”, los israelitas. Pablo afirma que pediría (êujómên) ser él mismo anatema de Cristo “por” (hyper) mis “hermanos” (adelfôn) y mis “parientes” (syggenôn) según la carne (katà sarka). “Ser anatema” es ser
maldecido por Dios (1 Cor 16,22; Gal 1,8.9; cf. Dt 7,26; 13,15; en algunos
casos – por el contrario – se refiere a lo que se ofrece a Dios, pero para ser
totalmente entregado a él, por ejemplo, por el fuego, cf. Num 21,3; Jos 6,17).
Ciertamente, si la bendición divina se manifiesta en vida, su maldición implica
la muerte. Pablo desearía morir, entregarse totalmente en favor (hyper) de sus “hermanos”. Se refiere a
ellos “según la carne”, frase que
Pablo usa con cierta frecuencia (Rom 1,3; 4,1; 8,4.5.12.13; 9,3.5; 1 Cor 1,26; 10,18;
2 Cor 1,17; 5,16; 10,2.3; 11,18; Gal 4,3.29). La “carne” (sarx) es la humanidad en su expresión de debilidad, de allí que con
mucha frecuencia se contraponga a “espíritu”
que es la fortaleza que viene de Dios. En cuanto contrapuesta a “espíritu” tiene
una connotación escatológica, puesto que el espíritu es el gran don divino dado
a los que han aceptado a su hijo. Pablo, “según la carne” es judío, como sus
“hermanos”, pero ellos no han sabido recibir en la fe el espíritu, no han
aceptado a Cristo “nacido del linaje de David según la carne,
constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la
resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro” (1,3-4).
A continuación Pablo
destacará una serie importante de elementos propios de Israel:
- Hijos por adopción
- Gloria
- Alianzas
- Legislación
- Culto
- Promesas
- Los patriarcas
Cada uno de estos
elementos es sumamente importante y habla por sí solo de las “riquezas” que
Dios ha dado a Israel.
Israel es un pueblo
de hijos que Dios ha adoptado (huiothesía,
cf. Ex 4,22; Os 11,1), pero siendo Cristo “constituido hijo por el espíritu”
(1,4) por poseer ese mismo espíritu los cristianos - también los paganos incorporados a la comunidad sin circuncisión - son “hijos” también ellos
(Rom 8,15.23; Gal 4,5). La “gloria” (doxa)
– que es propia de Dios – la participa a los que obren bien, judíos y paganos
(2,10). La salvación de judíos y paganos es “mi alianza”, dice Dios (11,27)
aunque con Jesús comienza una “nueva alianza” (cf. 1 Cor 11,25; 2 Cor 3,6; ver
Gal 4,24). Usando un término que se encuentra sólo aquí en el N.T. Pablo no
utiliza “ley” (nomos) sino “nomothesías” (que hemos traducido por
“legislación”) ya que Pablo en esta carta manifiesta conflicto con la “ley”
(caps. 1-7) ya que no es esta la que nos hace justos ante Dios sino la fe. El
culto (latreía) solo se encuentra
aquí y en 12,1 en todo Pablo, se trata del servicio litúrgico a Dios. Las
promesas (epaggelía) se trata de
aquello en lo que Dios ha comprometido su fidelidad con su pueblo 4,14.16.20;
9,8; 15,8…). Los “padres”, como Abraham (4,11.12.16.17.18). De este Israel
Pablo dirá más adelante que “en cuanto (katà) al Evangelio, son enemigos para ustedes; pero en cuanto (katà) a la elección amados en atención a
sus padres”. (11,28; cf. 15,8). Sin embargo, todo esto lo dice “según la carne”
(katà sarka), y concluye todo esta
lista de riquezas de Israel con el último de los “padres”, “Cristo, según la carne”. Pero este está
por encima de todo.
Sin embargo, Pablo hace aquí una afirmación que se ha prestado a muy
diversos comentarios. “Dios bendito por los siglos”. Esa frase solemne, ¿se
dirige a Dios – con lo que estaría dando gracias - o se aplica a Cristo, de quien estaría
diciendo que es “Dios”? Pablo jamás ha afirmado que Cristo sea Dios.
Ciertamente estamos ante el primer escritor cristiano y resulta un tanto
extraña una afirmación tan clara en un tema que costará tanta “tinta teológica”
en los primeros siglos. La frase “que
está por encima de todo” vuelve a encontrarse en Ef 4,6 referida a Dios, el
Padre. Probablemente haya que preferir una lectura teo-lógica antes que una
cristo-lógica de la oración.
Resumen: A un texto tomado de Marcos, en el que se narra las dificultades de los discípulos en su travesía en el mar y Jesús que viene a ellos caminando sobre el agua, Mateo añade la presentación de Pedro que, “mandado” por Jesús también lo hace hasta que la poca fe lo hace comenzar a hundirse. Jesús es quien lo salva y calma su temor, por lo que es reconocido como “hijo de Dios” por los suyos.
El
texto del Evangelio tiene dos partes bien marcadas: la partida de los
discípulos en la barca mientras Jesús se queda en oración y su regreso a la
barca andando sobre las aguas (vv.22-27), y la escena de Pedro también en las
aguas (vv.28-31) con la conclusión (vv.32-33).
Es
importante – y es bueno reiterarlo – que no se trata de comentar
acontecimientos históricos que pueden haber sucedido de una u otra manera, y
son aquí interpretados, sino intentar comprender qué quiere decir Mateo a sus
destinatarios en este relato.
