Hordas
Eduardo de la Serna
Las hordas bárbaras o de bárbaros
fueron socavando las raíces del Imperio romano. Destrucción, caos, muerte era
la consigna imaginaria. Temor, pánico, parálisis.
En el 2001 estalló el país. Argentina
se derrumbó. Las fotografías del hambre, la desnutrición y los escombros de un
país recorrían el mundo. Y como “a río
revuelto, ganancia de pescadores”, algunos pescadores salieron a pescar.
Algunos se beneficiaron con la “pesificación
asimétrica” porque el que “depositó
dólares” no recibió dólares; pero si un multimedios se endeudó en dólares, lo
pagó el país –casi, casi como uno a uno- por algo así como “bienes culturales”. Si la población en
su creatividad empezó a mantenerse con la economía informal en los “club del trueque”, pues se hacen “bonos” o “créditos” falsos, se provoca inflación, y estalla también eso. La
cosa está en el “clima”, en el “río revuelto”… y para entender mejor eso
es bueno mirar unos días atrás de estos momentos.
Si el gobierno de De la Rúa
mostró en pocos meses toda su ineptitud, si la mano invisible del mercado no
funcionaba y la copa no se derramaba, había que intervenir. En las “elecciones de medio término” «uno» fue
elegido senador, y el primer paso estaba dado. Con el apoyo de un gobernador
sonriente y con implantes capilares se empezó a organizar el paso dos. Luego
vendrían los pasos tres –boicot al puntano elegido- y paso cuatro, poner cara
de compungido responsable cuando los senadores amigos ungen al candidato ex derrotado
en urnas. Pero el paso dos debía ser quirúrgicamente organizado. El hambre creciente
era una mecha lista para encenderse, y el corralito (con megacanje y demás
genialidades planeadas para que los poderosos no se vieran acorralados acá,
llevando su plata allá) encendió la mecha. La siempre auto-preocupada clase
media salió con cacerolas, los pobres salieron a piquetear. Y estallaron los
saqueos. Lo que en realidad se estaba saqueando era el poder. Los saqueos reales
abundaron. Todavía se ven algunos carritos de supermercado por las calles. Pero
fugado el dormilón, ahora hacía falta frenar a la gente que estaba en la calle
para que el paso dos fuera controlado; y acá funcionó la inteligencia… La
policía, siempre tan eficaz en la prevención, fue por todos lados diciendo que “se vienen hordas de…” La cosa estaba en
el lugar de donde las hordas provenían. “Fuerte apache”, “villa Itatí”, “la Cava”…
el terror y el racismo harían el resto. No era cosa de ir a saquear y terminar
saqueado por esas hordas perversas y desenfrenadas. Fogatas en las esquinas (¿para
qué fueran bien visibles?) la gente reunida y armada, ¡muy armada!, para protegerse
de las hordas temibles. No había lugares en el Conurbano donde no hubiera
fogatas anti-horda. Y así se frenó a la horda de saqueadores, temiendo a hordas
peores.
Pues valga esta memoria para
mirar nuestro presente. Policías en motos por todas partes diciendo que se
viene gente de… y los comercios cerrando. Se venían las hordas saqueadoras. La
cosa –otra vez- estaba en el miedo, y la clase media es experta en eso. Una y
otra, y otra vez, la cosa está en crear miedo. Sea miedo a Berta, la tormenta,
miedo a los hinchas de Boca descontrolados (o “a propósito” descontrolados, es
decir, sin nadie que controle), sea miedo a la inflación, a Moreno, al marxista
Kicillof o al stalinista Sabatella, miedo al calor, al “flagelo de la droga”, a
la inseguridad convenientemente repetida hasta el hastío, la cosa está en el
miedo. Y cuando “cunde el pánico”, los pescadores salen a pescar. O los
carroñeros a desgarrar los jirones de la vida de los demás.
SANTIAGO 3, 1-18 Y SANTIAGO 4, 1-12 (Quien tiene oídos, OIGA)
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