La revelación de Jesús desata un conflicto por los destinatarios escogidos
DOMINGO DECIMOCUARTO - "A"
6 de julio
Eduardo de la Serna
Lectura de la profecía de Zacarías 9, 9-10
Resumen: en medio de los oráculos del profeta irrumpe un canto a un rey humano que sorprenderá por su humildad y su firmeza. Es con ella que llegará la paz a las naciones en un rey desarmado y que alcanzará a toda la tierra, con límites geográficos jamás vistos.
El texto de Zacarías irrumpe en medio de una serie
de oráculos conflictivos que hacen referencia a los pueblos vecinos. En este
contexto se alude a la “hija de Sión” haciendo referencia a un “rey” que viene.
Pero este rey es humano, no se refiere a Dios, como sí ocurre en muchos textos
posteriores al exilio; algo novedoso en un tiempo en el que ya no hay reyes en
Israel. Este rey es calificado de “justo, victorioso y humilde”. Para algunos
autores, se asemeja al personaje de Is 53 en cuanto a que Dios lo hace justo,
lo salva y es humilde (vv.4.6.7.10). Los
primeros jefes de Israel montaban en burros, como este: Gen 49,10-11; Jue 5,10;
10,4; 12,14; 2 Sam 19,27; cf. 1 Re 1,33.38). La humildad ciertamente contrasta
con lo habitual en la monarquía que era el lujo y el boato (1 Re 10,14-29; Jer
17,25; 22,4)
Pero esta humildad no está reñida con la firmeza que
manifestará el rey combatiendo contra la guerra y la violencia. Para ello se
enfrenta con las armas del mismo pueblo de Dios (cuernos de Efraín –norte- y
caballos de Jerusalén –sur-), como ya lo había señalado Mi 5,9-10. Él (y no
Dios) proclamará la “paz a las naciones” (Is 2,2-4 // Mi 4,1-3), y –sin
ejército- alcanzará un territorio que ni siquiera David tuvo (de mar a mar, del
río al confín de la tierra).
La humildad por un lado, y su firmeza por el otro
parecen paradojales. Cosas reservadas antiguamente a Dios se esperan aquí de un
rey humano. El mesianismo bíblico empieza a desplegarse, aunque este sea
–probablemente- el último texto antes de empezar el periodo intertestamentario.
Por otro lado, quizás haya que ver en el texto una crítica al poder de los
sacerdotes alentando la esperanza en un rey por venir.
Resumen: la vida y la muerte, el espíritu y la carne se presentan ante los lectores como dos caminos. El creyente tiene abierto ante sí el camino de la vida por estar conducido por el espíritu de Dios que es espíritu dador de vida.
Por cinco domingos
consecutivos leeremos, a partir de hoy, el importantísimo capítulo 8 de la
carta a los romanos. Allí san Pablo da un cierre a toda la primera parte de la
carta, estableciendo, fundamentalmente un contraste con el ser humano de la
debilidad, la ley y el pecado que ha presentado en el cap. 7. Ante esa
debilidad la persona se encuentra sin salida: ¿quién me librará? (v.24), no
hago el bien que quiero sino el mal que no quiero (v.19), es el pecado el que
habita en mí (v.17). Ese ser humano sin salida encuentra otro camino: “Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la
impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una carne
semejante a la del pecado, y en orden al pecado, condenó el pecado en la carne,
a fin de que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros que seguimos una
conducta, no según la carne, sino según el espíritu”. (8,3-4) Ese ser
humano que se dirigía a la muerte encuentra súbitamente abierto el camino hacia
la vida, algo expresado –como es frecuente en Pablo- en los términos “carne” y
“espíritu”. Con esta temática en el horizonte conviene leer la lectura (y las
que siguen los próximos domingos) de este capítulo.
