Optar
por la vida
Eduardo
de la Serna
Este artículo fue escrito en pleno menemismo, ante el aparente triunfo
del modelo neoliberal. Fue publicado por la revista Nueva Tierra en 1994. Las
presiones recientes en la Argentina (y otras partes, por ejemplo a partir de la
Alianza del Pacífico) para reflotar estos modelos de muerte, con sus aparentes
sucesos, me motivaron a publicarlo en este tiempo.
Vivir no es durar. Vivir es cargar la existencia de
sentido. El hombre existe para vivir, y para vivir bien. Sin embargo, para
muchos la vida es una cruz, es sólo un anticipo de la muerte. El Dios creador,
liberador, salvador, "resucitador", providente (como todas esas
palabras lo indican) es Dios de la vida y, por lo tanto, se resiste a la
muerte. Vida y muerte aparecen -muchas veces- como dos caras de una misma
moneda. Hasta tal punto que para muchos, decir "vida" no es sino un
sinónimo de muerte. Se dice que estamos en una cultura de la muerte en la que
los "apóstoles de la muerte" proclaman a cuatro vientos la
"importancia que tiene, para la vida, que otros mueran"; incluso
hemos oído decir que "la vida es una cuestión filosófica". Todavía
escuchamos, absortos, algunos planteos que nos explican que invadir Haití es
importante, pero no lo es impedir las matanzas de Ruanda; que hay que defender
la vida oponiéndose al aborto, pero a la vez se propone la pena de muerte; que
se rechaza el genocidio del Proceso, pero se defiende el genocidio de los
abortos, o que se defiende el genocidio del Proceso, y se rechaza el genocidio
de los abortos; que se rechaza la masacre de AMIA y se defiende la de Hebrón, o
viceversa... Vida y muerte están en juego, y parecería que su importancia o
rechazo no dependieran de la vida misma o de la misma muerte, sino del partido
que de antemano se ha tomado... Pero hablar de vida y de muerte es mucho más
todavía. No hace falta, aquí, recordar que también hablamos de muerte en los
planes económicos que sumergen a la población a la marginación, hambre,
desocupación; también hablamos de muerte en las estructuras injustas, la
corrupción, la droga, la impunidad... Y tampoco hace falta recordar que al
hablar de vida hablamos de fiesta, de solidaridad, de encuentro...
Teniendo por marco esta referencia a la muerte y a la
vida, queremos proponer unas reflexiones. Quizás sirvan como un aporte para los
momentos de encuentro.
La
gloria de Dios
La Biblia usa una expresión muy conocida: "la gloria
de Dios"; pero la usa en un sentido muy diferente al que entendemos hoy.
"Gloria" se entiende en un sentido semejante a fama, éxito. Así,
"gloria de Dios" querría decir que algo aumenta la fama de Dios, que
hace que sea más querido... Pero, para la Biblia la gloria de Dios es su
presencia, su manifestación. La gloria de Dios se manifiesta en los signos en
el desierto (Dios está presente junto a su pueblo), la gloria de Dios llena el
Templo (Dios se hace cercano a su pueblo)... Los signos de Jesús, en el
Evangelio de Juan, manifiestan su gloria (Jn 2,11). Por eso, la gloria se
dirige hacia la fe; la gloria no se centra en Dios sino en el pueblo de Dios
(es Dios para el pueblo). La presencia de Dios en medio de su pueblo es su
característica; por eso la gloria abandona el Templo para trasladarse a
Babilonia cuando el pueblo está en el exilio, y vuelve a instalarse allí cuando
el pueblo puede volver (ver Ezequiel 1 y 43).
San Ireneo, el primer gran teólogo cristiano sistemático (s.II) va a
afirmar que "la gloria de Dios es el hombre que vive". De hecho, la
vida del hombre, imagen de Dios, es una manifestación divina; en la vida de los
hombres encontramos una imagen que nos permite descubrir la cercanía de Dios.
Obviamente, todo lo contrario debemos decir de la muerte de los hombres. Dios
no está presente en lo que quita vida a los hombres. Si la muerte entró en el
mundo por el pecado (Sab 2,24; Rom 5,12), la muerte es imagen de todo lo que se
opone a Dios.
Partiendo de Ireneo, y siguiendo a Ignacio Ellacuría, mons.
Romero afirmaba cuando recibió el Doctorado "Honoris Causa" en la
prestigiosa Universidad de Lovaina: "la gloria de Dios es el pobre que
vive". Por eso decía que "pecado es lo que da muerte al Hijo de Dios
y da muerte a los hijos de Dios". Esa actitud fue la que lo llevó a su
oposición profética a toda muerte. Si los profetas son los que hablan
"palabras de Dios" ("esto dice el Señor"), sólo un profeta
se anima a afirmar "en nombre de Dios les ordeno cesen la represión".
