“El reino se está acercando”, lo dice el profeta
SEGUNDO DOMINGO DE
ADVIENTO - "A"
8 de diciembre
8 de diciembre
Eduardo de la Serna
Lectura del libro de Isaías 11,
1-10
Resumen: La situación de devastación lleva a fortalecer la esperanza en que la dinastía de David volverá renovada. Y de allí surgirá quién se deje conducir por el espíritu de Dios para hacer justicia en especial a los pobres y oprimidos. Es que la situación de los pobres corroe el interno de la vida del pueblo, por lo que en el tiempo futuro ideal no habrá cabida para la violencia y el miedo.
La imagen del tronco es metáfora de devastación y aniquilamiento (cf. 6,13). Los bloques anteriores (7,1-9,6 y 9,7-10,34) ya venían señalando que el juicio de Dios se manifestaría como devastación. El texto parece señalar la concreción del mismo. Pero este tronco es “de Jesé”, es decir, del padre de David; la dinastía que da fundamento a la monarquía en Judá se remonta a sus mismos orígenes. Quizás así se quiera señalar un “nuevo comienzo” en momentos críticos.
Como es habitual, del rey se espera
que esté lleno del espíritu de Dios (1 Sam 10,10; 16,13), sólo así puede ser un
rey “como Dios manda”, es decir, fiel
a la voluntad de Dios de instaurar el “derecho
y la justicia”. Es el espíritu necesario para poder llevar adelante la
misión que Dios le encomienda. En este caso se señala la cualidad de este
espíritu presentado en tres pares de cualidades: “sabiduría e inteligencia” (cf. 1 Re 3,14-15; Is 9,5), “planificación y fuerza” (Is 36,5; cf. 1
Re 15,23; 16,5.27; 22,46. Como en 9,5 la fuerza no está al servicio de la
guerra, sino de la paz), “conocimiento y
temor de Yahve”. Estas características son propias de los reyes de Medio
Oriente.
«Míos [dice la
sabiduría] son el consejo y la habilidad,
yo soy la inteligencia, mía es la fuerza. Por mí los reyes reinan y los
magistrados administran la justicia» (Pr 8:14-15). El rey tiene la plenitud
de la capacidad para “juzgar”, que es tarea propia del “monarca”, y esta está expresada como hacer justicia a los pobres,
liberar con su fuerza a los que no la tienen. El “temor de Dios” es
obedecerlo, respetar su ley. El texto refuerza esta última cualidad señalando
que el temor de Dios “lo inspirará”.
Nota: la versión griega reemplaza la
referencia al “temor” del último par por la “piedad” y mantiene el “temor” en el refuerzo, con lo que las
características del rey esperado pasan a ser siete. De aquí fue tomado
tardíamente el tema de los llamados “siete dones del Espíritu Santo”.
Es interesante destacar que si es propio del rey, juzgar, aquí no se señala
a la “obra de gobierno” sino su
actitud con respecto a los pobres y oprimidos. La “rectitud” es sinónima de la justicia como se nota en el paralelismo
(v.4); es propio del rey Yahvé (Sal 45,7; 67,5; Mal 2,6). Es justicia que se
ejerce con la boca (ver v.4b) en sentencias justas en favor del pobre.
Este rey es “fiel” (’emunác). La fidelidad de
Dios a su pueblo se manifiesta en su fidelidad al pueblo (Sal 33,4-5; 36,6-7;
40,11; 88,12-13; 96,13; 98,2-3…), ser fiel a su pueblo es la garantía de
fidelidad del rey. Lo que devasta al pueblo no son enemigos externos, sino que
es la injusticia, la fuerza de los malvados que oprimen a los pobres. Esto debe
ser desarmado como el programa del rey ideal (Salmo 72) lo señala claramente;
en el nuevo tiempo inaugurado por la dinastía renovada no habrá víctimas de la
violencia interna que deshace el país.
Este tiempo futuro será metafóricamente tiempo ideal de paz. No en el
sentido de un paraíso perdido, pero sí en cierta semejanza a una armonía ideal.
