Un niño nace,
la palabra de Dios se encarna en nuestra historia
NATIVIDAD DEL SEÑOR
25 de diciembre
Eduardo de la Serna
Lectura del libro del profeta Isaías 52, 7-10
Resumen: La venida de un mensajero divino en Sión comunica la buena noticia de la liberación de la opresión babilónica expresada como liberación y consuelo por la donación de la paz, el bienestar y la salvación. Es allí que Dios, y no Marduk, empieza a reinar en Jerusalén.
El
así llamado “Segundo Isaías” se dirige a la élite que se encontraba en el
exilio en Babilonia. Los sentimientos de los exiliados eran mezclados: castigo
divino, “Dios se ha olvidado de nosotros”, “estamos pagando las culpas de
otros”, etc. En este contexto de angustia, el profeta viene a cantar la
esperanza, que se concreta históricamente en el fin de la situación de angustia
y esclavitud. Lo que cuenta en este poema, más que el mensajero son sus pies ya
que se detendrá en el tema de la llegada del mensajero y el tema del “camino”.
Y el contenido expresado con tres términos cargados de sentido bíblico: paz (salom), bienestar (tôb) y salvación (yesu’á);
son bienes sociales, económicos, políticos y espirituales. Hacen referencia a
situaciones concretas, y en estos tres términos se sintetiza la felicidad del
pueblo que se espera y anuncia. El mensajero no es especificado, y la receptora
de las “buenas noticias” es Sión. Todo esto es especificado en que “reina tu Dios”. Ciertamente de este modo
se entra en contraste con la realeza de los dioses babilonios. Por ejemplo, así
dice el relato babilónico de la creación:
“… tú, Marduk, eres el más honrado de los grandes dioses. Tu decreto no tiene par, tu orden es Anu. Desde este día inalterable será tu sentencia. Ensalzar o humillar estará en tu mano. Tu expresión será veraz, tu mandamiento será indiscutible. ¡Ninguno de los dioses salvará tus límites! Necesitando adorno para las sedes de los dioses, esté el lugar de sus santuarios en tu lugar. ¡Oh Marduk!, ciertamente tú eres nuestro reivindicador. Te hemos concedido la realeza sobre el universo entero. Cuando en la asamblea tomes asiento, tu palabra será suprema” (Enuma Elis IV,4-15).
Los
salmos de “Yahvé rey” lo repiten (47,9; 93,1; 96,10; 97,1; cf. Is 24,23). Esto
está dicho muy lejos de Babilonia y debe comunicar seguridad a los oyentes. El
“rey Marduk” está al caer. Los guardias de los alrededores ven venir la noticia
y se propaga por doquier con júbilo indescriptible. Dios mismo está llegando en
esta noticia.
La
Jerusalén devastada y solitaria a la que se dirige la noticia, recibe dos
verbos que son clave de todo el profeta: “consolar” y “redimir”. Tan importante
es el primero que el Segundo Isaías es conocido como “el libro de la
consolación”. Con ese verbo arranca toda la obra (40,1) y se acumulan ambos en
esta unidad: 51,3.12.19 (consolar), 51,10; 52,3 (redimir) pero señalado como
algo ya realizado (no futuro, como 40,1). La ciudad en ruinas (v.9) recibe la
buena noticia de una promesa ya realizada (lo político es evidente). Para
actuar con más libertad, Dios se “arremanga” (v.10; cf. Ez 4,7; Sal 74,11). Si
antes el acento estaba en los pies, ahora se ubica en las manos como expresión
del obrar de Dios. Y este obrar de Dios, su brazo, su salvación es visto por
“todas las naciones”, o por los exiliados en todas las regiones que ven que
nadie, sino sólo Yahvé es actor en la liberación de los suyos.
Los
vv.11-12 culminan la unidad literaria relacionando con el éxodo, tema también
importante en el Segundo Isaías, pero es omitido en el texto litúrgico del día.
Sin
duda, la relectura del mensajero entendido como Jesús que viene a “evangelizar”
(anunciar buenas noticias) es decisiva en la selección del texto en la fiesta de
Navidad.
