El cumplimiento de lo antiguo es el primer paso de la novedad
LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
2 de febrero
2 de febrero
Eduardo de la Serna
Resumen: la impureza es algo habitual en tiempos de Malaquías, y lo religioso no es tenido en cuenta, por eso el profeta anuncia un “mensajero” que purificará a los sacerdotes y las ofrendas para que el pueblo pueda ser puro ante Dios.
La profecía de Malaquías (“mensajero de Yah[vé]”) presenta una serie de elementos muy
interesantes y debatidos, pero no los señalaremos aquí ya que el texto fue
añadido a causa de la fiesta litúrgica de la Presentación del Señor. Dos
elementos de este texto son tenidos en cuenta: la purificación de los hijos de
Leví, y la ofrenda –en el Templo- agradable a Dios.
Todo esto viene precedido por el envío de “mi mensajero”
(mala’kî) que preparará el camino.
Más tarde (v.23) se nos dirá que ese enviado es Elías. En ambos casos se trata
de alguien que “prepara”, que viene “antes”, y lo hará con el objetivo de que
se viva “según Dios”. No es el caso señalar en detalle que ambos elementos
fueron tenidos en cuenta en los Evangelios para hablar de Juan el Bautista
visto como un cierto Elías “que ha de
venir”. Este “mensajero” tiene que
ver con el templo ya que el “Señor, a
quien ustedes buscan” vendrá al Templo y con él, el mensajero (mal’ak) de la alianza. A continuación
destaca que lo que “viene” en el “el Día”, que se presenta como día
terrible, será como la lejía, como el fuego, para fundir y purgar. La imagen de
la purificación es la que se relaciona directamente con este mensajero que
anuncia el Día. Esta purificación empieza en “los hijos de Leví”, es decir, en el sector sacerdotal de Israel.
Sólo si los mediadores son “puros” la
ofrenda lo será. Será “en justicia” (tzedaqá).
Será, entonces, una ofrenda pura como lo fueron las primeras, cuando Judá /
Jerusalén no estaba contaminada con la idolatría.
Una nota
sobre la pureza: pureza dice relación a “limpieza”. Pero en el mundo antiguo se
refiere a “limpio para Dios”. No dice relación necesaria con el pecado, sino
con lo ritual. Lo opuesto de puro (o santo) es lo profano, es decir lo que se
mueve en la “vida cotidiana” (sea malo o bueno). Algo apto para el servicio
divino (para el culto, la oración, la reunión) es algo puro (aunque pueda estar
en un contexto de “algo malo”). Por tanto, lo que se supone es una
“purificación” como algo necesario para poder participar de lo religioso. Las
purificaciones suelen ser rituales, con determinados ritos queda puro uno que
quedó impuro por diferentes razones: por tocar sangre, o cadáver, por ejemplo.
El contacto con extranjeros (es decir, los que no son miembros del “pueblo
santo” de Dios) también hace impuros, y es un tema importante en Malaquías. Los
injustos, los usureros, los que no tienen en cuenta al “hermano” también lo son
por no mostrar “temor de Dios” (v.5). Lo habitual en estos tiempos es la
sensación que parecen tener los injustos de que Dios está “lejos” y no se
entromete en nuestra historia (Mal 2,17; 3,7-8.13.15.18). De esto pretende
hacerse cardo de parte de Dios este mensajero anunciado.
Resumen: La muerte de Jesús es muerte liberadora de los pecados, pero –para el autor de la carta a los Hebreos- es más aun, es indicio de un nuevo sacerdocio que comienza con su resurrección, un sacerdocio totalmente nuevo y único, caracterizado por su credibilidad y misericordia dadas por su “semejanza” a los seres humanos en todo.
La carta a los Hebreos (en realidad una homilía puesta
por escrito) y como buen predicador empieza mostrando a Jesús dentro de las
categorías tradicionales dando a medida que avanza el discurso avances para
poder mostrar la novedad que él quiere señalar: la cristología sacerdotal. El
texto litúrgico de hoy concluye esta primera parte tradicional y deja el tema
planteado para avanzar. Concluye lo que viene señalando con un “por lo tanto” (oun) dando un sentido liberador a la
muerte de Jesús. Una serie de verbos destacan esto: “aniquilar (katargeô, texto casi exclusivamente
paulino del NT) al señor de la muerte”, liberar (apallassô, tener autocontrol, no depender de fuerzas externas),
expiar (hiláskomai, fuera de aquí,
solo en Lc 18,13 en el NT). Pero todo esto está señalado aquí para dar el
siguiente paso: en todo esto Jesús se “asemejó” en todo “a sus hermanos”.
Una característica del sacerdocio de Israel es,
precisamente, la “separación”. Para poder concretar la “pureza” (ver nota en la
primera lectura) el sacerdote es un
“separado” de sus hermanos. Israel es un pueblo “separado” de los demás
pueblos; la tribu de Leví es “separada” de las demás tribus; el clan de Aarón
es separado de los demás clanes… Lo propio del sacerdocio en Israel es las
separaciones para “aproximarse” lo más posible a Dios. La novedad notable que
destaca la carta a los Hebreos es que lo propio del sacerdocio de Cristo es
“asemejarse”. Se hace semejante en todo “menos en el pecado” (4,15).