Es propio de la escatología bíblica imaginar los tiempos futuros como se
imaginan los tiempos primeros. Los pares violentos de las parejas animales
abandonan toda violencia y agresividad, Gen 1,30 ya había planteado que en el
proyecto original de Dios no había lugar a la muerte, y la alimentación de
todos sería vegetal, como aquí el león comerá paja con el buey. El miedo y la
violencia han desaparecido porque el país “está
lleno del conocimiento de Yahvé” (v.9); ya no se esperará a comer del “árbol del conocimiento” puesto que toda
la tierra estará inundada de ese “conocimiento”.
El texto concluye con una nueva unidad comenzada por “en aquel día” (ver v.11.12; 12,1). La referencia a “Jesé” une el texto con lo anterior,
mientras que la referencia al “día”
futuro lo une con lo que sigue, en este caso ligado a la vuelta de los
desterrados (algo más bien propio del llamado “Segundo Isaías”, como también la imagen del “nuevo éxodo”, cf.
v.15).
Lectura de la carta de san Pablo a los cristianos de Roma 15, 4-9
Resumen: dos unidades diferentes son integradas en el texto litúrgico, una que refiere a los fuertes y los débiles, donde los primeros deben preocuparse seriamente de los segundos. Y otra referida a las judíos y los paganos que juntos buscan que Dios sea glorificado en sus vidas.
Como se señaló la semana pasada, la parte exhortativa de la carta a los romanos es motivo de debate entre los estudiosos. En el texto de hoy, está llegando a su fin para dar pasos a los saludos conclusivos. Con algunas reminiscencias a 1 Corintios Pablo habla de la responsabilidad de los “fuertes” con los “débiles” (algo de lo que viene hablando desde 14,1 y parece concluir en 15,6 con la fórmula solemne “Dios y Padre de nuestro Señor Jesús, el Cristo”, cf. 5,11.21; 6,23; 7,25; 8,39). Esta unión entre unos y otros es destacada –ya a modo de conclusión de la carta, retomando lo que la motivó desde el comienzo- a la actitud de Cristo con los judíos y los paganos (15,7-13). A partir de v.14 Pablo finaliza dando algunas informaciones sobre su situación y sobre sus proyectos (15,14-33) y todo el cap. 16 envía saludos a diferentes personajes y a su vez destaca los saludos que algunos que están cerca de él, les envían a los romanos.
La
unidad, entonces, integra el párrafo conclusivo de la perícopa sobre los
fuertes y los débiles (15,1-6) y la unidad conclusiva de toda la carta
(15,7-13). El texto litúrgico comienza con la digresión conclusiva de la
primera unidad, y con el comienzo de la segunda, omitiendo la cadena de citas
bíblicas (vv.9-12) y la oración conclusiva (v.13) de la segunda.
La
referencia a los fuertes y los débiles parece que alude a los “débiles en la
fe” (14,1) por lo tanto la relación está dada en las prácticas religiosas en
las que unos creen que debe sostenerse la fe, mientras los fuertes se
desentienden de eso. Para Pablo, la fe no consiste en una lista de preceptos,
en una serie de prácticas religiosas a realizar, sino en la convicción de que
la fe en sí misma es suficiente. Pero no se trata de una fe individualista ya
que los fuertes (entre los que Pablo se cuenta a sí mismo, 15,1) deben sostener
a los débiles, seguramente preocupados por los escrúpulos. Llevar unos las
cargas de otros (cf. Ga 6,2) nos une a Cristo (15,1). En un ambiente en el que
el honor era una suerte de “prioridad absoluta”, Pablo invierte el esquema
cultural poniendo en el otro, especialmente en el débil la dedicación, en lugar
de valerse de ellos, nuestra responsabilidad es “cargar” su debilidad. Para esto, se debe buscar “agradarle”, no
buscar el propio agrado. No se trata de un preocuparse “genérico” sino preciso
y concreto, se trata de un mirar sensiblemente la conciencia de los débiles
(cf. 1 Cor 8,7.12; 10,29). Y esto, planteado como “edificación”, algo característico de Pablo (1 Tes 5,11; 1 Cor
14,12.26; 2 Cor 10,8; 12,19; 13,10. La solidaridad es el criterio fundamental.
