sábado, 16 de marzo de 2013

¿Qué Papa para qué Iglesia?






¿Qué Papa para qué Iglesia?


Eduardo de la Serna


Creo que una de las cosas que nos ayudó a pensar el excelente artículo de Oscar Campana, bien difundido, es a no confundir una foto con una película, como bien se dice.

Creo que nadie –salvo los muy solemnes- podría estar incómodo o molesto con los gestos que ha dado Francisco en estos días, desde sus palabras en el balcón hasta su actitud ante el cardenal Law, su pagar la cuenta en la “Casa del Clero” hasta su estilo campechano. Pero eso es “a partir del miércoles”, y Bergoglio no nació el miércoles. Francisco empezó el miércoles, pero “está encarnado” en Jorge Mario Bergoglio.

No acepto a los que pretende presentarlo como una bestia apocalíptica, o con infantil capacidad de análisis como “un malo” sin más. Pero me parece igualmente infantil y pobre la mirada contraria: “un bueno” ¡y ya! Especialmente bueno porque “nació el miércoles”, y no tiene historia.

Como cualquiera de nosotros, Jorge Bergoglio es una persona transida por luces y sombras. Y habrá decenas de cosas para cuestionar y para aplaudir en su pasado y su presente. No pretendo hacer un análisis integral para el que no estoy preparado. Pero tampoco acepto los análisis antedichos, sea los de los que lo parangonan casi a la altura de Astiz, el genocida, o de los que lo presentan inmaculado como el hábito dominico que desde el miércoles lleva el jesuita.

A la hora de un análisis, se mira el presente y el pasado, no el futuro. ¿Cómo se podría? Si su pasado es brillante o tenebroso, el análisis serio lo vislumbrará. La capacidad de conversión o de perversión siempre existen, y celebramos las primeras, lamentando las segundas, pero no entran en el análisis sino en las posibilidades. Y un análisis serio –además- no debería detenerse en uno o dos aspectos por más verdaderos que estos sean. Porque hay otros. Otros aspectos que resaltan los anteriores, los relativizan, los opacan o hasta que los anulan.

Hay actitudes de algunos que parecieran presentar un tanque a toda velocidad dirigido a un objetivo, sin mirar los grises, las sombras, las luces. Lo aborrecen y ya está. Y a algunos no los juzgo, aunque creo que algunos tienen más motivaciones que otros. Podría decir lo que han comentado por ejemplo, algunos jesuitas de Bolivia, Argentina, Colombia, México o Chile. Lo conozco. Y en ellos no hay alegría. Y quizás –y en algunos casos- seguramente tienen muchas razones. Y también podría mirar las actitudes opuestas de los que pareciera que desde el miércoles lo tienen de papá inmaculado (“Santo Padre”), y se erizan totalmente en cuanto escuchan la más mínima crítica o comentario que entienden adverso. Entiendo que algunos, por inseguridad, o por temores necesiten un padre intocable. También tienen razones.

Y no pretendo –tampoco- ponerme como “en el centro, el lugar del equilibrio”. De ninguna manera. Simplemente me tomo la libertad de pensar y expresarlo.

Con mi capacidad e incapacidad traté de expresar lo que me preocupa y lo que me alegra. Negar uno u otro, si son datos fehacientes, me parece torpe, o infantil. Interpretarlos ya es otra cosa.

Creo –como dije- que como todos nosotros, Bergoglio tiene “luces y sombras”. Y por supuesto cada uno, en la mirada o toma de posición, podrá preferir acentuar una o la otra a fin de hacer su propio análisis. Los que damos mucha importancia a los derechos humanos, y creemos que eso nos marcó a fuego (literalmente), y creemos que sólo con memoria, verdad y justicia el país puede salir adelante, miraremos con mucha atención los comentarios, o denuncias en este sentido. Los que queremos estar en medio de los pobres, caminando sus pasos, sintiendo sus alegrías y tristezas, valoraremos más este tipo de actitudes. En ambas parece estar implicado Jorge Bergoglio.

Es claro, además, que no podemos ignorar que no sólo estamos hablando de la película -y no la foto- de Jorge Mario Bergoglio, sino también de la película de la Iglesia de nuestro tiempo. Película en blanco y negro, casi sepia. Muchos miramos con dolor y tristeza el presente de la Iglesia y quisiéramos esto o aquello que nos parece preferible o deseable para que la Iglesia “vuelva a resplandecer”.

Un análisis sensato nos llevaría a pensar “qué papa para qué iglesia”. Y hoy nos encontramos con “este” papa en “esta” Iglesia. Y –como es justo y sensato- quiénes crean que lo mejor sería un papa con “rumbo A” no se sentirán desconformes con uno de “rumbo C”, estarán preocupados con uno “rumbo M” o totalmente desencantados con uno “rumbo Z”. Y lo mismo podemos decir de la Iglesia. Esas miradas, si son sensatas, si son “evangélicas”, entran en el terreno del disenso, de la diversidad en la unidad, y por tanto de lo que enriquece. Pocas cosas hacen tan mal a las comunidades (y la Iglesia lo es) como la exigencia de un discurso único.

