La presentación de Pedro en los Evangelios sinópticos (*)
Eduardo de la
Serna
Es evidente que
uno de los temas que separan a la Iglesia Católica romana de las iglesias
hermanas lo constituye el “tema Pedro”. El mismo papa Juan Pablo II dijo:
“Estoy convencido de tener al respecto una responsabilidad particular, sobre todo al constatar la aspiración ecuménica de la mayor parte de las Comunidades cristianas y al escuchar la petición que se me dirige de encontrar una forma de ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva” (Ut Unum Sint 95).
Sin embargo, resulta evidente que, tanto para la Iglesia Católica
romana, como para las demás comunidades cristianas, el “ministerio petrino” ha
de pensarse indudablemente a partir de Pedro. No sólo del “Simón de la
historia”, sino también del “Pedro de la fe”, usando con cierto
humor terminología clásica. Lo que cuenta es ver qué dicen de Pedro los diferentes
textos de la Alianza cristiana (= NT). O tomando prestado el título de la clásica
obra de Gerhard Lohfink, ver “el Pedro que Jesús quería”. ¿Qué dicen de
Pedro los escritos del NT? ¿Cómo lo piensan? (si es que hay un “tema Pedro”
en ellos).
Analizar todo el NT es un trabajo intenso que daría cabida más a un
libro que a un artículo.[1] En otro lugar hemos trabajado –por ejemplo- la
figura de Pedro en los escritos paulinos.[2] Con la intención de aportar en ese
sentido, nos detendremos en estas páginas a mirar la figura de Pedro en los
Evangelios sinópticos; el Evangelio de Juan –como es sabido- tiene una
particular diferencia, también en el “tema Pedro”, que ameritaría un
comentario propio.
Por otro lado, señalemos
algunos aspectos previos para no alentar expectativas que no se verán
realizadas. Al hablar de Pedro en los Sinópticos no estamos hablando “del
Papa” por cierto; y pretenderlo sería hacer lo contrario de lo que creemos
debe guiarnos. Es válido, por cierto, “buscar” un tema o inquietudes en
las Escrituras, pero es peligroso hacerlo buscando con la esperanza de que diga
lo que queremos que diga. En el terreno ecuménico esa actitud ahondaría las
diferencias más que ir a buscar honestamente lo que tenemos en común y dejarlo “hablar”
a nuestros tiempos. Pensar que cada vez que el NT habla de Pedro está hablando
del Papa es de un anacronismo grave; podemos decir sin dudarlo que ¡nunca!
habla del Papa. Otra cosa es afirmar que el papado se remite a Pedro, pero es
distinto. Por otro lado, tampoco nos detendremos en exégesis intensas, a pesar
que algunos textos lo merecerían, lo que no implica que las ignoremos. En
muchos textos las opiniones de los estudiosos son muy variadas, y a veces hasta
contrapuestas (y no por motivos confesionales en la mayoría de los casos), y
sería más académico de lo que acá es necesario.
Con estos presupuestos miremos qué dicen de Simón / Pedro los Evangelios
sinópticos.
Pedro en Marcos
Es curioso que mientras la tradición histórica remite particularmente
el Evangelio de Marcos a la figura de Pedro,[3] hasta el punto en que algunos
prácticamente lo llaman el “Evangelio de Pedro”,[4] muchos autores
contemporáneos –y no sin fundamentos- afirman que este Evangelio es “anti-petrino”.[5]
Pero es razonable mirar los textos y dejarlos “hablar” antes de sacar
conclusiones.
Es interesante que salvo una vez (14,37; única vez –por otra parte- en
boca de Jesús) es llamado Simón hasta el momento en que se habla de la
elección de los Doce y se dice que “Instituyó a los Doce y puso a Simón el
nombre de Pedro” (3,16), y a continuación, siempre que se lo menciona, el
Evangelista lo llama Pedro. Pero debemos notar que en el mismo texto
afirma que a “Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago (les)
puso por nombre Boanerges, es decir hijos del trueno” (v.17) mientras
que más adelante no se los vuelve a llamar con ese nombre (cf. 10,35). Es
posible que para Marcos el (sobre)nombre le fuera puesto –entonces- en el
preciso momento de la elección de Doce, cosa que permite concluir el uso del
verbo en aoristo (epethêken, “puso”). Sin embargo nada justifica el
cambio de nombre en el Evangelio, no hay motivación que la explique. Algunos
autores piensan que la razón original remite a la “piedra preciosa” [6]
(cf. Is 28,16; 1 Pe 2,4.6) pero eso escapa a nuestro trabajo.
Es interesante notar que hay algunas veces en las que Simón / Pedro
interviene con alguna pregunta dirigida a Jesús pero este “les” responde
a todos, como dejando claro que aquel actúa como vocero de los Doce (cf.
1,36.37; 10,28.29; 11,21.22; 14,37.38). Hay otras ocasiones en las que la
respuesta también es plural pero el accionar o decir de Pedro parece específico
(8,29.30; 9,5.6; 14,29; 16,7). Hay algunas veces en las que se alude a un pequeño
grupo más cercano a Jesús conformado por Pedro, Santiago y Juan (5,37; 9,2;
14,33; grupo al que se añade Andrés en 13,3; cf. 1,29; no se ha de omitir la
importancia de que en todos los casos y listas –en Marcos y fuera de él- Pedro
es nombrado siempre en primer lugar; Lucas modifica el orden de Juan y Santiago
al mencionar el pequeño grupo). Y hay algunos textos en los que la relación con
Pedro es particular (8,32-33; 14,54.66-72).
Si miramos cómo está estructurado el Evangelio de Marcos podremos
vislumbrar con más detalle la figura de los discípulos en general y de Pedro en
particular.
El título de la obra destaca que quiere presentar a Jesús como “buena
noticia”, y a Jesús confesado como “Mesías” e “Hijo de Dios”
(1,1). Toda la primera parte del libro confluye en 8,29 donde Jesús pregunta
algo que ya se venía vislumbrando (“¿quién es este?”, cf. 4,41;
6,14-16), ¿quién dice la gente que soy?, ¿qué dicen ustedes? (8,27-28) a lo que
Pedro responde con la primera confesión del título: eres “el Cristo”.