La
búsqueda de la concordia mutua entre unos y otros (los fuertes y los débiles)
parece el tema central de la primera parte, reforzada con la cita explicita de
Sal 69,10 leída cristológicamente. Señalando el texto de modo cristológico en
referencia a Jesús en su pasión. Este tema (“tener los unos con los otros los mismos sentimientos”, v.5) es tema
frecuente en toda la exhortación: 12,10.16; 13,8; 14,13.15.19. Acá recurre al
ejemplo de Cristo (v.3) como ejemplo a imitar de ese amor por los débiles, de
no mirar su propia complacencia y su solidaridad.
Sal 69,10 (hebr.)
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Sal 64,10 (LXX)
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Rom 15,3
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Los
insultos de los que te insultan caen sobre mi
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Los
ultrajes de los que te ultrajaron cayeron sobre mi
|
Los
ultrajes de los que te ultrajaron cayeron sobre mi
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Así
se tratarían de palabras que Cristo se apropia para animar al cristiano a la
solidaridad.
La
referencia a los escritos del pasado (del cual el salmo es un ejemplo) para
enseñanza nuestra establece un criterio hermenéutico (cf. 1,2), pero enseñanza
en lo tocante a la vida cristiana. “lo escrito” es una invitación contante a
esta hermenéutica en toda la carta. Dos elementos aparecen ligados a los
efectos de las Escrituras en nosotros: consuelo (paráklêsis) y resistencia (hypomonê)
y ambas promueven la esperanza como causa y efecto. Dios mismo se revela como
Dios de la resistencia y el consuelo (v.5) y Pablo pide que Él “les” conceda “unanimidad” en una sola voz (lit. “boca”). Más que una oración se
trata de un deseo de Pablo (cf. 12,5.10.16; 13,8; 14,13.19). Pero la unanimidad
no se trata de uniformidad, precisamente en una unidad donde rescata las
diversidades, pero alienta a la solidaridad. Es “una-anima” como Cristo que no
buscó su propio placer. El término en hebreo en Qumrán alude a la
coparticipación en la comunidad. En Hechos (10 veces) alude a la concordia y
armonía comunitaria, no a la “unanimidad” entendida como “uniformidad” (1,14;
2,46; 4,24; 5,12; 7,57; 8,6; 12,20; 15,25; 18,12; 19,29).
“comerán
juntos, bendecirán juntos y juntos tomarán consejo” (Regla de la comunidad, 1QS
6,2-3) [es interesante que a diferencia de Pablo que afirma que los fuertes
deben sostener a los débiles, la regla de Qumrán afirma –en este mismo texto-
que “el pequeño obedecerá al grande en el trabajo y en el dinero”]
La
“una voz” debe pensarse, entonces, como una suerte de coro, el respeto a la
diferencia, la armonía. El objetivo final es la “gloria de Dios” (v.6), el
reconocer su grandeza.
La
segunda unidad, deja el tema de los fuertes y los débiles y retoma un tema
central de toda la carta que es el de los judíos y los paganos. Muchos
elementos que se encuentran en la carta son aquí retomados a fin de darle
síntesis: la “verdad de Dios” (1,25; 8,7), “las promesas a los padres” (4,9-22;
9,4.8-9), la “misericordia” a los paganos (9,15-18.23; 11,30-32).
La
gloria de Dios vuelve a ser retomada (v.7) para integrar a los “circuncisos” (=
judíos) y para los gentiles (v.9). Para afirmar esto, relee una serie de textos
bíblicos encadenados por un simple “y también” (kaì palin, vv.10.11.12) y concluir con un breve deseo-oración de
que ese Dios que era mencionado como de la “resistencia y el consuelo” (v.5),
ahora es mostrado como “Dios de la esperanza” (recordar que los tres términos
se encuentran en v.4). [Curiosamente el texto de Romanos (v.12) incluye entre
estas citas la referencia a la “raíz de
Jesé”, de Isaías que se encuentra en la primera lectura, pero no está
incluido ese verso en el fragmento litúrgico de Romanos que finaliza en v.9].
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Evangelio según san Mateo 3, 1-12
Resumen: Juan el Bautista predica como profeta semejante a Elías a gente de diferentes regiones que se acercan a él para ser bautizados, y les anuncia que Dios está empezando a reinar en alguien que viene y que es más importante que él mismo. Pero para recibirlo será necesaria una auténtica conversión, no solamente de palabra sino en frutos concretos.
