“El trabajador tiene derecho a su salario”
Eduardo de la Serna
El ambiente
campesino de la Biblia, de pequeñas parcelas familiares de la tierra dada por Dios
a su pueblo, fue siempre un ideal del antiguo Israel; pero la realidad
internacional, en especial a partir del surgimiento de grandes imperios como
los asirios, babilonios, persas, griegos y, finalmente, romanos hizo en la
práctica imposible el cumplimiento de la ley que el pueblo tenía y atribuía a
su rey Yahvé Dios. Los momentos de relativa independencia o “dictaduras blandas”
permitieron que hacia adentro Israel cumpliera esta Ley, que ciertamente no
podía ser impuesta hacia fuera. Y esto implica, obviamente, el cumplimiento de
la justicia. Un ejemplo evidente es el caso de la esclavitud: hacia adentro del
pueblo, un judío no podía tener a otro como esclavo; y si nominalmente lo era,
en la práctica distaba mucho de serlo, era casi un jornalero con trabajo
asegurado. Pero esto no impedía a los extranjeros dominadores a tener los
esclavos que quisieran. El tema de la tierra, la esclavitud, las deudas y los
trabajos forzados son temas cada vez más frecuentes e incluso centrales en el
inicio de la guerra judía contra los romanos (año 66 d.C.).
Imposibilitados
de tener sus propias tierras, que han debido dejar en prenda por deudas –y que
no recuperarán, ya que la ley de jubileo que las restituía no era tenida en
cuenta por los poderosos, aun judíos, esto implicó un aumento del campesinado a
jornal (y de la esclavitud, como se dijo). Era habitual que los jornaleros
fueran de madrugada a la plaza pública con sus instrumentos de trabajo a fin de
ser allí contratados por un denario, con lo que él y su familia podrían a duras
penas alimentarse al día siguiente.
Ciertamente esto
no impedía que al interno de Israel se tratara por todos los medios, en la Ley,
los sabios, los jueces (los que eran justos, claro) que primara la justicia en
las relaciones mutuas. Y un ejemplo, en este sentido, es el pago justo y a
tiempo. La legislación bíblica sobre estos temas es muy abundante, y busca
permanentemente asegurar la vida de los pobres. Pero veamos brevemente algo
sobre esto en las Escrituras cristianas.
Ya san Pablo –por
lo tanto, el primer escritor cristiano- insiste en más de una ocasión que cada “cual recibirá el salario según su propio trabajo” (1Corintios 3:8), ya que “al que trabaja no se le cuenta el salario como
favor sino como deuda” (Romanos 4:4). San Lucas pone en boca de Jesús que “el obrero merece su salario” (Lucas
10,7), algo repetido también por un discípulo de san Pablo años después (1
Timoteo 5,18; siendo textuales ambos dichos no es improbable que ambos hayan
asumido un dicho popular que circulaba en la región helenista). Pero en otra
región y con otra mentalidad bastante diferente, la carta de Santiago afirma
claramente a los ricos: “Ahora bien, ustedes,
ricos, lloren y den alaridos por las desgracias que están para caer sobre ustedes.
Su riqueza está podrida y sus vestidos están apolillados (…) Miren; el salario que no han pagado a los
obreros que segaron los campos de ustedes está gritando; y los clamores de los
segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos”. (Santiago 5:1-4).
Para decirlo con lenguaje
nuestro, el salario no es un favor que el que contrata hace al que trabaja,
sino un derecho de éste y una obligación de aquel. Y por tanto, no dar acorde
al trabajo realizado es lisa y llanamente un robo. Robo habitualmente impune
porque el que contrata suele ser el poderoso y el trabajador el débil en la
cadena económica. Es precisamente por eso que en la misma Biblia hay tantas
críticas a los gobernantes, a los jueces, a los que se llaman profetas que “actúan por salario” (Miqueas 3,11), es
decir, aquellos que dicen lo que a los poderosos les agrada a cambio de dinero,
perjudicando así a los pobres.
Sin dudas nuestros tiempos son
muy distintos. Desde la era industrial los cambios han sido abismales; pero no
la injusticia, no el abuso de los poderosos sobre los débiles, no las modernas
(sic) formas de esclavitud. Hoy las estructuras sociales –como antes en las
bíblicas- tienen grandes herramientas a favor de los débiles: sindicatos,
tribunales de justicia, división de poderes, democracia con voto universal…
Pero eso no impide, como entonces, que haya sindicatos que “actúan por salario”, jueces que juzgan
por soborno, gobernantes o legisladores que no saben escuchar “el clamor de los pobres”. Escuchando a
dirigentes, legisladores y hasta periodistas hablar de la conveniencia de una “baja
del salario” no podemos menos que pensar en una “legalización del robo”, lisa y
llanamente robo.
Ya hemos tenido experiencia de
una Argentina en la que el Capital pensaba, decidía, gobernaba, y cuál fue su repercusión
asesina sobre el mundo del trabajo. Hemos tenido experiencia de periodistas (sic,
en realidad operadores) que explicaban a Doña Rosa que ella era la culpable de
la inflación por no caminar 50 cuadras con su changuito buscando precios. Hemos
visto sindicalistas amigos íntimos de los empleadores, apoyando o callando ante
toda medida perjudicial de sus afiliados. Y seguimos escuchando las mismas “nuevas”
(o “renovadas”) voces que nos aclaran que los salarios son los culpables de esa
inflación, y que bien haría el gobierno en bajar esos salarios, mientras sus
amigos siguen retaceando yerba, aceite o azúcar “cuidados”. El salario no es un
favor, es un derecho de uno y la obligación de otro; y bien haría el gobierno
(este u otro) en defender con todos los medios posibles el salario de los
pobres, aunque se sientan perjudicados (¡y no lo son!) los servidores del
Capital. Y bien harían aquellos legisladores, sus operadores (dizque
periodistas) y los dirigentes de ciertos partidos (o frentes renovadores) en
ser lo suficientemente claros y explicar que están dispuestos a robar a los
trabajadores, y si fuera el caso, confesar públicamente que apostatan de su fe
cristiana.
Dibujo tomado de bitacoradeunnicaraguense.blogspot.com
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