Pero esto no basta, Jesús deberá, a continuación, aclarar qué tipo de Cristo
es, y para eso toda la segunda parte de la obra empieza a girar en torno a la
cruz. Es allí precisamente donde sin signos evidentes un centurión dirá que
este “era el Hijo de Dios” (15,39) completando lo anunciado en el título.
Pero en toda esta segunda parte en la que Jesús (= Marcos) quiere precisar el
tipo de mesianismo que quiere presentar, es remarcable que los discípulos que
caminan con él se caracterizan por no comprenderlo. Y el primero de ellos es
Pedro (8,32a-33) y más tarde serán también “los hijos de Zebedeo” (10,35-40),
precisamente ese pequeño grupo que lo acompaña más de cerca. Más tarde,
llegados a Jerusalén, estando en el Templo los discípulos desaparecen de la
escena en los momentos de conflicto (11,27-12,44), y ya entrando en los últimos
días de su vida serán miembros del mismo grupo de los Doce los que lo abandonarán
con traiciones o negaciones. Si hemos de buscar discípulos modelo en esta
segunda parte hemos de encontrarlos en el ciego de Jericó (10,52) y en Simón de
Cirene (15,21) y quizás también en la viuda pobre que pone unas moneditas en el
tesoro (12,41-44). Hemos de decir que especialmente en la segunda parte del
Evangelio, la mirada sobre los Doce –y por tanto también sobre Pedro- es
bastante crítica. Pero sin embargo, el joven que anuncia a las mujeres que “el
crucificado ha resucitado” les dice “vayan y digan a sus discípulos y a
Pedro que irá delante de ustedes a Galilea” (16,7). Se ha pensado que con
esto Marcos alude a la tradición que afirma que el primero a quién se apareció
el resucitado es a Pedro (cf. 1 Cor 15,5; Lc 24,34), es posible, pero es
evidente –a su vez- que Marcos quiere omitir expresamente toda referencia a las
apariciones.
Sin dudas que lo particularmente negativo de Pedro está dado por el
rechazo al anuncio de la cruz (8,32a-33) y sus negaciones (14,66-72, cf. v.54),
precisamente los textos que –como hemos señalado más arriba- son dedicados
específicamente a Pedro en el Evangelio. Sin embargo, como hemos dicho, aunque
Pedro sea el destinatario de esas unidades, vimos que todos abandonan a Jesús,
no solamente Pedro (14,50). Es cierto que Pedro lo niega y –como es propio en
Marcos, amante del número tres- lo hace tres veces, y cada vez más gravemente:
empieza con “lo negó” pero finaliza con “insultos y juramentos”.
Pero esta escena no puede despegarse del “llanto” de Pedro, con lo que
concluye. El llanto en general es la expresión del dolor ante la muerte (Mc
5,38.39) pero también es signo de arrepentimiento (cf. Lc 7,38). El otro texto,
el rechazo al anuncio de la cruz con el que Jesús especifica qué tipo de Mesías
es, como vimos también está en conexión con la incomprensión de Santiago y Juan
(10,35-41) y de todos los discípulos en general (9,33-34). Es cierto que Pedro
es el primero y que antes de la corrección habitual al malentendido (8,34;
9,35; 10,43) hay una fuerte confrontación llamándolo “Satanás” (8,33).
Pedro se pone delante de Jesús impidiéndole “ver” y Jesús le pide que salga de
delante de él (“ponte detrás de mí”) y que de esa manera vuelva a ser
discípulo cosa que ha rechazado al ponerse delante en lugar de “seguir” al
maestro.
La centralidad de la respuesta de Pedro a la pregunta de Jesús, ¿quién
dicen ustedes que soy? (8,27-30), ha merecido muy diferentes comentarios. Desde
aquellos que afirman que la confesión de Pedro es negativa (anti-petrina) hasta
quienes afirman que es positiva (pro-petrina). [7] Es difícil sostener la
primera si tenemos en cuenta que –como se dijo- el Evangelio se ha escrito para
que se reconozca a Jesús como “Cristo” e “Hijo de Dios” (1,1) y
que ante la pregunta del Sumo Sacerdote si es “el Cristo, el Hijo del
Bendito”, Jesús afirma “sí, lo soy” (14,61-62). Pero también es
imposible ignorar las críticas a la persona de Pedro que hemos señalado.
No hay acuerdo entre los estudiosos si el Evangelio fue escrito en
Roma o en Siria, pero no se duda del clima de persecución o conflicto, sea a
causa de la llamada “persecución de Nerón” o el contexto de la “Guerra
Judía”, lo cierto es que la comunidad se encuentra en situación de crisis.