Siguiendo al Evangelio de Marcos, aunque añadiendo elementos propios y elementos del Documento Q, Mateo presenta los acontecimientos previos al ministerio de Jesús. Podríamos resumirlos de esta manera: Presentación de Juan, el Bautista, Bautismo de Jesús y Tentaciones en el desierto. La liturgia –como corresponde al tiempo de Adviento- presenta a Juan como quien “prepara el camino del Señor”, es decir, la primera de las tres escenas mencionadas. Señalamos en tres columnas los tres evangelios sinópticos para que sea fácil de visualizar lo que Mateo toma de sus fuentes y lo que le es propio (como corresponde, se deja espacio en lo que no es paralelo, aunque hay que notar que algunas frases se encuentran desplazadas).
Mateo
3,1-12
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Mc
1,2-8
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Lc
3,1-18
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1 Por aquellos días
aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea:
2 «Conviértanse porque
ha llegado el Reino de los Cielos».
3 Este es aquél de
quien habla el profeta Isaías cuando dice: Voz del que clama en el desierto:
Preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas.
4 Tenía Juan su vestido
hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida
eran langostas y miel silvestre.
5 Acudía entonces a él
Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán,
6 y eran bautizados por
él en el río Jordán, confesando sus pecados.
7 Pero viendo él venir
muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: «Raza de víboras, ¿quién les
ha enseñado a huir de la ira inminente?
8 Den, pues, fruto
digno de conversión,
9 y no crean que basta
con decir en su interior: «Tenemos por padre a Abraham»; porque les digo que
puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham.
10 Ya está el hacha
puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será
cortado y arrojado al fuego.
11 Yo los bautizo en
agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo,
y no soy digno de llevarle las sandalias. El los bautizará en Espíritu Santo
y fuego.
12 En su mano tiene el
bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja
la quemará con fuego que no se apaga».
|
2 Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de
preparar tu camino.
3 Voz del que clama en
el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas,
4 apareció Juan
bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para perdón
de los pecados.
5 Acudía a él gente de toda la región de Judea y todos
los de Jerusalén, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus
pecados.
6 Juan llevaba un
vestido de pie de camello; y se alimentaba de langostas y miel silvestre.
7 Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que es más fuerte
que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus
sandalias.
8 Yo los he bautizado
con agua,
pero él los bautizará con Espíritu Santo».
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1 En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo
Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su
hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítida, y Lisanias tetrarca de Abilene;
2 en el pontificado de
Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en
el desierto.
3 Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un
bautismo de conversión para perdón de los pecados,
4 como está escrito en
el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz del que clama en el
desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas;
5 todo barranco será
rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las
asperezas serán caminos llanos.
6 Y todos verán la
salvación de Dios.
7 Decía, pues, a la gente que acudía para ser bautizada
por él:
«Raza de víboras, ¿quién les ha enseñado a huir de la ira inminente?
8 Den, pues, frutos
dignos de conversión, y no anden diciendo en su interior: «Tenemos por padre
a Abraham»; porque les digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a
Abraham.
9 Y ya está el hacha
puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será
cortado y arrojado al fuego».
10 La gente le
preguntaba: «Pues ¿qué debemos hacer?»
11 Y él les respondía:
«El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga
para comer, que haga lo mismo».
12 Vinieron también
publicanos a bautizarse, y le dijeron: «Maestro, ¿qué debemos hacer?»
13 Él les dijo: «No
exijan más de lo que les está fijado».
14 Le preguntaron
también unos soldados: «Y nosotros ¿qué debemos hacer?» El les dijo: «No hagan
extorsión a nadie, no hagan denuncias falsas, y conténtense con su soldada».
15 Como el pueblo
estaba a la espera, andaban todos pensando en sus corazones acerca de Juan,
si no sería él el Cristo;
16 respondió Juan a
todos, diciendo: «Yo los bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte
que yo, y no soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. El los
bautizará en Espíritu Santo y fuego.
17 En su mano tiene el
bieldo para limpiar su era y recoger el trigo en su granero; pero la paja la
quemará con fuego que no se apaga».
18 Y,
con otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Nueva.
