Jesús elige un encargado para continuar su tarea en el reino
DOMINGO VIGESIMOPRIMERO - "A"
24 de agosto
Eduardo de
la Serna
Resumen: Ante la realidad de un mal administrador de la casa del rey, Dios le dirige una palabra afirmando que será exiliado a pesar de todo el boato que se ha preparado, y será reemplazado por Elyaquim en quien Dios tiene confianza, y tendrá la responsabilidad de tener un cargo casi real permitiendo o impidiendo acceder al rey.
A
partir del capítulo 21 encontramos una serie de oráculos de Isaías a diferentes
países o regiones introducidos todos con la misma fórmula: “Oráculo sobre / contra / en” (21,1.11.13;
22,1; 23,2). En 22,15 se interrumpe con otra habitual fórmula profética: “Así dice el Señor Yahvé” dando comienzo
a otra unidad. De este modo, Isaías debe pronunciar una palabra de parte de
Dios a Sebná, mayordomo, encargado del palacio (v.15). Palabra que culmina en
23,1 con un nuevo “oráculo”. En
realidad, es continuación del oráculo anterior – al palacio de Jerusalén – con
la diferencia de que este es personal, al mayordomo de este palacio, el
encargado de la casa.
Lo
que se dice de él es que edifica y labra para sí mismo y no para “otros” (= el
pueblo), y lo hace en la altura de la roca. Lo que afirma que Dios le hará, en
una clásica construcción hebrea, repite el lanzamiento y la recolección (podría
imaginarse como que “lanza lanzadera y
recoge recogiendo”, a modo simplemente ilustrativo). Las traducciones
utilizan – para visualizar esto – imágenes de pelotas, peonzas o – casi podría
imaginarse – como una suerte de yo-yo. La imagen de que esto ocurrirá en un “amplio espacio”, en un “allí” distinto del “aquí” donde habla parece decirle a Sebná que su castigo radica en
que morirá “allí”, en un lugar lejano
al “aquí” donde se había preparado
una tumba para sí mismo. El sepulcro, entonces, que estaba preparando con
dedicación no será utilizado por él. Incluso “allí” irán sus “carrozas
gloriosas”, la ostentación – característica de las clases dirigentes – no
le servirá de nada y será pisoteada.
A
partir de v.19 (donde comienza el texto litúrgico) Yahvé habla en primera
persona concluyendo –a su vez lo anterior “bajando a Sebná de la altura” donde
se había puesto.
“Aquel día”, en este caso el del rechazo
(y exilio) del “encargado” Dios lo
reemplazará con “mi siervo” Elyaquim.
Lo “llamará” (término vocacional, cf.
42,6; 45,3; 49,1). Los términos que se utilizan para hablar de este nuevo “encargado” tienen elementos reales: “padre”, “trono”, “gloria”, “casa (= dinastía, familia) de su padre”.
Curiosamente,
los vv.24-25 (omitidos en el texto litúrgico) parecen desmentir todo lo dicho
de Elyaquim. Si el marco histórico es el inmediatamente anterior al exilio en
Babilonia – como es posible – puede pensarse que el anuncio del personaje no
siempre es coincidente con lo que realmente él hará en la historia, y su
consiguiente rechazo por parte de Dios por la infidelidad.
Una
de las cosas que se afirman de Elyaquim – y es el motivo de su inclusión en el
texto litúrgico – es que sobre su hombro tendrá “la llave de la casa de David”. Si bien puede interpretarse
literalmente, parece preferible entender que el buen “encargado del palacio” (que Dios espera sea bueno, aunque es
posible que no lo haya sido, como vimos) es encargado por el rey para
administrar las “audiencias”; él decide quién entra y quién no a la vista del
rey. Sin duda es un puesto de enorme confianza por parte del rey, y también de
poder por parte del encargado ya que puede impedir el ingreso de alguien a
quien él – y no el rey – desee.
Resumen: En un texto cargado de alusiones al Dios insondable de la Biblia, Pablo hace referencia a la incapacidad de comprender que tienen los seres humanos del obrar de Dios en la historia, como el modo que Israel ha tenido en el rechazo del Evangelio y la invitación a pensarlo - y confesarlo – como su obrar salvífico en la historia.
Pablo
concluye todo el bloque 9 – 11 y a su vez presenta un breve texto que tiene
sentido en sí mismo. Se trata de un canto exultante a la sabiduría divina
incapaz de ser medida con criterios humanos.
“Señor, mi Señor, ¿quién comprenderá tu juicio? ¿Quién investigará la profundidad de tus caminos? ¿Quién puede discernir lo majestuoso de tus senderos? ¿Quién puede discernir lo incomprensible de tu inteligencia? ¿Quién de aquellos que han nacido ha jamás descubierto el principio o el fin de tu sabiduría?" (2 Baruc 14,8-10)
Si
bien los contextos son muy diversos, el punto de partida es el mismo: ¿quién
puede comprender – es lo que concluye Pablo – las razones por las que Israel ha
rechazado al enviado de Dios y la gracia que Dios nos da en Cristo, de lo que
trató en los caps. 9 – 11?