Todos los abandonan, y hasta Dios parece que se desentiende de su suerte de
martirio. Marcos, entonces, quiere presentar a su comunidad un Jesús que se identifica
plenamente con ellos en el sufrimiento. Un Jesús que cada vez es más
incomprendido y abandonado. El autor, entonces quiere mostrar esa Buena Noticia
de Jesús, un Jesús que sólo en la cruz es comprendido plenamente. Mientras
tanto, entre incomprensiones, Jesús quiere mostrar a los suyos su camino. Las
comunidades de otras regiones se remiten a otros discípulos como sus “padres”,
pero no pueden comprender lo que la comunidad de Marcos está padeciendo, o se
desentienden. Quizás a esto se refiera al señalar que los otros discípulos no
pueden entender los anuncios de la cruz que caracterizan la primera parte del
segundo bloque de Marcos. Es probable que Marcos esté señalando que del mismo
modo que los discípulos no comprendieron el anuncio de la cruz que les hacía
Jesús, así sus comunidades ahora no entienden la cruz que la comunidad de
Marcos está padeciendo. Al Hijo de Dios sólo se lo reconoce en la cruz, y
mientras tanto, todo es incomprensión. Pero ante la cruz la confesión de fe es
plena y entonces, los discípulos, especialmente Pedro, reciben –o mejor, deben
recibir- el anuncio –que por temor las mujeres no les comunicarán- de que el
resucitado se encontrará con ellos en Galilea. Este final positivo con la explícita
referencia a Pedro hace difícil comprender el Evangelio como “anti-petrino”
como se ha propuesto. Esto no quita que Pedro –como los demás, de los que es
vocero- no comprenda plenamente, y requiera a lo largo de toda la segunda parte
del Evangelio, que Jesús le explique que si bien es cierto que es “el Mesías”,
se trata de un Mesías que solamente es comprendido bien en la cruz, y que es
ese crucificado el que ha resucitado. Con justicia –creemos- se acaba de
proponer que Marcos presenta a Pedro en tres subsecuentes re-llamados [recall]
(1,16-18; 8,27-30; 16,7) que van reformulando el mesianismo a la luz de la pasión
y terminan proponiendo a Pedro, ya martirizado, como modelo para los amenazados
de muerte en la comunidad romana.[8]
El Evangelio de Lucas
En el evangelio de Lucas la figura de Pedro no aparece tan
desarrollada como en los otros sinópticos, quizás porque le reserva a su figura
toda la primera parte de los Hechos de los Apóstoles. En estas páginas nos
detendremos solamente a la primera obra de Lucas, su Evangelio. Como en el Evangelio
de Marcos nos encontramos con textos en los que Simón / Pedro actúa como vocero
de los Doce (8,45; 12,41; 18,28), como parte del pequeño grupo más cercano a
Jesús (8,51; 9,28), y en textos que le son propios. Entre estos podemos
destacar la llamada “pesca milagrosa” (5,1-11), el anuncio de que Satán solicitó
“sacudirlos” (plural) como el trigo (22,31) y el reconocimiento de los Once y
otros que el resucitado se apareció “a Simón” (24,34). Es interesante que en
estos tres casos que son propios de Lucas, Pedro sea llamado “Simón”. Incluso,
si bien es cierto que la que suele llamarse “confesión de fe de Pedro”
no ocupa en Lucas la centralidad que vimos tiene en Marcos, no se ha de
descuidar que eso ocurre después que Jesús estaba a solas en oración (9,18),
algo que es característico en Lucas de los momentos importantes de su evangelio
(cf. 3,21; 6,12; 9,28; 11,1; 22,41).
Lucas altera lo que ha recibido en el principio de Marcos dándole un
sentido más razonable. La curación de la suegra de Simón, y la predicación
acompañada de un milagro preceden al llamado y la respuesta de seguimiento de
Pedro. Jesús no predica en “una barca” cualquiera (Mc 4,1) sino en la barca de
Simón (5,3). Aunque hay otros personajes en la escena (5,6.7) es a Simón al que
le dice que “navega mar adentro” (Pedro responde en plural: “no hemos…”),
es Pedro el que reacciona (“soy un pecador”) y es a Pedro al que Jesús
dice que “serás pescador de hombres” (5,1-11). La semejanza con el texto
de Juan (Jn 21,4-11) invita a pensar que el relato es originalmente
post-pascual, pero no nos detendremos en esto (la casi totalidad de los textos
que aluden a Pedro en los Evangelios tienen fuerte apariencia de ser
post-pascuales). Es cierto que la personificación centrada en Pedro en este
relato alude a los restantes compañeros incluyéndolos: son todos los testigos
los que “dejándolo todo lo siguieron” (v.11).
La escena en la que Satanás pide poder sacudir a los discípulos y la
intercesión de Jesús “por ti” nuevamente centraliza en Simón lo que parece
originalmente dicho para todos (22,31-32). Pero esta unidad no puede
desentenderse del relato lucano de las Tentaciones y el rol de Satanás en este
evangelio. El diablo tienta allí a Jesús, y superada “toda tentación, el
diablo se alejó de él hasta el tiempo oportuno” (4,13). En cierta manera el
ministerio de Jesús es una confrontación entre dos reinos, el de Dios y el del
diablo (cf. 4,5-6), de allí que la predicación de los setenta y dos enviados
provoque que Satanás caiga del cielo como un rayo (10,18) y que una curación
sea vista como desatar lo que Satanás tenía atado desde hace tiempo (13,16),
sin embargo –y prestando especial atención al tema del tiempo, que es tan
propio de Lucas- este “tiempo oportuno” para que Satanás reincida es
ciertamente la pasión. Precisamente en la cena “Satanás entró en Judas”
(22,3) y allí Satanás pide (¿a Dios?) poder sacudir a los apóstoles (22,31).
Sin dudas de este modo interpreta Lucas la traición de Judas, el abandono de
todos, y las negaciones de Pedro de quien expresamente se afirma que “volverá ” (v.32). Satanás tampoco
aquí pudo vencer, y Pedro confirmó a sus hermanos como se manifiesta claramente
en Hechos de los Apóstoles. El verbo “volver” (epistréfô) puede
referirse a simplemente volver de un lugar a otro (2,39), a alguien que “vuelve”
(8,55; 17,31) pero también a la conversión (1,16.17; 17,4) que es lo que
parece ser el sentido en esta ocasión. “Confirmar”, por su parte, se
encuentra solamente en Lucas en los Evangelios, Jesús “confirma” su
decisión de “subir a Jerusalén” cuando se “cumplían los días de su asunción”
(9,51; texto que –como es sabido- constituye un eje del Evangelio en el que
Lucas comienza la segunda gran parte de su Evangelio, el Viaje de Jesús).
En 16,26, la parábola del rico y el pobre Lázaro, el abismo entre el lugar del
consuelo y el del tormento está “establecido” de modo que no se pueda
pasar de un lugar a otro. Pablo “ansía” colmar a los romanos con el
Evangelio (1,11; 16,25), Timoteo es enviado a Tesalónica para “confirmarlosang1034 ” en la fe y Pablo espera que se “confirmen” en santidad
los corazones (1 Tes 3,2.13). La confirmación de Pedro a sus compañeros luego
de su conversión alude sin duda a que luego de la Pasión, en la que todos
fueron sacudidos, su fe no ha desfallecido gracias a la oración de Jesús, y
Pedro tiene la responsabilidad de “confirmar” a sus compañeros, cosa que
Hch 1-15 destacará, como hemos dicho; como animación de las comunidades, cosa
que otros –como Judas y Silas- también harán (15,32). Esa oración de Jesús, tan
propia de Lucas (el verbo déomai se encuentra sólo una vez en Mateo, en
un texto Q y luego sólo en Lucas en los evangelios: 8 veces, y 7 en Hechos)
aunque salvo este texto, el sujeto que “pide” son otros, para la oración
de Jesús Lucas suele usar proseújomai. Sin duda que esa vuelta de
Pedro alude a algo post-pascual, y la confirmación hace referencia a la
exhortación, a la dinámica misionera de la comunidad.
