Beatificación de Romero
Eduardo
de la Serna
A raíz de la beatificación y
luego canonización de Juan Pablo II escribí, en su momento una breve nota (http://blogeduopp.blogspot.com.ar/2014/04/canonizacion-de-juan-pablo-ii.html);
allí señalaba, en síntesis, que es justo afirmar que hay santos que no son de
mi devoción.
Y – a su vez – que hay otras
beatificaciones o canonizaciones que me alegrarían más. La de Juan XXIII es un
ejemplo de ello.
Ciertamente esto no es todo.
Por aquello de lo que Max Weber llamaba “rutinización del carisma”, es habitual
que muchas veces al presentarse un santo o santa como modelo, se lo presente ya
“domesticado”. Algo de eso pudimos ver en la beatificación del cura Brochero (y
sobre eso escribí en http://blogeduopp.blogspot.com.ar/2013/09/cura-brochero.html)
y algo no muy diferente parece verse a raíz del reciente libro sobre Pancho
Soares, ahora propuesto como “cura modelo” para la diócesis de San Isidro (http://blogeduopp.blogspot.com.ar/2014/11/libro-sobre-pancho-soares.html).
“Domesticar” a un santo o santa es – lamentablemente – un intento frecuente,
pero…
Pero más allá de lo dicho,
de lo mostrado, de lo que se propone, la presencia del Espíritu en la vida y
testimonio de alguien sobrepasa constantemente las “paredes” (o “muros”) con
que se lo encierra. Brochero es más, ¡mucho más!, que lo que se dice de él;
Pancho Soares también.
Ahora, se afirma, en el 2015
será beatificado monseñor Romero (un santo de mi devoción). No es nada improbable
que, al menos desde muchos sectores eclesiales, se intente domesticarlo, callar
palabras y compromisos, militancias y martirio. Pero la santidad de “monseñor”,
su compromiso, su vida, su teología, su “ser pueblo” y su martirio difícilmente
podrán ser domesticados por más palabras con las que se lo rodee, o por más que
se diga “esto sí” – “esto no”. Como dijo Ignacio Ellacuría (otro mártir) y
repite Jon Sobrino, “con Romero, Dios pasó por El Salvador”. Y no está mal que
la Iglesia reconozca los pasos de Dios por la historia.
Celebramos la beatificación,
no tanto por el pueblo que ya lo ha “canonizado”, como por lo que significa –
aun sin saberlo, o sin quererlo – para la Iglesia. Recuerdo cuando el cardenal
Amato vino a Argentina para beatificar al indígena Ceferino Namuncurá, a quien
el pueblo ya había canonizado, un cartel muy significativo: “¡Gracias, señor
cardenal por beatificar a nuestro santito!” Quizás América Latina entera deba desplegar
un cartel semejante en la próxima beatificación. Quizás – y con razón teme Jon
Sobrino – haya quienes presenten un Romero light, o lavado… pero el Romero que
vive en el pueblo, el Romero de la memoria, el Romero de la sangre, sin duda
allí estará gritando “en nombre de Dios y de este sufrido pueblo cuyos lamentos
suben hasta el cielo”. Y a ese Romero seguiremos recordando y celebrando.
Dibujo tomado de servicioskoinonia.org
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