Los términos
“carne” y “espíritu” son los que marcan el ritmo de esta unidad, pero estos no
han de entenderse –como lo hemos señalado otras veces- en sentido del dualismo
helénico, sino en un sentido “escatológico”, es decir, señalando la llegada del
fin de los tiempos – comenzada en la resurrección de Cristo a la que nos unimos
plenamente por el bautismo – en la cual el espíritu es el don por excelencia
recibido por los que creen. Los que no creen, en cambio, están precisamente
ante esa debilidad sin salida de la que hablaba en el cap. 7. Podríamos
parafrasearlo de este modo: “ustedes no están en el tiempo de la carne sino en
el tiempo del espíritu”; pertenece a Cristo (es de Cristo) quien tiene su
espíritu. El v.10 – omitido por el texto litúrgico – hace referencia a la
muerte, que es consecuencia del pecado (5,12.21; 6,23; 7,13; 8,2) y a la vida,
fruto del espíritu por la justicia que viene de la fe (1,17; 3,22.25.26.28.30;
4,3.5.9.11.13; 5,1…). Ese espíritu que Dios ha dado es dador de vida, como ya
lo ha mostrado al resucitar a Jesús de entre los muertos; por eso, nuestros
cuerpos, que caminan hacia la muerte, recibirán ese mismo espíritu que es dador
de vida (1 Cor 15,45).
Así, los
creyentes, no deben nada a la carne, sino al espíritu, y por tanto están frente
a dos opciones (dos caminos, como es frecuente en la literatura bíblica): la
vida y la muerte según vivan “según la carne” o “según el espíritu” (v.13).
Resumen: tres pequeñas unidades ponen a Jesús en conflicto con las autoridades judías de tiempos de Mateo mostrando la predilección de Jesús, y en él, del Padre, por los pequeños, los que están sobrecargados por los fariseos.
En
medio de una serie de textos en los que Jesús se encuentra con gente que no lo
comprenden del todo (unos más, otros menos, pero ninguno plenamente) Mateo
presenta estos tres dichos de Jesús que se encuentran en el Evangelio de hoy.
El texto comienza señalando “en aquel tiempo” (en ekeínô tô kairô) y la siguiente unidad (12,1) comienza con la
misma fórmula marcando así el límite del texto en 11,25-30 como lo presenta la
liturgia.
Los
tres dichos son fácilmente reconocibles: el primero Jesús se dirige a Dios
(vv.25-26), el segundo Jesús habla a su auditorio sobre su relación con Dios
como de Padre e hijo (v.27) y finalmente una invitación al auditorio a recibir
el mensaje de Jesús (vv.28-30).
vv.25-26:
en el contexto del relato, Jesús acaba de señalar que su mensaje no fue
recibido en Corazín, Betsaida, Cafarnaúm, ciudades donde hay importantes grupos
rabínicos en tiempos en que se compone el Evangelio de Mateo. En contraste con
estos “sabios y prudentes” que se
niegan a aceptar el mensaje de Jesús, los “pequeños”
(nêpios) lo han recibido: un “pequeño”
grupo de la región, los destinatarios del Evangelio. Esto es algo que refleja
la voluntad de Dios. En un marco semejante (y constituye la única vez que
vuelve a encontrarse en Mateo el término “pequeños”, nêpios, 21,15-15) los niños
(paidós) gritan “Hosana” ante la llegada de Jesús al templo, lo que provoca el
rechazo de sumos sacerdotes y escribas y Jesús
les cita la Escritura: “de la boca
de los pequeños y lactantes te
preparaste alabanza” (Sal 8,3). Nuevamente se encuentra un contraste entre
los “pequeños” (en este caso
mostrados como “niños”) y los letrados frente a Jesús.
Lo
llamativo es que Jesús señala que estas cosas Dios las ha “ocultado” (kriptô) algo que es importante en Mateo.
Lo “oculto” ha de ser “revelado”, como se ve la ciudad en la cima del monte
(5,14), como las parábolas lo manifestarán (13,35), como el tesoro escondido
(13,44) que es expresión del Reino; pero en este caso está en contraste con lo
revelado a los pequeños. La situación de la comunidad de Mateo en contraste con
la importante comunidad rabínica de su tiempo y región parece estar en el
núcleo del relato, algo que –a su vez- manifiesta la actitud de los “sabios y
prudentes” hacia Jesús en el Evangelio. Ese ocultamiento a unos y revelación a
otros es lo que le place (eudokía) a
Dios.
v.