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Lo
primero que llama la atención es que Mateo pone en boca del Bautista lo mismo
que dirá Jesús al comenzar su ministerio: “el
Reino de los cielos ha llegado” (ver 4,17), y que más tarde anunciará también
la Iglesia (10,7), pero enseguida afirma que “este es” relacionando la llegada del reino con una persona (el
dicho de Jesús, en cambio, finaliza allí mismo con lo que deberemos esperar al
desarrollo de todo el Evangelio para saber qué es este reino que él predica;
especialmente las parábolas, cf. 13,11). Como Juan es parte de la historia, “predica” y “proclama” (v.1) como lo hará Jesús (4,17.23; 9,35) y lo harán
también los apóstoles (10,7.27; 24,14; 26,13). Sin embargo hay que destacar que
el bautismo de Juan, en Mateo, no es “para
perdón de los pecados” como sí lo es en Marcos. El perdón para Mateo ocurrirá
en la eucaristía (cf. 26,28).
A
continuación destaca que de él habla el profeta Isaías, citando el texto de Is
40,3 (es interesante notar que Lucas extiende la cita a Is 40,3-5; y Marcos
añade Mal 3,1 que Mateo citará –siempre en referencia a Juan- en 11,10, como también
Lucas 7,27 mostrando que ambos siguen en esto al texto Q). La cita es idéntica
a la versión griega de Isaías con la única diferencia que dice “sus senderos” en lugar de “senderos a nuestro Dios”. La diferencia
sin embargo es notable por el contexto, como ya lo señalaba Marcos: en Isaías,
el desierto es el tema sobre el que la voz habla. Como una suerte de nuevo
éxodo (típico del discípulo de Isaías) ya no será el mar el que se abre sino el
desierto el que será camino del pueblo de Dios que se dirige a la tierra
prometida, y por eso destaca los milagros que acompañarán esto: los montes
serán abajados, los valles rellenados (texto que –como se dijo- continúa
Lucas). En los Evangelios, en cambio, el desierto es el lugar en el que la voz habla;
cosa que queda confirmada no sólo por el contexto, sino por lo que afirma a
continuación destacando que comía la comida del desierto y allí acudían de toda
la región. El tema, entonces ya no es “el
desierto” sino “el camino”
referido ahora a la vida humana que debe cambiar (“convertirse”). Algo semejante ocurre en Qumrán:
“Y cuando estos existan como comunidad en Israel según estas disposiciones se separarán de en medio de la residencia de los hombres de iniquidad para marchar al desierto para abrir allí el camino de aquel. Como está escrito: ‘en el desierto, preparen el camino de…, enderecen en la estepa una calzada para nuestro Dios’. Este es el estudio de la ley…” (1QS 8,12-14)
Marcos
añadiendo el texto de Malaquías nos había señalado que Juan era ese “Elías” que muchos judíos esperaban
previo al “Día de Yahvé”. Mateo –como
dijimos- lo referirá más adelante, e incluso lo destacará expresamente en
17,13: después que Jesús dice que “Elías ya
vino” pero ni lo escucharon e hicieron con él lo que quisieron, Mateo
acota: “entonces los discípulos
comprendieron que se refería a Juan, el Bautista”. Este paralelo entre
Elías y Juan queda reforzado con la vestidura (ya en Marcos): “vestido de pelos de camello y un cinturón de
cuero”: cuando un extraño les sale al encuentro a los enviados del rey
Ocozías con un mensaje para el rey, éste pregunta: “« ¿qué aspecto tenía el hombre que les salió al paso y les dijo estas
palabras?» Le respondieron: «era un hombre con manto de pelo y una faja de piel
ceñida a la cintura». Él dijo: «es Elías el tesbita»” (2 Re 1,7-8). Como
puede verse, a Mateo le interesa más Juan en cuanto profeta y predicador que en
cuanto bautizador.
Es
oportuno destacar que como ocurre en el castellano, también en griego
“desierto” (érêmos) puede significar
un lugar árido (p.e. desierto del Sahara) pero también un lugar deshabitado.
Ciertamente si se trata del lugar donde Juan habita puede tratarse de ambas acepciones
del término, pero al referirse –más adelante- a un bautismo en el Jordán, ha de
entenderse en el segundo modo. El término es especialmente bíblico más que
geográfico.
