Tres notas sobre el absurdo
Eduardo de la Serna
I. Muertos malos, muertos buenos, o “no ver”
Es
interesante las distintas reacciones que se suscitan ante la muerte. Para
empezar, y siendo sinceros, hay muertes que se lloran, pero hay muertes que se
celebran; hay muertes que nos conmueven y hay muertes ante las que somos
absolutamente indiferentes. Y no es cuestión de raiting, precisamente. Ya se ha
comentado los más de 4.000.000 de muertos en el África del Congo y países
limítrofes a causa del coltán, el oro, los diamantes, y la indiferencia
absoluta de la sociedad ante eso. Sintetizando y caricaturizando un poco
podemos decir que “no importan, ¡total son negros!” Valen mucho más 40 muertos
blancos en un atentado que esos 4.000.000.
Hoy
miramos absortos como un grupo – y en este momento no interesa, para el
análisis, quienes serían los responsables – derriba un avión de pasajeros. El
tema es que la muerte del enemigo no sólo no duele, aunque se trate de civiles
y personas que nada tienen que ver con el conflicto, sino que hasta si no se
celebra, al menos se la comprende, justifica y hasta disimula. Y, mucho más grave aún, lo que está
sucediendo en la Franja de Gaza es absolutamente repudiable. No solamente el
genocidio, la matanza de civiles y de niños, sino la indiferencia absoluta de
Occidente, y particularmente la impunidad genocida del Estado de Israel (no “los
judíos”, aclaro) sabiendo que en el peor de los casos cuenta con el “veto” de
los EEUU en el Consejo de Seguridad de la, cada vez menos justa, Organización de
las Naciones Unidas. La muerte de negros, de palestinos, de pobres
lamentablemente “vale” mucho menos, hasta casi nada, ante los que manejan el
mundo y toman las decisiones.
II. “Ella se lo buscó”, o “no gritar”
Hace
muchos meses, en un estacionamiento de un restaurante importante del centro de
Bogotá, una joven fue violada. La repercusión fue mínima porque ante la
sociedad ella se lo había buscado: vestía provocativamente, casi como una
prostituta. Ahora en pleno centro de Buenos Aires, en una fiesta, que
seguramente no ha de haber sido una a la cual me hubiera gustado que fuera una
eventual hija mía, Camila fue violada por cuatro jóvenes. Por lo que dicen las
noticias, la fiesta era una suerte de “vale todo” y el sexo es algo muy
frecuente en varios espacios del lugar. No interesa saber por qué fue Camila al
lugar, y no es un tema importante; lo que cuenta es que alguien – cuatro “alguienes”
– se sintió con derecho y libertad a hacer algo que Camila no deseaba. Y nadie
de todos los asistentes a la fiesta se enteró o reaccionó. Si Camila buscaba
sexo (y no lo doy por supuesto, lo digo como posibilidad eventual que sirviera
de excusa a los perpetradores) nadie tiene ningún derecho a arrancárselo; como
nadie tenía ningún derecho a atacar en Bogotá a la supuesta “prostituta”. Si
fuera prostituta, en todo caso, se combina con ella un pago; si Camila buscaba
sexo se le propone, pero de ninguna manera, ¡de ninguna!, alguien tiene derecho
a tomarlo para sí con violencia. Pero el machismo imperante – como siempre –
victimizará a Camila y a las tantas y miles abusadas una vez más trasladándole
a ella la culpa. Camila no tuvo culpa por haber ido a ese lugar, toda la culpa
la tiene el violador, y muy mal haría nuestra sociedad experta en distracciones
y en “lavados de manos” en mirar para otro lado o trasladar culpas. Así, Camila
volvería a ser violada una y otra vez.
III. “Mentime, que me gusta”, o “no escuchar”
Con un
poco – creo – de ingenuidad, se escucha plantearse un problema ético o no ante
los periodistas que mienten a sabiendas. A los mercenarios del micrófono o de
la pluma. ¿Quién pondría criterios para, por ejemplo, un tribunal? El riesgo
evidente de atentar contra la libertad de expresión no puede ser soslayado. A
lo mejor podría pensarse en una suerte de tribunal ético de las facultades de
periodismo de todo el país, pero es un tema que nos excede. Ante esto, es
razonable escuchar que la principal sanción debería ser que la gente deje de “comprar”
o de “ver / oír” determinado programa, o periodista. Lo que acaba de ocurrir
con el mentiroso consuetudinario que cree que hace “periodismo para todos” a
raíz del contrato de Víctor Hugo Morales con Telesur resulta sintomático. La
Nación, en un ya clásico ejercicio de complicidad dijo que “Morales desmintió…
pero se negó a revelar el monto del contrato” escondiendo que durante todo el
programa Victor Hugo Morales invitó a los del “Grupo Clarín” a ver al aire el
contrato y constatar la falsedad de lo dicho por Lanata. Quien después convocó a
escrachar a Morales, como ya lo había hecho con los hijos de los jueces, o con
la jueza que debía juzgar a Campagnoli, el impoluto… Se ve que eso de “escrachar”
es cada vez más un modus operandi del ex periodista, y se ve – y es lo que me
interesa en este espacio – que muchos lo escuchan sin importarles si lo que
dirá es verdad o no. Lo que los oyentes y televidentes quieren es escucharlo
hablar mal de alguien cercano al gobierno, y no importa si es o no verdad; no
importa si no hay pruebas, ni siquiera si mañana se puede demostrar todo lo
contrario. Lo que importa es “darle palos” a todo lo que huela a “K”.
Ciertamente eso deja de ser periodismo para asemejarse a un reality show bien
guionado. Para que así como hay quienes lloran con una confesión en Gran Hermano,
o se enojan con peleas en Tinellilandia, aunque se sepa claramente que es parte
de un show preparado y ensayado, del mismo modo uno tenga un motivo más para
enojarse con la “Argentina, que es una mierda” (sic, y recontra sic, Lanata dixit... ¡y cuánto contribuye para eso!), y – de paso
– para que nadie sienta un poquito de conmiseración con Victor Hugo que debería
pagar una multa millonaria a Magnetto, el excelso; si total acaba de ganar U$A
1.200.000 de Telesur. Y todo, para no preguntarle al “mercenario para todos”
cuanto le costó y cuanto recibe mensualmente para limpiarle la cola a su jefe.
Foto tomada
de www.itstudio.cl
No hay comentarios:
Publicar un comentario