27: Pero este ocultamiento – revelación es algo que Dios ha manifestado en el
accionar del hijo. Puesto que solamente el hijo conoce al Padre, el modo de
revelación que el hijo ha escogido refleja esto que da placer a Dios. El uso de
Padre e hijo en esta unidad tiene bastante “color joánico” ya que “hijo” en
absoluto (“el hijo”) no es habitual en los Sinópticos, y es muy frecuente en
Juan. La relación entre el hijo Jesús con su Padre (abbá) es tal que puede
afirmar que “lo conoce” (otro tema joánico), y precisamente por eso lo revela
en sus palabras, pero también en el modo de revelarlo, que implica a los
destinatarios. Jesús se ha dirigido – y el capítulo de las parábolas, que se
aproxima es una buena expresión de esto – a los que no contaban a los ojos de
los “sabios y prudentes”, y por esto lo han rechazado.
vv.28-30:
Es precisamente a esos destinatarios a los que ahora Jesús se dirige, los que
están cansados (kopiáô es cansancio
por lo que resulta trabajoso, fatiga) y están “cargados” (fortízô) ya que Jesús les ofrece “aliviar” (anapaúô). El alivio es lo que provoca, por ejemplo, el descanso
sabático (Ex 23,12; Dt 5,14) o también el descanso que debe tener la tierra
(Lev 25,2). Lo religioso no puede ser motivo de cansancio y carga. El “yugo” es
imagen de lo que los oprimía en Egipto (Lev 26,13), Babilonia (Jer 27,11), o la
opresión de los griegos (1 Mac 8,18; 13,41), la esclavitud en general (Gal 5,1);
Salomón ha oprimido a una parte importante del pueblo y a su hijo se le pide
que “alivie el yugo” (2 Cr 10,9). Pero la imagen también es usada como
expresión de “sometimiento” a la ley (Sir 51,26; Sof 3,9; Hch 15,10). Como los
maestros de la ley, Jesús también tiene un yugo pero él mismo se presenta como manso (praûs; a los que Jesús llama bienaventurados porque serán
consolados, 5,5, y alude al rey montado en burro de Zac 9,9 en 21,5) y humilde de corazón (tapeinós tê kardía; sabiendo que Dios ensalza al que se humilla,
23,12). Este yugo de Jesús dará “reposo” (anapausis,
como ya lo había señalado) ya que es “suave” (jrêstós, suave, bueno,
agradable) y la “carga” (fortíon) es
ligera (elafrós, suave, leve). El
texto aparece en claro contraste con las cargas pesadas (barys) que los
fariseos echan en las espaldas de sus discípulos (23,4, a pesar que lo más
“pesado”, importante, “de la ley es la justicia, la misericordia y la fe”,
23,23).
El
texto es ciertamente conflictivo con los fariseos de tiempos de Mateo (como se
ve claramente en el cap.23) con quienes el evangelista está en conflicto; a los
lectores les contrasta dos yugos, dos mensajes y –por lo tanto- dos actitudes
frente a él, la aceptación de los pequeños, y la incomprensión de los “sabios y
prudentes”. No es diferente a lo que dice el texto:
“Yo decía:
«Naturalmente, el vulgo es necio, pues ignora el camino de Yahveh, el derecho
de su Dios. Voy a acudir a los grandes y a hablar con ellos, porque ésos
conocen el camino de Yahveh, el derecho de su Dios». Pues bien, todos a una
habían quebrado el yugo y arrancado las coyundas”. (Jer 5,4-5)
La novedad de Jesús viene dada, precisamente, por ser el
hijo que conoce al Padre y elige el modo y los destinatarios de la revelación:
los pequeños.
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