Esto
concluye con una doxología (un canto a la “gloria” [= doxa] de Dios).
A
lo que se alude es a la “profundidad” (bathos,
cf. Rm 8,39; 1 Cor 2,10; 2 Cor 8,2), lo que indica algo inaccesible. La
“profundidad de la riqueza” parece estar señalando la riqueza inconmensurable
(cf. 2,4; 9,23). La sabiduría y conocimiento (sofías kaì gnôseôs) se refieren a las que Dios tiene, no de conocer
“a Dios”, ciertamente. Pablo ha contrastado en 1 Cor 1,21.24; 2,7 la “sabiduría
de Dios” y la “sabiduría del mundo”. Por el contexto, como se ha dicho, se
refiere a la sabiduría de Dios manifestada en la historia de Israel y de los
paganos. La segunda parte presenta en paralelo la insondabilidad de los juicios
(krímata, juicios, sentencias; cf.
Sal 18,22-23; 36,7; 105,7; 119,39.43.175; se trata de las decisiones operativas
de Dios) e inescrutabilidad de los caminos (cf. Sal 9,26; 95,10; 145,17) de
Dios. Lo que Pablo está cuestionando es la incapacidad humana para comprender
los designios de Dios en la historia.
La
siguiente unidad está inspirada casi literalmente en Isaías (el texto griego):
Is 40,13 (hebreo)
|
Is 40,13 (griego)
|
Rom 11,34
|
¿Quién
midió el espíritu (la ruah) de Yahvé? Y ¿qué hombre le enseñó su consejo?
|
¿Quién
conoció la mente (nous) del Señor? Y ¿quién le dio instrucción como consejero
(symboulós)?
|
¿Quién
– entonces – conoció la mente (nous) del Señor? ¿Quién se hizo su consejero
(symboulos)?
|
Se trata de dos obvias preguntas retóricas que suponen
una respuesta negativa: ¡nadie! pero a su vez una conclusión implícita: Dios no
necesita de nadie que lo asesore, no admite rivales (en el texto de Isaías,
evidentemente alude a un conflicto con los dioses babilónicos. Pablo indica que
pretender conocer la mente del Señor significaría conocer sus caminos, su
proyecto (cf. Sal 33,11; Is 40,8; 46,10), pero Dios es tan grande que es
imposible que podamos conocerlo (cf. Job 36,26).
Con
una cierta coloración que remite a escritores estoicos (como Marco Aurelio) y a
otros textos del N.T. aluden al poder divino sobre todas las cosas y, por lo
tanto, también sobre la historia. La conclusión doxológica alude a todo esto
haciendo referencia a Israel y los demás pueblos en su marco histórico y
salvífico. Y esto concluye con el litúrgico “Amén” como respuesta de un
colectivo visto como una bendición.
Resumen: a diferencia de lo que afirman los hombres sobre Jesús y su ministerio, en nombre de los discípulos Pedro lo reconoce como Mesías, hijo de Dios y Jesús lo elige como piedra sobre la que edifica una nueva comunidad.
Hemos
comentado este texto en detalle en un artículo bíblico que se encuentra en este
blog (http://blogeduopp.blogspot.com.ar/2014/06/pedro-en-los-sinopticos.html).
Presentamos aquí los elementos principales y remitimos allí para los que deseen
más detalles.
Siguiendo
en lo principal a Marcos, Mateo presenta a Jesús en Cesarea de Filipo (territorio extranjero) preguntándoles a sus
discípulos quién dicen “los hombres”
que es él. La respuesta que dan lo presenta en un rol importante, profético,
pero incompleto. A la lista de Marcos (“Juan el Bautista, Elías o uno de los
profetas”, 8,28) Mateo añade “Jeremías”.
A la respuesta de Pedro (“eres el Mesías / Cristo”, 8,29) Mateo añade “el hijo de Dios viviente”. La principal
novedad de Mateo radica en el largo dicho de Jesús a Pedro a consecuencia de
esta confesión. Y también a diferencia de Marcos – que con esta confesión
concluye toda la primera parte de su Evangelio – en Mateo el texto continúa en
los vv.21-23 (que serán parte del Evangelio de la semana próxima) contrastando
esta actitud positiva de Pedro, inspirado por Dios con otra negativa
inspirándose en sí mismo y recibiendo en ambos casos una metáfora referida a la
piedra: piedra fundamental para edificar, en este caso; piedra de tropiezo en
la otra.
Como
se dijo, los dichos de “los hombres” (anthropoi)
reconocen en Jesús un enviado de Dios a semejanza de los antiguos profetas.