Lectura de la carta a los Hebreos 1, 1-6
Resumen: Poniendo en una línea de continuidad y superación la antigua y la nueva alianza, con sus mediadores: los profetas y el hijo y los destinatarios: los padres y “nosotros”, el autor de la homilía prepara todo el texto mostrando la novedad aportada por cristo, entendido desde una perspectiva sacerdotal a partir de una lectura cristológica del A.T.
Un
comienzo solemne presenta la gran homilía llamada “carta a los Hebreos”; una
larga oración de cuatro versículos. El punto de partida es la comunicación de
Dios con la humanidad, en el pasado y en el presente obviamente
contrastándolos. “De muchas formas y muchos modos en el pasado” (polymerôs kaì polytropôs) en el pasado (pálai)
habló Dios a os Padres. Los mediadores de esta comunicación fueron los
profetas. En los “últimos días” nos habló “en su hijo”. Ciertamente el
contraste pasado - presente se refuerza
por los medios de comunicación escogidos: profetas – hijo. Y los días “esjaton” (= finales) dan sentido a esta
novedad. La novedad del hijo viene dada por su ser heredero, a lo que se añade
su relación (diá) con la creación (“las edades”) y por una relación tan
estrecha con Dios (= Hijo, que en
Hebreos es notablemente más elevado que en los primeros escritos cristianos)
que no se separa de la “gloria” de Dios y no manifiesta una fracción sino la
totalidad de la imagen, es “imagen
perfecta”. Así “sostiene”
(presente) todo lo creado en su intervención en la historia (pasado). Así se
prepara la lectura del Sal 110 que será fundamental en toda la obra, comenzando
por la cristología tradicional, de la primera parte del sermón (1,5-2,18)
cuanto la cristología sacerdotal que se desplegará en adelante.
La
lectura añade los vv.5 y 6 cambiando el sentido del texto. En el sermón la
introducción “de su primogénito en el mundo” alude a la entrada gloriosa de Cristo
en el “mundo venidero, del que venimos hablando” (2,5), pero al introducirse en
el texto de Navidad se alude a “este mundo” y por tanto cambiando el sentido
del texto se refiere a la encarnación, y no a la Resurrección.
La
importancia de la antigua alianza entendida como “revelación” y –por lo tanto-
como válida, pero superada por la nueva alianza será importante en toda la obra
y el motor de su lectura bíblica en toda la homilía, aquí reflejada no
solamente en los tiempos verbales e históricos sino en la mención a los “padres” y a “nosotros”. En este caso la importancia de lo antiguo –visto como
palabra- y por tanto mediado por los profetas, y la plenitud de la palabra del
Hijo. Este movimiento del hijo desde la
preexistencia a la exaltación culmina con una menciona los ángeles, para
señalar –y lo repetirá a continuación- la superioridad de Cristo sobre ellos, y
la insistencia a sus destinatarios de que son continuación y plenitud del
Israel antiguo de la promesa. Es en esto donde cuatro momentos son referidos:
la preexistencia, la función sostenedora del universo, la salvación y la
exaltación gloriosa (cf. Sab 7,25-26). La traducción de los términos griegos es
difícil ya que se pueden presentar diferentes opciones: ¿es reflejo o es
irradiación? (apaugasma), ¿es
impresión, sello o reflejo? (jaraktêr).
La ambigüedad quizás sea adrede y pueda entenderse que Cristo es irradiación o
reflejo, e impronta o sello del ser divino. Haciendo eco de la palabra creadora
de Génesis 1, la estrecha relación entre el Hijo y el Padre sostiene lo creado
por su “palabra poderosa”. La acción expiatoria comienza –sutilmente al
principio- a insinuar el tema sacerdotal y sus efectos (1,3; 9,13-14.22.28;
10,2.22; 12,24). Estar sentado a la diestra de Dios es –como se dijo- alusión
al Sal 110, tan importante aquí (1,13; 8,1; 10,12).