Descubrir a Dios en la vida de los pobres, trabajar por ello, y descubrir la
ausencia de Dios en lo que atenta contra la vida de los pobres es la urgencia
profética de nuestro tiempo. ¿No son
realmente pocas las veces que escuchamos a alguien decir "esto es lo que
Dios quiere" o decir, "esto Dios no lo quiere"? Realmente, son
tan pocas que espanta ver la ausencia de un grito profético en "nuestro
sufrido tiempo cuyos lamentos suben al cielo".
Es cierto que hemos escuchado decir que el plan económico
"es el plan de Dios", o que hay pobres porque "pobres habrá
siempre". Falsos profetas también. Cuando un plan económico defienda la
vida, cuando aumente el trabajo, cuando la salud no sea privilegio de
"medicinas prepagas", cuando la educación no sea de "los que
pueden", cuando el cólera y la meningitis sean estudiados en libros de
historia de la medicina, cuando haya "una sola clase de hombres, los que
trabajan" porque "gobernar es dar trabajo", cuando se aliente la
convivencia y no la competencia, cuando se llegue a la vejez con alegría,
cuando el hombre valga (para el sistema) por su vida y no por su tarjeta de
crédito... entonces sí podremos empezar a hablar de "plan de Dios".
Mientras tanto, seguiremos recordando a los falsos profetas que "hablan de
paz, cuando no hay paz" (cf. Jer 23,17), pastores que no se ocupan de la
oveja débil y descarriada sino de apacentarse a sí mismos (Ez 34; Jds 12); y
también, mientras tanto, seguiremos confiando que Dios enviará profetas, para
que marquen caminos, para que denuncien la muerte y anuncien la vida de los
pobres, gloria de Dios.
La
Vida y los muertos
Queremos, ahora, partir de otros datos bíblicos para dar
más elementos a nuestra reflexión. Partiremos del Evangelio de Lucas. Todos los
estudiosos coinciden en que Lucas presenta el discurso de Jesús en la sinagoga de
Nazareth como programa evangelizador. Recientemente, sin embargo, un estudioso
se formula la siguiente pregunta:
"Podemos buscar en vano (en el Evangelio de Lucas) un relato de Jesús predicando buenas nuevas a los pobres", incluso podríamos creer que "lo encontraremos repetidamente con "los pobres". No es el caso".¿Se equivoca el autor? ¿Se presenta un programa ideal, alejado de la realidad? El término "pobres" aparece 11 veces, de las cuales 7 las encontramos en conexión con otros términos (ver 4,18; 6,20; 7,22; 14,13.21; 16,20.22). El discurso programático, aparece además en conexión con Elías y Eliseo... Por todo esto, sigue afirmando este autor,
"buena noticia a los pobres refiere a las viudas, impuros, paganos, los de bajo status... esto apunta a la misión de Jesús que abre el camino de la inclusión del pueblo en el ámbito de Dios, para quienes de otro modo no tenían acceso a Dios. Fueron excluidos de los sistemas sociales del antiguo mundo Mediterráneo. A esos pobres Jesús anuncia buenas noticias" (J. B. Green).Si agregamos a las mujeres, leprosos, niños, publicanos y pecadores, no caben dudas que Jesús abre las puertas del Reino (el Reino es un lugar al que se entra) a los excluidos, a los que el poder religioso se los tenía negado.
La Iglesia de Jesús (Iglesia de los pobres, Mesías de los
pobres) no puede menos que abrir puertas. Muchos son los excluidos a la vida,
los que no pueden acceder a la electricidad o el gas (son privados; privados
de sensibilidad social, puede decirse), los que no pueden acceder a la salud o
educación, los que no pueden acceder a cuotas o seguridad. El sistema cierra si
muchos quedan afuera (excluidos). Es a esos excluidos de hoy que, fieles al
programa de Jesús, su Iglesia (si quiere ser fiel) debe anunciar buenas
noticias.
Tenemos claro a quienes, pero ¿qué
buenas noticias? ¿Es
realista decir que en un futuro el sistema va a cambiar? ¿Es
verdadero anunciar que la justicia o la vida triunfarán? Quizás no. ¿Qué
quiere decir que el reino será una realidad, al menos en sombras? Queremos ser
claros para que no se interprete esto como determinismo, pesimismo o reconocer
el triunfo del sistema... G. Gutiérrez preguntaba a un campesino cómo podían
ser felices en medio de tanto sufrimiento. "- lo contrario de la felicidad
es la tristeza, no el sufrimiento" le contestó. Aquí, creo, podemos
encontrar el punto de partida de nuestra reflexión: debemos buscar, primero que
nada, que la gente, el pueblo, los excluidos sean felices. Esa es la buena
noticia: aunque el sufrimiento siga (porque las fuerzas del anti reino son
poderosas), podemos ser felices. Quizás no podamos cambiar el dolor, el
sufrimiento y la muerte, pero sí podemos estar "vivo en medio de tantos
muertos", sí podemos festejar, resistir, anunciar una buena noticia que
puede empezar a ser buena ya. Sólo hace falta recibirla en el corazón.