En 24,34 Lucas hace explícita referencia a algo que ignoramos si nos
guiamos por los restantes evangelios, y es una aparición del resucitado a Simón.
Sabemos de ella también por 1 Cor 15,5 donde Pablo cita algo que ha recibido.
Es sabido que Lucas ha elaborado los relatos post-pascuales para centralizar
todo en torno a Jerusalén; de allí que los discípulos no han de ir a Galilea
para encontrarse con el resucitado (Mc 16,7) sino que deben “recordar lo que
dijo cuando estaba en Galilea” (24,6). Como Lucas concentra todo
(resurrección, apariciones del resucitado y ascensión) en el mismo día domingo,
los acontecimientos se agolpan y aprietan. Así entre que Pedro va al sepulcro y
no ve nada salvo las vendas (24,12), y el encuentro del caminante con los
peregrinos de Emaús (24,13-33), ha de haber ocurrido la aparición a Pedro
mencionada en 24,34. Curiosamente, además, Jesús todavía no se ha aparecido a
los Once, pero ellos ya hacen referencia al encuentro con Simón; es a
continuación de esto que se les aparece a los Once y a los (y las) que estaban
con ellos. La condensación (y quizás la fuente de la que Lucas abreva, quizás
la misma de Pablo ya que hay términos semejantes [resucitado… y… se ha
dejado ver por Simón / Kefas]) hace que no haya referencia alguna al tipo
de “aparición” (puede traducirse por “se dejó ver”, ôfthê). Es
posible que el dato simplemente se direccione a preparar el rol central de
Pedro en Hechos como ya hemos señalado. En otra ocasión hemos dicho que el
final de Lucas conforma un gozne con el comienzo de Hechos siendo este a su vez
el programa de toda la obra.[9]
El Evangelio de Mateo
En Mateo el uso del nombre Simón es más limitado, quizás porque en la
comunidad conocían otros, lo cierto es que cada vez que se lo llama por este
nombre se aclara inmediatamente “Pedro” (4,18; 10,2; 16,16 salvo cuando lo ha
señalado antes 16,17; 17,25), su preferencia es claramente Pedro. Así como en
Marcos, hay referencias a Pedro en el contexto de los otros compañeros, como su
vocero (15,15; 18,21); del mismo modo Mateo reduce las escenas en las que
Marcos hace referencia al pequeño grupo de tres más cercanos a Jesús a solo la
Transfiguración (17,1). Lo interesante es que no solamente omite preguntas de
Pedro de Marcos sino que añade estas que hemos señalado, como señalando algo de
la enseñanza halákica que Pedro necesita recibir de Jesús. Es Jesús el
que guía a Pedro para decir una palabra a la comunidad sobre temas concretos de
la vida: el perdón y los alimentos. Sin embargo, hay tres escenas propias de
Mateo que merecen un comentario: Pedro camina sobre las aguas como Jesús, la
mención de Pedro como “piedra” y el pago del tributo al Templo sacado de
boca de un pez. Pero antes de mirar estos tres textos notemos un dato
importante: estos, y otros con referencia a Pedro (los dos textos mencionados
como propios que hemos señalado más arriba y también la transfiguración) se
encuentran en la misma unidad del Evangelio. Veamos:
Con frecuencia se destaca que Mateo tiene el cuerpo de su evangelio
estructurado en torno a 5 discursos que concluyen cada uno con la misma fórmula:
“y sucedió que cuando acabó Jesús...”, cf. 7,28; 11,1; 13,53; 19,1;
26,1). Esto permite ver el Evangelio como estructurado en 5 tomos con una parte
narrativa y otra discursiva cada una que se relacionan entre sí:
·
(I) el comienzo de la predicación de Jesús [3,1-7,29]
· (II)
la fuerza del reino [8,1-10,42]
·
(III) el misterio oculto y revelado [11,1-13,52]
·
(IV) la organización del reino [13,53-18,35]
·
(V) la consumación del reino [19,1-25,46]
Hay temas que
se interconectan narrativa y discursivamente. En este caso, el término “iglesia”
que sólo se encuentra aquí en todos los Evangelios, está en la parte narrativa
(16,18) y la discursiva (18,17) de este tomo IV (13,53-18,35). Es,
evidentemente, un bloque eclesial, y es en este que la figura de Pedro ocupa un
rol de importancia, aquí se encuentran los textos mencionados. Sin duda al
preguntarnos por la figura de Pedro en este Evangelio, esto no puede
soslayarse.
El
acontecimiento en la barca (14,22-33) conserva cierta semejanza con el texto de
la tempestad calmada (8,23-27): no solamente –como allí- se trata de una sola
barca (cf. Mc 4,36), también se hace mención al miedo, el título “Señor”,
el viento y el mar, la referencia a la “poca fe”, y la confesión de fe
conclusiva (en este caso “Hijo de Dios”, que será importante en la próxima
escena que comentaremos). En cierto modo la escena tiene ambigüedades, por un
lado hay una confesión de fe, de los discípulos y también de Pedro (“Señor”),
pero también se lo menciona a Pedro (y en el texto paralelo se menciona a todos
los discípulos) como gente de “poca fe” (el término “oligopistós”
se encuentra una vez en Lucas, un texto Q, y luego solamente en Mateo, siempre
referido a los discípulos, lo que contrasta con la fe “grande” de otros
dos personajes del Evangelio: un pagano y una pagana -¡mujer!- 8,10; 15,28).
Algo parece decir Mateo de la fe de Pedro (y de los discípulos). La duda,
por otra parte, es propia de “g1034 algunos” discípulos (28,17; únicas dos veces en el NT) y
hace referencia a la fe. La “orden” que Pedro pide para ir hacia Jesús
por el agua es imperativa, se supone una autoridad (14,9; 18,25; 27,58.64). Es
la autoridad de Jesús la que cuenta y la que logra que también Pedro camine sobre
las aguas. Y es Jesús el que lo rescata (“salva”) cuando se está
hundiendo.