Resumen: Un himno antiguo canta la presencia de Dios en medio de la historia. Juan lo retoma destacando que eso ocurre desde “el principio”. En nuestra historia, Dios eligió plantar una carpa para moverse con nosotros en la vida.
El conocido “Prólogo” del
Evangelio de Juan constituye la lectura del día, aunque –como veremos- no es
evidente que todo el texto aluda a Cristo.
Para comenzar, llaman la
atención las dos referencias en medio del himno a la figura de Juan, el
Bautista (vv.6-8 y v.15) y tienen toda la apariencia de haber sido insertadas
en un momento posterior (de hecho, la lectura breve del texto omite estas
partes). Se ha propuesto –y parece muy probable- que el autor que introduce el
himno en el Evangelio (quizás en la última etapa de la redacción) conozca un
himno cristológico primitivo al cual le realiza algunos añadidos, un “Himno a
la palabra de Dios”. En este sentido, el himno primitivo cantaba la palabra de
Dios activa en la Creación (vv.1-5; cf. Gen 1), la palabra enviada por Dios en
la historia de su pueblo, por ejemplo en los profetas (“fue dirigida por Dios
la palabra al profeta X…”, cf. 1,9-13) y finalmente esa palabra se hizo carne
en la historia en el envío de Jesús (vv.14.16-18). Tres momentos, entonces
marcan que Dios no se ha desentendido de la humanidad en la historia, pero
–como se ve- recién en el tercer momento el himno primitivo habría hecho
expresa referencia a Jesús como la palabra viva que Dios dirigió.
Ahora bien, este himno
primitivo fue tomado y reelaborado por el Evangelio, y la incorporación del
Bautista en diferentes momentos provoca que esa “palabra” de Dios sea vista
como el mismo Jesucristo desde el primer momento. Cristo es “palabra de Dios”
desde siempre, y no ya desde la Encarnación Al releerlo ya desde antes de la
Creación la palabra –que ahora es Jesús- estaba “junto a Dios” y “era Dios”. El
término “palabra” (lógos) es sin duda
el término clave, y parece que debe entenderse en continuidad con la palabra de
Dios en la historia de su pueblo, manifestada en las escrituras, y no en el
sentido que le daban los griegos o los gnósticos (para estos, el “logos” tenía
otro rol que es bastante diferente del que podemos encontrar en este himno).
Hay una serie de términos
que se encuentran en el relato que son claves en todo el Evangelio y sería muy
extenso detenernos en ellos (por ejemplo, luz – tinieblas, vida, creer, gloria,
verdad, etc.); especialmente teniendo en cuenta que la Navidad es la razón de
su incorporación en la liturgia. El v.14 parece ser fundamental en este tiempo
y el motivo de su incorporación:
«Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como unigénito, lleno de gracia y de verdad».
La palabra “acampó” (skênóô) está relacionada con la “gloria de Dios” (doxa) en la referencia a la “tienda del Encuentro” en el desierto,
donde Dios se hace presente a su pueblo (Ex 40,34.35; Lev 9,23; Núm 14,10;
16,19; 17,7; 20,6); también se dice en
relación a la Sabiduría (Sir 24,8). Allí el pueblo podía encontrarse con Dios,
ahora esta gloria se manifiesta en la presencia de Jesús como palabra hecha
carne. Es probable que la insistencia en la carne
(sarx, Mt x5, Mc x4, Lc x2; Jn x13)
tenga que ver con una posición conflictiva con los espiritualistas de la
comunidad que terminan negando la carne en nombre de la novedad aportada por
Jesús, pero esta “desencarnada”. Lo que viene por esta palabra encarnada es la
“gracia” y la “verdad” (gracia en Juan sólo se encuentra en el prólogo,
vv.14.16.17) que superan la ley dada por Moisés (v.16). Esta gloria le viene
dada por su condición de “unigénito” (monogenês).
Pero la novedad también viene dada por el uso del “nosotros” (antes se expresó en tercera persona), los lectores y
oyentes somos introducidos en este mundo nuevo por la encarnación. La carpa
puesta por la palabra no nos deja fuera o como espectadores sino que actúa en
nosotros y “hemos recibido” (v.16).
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