Así, trabajaremos para que el hombre (varón y mujer) sea
capaz de saberse feliz sin el último electrodoméstico, sea capaz de llenar su
vida de vida, sea capaz de ser, aún sin tener... Que no se nos malinterprete,
creemos que hay que trabajar para que tengan vida y la tengan
en abundancia (Jn 10,10), pero creemos que la raíz de la
felicidad está en el corazón del hombre. Con adversarios tan poderosos, no es
fácil (si es que es posible) trabajar para que los excluidos tengan
lo que se les niega, pero sí podemos trabajar para que sean
felices. Eso es posible, eso es vida, y sobre todo, es el fundamento de todo
cambio. Mostrar que los millones de pobres pueden ser felices,
aún sin tener, es algo que subvierte desde lo más
profundo un sistema que está edificado sobre la supuesta necesidad de tener, y
tener en abundancia, un sistema que por eso cree haber llegado al fin de la
historia.
La
Muerte y los vivos
Con la cosa así planteada (el sentido de la vida), queda
pendiente la pregunta de qué sentido puede tener la muerte. La muerte es la
imagen del anti reino, de lo que es contrario al plan de Dios, es imagen de lo
que Dios no quiere. Pero si esto es siempre así, ¿por qué
damos tanto lugar a la cruz de Jesús o tanta importancia a los mártires?...
Empecemos citando al mártir boliviano Luis Espinal:
"El grupo político desplazado tiende a la mística del martirio; procura sublimar la derrota. En cambio, el pueblo no tiene vocación de mártir. Cuando el pueblo cae en el combate, lo hace sencillamente, cae sin poses, no espera convertirse en estatua... Fuera los slogans que dan culto a la muerte" (No queremos mártires, borrador inconcluso).Lo importante es entender que no podemos querer mártires, pero sí varones y mujeres que "gasten y desgasten" su vida por la vida. Comprometer el yo en la lucha por la vida nos introduce en los conflictos de la vida misma, y
"uno de los aspectos trágicos de la vida reside en el hecho de que las demandas de nuestro yo físico pueden entrar en conflicto con los propósitos de nuestro yo espiritual, pudiendo vernos así obligados a sacrificar el primero para asegurar la integridad del segundo. Es un sacrificio que no perderá jamás su carácter trágico" (Erich Fromm).
No debemos olvidar a quienes fueron capaces de dar la
vida, pero no por la muerte alcanzada sino por la vida entregada. Lo que da
vida es la vida, no la muerte. Celebrar a los mártires es celebrar su vida, su
compromiso, su vida capaz de no tener nada y ser
plenamente. Lo que nos salva, no es la cruz de Jesús: la cruz es signo de
tortura, de violencia e injusticia; lo que nos salva es su vida, su fidelidad
al proyecto del Padre (= Reino) y su fidelidad a los hombres. Nos salva su
amor. La cruz es, también, signo de ese amor extremo. Se siembra semilla, es
decir vida. La muerte puede ser consecuencia de la opción por la vida, pero
consecuencia no querida. Jesús no quería morir, el Padre no quería que muriera,
pero ni Jesús, ni el Padre querían que, por aferrarse a la vida y negarse a la
muerte, se negara la vida más plena que Jesús vino a regalar, se traicionara el
rostro de Dios que Jesús presentó, se frenará el reino. Aceptar la muerte tiene
sentido si es para la vida, si es dada "por" los demás.
"La vida es para esto, para gastarla... por los demás" decía Lucho
Espinal. Aferrarse a la propia vida sin abrirse a la vida de los demás es podar
en primavera.
Esperar
contra toda esperanza
Frente a la muerte, surge la esperanza. No como
"alienación" y "opio" sino como motor. La esperanza
moviliza, es una utopía; y sin utopía la "vida sería un ensayo para la
muerte". Pero, ¿qué
podemos esperar si es probable que nada cambie? Incluso algunas luces de
esperanza parecen volver a apagarse (en lo político, sindical, eclesial...). ¿En qué
esperamos?