La escena en la
que Pedro confiesa a Jesús como el “Mesías, el hijo de Dios vivo” y sus
consecuencias (16,13-23) es uno de los textos más comentados en los diálogos
ecuménicos y las interpretaciones son muy variadas.[10] Lo llamativo es –especialmente-
lo que Mateo ha añadido al texto de Marcos. No se trata en este caso de la
confesión de fe, que –como vimos- es central en Marcos, ya que en Mateo ha
habido otras anteriores (como la de los discípulos luego de la caminata de
Pedro sobre las aguas, por ejemplo, 14,33; cf. 9,27; 12,23; 15,22, “hijo de
David”). En este caso, al título “Cristo” se añade la referencia a “Hijo
de Dios” como ya habían confesado anteriormente los discípulos. La novedad
en este caso es la reacción de Jesús (16,17-19). Pero no termina aquí la
referencia a Pedro ya que ante el malentendido de Pedro, Mateo también añade lo
que Pedro le dice a Jesús (v.22b), y una referencia al escándalo que Pedro
significa para Jesús (16,23c), algo dicho solamente a Pedro y no a todos
(comparar Mc 8,33 y Mt 16,23a); ambas escenas parecen demasiado paralelas como
para detenerse solamente en una de ellas:
Primera parte
(16,15-19
|
Segunda
parte (16,21-23)
|
|
Respuesta de Pedro a la intervención de Jesús
|
“Tú eres el
Cristo, el Hijo de Dios vivo”
|
“¡Lejos de ti, Señor, de ninguna manera te
sucederá eso!”
|
Reacción de Jesús
|
“Replicando,
Jesús le dijo”
|
“Pero él, volviéndose dijo a Pedro”
|
Nuevo nombre de Simón
|
“Pedro”
|
“Satanás”
|
Dicho humano
|
“no te ha
revelado esto la carne ni la sangre”
|
(pensamientos) “sino de los hombres”
|
Dicho divino
|
“sino mi
Padre que está en los cielos”
|
“Tus pensamientos no son los de Dios”
|
Referencia a una “piedra”
|
“sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia”
|
“escándalo eres para mí”
|
La
bienaventuranza que Jesús dirige a Pedro está causada por la revelación (apekálypsen)
que Dios le ha hecho. Sobre la referencia a que Simón es “hijo de Jonás”,
cf. el texto semejante de Jn 1,42. El nombre “Pedro” es traducción del
arameo “Kefa” donde el juego de palabras “Pedro / piedra” se percibe más
claramente.[11] La frase tiene varios semitismos además de éste (carne y
sangre, puertas del Hades, atar y desatar) y también elementos propios de Mateo
(Padre del cielo, “piedra... edificar” [cf. 7,24]). La novedad más importante
está en el uso del término “iglesia” que –como hemos dicho- no se
encuentra jamás en los evangelios salvo en este texto y en 18,17, que conforman
la misma unidad. No interesa en este lugar remitirnos al Jesús histórico y si
pensó o quiso “una Iglesia”; [12] como muchos otros textos, el contexto
tiene mucha apariencia post-pascual, lo que nos interesa es su lugar en
Mateo.
A fin de
entender más plenamente el rol de esta “piedra” es importante notar lo
que dice a continuación: la referencia a las llaves y a atar y
desatar (v.19). Un tema importante para la comprensión de esta metáfora es
si se trata de la misma idea bajo dos imágenes, o si se trata de dos imágenes
diferentes, es decir, si abrir-cerrar (= llaves) es paralelo a atar-desatar, o
si –por el contrario- son dos aspectos diferentes (y –quizás- complementarios).
Esto último, atar-desatar, está dicho también de los miembros responsables de
la comunidad en 18,18, el mismo contexto donde también volvemos a encontrar el
término ekklesía. [13] No puede ser azaroso. Sin dudas esta
responsabilidad de “atar y desatar” está dicha a todos los responsables
de la comunidad de los que Pedro es su vocero. La diferencia en su caso –al
menos no está dicho de los demás en el texto correlativo- viene dada por la
referencia a las llaves. ¿Es alusión a “abrir-cerrar” que –a su vez- sería
paralelo de atar y desatar? En Is 22,22 se habla de Sebná, el encargado del
palacio, que a su muerte será heredado por Elyaquim, “pondré la llave de la
casa de David sobre su hombro: abrirá y nadie cerrará, cerrará y nadie abrirá”.
Viendo esto como paralelo de la metáfora de atar y desatar lo que quedará atado
o desatado en los cielos. Si esta última metáfora –como vimos- se aplica a
Pedro, pero también a todos los discípulos, se puede concluir que la metáfora
de las llaves también lo es. Pero también es posible –y el contexto de Mateo
permite esa lectura- que aluda a una actitud contraria a los hipócritas: “¡Ay
de ustedes escribas y fariseos hipócritas que cierran a los hombres el Reino de
los cielos! Ustedes ciertamente no entran, y a los que están entrando no los
dejan entrar” (23,13). La entrada en el reino parece coherente con las “llaves
del reino” que son otorgadas a Pedro, “el discípulo del reino”. Una
comunidad que está en conflicto con el fariseísmo de su tiempo y lugar –probablemente
Antioquía- es razonable que en contraste con los dirigentes que no son
coherentes entre lo que dicen y lo que hacen (23,3) el Jesús de Mateo invite a
los que serán dirigentes entre ellos a que utilicen “las llaves” de otra
manera. ¿O se trata de que Mateo quiere recordarle a los más recalcitrantes de
la comunidad que “Pedro” tiene autoridad para recibir en el seno de la “Iglesia”
a los numerosos paganos que se están incorporando en ella (8,11-12) y que estos
rechazan? No parece que ambas lecturas se excluyan mutuamente.
Sin embargo,
este rol de Pedro – piedra está en evidente contraste con su otro rol de
escandalizador. Pedro se pone delante de Jesús como “piedra de escándalo”
(cf. Is 8,14; 1 Pe 2,8). Si antes fue declarado “bienaventurado” por la
revelación que le hizo Dios, y no escuchó su propio ser, ahora –por el
contrario- lo que dice son pensamientos de hombres y no de Dios, si antes era
una piedra de edificación en relación al reino, ahora es “Satanás” (con
una frase bastante semejante a lo dicho en las tentaciones, 4,10). Sin dudas
que el rol positivo o negativo de Pedro frente a Jesús viene dado por su
actitud de la escucha o no de Dios: cuando escucha la voz de Dios es piedra de
edificación, pero cuando no lo escucha es piedra de tropiezo.
