El soplo del Espíritu y el brote pequeño
Eduardo de la Serna
Aunque creamos en la presencia y
actividad del Espíritu Santo en la comunidad eclesial (¡y creemos!) ciertamente
hay que reconocer que se trata de un tema muy complejo. Más de un fundador
afirmó que “esto” le fue dicho por el
Espíritu Santo, y –debemos reconocerlo- a partir de allí la discusión queda
clausurada. Si se cree, no hay debate; y si no se cree, tampoco. Más de una vez en la historia han ocurrido
oportunas “revelaciones divinas” que venían
como “anillo al dedo” al fundador y
evitaban todo debate posterior (o cónclaves).
El tema ya era un punto de arduo
debate en la Biblia; por ejemplo, ¿cómo saber si un profeta era verdadero o
falso? Si ese tal decía que Dios le dijo que diga tal cosa, ¿cómo podría saber
el auditorio que realmente era Dios quien le había hablado? Para ser precisos,
en la Biblia no hay una respuesta acabada a este tema, hay respuestas de
ocasión o circunstancia, pero no una respuesta que dé el tema por concluido. Es
que no hay manera de estar seguros que “Dios
ha hablado”. San Pablo también enfrenta este tema poniendo como criterio
autoritativo su palabra: si uno cree tener el espíritu, yo también (1 Corintios
14,37), pero el tema tampoco queda “cerrado”.
Un elemento semejante es el de la
“bendición”. Alguien goza o no de la “bendición” de Dios, pero eso si es
visible y –por lo tanto- constatable aparentemente. ¿Qué es la bendición
divina? Es una manifestación de la vida. Dios bendice y los campos dan
cosechas, los ganados crías, las mujeres tienen hijos… En esa misma línea de
pensamiento, la sequía, por ejemplo, es manifestación evidente de que Dios ha
retirado su bendición, lo mismo que la infertilidad de las mujeres. Es cierto
que este tema también se ha prestado a diversas lecturas; Jesús mismo afirma
que Dios envía la lluvia y el sol sobre “buenos
y malos” (Mateo 5,45), o también hay mujeres estériles (Sara, Ana, Isabel…)
que aparentan ser maldecidas, pero no lo son, sino que se está a la espera del “momento” en el que Dios “abrirá su seno” para que el hijo que
será engendrado en ella sea decisivo en la historia de su pueblo (Isaac,
Samuel, Juan, el bautista). De todos modos, esa aparente bendición o no suele
estar marcada en muchos casos por la gratuidad: Dios miró propicio la ofrenda
de Abel y no la de Caín sin que se nos diga en ningún momento por qué uno sí y
el otro no (Génesis 4,4-5). Pero sintetizando, la bendición de Dios se
manifiesta como abundancia, como vida.
Esto ha llevado a lecturas muy
graves como ya Max Weber lo señalaba del calvinismo (en realidad de una lectura
muy parcial del calvinismo): Dios bendice en los bienes, por tanto el que tiene
muchos bienes es bendecido por Dios y el que no los tiene es rechazado. Esta “teología de la prosperidad”, que tiene
sus adeptos en nuestros días, no se parece en nada a los dichos y la praxis de
Jesús de Nazaret.
Pero esto no responde la pregunta
inicial: ¿cómo o dónde se manifiesta visiblemente la presencia del Espíritu?
Ambas “puntas” del tema son peligrosas: la institucional en la que es “la autoridad” la que reconoce la
presencia, o la carismática que se cree poseedora indiscutida. Y acá nos
aproximamos a un tema de rigurosa actualidad eclesial. Muchos sectores de seria
pobreza teológica afirman que la abundancia de vocaciones en tal o cual
instituto o seminario son evidente “prueba”
de la bendición divina (algo particularmente importante en tiempos de escasez de
vocaciones). Con este criterio, los legionarios de Cristo, el Instituto del
Verbo encarnado, o algunos seminarios diocesanos como más de uno en Colombia,
serían “evidentemente” manifestación
de lo que Dios quiere (algo doblemente rubricado si “conseguimos un mártir o una canonización para el grupo”). Y acá la
pobreza. Hay cientos de razones psicológicas, culturales, sociales que pueden
dar serias y acabadas razones a la abundancia de vocaciones en estos y otros
institutos semejantes. Una psicología débil que precisa de “autoridades” que con toda “seguridad” le marquen caminos
manifestando sin dudas “lo que está bien
y lo que está mal” se parecen más a algo patológico que a una manifestación
del Espíritu. Los gravísimos temas –hoy nuevamente vigentes- en torno a los
Legionarios de Cristo y a la perversión de su Fundador, Marcial Maciel,
protegido del papa Juan Pablo, no hacen sino manifestar visiblemente que es difícil reconocer presencia del espíritu
en abusos sexuales, perversiones económicas, plagio intelectual, abusos de
poder y uso de drogas. Difícil ver
allí el espíritu, aunque durante décadas lo dijeron y durante décadas aparecían
como “bendecidos” por Dios vocacionalmente. Y esto puede decirse también de
otros casos (otro grupo, este brasileño, también se ha caracterizado por abusos
del fundador a varones y mujeres aprovechando su “carisma” y la presencia del “espíritu”
y la debilidad psicológica de las víctimas y se está a la espera de la
sentencia).
¿Dónde sopla el Espíritu? El
Nuevo Testamento nos da elementos bastante evidentes: el espíritu revela las
cosas del Reino a los “pequeños”, su presencia se manifiesta en “amor, alegría
y paz”, recurriendo a Pablo (Gálatas 5,22), Dios está reinando en los pobres y
los niños, y se hace presente en el hambriento, el sediento, el enfermo,
encarcelado, el Espíritu es el “padre de los pobres” (Secuencia de Pentecostés)…
Curiosamente, los pobres, los pequeños, suelen ser víctimas de estos grupos o
de esta teología de la prosperidad (alguna que –además- les reitera que para
salir de la maldición deben entregar diezmos interminables para que “Dios los prospere”, diezmos al pastor o
cura de turno, por cierto).
La “inasibilidad” del Espíritu viene complementada en los Evangelios
con la “encarnación” del Hijo;
encarnación que se manifiesta en la actitud ante los pobres, los niños, las
víctimas. Y esto sí es visible, palpable.
La Iglesia reconocerá en nuestros
días la presencia del espíritu y la bendición de Dios, no en el esplendor y la
seguridad de ciertos grupos, y sus cantidades y millones, sino en la libertad
de otros entregados generosamente a los despreciados, abiertos a la libertad y
la novedad del reino y la buena noticia a los pobres; aunque unos sean escasos
y los otros cientos. No se trata de milicias, o legiones… se trata de levadura.
Dibujo tomado de parroquialainmaculadavalladolid.blogspot.com
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