Los clamores del silencio
Eduardo
de la Serna
Ya pasó tiempo de la
sentencia que condenó a Luciano Benjamín Menéndez y a Estrella por el asesinato
del obispo Enrique Angelelli. Pasó tiempo… suficiente como para esperar alguna
palabra episcopal. Para esperar en vano.
Esperaba ingenuamente que
alguno dijera “hemos callado”, o “pedimos perdón”. O reconocer que los “hermanos
mayores” fueron cobardes, para no tener que decir cómplices. O,
disimuladamente, deseaba escuchar una palabra clara, como proponer a Angelelli
como modelo de cura y creyente (¡y de Obispo!!!) O deseaba escuchar hablar de
martirio. O…
¡Pero no! Nada de eso.
¡Nada! A lo sumo alguna carta pastoral lavada, mediocre y cobarde. Nada de
hablar de asesinato, de culpables, y menos aún de martirio. Cartas con citas de
otros para no hacerse cargo de las propias palabras, cartas donde “Angelelli
cayó”, o donde Angelelli “entregó su vida”, sin nadie que se la arrancara.
Si los obispos esperan un
2016 – bicentenario de la independencia – sin pobres ni excluidos, a lo mejor
la figura de Angelelli debería servirles para saber que pelear por la justicia
y la liberación trae conflictos. Porque no hay pobres y excluidos sin empobrecedores
y excluidores, y – lamentablemente –muchos de estos son sus amigos o sus
asesores. Muchos son cómplices civiles de los que asesinaron a su hermano
obispo. A ellos habrá que llamarlos a la conversión, denunciarlos con nombre y
apellido, porque los pobres son asesinados por hambre, por falta de salud, por
exclusión. Porque el hambre es un crimen, y eso implica criminales. Pero parece
que el silencio episcopal, que calló ante el crimen de su hermano, sigue
callando ante el crimen de muchos hermanos. A lo mejor no es malo recordar las
palabras de Jesús: “donde está el cuerpo, allí están los buitres” (Lc 17,37).
En el libro del Génesis hay
una frase muy dura. Después de desentenderse de Abel, su hermano – a quién
había asesinado – Caín escucha a Dios decirle que “se oye la sangre de tu hermano clamar desde el suelo” (4,10). El “clamor”
es el grito del dolor, ese que conmueve a Dios ante su pueblo oprimido en
Egipto (Ex 2,23), el clamor de los pobres (Job 34,28) y es exactamente lo
contrario de lo que Dios espera de su pueblo (Is 5,7). El clamor de Angelelli,
el clamor de los pobres sigue conmoviendo al Dios Padre de Jesús y padre de los
oprimidos; y este clamor nos invita a gritar: «Por amor de Sión no he de callar, por amor de Jerusalén
no he de estar quedo, hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación
brille como antorcha». (Is 62,1)
Cuadro
de Diego Rivera tomado de www.nosdigital.com.ar
Los Mismos Cobardes de Siempre Se Tapan El Culo Sucio Con La Sotana...
ResponderEliminarHace Poco Me Animé A Hablar Con Un Obispo Sobre El Abuso Que Sufrí De Niña Por Un Sacerdote De Su Diócesis Y Me Respondió Que Me Aconsejaba Perdón Y Olvido. Que Ya Habían Pasado Muchos Años....
Flo.