El final de la
parte narrativa del libro IV viene dada por el encuentro de Pedro con Jesús a
raíz de la pregunta que con anterioridad le habían formulado los que cobraban “la
dracma”, esto es el impuesto al Templo que todos los varones adultos
pagaban una vez al año (Ex 30,11-16; Neh 10,32). Una vez más Jesús se anticipa –mostrando
un conocimiento de las situaciones que le es propio en varios momentos de los
evangelios- y le formula a Pedro una pregunta sobre el tributo de “los reyes”
llevando el relato al reconocimiento de que no deberían pagar ese impuesto.
Nuevamente hace alusión al “escándalo” y para evitarlo se hace
referencia a un milagro que ocurrirá (no está relatado, pero se supone). Una
lectura rápida invitaría a pensar que los judeo-cristianos no deben pagarlo,
pero que lo hacen para evitar escándalo de los judíos de la región, mientras
que la providencia de Dios se ocupará del modo de conseguir el dinero para
hacerlo. Pero eso no explica el rol de Pedro; además de que en tiempos de Mateo
el Templo ya no existía, y el impuesto que se pagaba era el Fiscus Iudaicus,
impuesto para el mantenimiento del templo de Júpiter Capitolino, que los judíos
pagan después de la destrucción de Jerusalén. Lo llamativo es que Jesús enseña
personalmente a Pedro cómo actuar en distintas ocasiones (como se ve también en
las dos preguntas que Mateo añade a Marcos y a las que hicimos referencia más
arriba, 15,15; 18,21): para saber qué haría Jesús Mateo nos indica que debemos
preguntar a Pedro. Claro que tampoco vivía Pedro cuando Mateo compone su
evangelio, por lo que parece aludirse a la “tradición petrina” de la
cual Mateo es garante.
La relación
entre Jesús y Pedro es muy estrecha, ante problemas de la comunidad como los
alimentos, o el perdón, o el pago del impuesto es Pedro el que tiene una
respuesta de Jesús, es Pedro el que tiene la responsabilidad de abrir a todos
las puertas del reino, porque Jesús le dio un nombre nuevo, y lo salvó cuando
se hundía. Esto no implica que Pedro esté exento de la posibilidad de no
escuchar a Jesús. Pedro es a su vez capaz de dudar y tener “poca fe”, o
de escucharse a sí mismo antes que a Dios, pero es el que a su vez recibe la
especial revelación de Dios siendo modelo de discipulado (y no meramente “portavoz”).
Pedro no está exento de error – ¡y vaya si lo ha explicitado Mateo!- pero también
tiene siempre la posibilidad de escuchar la enseñanza de Jesús y la revelación de
Dios.
Una última nota
histórica: después de la “asamblea de Jerusalén”, en la que Pablo y
Bernabé vuelven a Antioquía, tiempo después se dirige hacia allí Pedro. Allí
sucede un incidente que Pablo testimonia en Gal 2,11-14, cuya fecha no es fácil
precisar (¿cerca del año 50?). Esto motiva que Pablo se separe de su viejo
compañero Bernabé y se dirija solo –con sus compañeros más cercanos- a la región
del Egeo, mientras Bernabé va en otra dirección. Nos parece un error creer que
Pedro era representante de los sectores más judaizantes, expresados más bien
por “los de Santiago” (y no necesariamente tampoco de Santiago, aunque
es más posible); [14] la opinión de aquellos que creen que Mateo es un
evangelio “anti-paulino” nos parece exagerada, [15] aunque ciertamente
sea más “judío” que Pablo. Es posible que las relaciones de Pedro con
Santiago tampoco fueran demasiado buenas, y de hecho Santiago ejerce su zona de
influencia en las comunidades de Judea mientras Pedro no parece volver ya más
por la región después de este incidente. Es muy posible que Pedro permaneciera
en Antioquía un buen tiempo (de allí la importancia que Mateo, escrito en la
región, le otorga en su Evangelio) [16] y más tarde se dirija a Roma (¿pasando
por Corinto?, cf. 1 Cor 1,12; 9,5). Allí no parece estar demasiado tiempo ya
que su muerte probablemente ocurra en el año 64.
Conclusión
El rol de Pedro
en los distintos Evangelios marca elementos comunes y también diferencias. No
interesan tanto los acontecimientos “en sí” (como la “confesión de fe” o
las “negaciones”), como la interpretación que cada uno da a su persona y
lugar en el seno de la comunidad apostólica. Es evidente que en todos los
relatos Pedro / Simón es mencionado en primer lugar, lo que no es casualidad
(como no es casualidad que en las listas siempre el último lugar lo ocupe
Judas, el entregador). Marcos no tiene problemas en mostrar la
incomprensión de Pedro, como también la de los otros miembros del pequeño grupo
especialmente cercano a Jesús, pero también destacar que Jesús sigue teniendo
con él un compromiso especial como su anuncio de aparición resucitado en
Galilea queda destacado. Su confesión de fe –central en su Evangelio- es
verdadera, pero incompleta. Deberá seguir atento a las enseñanzas de Jesús, que
malinterpretará, que negará hasta con insultos y juramento, pero que seguirá
abierto a encontrarse con el resucitado, que lo seguirá llamando, lo que está
anticipado en la Transfiguración. Lucas suaviza un poco algunos
elementos negativos de Pedro –como lo hace también con otros momentos de los apóstoles,
o también con momentos muy chocantes de la pasión- no niega que Satanás ha
sacudido a Pedro y sus compañeros pero la oración de Jesús lo ha sostenido;
Pedro es el representante de los demás y es en su barca que ocurre una pesca
maravillosa y es llamado como “pescador de hombres”, aunque en
representación de los demás. Pero Pedro –como datos tradicionales lo confirman
(1 Cor 15,5)- es al primero al que Jesús resucitado se deja ver y que llevará
adelante la responsabilidad de confirmar a los hermanos, cosa que se verá
claramente en toda la primera parte de Hechos de los Apóstoles. Mateo,
por su parte, ubica a Pedro en el “corazón” de la Iglesia, signo visible del
reino. Pedro es capaz de no escuchar a Dios o a Jesús –como también lo son sus
compañeros- y ser motivo de tropiezo para Jesús, pero también es capaz de
escuchar de modo más íntimo a Jesús, o de dejarse guiar por Dios de modo de ser
discípulo fundamental para el crecimiento de la Iglesia.