La muerte capaz de engendrar vida nos hace creer, y pone
las raíces en una esperanza que va más allá de lo palpable, de lo eficaz o del
éxito. La esperanza es confianza en la vida. En la vida sin cálculo, generosa y
gratuita. Vida para la vida. Es esperanza como la de Jesús, esperanza en Dios,
en que el amor sembrado no queda sin cosecha aunque todo parezca oscuro y sin
sentido. No es esperanza en ver los frutos, sino en saber que es "Dios
quien da el crecimiento" (1 Cor 3,7). Pero no es esperanza en el éxito de
tal o cual proyecto (por más bueno que sea) sino esperanza en la vida. Por eso
el fracaso de los proyectos no es nuestro problema principal (repetimos que
creemos, queremos y trabajamos por proyectos de vida, solidaridad y justicia,
pero que no se quiebra nuestra fe en la vida, nuestra esperanza y nuestra
confianza en Dios si esos y otros proyectos no llegan a ver frutos...). La cruz
es el fracaso de Jesús, la muerte es el fracaso de los mártires, fracaso de sus
ansias de vivir, de sus proyectos y planes; pero no el fracaso del proyecto
mayor de dar vida. La vida dada, hasta el extremo de no quedarse con nada de
ella, es el culmen de la esperanza.
Poner la esperanza en el éxito de algunos planes, podría
dar la razón a Fukuyama cuando habla del "Fin de la historia". Podría
darlo (aunque no estemos convencidos que lo dé). Pero no es eso lo que
entendemos por "historia" ni por "fin". Pero aún más.
Creemos que hasta la vida martirialmente quemada ("sangre de mártires,
semilla de cristianos"), la vida escondida (vocación misionera de los
contemplativos), la vida postrada de los enfermos ¡es
fecunda!. Con la fecundidad misteriosa de la cruz. "Dios da el
crecimiento".
Obviamente, tener paz en esta esperanza supone estar
cimentados en la fe. Fe es confianza, confianza en ese Dios capaz de resucitar
a los muertos. Pero esa confianza se traduce en resistencia. No la resistencia
de la piedra, sino de la vida "edificada sobre roca" (Lc 6,48). Fe y
esperanza van juntas, y hacen posible el amor extremo, amor capaz de dar vida
hasta dar la vida.
La esperanza así entendida es todo lo contrario de
quietismo u opio; es fuerza, tenacidad, apuesta alegre a un futuro de Dios. La
adversidad, la violencia, la muerte no puede detener la vida que crece sobre
esas raíces ni derribar el edificio edificado sobre una vida capaz de
entregarse. Por eso la esperanza y la vida son madres de la libertad. El hombre
es capaz de perder sus proyectos y su vida misma, no pierde "la"
vida ni renuncia al proyecto mayor, la gloria de Dios, la vida de los pobres.
La esperanza nos hace capaces, dispuestos, ¡libres! a no tener
para ser o para que otros sean.
La
fiesta como grito profético
Una de las características de la espiritualidad popular,
según Víctor Codina es la
"experiencia de la esperanza del triunfo, de la seguridad de la victoria escatológica, aunque el dolor sea grande y el sufrimiento no cese. Es la experiencia de los mártires y perseguidos, que se mantienen fieles en medio de la "noche oscura" de la injusticia estructural. Esta experiencia se expresa también en las fiestas populares, verdadera anticipación festiva y escatológica de la Utopía del Reino. El pueblo festeja rompiendo los esquemas puritanos del ahorro burgués, como protestas y desborde profético de una sociedad alternativa, que un día se impondrá".Aunque esa sociedad nunca se imponga, no deja de ser un grito profético de "lo que Dios quiere", y lo que Dios promete a sus amigos en su Reino (escatología).
La fiesta es un signo de la vida. Vida que se celebra,
que se comparte. La fiesta es un grito profético de un pueblo que cree en la
vida. La fiesta es encuentro, gratuidad, alegría. La fiesta es un sacramento
popular de la vida. El hombre es imagen, la vida es gloria, la fiesta es
sacramento... y todo nos habla de Dios y nos habla de vida.
Para
una conclusión
Los cristianos, ¿tendremos
que pedir perdón por ser tenaces "apóstoles de la vida"? ¿Seremos
tenidos por "discapacitados" por oponernos a toda forma de muerte? El
fin no justifica los medios, se dice, ¡mientras no se trate de mis
fines! Estamos llamados a cultivar una cultura de
vida. Seguramente no podremos enfrentar a los poderosos; pero la
siembra, como el grano de mostaza empieza pequeña. Podemos empezar en nuestra
casa, en nuestras comunidades, en nuestro trabajo. Empezar la siembra confiando
en la calidad de la semilla y la vitalidad que Dios da al hacer crecer. La fe,
la esperanza y el amor nos siguen desafiando. Como a tantos grandes maestros de
la espiritualidad, la crisis que Juan de la Cruz llamó "noche oscura"
es escalón para que crezca cada vez más firme la confianza en el
Dios de la vida y no en los dioses de la muerte, la esperanza en
la fecundidad de la cruz y no en los éxitos y triunfos periodísticos, la
vitalidad del amor sembrado y gastado y no en la fama y los
aplausos. La "noche oscura" nos invita a creer que Dios es vida, y la
vida es un grito silencioso que no puede ser callado.
Dibujo tomado de www.salvadorlopez.cl
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