No
es este el lugar para analizar el tema histórico, hablando de la persona de
Juan, de los movimientos bautistas, de los diferentes bautismos, e incluso de
la originalidad del bautismo de Juan con respecto a otros rituales. El texto
señala algo que sabemos por un historiador, como Flavio Josefo, que la persona
de Juan fue muy aceptada por los judíos y congregaba mucha gente, e incluso
tenía discípulos (cf. 9,14; 14,12). La confesión de los pecados de los que
acudían al bautismo remarca que el bautismo no se trata de algo meramente ritual
sino de la firme decisión de “enderezar
el camino”, de un cambio de vida. Este cambio de vida se justifica por la “ira inminente”. Juan identifica el reino-persona
que llega con un tiempo de ira, como el “día
de Yahvé” anunciado por muchos profetas: “¿quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién se tendrá en pie
cuando aparezca? Porque es como fuego de fundidor y lejía de lavandero”
(Mal 3,2; ver Nah 1,6; Jl 2,11; Am 5,18-20). Esto está dicho por Juan –como es
propio de Mateo- a “fariseos y saduceos”
(con lo que distinguirá la actitud del pueblo con la de sus autoridades), a los
que llamará “raza de víboras” (fuera
de este texto tomado de Q, el término se encuentra otras dos veces, ambas en
Mateo dirigidas a los “fariseos”, lo
que es propio de tiempos del evangelista y la situación que vive su comunidad
con otros judíos en el debate sobre cuál de los dos grupos –fariseos rabínicos
o cristianos- es el “verdadero Israel”).
La
conversión no es algo de “palabra”
sino que debe manifestarse en “frutos”.
Ser “hijos de Abraham” no es lo que cuenta,
sino los frutos, esto es, la vida toda (“dar”
fruto se encuentra en imperativo aoristo, una suerte de “¡ya mismo!”; acerca de
las piedras y los hijos de Abraham, cf. Is 51,1-2). El árbol que no dé “buen fruto” tiene como destino el fuego.
La imagen frecuente en la Biblia de comparar a Israel (los hijos de Abraham)
con un árbol frutal del que se espera que dé frutos es la que subyace a esta
unidad (cf. Is 5,1-7; Os 10,1; Jer 2,21; 6,9; 12,10; Ez 15,1-8; 17,6; Sal
80,9-19; Os 2,12; 9,10; Jl 1,7.12) y otros textos del NT (cf. Mc 11,12-14;
12,1-12; Lc 13,6-9). La unidad en vv.10 y 12 finaliza con la amenaza del fuego
del juicio.
Pero
esta referencia al día de ira está ligada –como se dijo- a una persona que está
llegando. Juan entonces, contrasta su bautismo con el bautismo que traerá “aquel que viene detrás de mí”. El
contraste entre ambos es importante en Mateo: es “más fuerte”, Juan “no es
digno de llevarle la sandalia” (en los restantes Evangelios, Juan incluido
se manifiesta indigno de “desatar la correa de las sandalias”, algo propio del
esclavo; es decir, menos aún que eso), el bautismo de agua para conversión
contrasta con el nuevo bautismo en “espíritu
santo y fuego” (ver 28,19), y lo que hará finalmente: limpiar la era para
recoger el trigo y quemar la paja en ese fuego (ver Is 1,25; Za 13,9). Toda
esta unidad está tomada de Q (Marcos decía que el que viene bautizará en
espíritu santo, solamente). La superioridad entre uno y otro (Juan y el que ha
de venir) queda destacada desde el comienzo (y cada evangelista la resaltará a
su manera en otros momentos). Juan identifica al que viene con el reino que
llega, y ese reino será de ira y fuego, de hacha a los que no den buen fruto,
en una actitud ciertamente judicial (cf. 7,19; 13,40.42.50; 18,9; 25,41). Sin
duda más adelante, viendo a Jesús que come con pecadores, se junta con ellos y
es su “amigo” (11,19), eso provocará que Juan se desconcierte y pregunte si es
Jesús “el que ha de venir” o hay que esperar a otro (11,3).
Lo
cierto es que –especialmente teniendo en cuenta el texto en el tiempo litúrgico
de Adviento- Juan anuncia la llegada de alguien que viene, y esa llegada, esa
persona, está ligada estrechamente al reinado de Dios. Y Juan invita a todos
los que desde diferentes regiones se aproximan a él a una conversión en
palabras y hechos para dejar a Dios obrar en sus vidas y recibir a aquel que se
aproxima.
Foto
tomada de http://es.wikipedia.org/wiki/Palestina_(región)
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