El viejo teólogo
J. Ratzinger afirmaba:
“Es la figura
de Pedro, a quien en Mt 16,19 se le promete el mismo poder que en Mt 18,18
transmite el Señor a toda la comunidad de los Apóstoles… Prescindiendo por
completo del problema de la localización histórica de la promesa del primado,
podemos afirmar independientemente que, para el pensamiento bíblico, la
simultaneidad de “roca” y “Satanás” (y “skándalon”=piedra
de tropiezo) no tiene de suyo nada de imposible. Al contrario, para ese
pensamiento que sabe de la necedad de Dios, de la victoria de la fuerza de Dios
por la catástrofe de la cruz, semejante paradoja es típicamente cristiana” (…)
“¿Y no ha sido
fenómeno constante a través de la historia de la Iglesia que el papa, el
sucesor de Pedro, haya sido a la par “petra” y “skándalon”, roca
de Dios y piedra de tropiezo? De hecho, importará al creyente aguantar esta
paradoja del obrar divino, que confunde siempre su soberbia, esta tensión entre
roca y Satanás, en que se compenetran de manera inquietante los contrastes más
extremos. Lutero conoció con opresora claridad el factor “Satanás” y no
dejaba de tener alguna razón en ello; pero su pecado estuvo en no aguantar la
tensión bíblica entre “Cefas” (“petra”) y Satanás, que pertenece
a la tensión fundamental de una fe que no vive del merecimiento, sino de la
gracia. En el fondo, nadie debía haber entendido mejor esta tensión que quien
acuñó la fórmula del simul iustus et peccator, la fórmula del hombre
justo y pecador en una pieza.” (…)
“No pueden
separarse sencillamente la “Iglesia” y “los hombres de la Iglesia”;
la abstracta pureza sin mácula de la Iglesia que de este modo destilaría, no
tiene sentido alguno real histórico. La Iglesia vive por medio de los hombres
en el tiempo y en el mundo presente y, a pesar del misterio divino que lleva
dentro de sí, vive de manera verdaderamente humana. Hasta la institución como
institución conlleva la carga de lo humano; también la institución conlleva la
inquietante arbitrariedad de lo humano para poder ser piedra de tropiezo. ¿Quién
no lo sabe? Y, sin embargo, y precisamente así la Iglesia es la santa, la
pecadora, testimonio y realidad de la gracia de Dios que por nada puede ser
vencida, de su misericordia siempre mayor, que nos ama en medio de nuestra
indignidad.” [17]
Si bien “Pedro”
no es “el papa”, afirmación que resultaría sumamente anacrónica, es
cierto que el papado se remite a Pedro. Los diferentes aspectos que hemos
vislumbrado en la figura de Pedro que los evangelios Sinópticos nos presentan
nos permiten aproximarnos al “Pedro que Jesús quería”. Podemos decir que
no es cuestión de que importe “el papa” ya que la historia nos ha
mostrado papas excelentes y papas horrorosos. Es cuestión que el papado se
asemeje lo más posible al papado que debiera ser. Nos parece razonable entender
el “ministerio petrino” como miembros de la Iglesia católica Romana,
pero no creemos que se deba “canonizar” los modos históricos que el
papado se ha dado. El papa de hoy, pero también los de ayer y los de mañana no
deberían ser los personajes principales de la historia de la Iglesia. Y soñamos
que el Papa de hoy logre despegarse de la papolatría que ciertos autoritarismos
del pasado reciente engendraron y podamos empezar a buscar hacer realidad un
papado fiel al Pedro de los evangelios y fiel también a los tiempos presentes.
Notas:
1. Ver, por
ejemplo Raymond E. Brown, Karl P. Donfried, John Reumann y otros, Pedro en el
Nuevo Testamento, (Colección Palabra Inspirada 15) Santander: Sal Terrae 1976;
R. Aguirre Monasterio y otros, Pedro en la Iglesia primitiva (Institución San
Jerónimo 23), Estella, Navarra: Verbo Divino 1991; Joachim Gnilka, Pedro y
Roma. La figura de Pedro en los dos primeros siglos de la Iglesia, Barcelona:
Herder 2003.
2. Eduardo de
la Serna, “La figura de Pedro en los escritos de Pablo”, RevistB 70 (2008)
133-171.
3. Es conocido el testimonio de Papías: “Esto
es lo que el Presbítero acostumbraba a decir: ‘Marcos, que había sido intérprete
de Pedro, escribió exactamente, aunque no con orden, todo lo que recordaba de
las palabras o acciones del Señor’. Porque ni había oído al Señor ni le había
seguido, sino que más tarde, como dije, había seguido a Pedro” (Eusebio de
Cesarea, Historia Eclesiástica III.39.15). Ireneo afirma que “Después de la
muerte de estos (Pedro y Pablo), Marcos, discípulo e intérprete de
Pedro, también nos transmitió por escrito la predicación de Pedro”
(Adversus Haereses III,1.2); cosas semejantes pueden verse en Clemente de
Alejandría, Orígenes, Jerónimo, el canon de Muratori.
4. Por ejemplo
X. Léon Dufour, en A. Robert - A.
Feuillet, Introducción a la Biblia II, Barcelona: Herder 1970, 221-222; ib., A.
George – P. Grelot (dir.) Introduction à la Bible – Edition Nouvelle, Le
Nouveau Testament. L’annonce de l’évangile, Paris: Desclee 1976, 67-68. Pero, “(q)ue
en Marcos, Pedro es el más importante de los Doce y generalmente su
representante no implica necesariamente que Pedro fuera la fuente de Marcos”,
Raymond E. Brown, Al Introduction to the New Testament. New York – London
- Toronto – Sydney – Auckland: Doubleday
1996, 159.