Siendo que la “teología oficial” judía afirmaba que ya no había más profetas
hasta “el día” en que Dios decidiera “reconciliarse” con su pueblo, ver en
Jesús un profeta sin duda es indicio de que se le reconoce un importante lugar
en la historia, pero – por la repregunta – incompleto, tanto para el mismo
Jesús como para los discípulos en nombre de quienes Pedro toma la palabra. La
incorporación de Jeremías no es fácil
de entender en este párrafo (cf. 2,17; 27,9) pero siendo un profeta
caracterizado por el sufrimiento y el rechazo, y – también – por su actitud
crítica al Templo, hacen posible que radique aquí la incorporación que Mateo
hace de este profeta (cf. 2 Mac 15,14-15). Señalemos que obviamente las voces no
piensan que Jesús sea una suerte de “reencarnación” de estos personajes
antiguos, sino alguien en quién sus capacidades están actuando. Los lectores de
Mateo, por ejemplo, ya sabemos que Juan el Bautista no ha comprendido bien el
ministerio de Jesús (11,2-3) o que Jesús es bien distinto de Elías (17,3;
mientras Juan el Bautista es comparado con él, 11,13-15),
A
la confesión tradicional, “el cristo”
(cf. 1,17; 2,4; 11,2; 22,42; 26,63 aunque aquí es la única confesión de fe –
propiamente hablando – como “Cristo”
del Evangelio) Mateo añade “el hijo de
Dios” que es la confesión realizada por los discípulos cuando Jesús camina
sobre las aguas y Pedro con él (14,33). Los discípulos – además – ya habían
sido felicitados (13,16) y se había
afirmado que ellos habían recibido una revelación
de Dios (11,25-30). No es muy distinto de lo que el Sumo Sacerdote interroga a
Jesús si es (27,37.40.42.43). La imagen de “dios
vivo” es característica del A.T. (Dt 5,26; Jos 3,10; 1 Sam 17,26.36; 2 Re
19,4.16; Sal 42,2; 84,2; Is37,4.17; Jer 10,10; 23,36; Dn 6,20.26; Os 1,10.
La
referencia especial a Pedro es novedosa, y exclusiva de Mateo. Pedro (cuyo nombre ya conocíamos, 4,18;
10,2) recibe una interpretación del sentido del nombre, y como piedra sobre la que se edifica (por tanto una edificación
sólida, cf. 7,24). La Iglesia (sólo se
encuentra en esta unidad – Mt 14-18 –y nunca más en todos los evangelios) es un
término novedoso para un evangelio (además de que en el resto del NT siempre se
trata de “Iglesia/s de Dios”, sólo aquí de Cristo, “mi iglesia”). El grupo de
Jesús, para Mateo, se estructura en una comunidad eclesial (no parece aludir al
Templo, o al nuevo Templo reconstruido; cf. 27,40) que se edifica sobre la
roca-Pedro.
“Por Yahvé son asegurados los pasos del hombre; él se deleita en su camino: aunque tropiece no caerá pues Yahvé sostiene su mano. Su interpretación se refiere al Sacerdote, el Maestro de Justicia, a quien Dios escogió para estar ante él, pues lo estableció para construir por él la congregación de sus elegidos y enderezó su camino en verdad” (4QpPsa [comentario a los Salmos en Qumrán] 3,15-15)
La
referencia a las “puertas del Hades”
se presta a diferentes interpretaciones. Por ejemplo, ¿no prevalecerán contra
la Iglesia o no prevalecerán contra la roca (= Pedro)? El Hades (= Sheol) es el
lugar de los muertos, y la imagen de la puerta alude a que una vez cerradas
esas puertas ya no hay retorno. Probablemente, entonces, se refiera a que la
Iglesia tiene la tarea de rescatar a los prisioneros de la muerte abriendo las
puertas del reino (notar en contraste entre las puertas del Hades y las llaves
del reino).
A
continuación sobre este rol de Pedro se afirman dos cosas. Para empezar, el tema de las llaves (ver lo dicho más arriba al comentar Isaías 22, primera
lectura). Algo semejante se afirma en el apócrifo hebreo de Henoc:
“a Henoc… le confié todos los tesoros y depósitos que tengo en cada cielo, encomendándole las llaves de cada uno de ellos. Lo hice príncipe sobre todos los príncipes, servidor del trono de la gloria, y lo coloqué sobre los palacios de Arabot para que me abriera sus puertas y junto al trono de gloria para exaltarlo y arreglarlo” (Hen hebr 48C 3-4)
Las llaves están en función
de un reinado, y Pedro es comparado con un mayordomo del reino (no ha de
entenderse en el sentido de “cielo”, ya que este reino es “en la tierra”; es
allí donde la Iglesia desempeñará su ministerio y donde debe continuar la
predicación y hechos de Jesús). En 23,13 Jesús (es decir, Mateo) cuestiona a
los escribas y fariseos por impedir entrar al reino a “los hombres”. Los
discípulos de Jesús deben tener exactamente la actitud contraria.
La referencia a atar y desatar, se dice también de los
discípulos en general (18,18, que es el mismo contexto donde vuelve a aparecer
el término “Iglesia” –v.17 – por única vez en los cuatro evangelios). Es la
Iglesia, edificada sobre Pedro la que debe ayudar a “los hombres” a entrar en
el reino.
Sin embargo, es necesario
recordarlo, esto es así ya que Pedro ha sabido dejarse conducir por Dios, cosa
que no hará en la unidad que viene a continuación.
Foto tomada de lampuzo.wordpress.com
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