Sin duda esto es una novedad abismal con respecto al
sacerdocio antiguo. El único sacerdocio del N.T., el de Jesús, tiene como
propio su actitud de “asemejarse”, y su diferencia con el “sacerdocio antiguo”
es abismal. Es notable que –para profundizar esta novedad- destacará dos
elementos fundantes de este nuevo sacerdocio que desarrollará en lo que sigue
de la carta (ya fuera del texto litúrgico de hoy); ser misericordioso y ser
creíble. La corrupción de los sumos Sacerdotes era tan seria que la institución
estaba totalmente degradada. Su credibilidad era nula, y Jesús es presentado
como “creíble” (pistós); pero además,
como “misericordioso” (eleêmôn). Si
algo caracteriza a la misericordia es “aproximarse” a los “míseros”, a los
caídos; todo lo contrario de la separación ritual del sacerdocio antiguo. Esta
misericordia se expresa como solidaridad, de allí que la experiencia de la
prueba (peirazô, esa prueba
liberadora que “expió” los pecados) permite “ayudar” a los que son a su vez
“probados” (peirazô). Esta cercanía,
semejanza lo lleva a experimentar la prueba. Nada más lejano de la actitud de
separarse de las experiencias difíciles; la solidaridad de Cristo lo lleva a
vivirlas y en esa situación de asemejarse, poder ayudar y liberar. La novedad
del único sacerdocio de Cristo es tal que nada parecía preverla. De allí que el
resto de la carta se dedicará a mostrar su sentido en la Biblia y su novedad
absoluta y definitiva.
Resumen: Los padres de Jesús son celosos cumplidores de la Ley de Moisés. Y cuando corresponde, presentan a Jesús en el Templo. Pero en esto, algo está comenzando. Un varón y una mujer de Dios hablan a todos del niño, y los tiempos nuevos empiezan.
Muchos elementos
conforman el relato de la liturgia de hoy. El esquema es sencillo:
Purificación
de “ellos” (vv.22-24)
Un
varón justo / una mujer justa reconocen al niño (vv.25-35 / 36-38)
Sumario
conclusivo (vv.39-40)
El texto es muy
complejo e interesante; pero para la celebración de hoy señalaremos solamente
aquello que hace a la liturgia del día. El texto comienza y termina con una
referencia a que los padres de Jesús actúan conforme a “la Ley” (vv.22.39).
Esto es algo importante en Lucas (cf. 2,21.41; cf. Hch 1,12), y precisamente
“conforme a la ley” presentan el niño al Señor.
Destaquemos que en el
mundo antiguo es propio de las personas religiosas ser agradecidos con la
divinidad que nos ha dado sus dones. Precisamente por eso, por ejemplo, se le
ofrecen las primeras crías de ganado, o las primicias de la cosecha. Sin
embargo, en Israel no se ve con buenos ojos “ofrecer” a Dios el hijo primer
nacido; los sacrificios humanos son aborrecidos (aunque hubo algunos casos
detestados por la Biblia; 2 Re 21,6; cf. Lev 18,21; Dt 18,10; 2 Re 23,10; Gén
22,1-19). Casi podríamos imaginar de este modo la ofrenda: a Dios se le puede
dar lo mismo que se puede comer, como si Dios lo “comiera”. Caso contrario,
aquello que no es “puro” para ser alimento no se ha de “ofrecer”, y por tanto
se ha de “rescatar”. Es decir, se ofrece algo sustitutivo, como un cordero o un
cabrito. Es –fundamentalmente- el caso de los hijos, en este caso de han de
presentar una “res menor”, y si no alcanza el dinero para hacerlo presentarán
dos tórtolas o dos pichones (Lev 12,7b-8), se los rescata, se le “presentan” a
Dios.
El Evangelio
extrañamente informa que es el tiempo de la purificación de “ellos”. No se
refiere a la madre, que debe purificarse después de la maternidad, sino de
“ellos”; es posible que esté aludiendo a que con la presentación de Jesús ha
comenzado el “día” y así “los hijos de Leví” sean purificados porque la ofrenda
que se ha presentado en el Templo es perfecta (cf. Mal 3,3, primera lectura).
Ante esta
presentación se acercan al Templo –como es frecuente en Lucas- un varón y una
mujer (cf. 13,18-21; 15,4-10; etc.) que hablan públicamente del niño. La
“esperanza en la consolación de Israel” y la “esperanza en la redención de
Jerusalén” enmarcan la doble escena (vv.25.38). En medio de esta escena Lucas
incorpora (como lo ha hecho en otras ocasiones, cf. 1,46-55; 1,68-79; 2,14) un
canto que manifiesta la realización de las esperanzas de Israel con la alegría
de los “pobres de Yahvé”.
La escena concluye
con un relato sobre el crecimiento del niño, semejante a lo dicho sobre Juan,
el Bautista (1,80) que parece a su vez remitir a Samuel: “iba creciendo y haciéndose grato tanto a Yahvé como a los hombres”
(1 Sam 2,36).
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