5. R. Bultmann,
por ejemplo, sostiene que Marcos interrumpió el final original contenido en Mt
16,17-19 “e introdujo en el contexto una polémica contra las ideas
judeocristianas, representadas por Pedro y contempladas desde el punto de vista
del cristianismo helenístico del sector paulino”, Historia de la Tradición
Sinóptica, Salamanca: Sígueme 2000, 317 (original, Die Geschichte der
sinoptischen Tradition, Göttingen: Vandenhoeck & Ruprecht 91979,
277). Los discípulos en Marcos son “discípulos fallidos“, “(e)n Marcos, ‘sus
discípulos y Pedro’ dependen enteramente del testimonio de otros para todo conocimiento que puedan tener en lo relativo
a los acontecimientos salvíficos de la muerte de Jesús y la asunción postmortem”,
L. E. Vaage, “An Other Home: Discipleship in Mark as Domestic Asceticism”, CBQ
71 (2009) 746; es clásico T. J. Weeden, Mark Traditions in Conflict,
Filadelfia: Fortress 1971.
6. R. Pesch, “Pétros”
en EDNT III, 82.
7. A modo de
ejemplo, veamos algunos comentarios recientes: “Destacándose sobre la opinión
del Pueblo, Pedro reconoce en Jesús la autoridad escatológica, definitiva del
Enviado de Dios” (R. Pesch, Il vangelo di Marco II, Brescia: Paideia
Editrice 1982, 63); “Marcos, en cambio, sobre la base del rol de Pedro como
primer testigo de la fe en la comunidad post-pascual (primer testigo de la
resurrección)… ha anclado en terreno histórico la confesión de fe del primer
hombre de la Iglesia” (J. Ernst, Il vangelo secondo Marco II, Brecia:
Morcelliana 1981, 381); “Marcos ha reservado hasta este momento el título de
apertura. Ahora al final la verdad sobre Jesús ha sido conocida y reconocida”
(R. T. France, The Gospel of Mark [NIGNC] Grand Rapids, Michigan – Cambridge:
W. B. Eerdmans Publishing Company 2002, 329); “Esta respuesta es claramente
superior a la mencionada en v.28 desde el punto de vista del autor implicado,
ya que Jesús es declarado Mesías en el título introductorio del Evangelio. El
subsiguiente desdoblamiento de la narrativa /y la importancia simbólica de
8,22-26), de todos modos, indican que la respuesta de Pedro, aunque verdadera,
es ambigua y por tanto necesitada de clarificación” (Adela Y. Collins,
Mark, [Hermeneia], Minneapolis: Fortress Press 2007, 402); ante las opiniones
del pueblo los discípulos responden con los mismo puntos de vista expuestos en
6,14s “sugiriendo así Marcos que ‘los hombres’ no han evolucionado. Los discípulos,
en cambio, poco a poco y entre dificultades llegan a reconocerle por medio de
su portavoz, Pedro, como el Cristo (…) Jesús les manda guardar silencio porque
la respuesta es ambigua” (A. Rodríguez Carmona, Evangelio de Marcos
[Comentarios a la Nueva Biblia de Jerusalén], Bilbao: Desclée De Brouwer 2006,
91); una buena presentación de las opiniones que ven una presentación positiva
o negativa del dicho de Pedro puede verse en II,612-13 y el apéndice “el
significado de Cristo = Mesías” (J. Marcus, Mark 8-16 [The Anchor Yale Bible
27A] Yale University Press 2009,1104-1107).
8. R. Whitaker,
“Rebuke or Recall? Rethinking the Role of Peter in Mark’s Gospel”, CBQ 75
(2013) 666-682.
9. E. de la
Serna, Hechos de los Apóstoles. El relato. El ambiente. Las enseñanzas, Buenos
Aires: Editorial Claretiana 2004, 10-11.
10. Es
frecuente en los comentarios al Evangelio de Marcos un “Excursus” sobre
Pedro en Mateo, por ejemplo: J. Gnilka, Das Matthäusevangelium, 2. Teil,
[HtKzNT I/2] Freiburg, Basel, Wien: Herder 1988, 71-80; U. Luz, El Evangelio
según san Mateo Mt 8-17 (vol.II), Salamanca: Sígueme 2001, 612-617; W.D. Davies
& C. Allison jr., Matthew (VIII-XVIII; vol. II) [ICC] Edinburgh: T&T
Clark 1998, 647-652.
11. Es
interesante sobre el nombre “Kefas” ver J. A. Fitzmyer, “Aramaic Kephâ’ and
Peter’s Name in the New Testament” en J.
A. Fitzmyer, To Advance the Gospel. New Testament Studies, Michigan: W. B.
Eerdmans Publ. 21998, 112-124.
12. G. Lohfink,
La Iglesia que Jesús quería, Bilbao: Desclée De Brouwer 1986; ib., ¿Necesita
Dios la Iglesia? Teología del pueblo de Dios, Madrid: San Pablo 1999; H. Haag, ¿Qué
Iglesia quería Jesús?, Barcelona: Herder 1998; R. Aguirre, Del movimiento de
Jesús a la Iglesia cristiana, Estella, Navarra: Verbo Divino 32009.
13. El contexto
rabínico y propio del judaísmo se ha destacado precisamente. Refiere a prohibir
y permitir (’asar – sera’). Davies & Allison, o.c. 635-639
destacan las diferentes opiniones destacando que creen (también Gnilka,
Aguirre, Rodríguez Carmona) que Mateo quiere presentar a Pedro como “rabbi
supremo”; de todos modos parece inconveniente el uso de “rabbi” ya que no
solamente Jesús dice que “a nadie llamen rabbi” (23,8) sino que –como signo de
la traición, Jesús es llamado “rabbí” –contradiciendo su palabra- precisamente
por Judas (26,25.49).
14- Una Buena
presentación de cuatro tipos diferentes de grupos en este sentido en la época
puede verse en Raymond E. Brown & John P. Meier, Antioch & Rome. New
Testament Cradles of Catholic Christianity, New York – Ramsey: Paulist Press
1983, 1-9.
15. Es el caso
de David C. Sim, “Matthew’s anti-Paulinism: A neglected feature of Matthean
studies”, HTS 58 (2002) 767-783; ib., “Matthew and the Pauline Corpus: A
Preliminary Intertextual Study”, JSNT 31 (2009) 401-422.
16. Lo hemos señalado
en E. de la Serna, De Jesús a la “Gran Iglesia”. El nacimiento del
cristianismo, Buenos Aires: Agape libros 2012, 112-120.
17. J.
Ratzinger, El nuevo pueblo de Dios, Barcelona: Herder 1972, 285-288.
(*) Artículo
publicado en “La presentación de Pedro en los Evangelios sinópticos”, Alternativas
46 (2013/2) 13-32.
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