Las
diferencias con Marcos en la primera parte son mínimas, mientras que la escena
de Pedro es exclusiva de Mateo.
Por
motivos no señalados, Jesús – ocurrida la multiplicación de los panes
“inmediatamente” – “obliga” a los discípulos a ir “al otro lado”. Entretanto,
Jesús “despide” a la multitud y luego sube “a solas” al monte a orar. La
referencia al monte y la oración seguramente hayan “atraído” la primera
lectura, pero en esta unidad no es el tema destacado. Marcos refuerza la idea
de que Jesús se dirige a los discípulos (entre las 3 y las 6 de la mañana)
porque la barca estaba en dificultades por el viento en contra y estaba a
“muchos estadios” (un estadio son 192 mts). Mateo señala simplemente que “fue
hacia ellos”; el acento no está puesto en el peligro ni el viento sino en Jesús.
El contexto se asemeja a una teofanía en algunos elementos (cf. Ex 19,16; Ez
1,4): Dios es quien domina las aguas (Sal 76,20; Job 8,9-11; Hab 3,15), se les
revela con el nombre divino “yo soy” (egô
eimi, cf. Ex 3,14; Is 43,10; 46,49; 51,12) y los invita a “no temer”, algo
habitual al encontrarse con Dios (Gen 15,1; Dn 10,12). Impotentes frente al mar
los discípulos necesitan que Jesús los saque del apuro.
La
escena de Pedro – como se dijo - es
propia de Mateo. Él suele dedicarle mucha importancia a este apóstol en toda
esta gran unidad (caps. 14-18) como seguiremos viendo en días sucesivos.
Destaquemos a continuación algunos elementos:
Pedro
sabe que para poder hacer lo que Jesús hace necesita ser “mandado” por él. “Mandar” es una actitud propia de un rey
(14,9; 18,25; 27,58.64). Como Jesús (vv.25.26) también Pedro “anda sobre las aguas” (v.29) pero el
temor, el mismo que habían tenido creyendo ver un fantasma (v.26) y el que
Jesús les dice que no tengan (v.27) provoca que comience a hundirse. El acento
del texto radica precisamente en el contraste entre el temor (= la duda) y la fe.
El discípulo de Jesús siempre está entre ambos y Jesús viene en su ayuda. El
contexto del Sal 69,2-3.15 es interesante y quizás acompañe la oración confiada
de los lectores.
El
texto tiene un cierto contacto con el de la tempestad calmada (cf. 8,23-27) que
es interesante señalar:
Mt 8,23-27
|
Mt 14,22-33
|
Subió a la
barca y sus discípulos le siguieron. (v.23)
|
Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de
él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. (v.22)
|
De pronto se levantó en el mar una tempestad tan grande
que la barca quedaba tapada por las olas; pero él estaba dormido.
(v.24)
|
La barca se hallaba ya
distante de la tierra muchos estadios, zarandeada
por las olas, pues el viento era contrario. (v.24)
|
Acercándose ellos le despertaron diciendo: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!» (v.25)
|
Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo
y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor,
sálvame!» (v.30)
|
Les dice: «¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?» (v.26)
|
Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice:
«Hombre de poca fe, ¿por qué
dudaste?» (v.31)
|
Entonces se levantó, increpó a los vientos y al mar, y sobrevino una gran bonanza.
(v.26)
|
Subieron a la barca y amainó el viento. (v.32)
|
Y aquellos hombres, maravillados, decían: «¿Quién es
éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?» (v.27)
|
Y los que estaban en la barca se postraron ante él
diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios». (v.33)
|
La
actitud de “poca fe” es tema característico de Mateo (6,30 [// Lc12,28, Q];
8,26; 14,31; 16,8, oligopistós) y se
dice de los discípulos, en contraste con la mucha fe que Jesús destaca en dos
paganos: un varón (8,10) y una mujer (15,28). La poca fe no es condenada,
simplemente es caracterizada, no se trata de negar las tempestades sino de
confiar en el Señor en medio de ellas.
Una
nota sobre Pedro (para más datos remito al artículo sobre Pedro en los
Sinópticos que se encuentra en este mismo blog: http://blogeduopp.blogspot.com.ar/2014/06/pedro-en-los-sinopticos.html): Mateo destaca muchísimo a Pedro en
su Evangelio, pero este Pedro – que es vocero de los Doce en muchas
oportunidades – es capaz de duda y de “poca fe”. Es precisamente la fe, la
capacidad de escucha de la palabra de Dios la que le da autoridad, mientras que
“se hunde” cuando esa fe le falta o se escucha más a sí mismo que a Dios.
La
escena concluye con una confesión de fe de todos los testigos que se postran y
lo reconocen “verdaderamente” como “hijo de Dios”, algo que Pedro repetirá un
poco más adelante (16,16). Ya el tentador lo había (4,3.6) comentado luego que
la voz del cielo lo hubo reconocido (3,17 y se repetirá en la Transfiguración,
17,5), pero Dios también los llamará de ese modo a los artesanos de la paz
(5,9); los demonios lo reconocen (8,29), y el mismo Jesús lo afirma ante la
pregunta de Caifás (26,63-64) y – como el tentador – lo repiten las burlas al
crucificado (27,40.43) y la confesión de fe del centurión ante los signos
escatológicos de la muerte de Jesús (27,54).
Foto tomada de ammiratadaniela.wordpress.com
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