Por lo antedicho en general, ante la elección papal, he señalado que hay cosas que me alegran, y cosas que me preocupan. Y lo he dicho en diversos medios (y no me hago responsable si alguno sólo recorta una parte, según le interese o le parezca preferible al editor).

Y con esa intención fue que escribí unas reflexiones teológicas sobre la obediencia, el Espíritu Santo y la fe en la Iglesia; es tratar de pensar teológicamente (al fin y al cabo es lo que sé hacer). Hubo gente que se molestó con eso que había “escrito por los que se molestaron”. Curioso. No hubo comentarios teológicos, simplemente enojo o comentarios infantiles. Yo hice un planteo teológico, dije que teológicamente la obediencia es esto, que sobre el Espíritu decimos esto, y sobre la fe, esto… Acepto el debate o diálogo teológico, el disenso y las opiniones en contrario. Pero comentarios sobre mi persona no hacen en lo más mínimo a la seriedad o no de los argumentos. Me parece infantil. Y pobre. A un planteo teológico se debería contestar teológicamente. Si es que hay argumentos, claro.

Entrando en otro aspecto de este tema, desde hace ya muchos años un grupo de curas de mi diócesis, Quilmes, nos venimos juntando mensualmente para pensar la fe del pueblo, la religiosidad popular, qué dice “la gente”, ¿dónde están los pobres? Todos nosotros (unos 20 curas) hemos sido amigos de Orlando Yorio (en mi caso, compartí parroquia con él un año, y además muchos encuentros, conferencias y paneles), y entonces nos pareció justo “escuchar la otra campana”. Es decir, a Bergoglio. Como entonces yo era cura de Buenos Aires a préstamo en Quilmes, me encargaron gestionar el encuentro. El 12 de noviembre del 2002 le envié la carta haciendo el pedido. Allí le decía:
«Desde hace ya varios años, un grupo de presbíteros, en la Diócesis de Quilmes, nos reunimos la mañana de un lunes al mes para reflexionar y mirar diferentes cuestiones desde la mirada del pobre, en la medida de nuestras posibilidades. Además, como curas en Quilmes, hemos escuchado y querido mucho a Orlando Yorio. Más de una vez salió el tema del pasado, de nuestra historia, de las cosas que nos parecen necesarias hacer memoria...

Dado que pertenezco a la Arquidiócesis, los compañeros me pidieron que lo invitara a usted y le preguntara si no quisiera compartir con nosotros un encuentro y un almuerzo para charlar de estas cosas que -aunque muchos tengan su primera impresión- quisiéramos conocer más ampliamente.
Si a usted le pareciera posible y oportuno, nos gustaría encontrarnos algún día que usted pudiera en la casa de Encuentros de Evangelización “Cura Brochero”, en Florencio Varela. En caso de que fuera posible, díganos usted el día que le resulta más conveniente».
A los pocos días recibí el llamado telefónico de “Jorge” (así se presentó) diciendo que con todo gusto aceptaba el encuentro. Que le diéramos unos días (estaba por empezar la conferencia Episcopal) para combinar la fecha. Pero nunca más nos volvimos a hablar. No estoy diciendo que eludió el encuentro (la reunión era verdadera), sino que no se pudo concretar; pero –además- lo que quiero señalar es que él sabe que muchos curas hemos “hecho nuestro” el relato de Orlando, lo hemos escuchado y le hemos creído.
Muchos creemos que eso es parte del pasado de Jorge Bergoglio. Pasado que configura a Francisco (repito: es “parte”, no decimos “el todo”).

Pero queda todavía un aspecto que es fundamental. El futuro. Todas las personas tenemos la posibilidad de corrompernos (casos públicos los hay de a miles), y la posibilidad de “convertirnos”. En la historia de la Iglesia casos de ambos comportamiento también los hay de a miles. Y cerrar la posibilidad a la conversión a quien fuere el más terrible pecador y delincuente, sería negar la acción del Espíritu Santo y la posibilidad de respuesta. Y si no creyera en el Espíritu Santo no permanecería ni un segundo más en la Iglesia. Creo firmemente en la capacidad de conversión de Francisco, como creo en la mía (aunque las responsabilidades son distintas), y creo también en nuestra capacidad de rechazo. Y obviamente rezo, y rezo por él y por mí. Para que seamos capaces, para que toda la Iglesia lo sea, capaz de escuchar la voz del Espíritu Santo, de discernir sus caminos y de tener coraje para seguirlos.
Pero creo que es de nulo o infantil amor a la Iglesia no ser capaces de mirar las debilidades y pecados pasados o presentes, mirarlos, reconocerlos, criticarlos y proponer caminos de enmienda.

Eduardo Galeano dijo una ver que el amigo es “el que habla mal de vos de frente, y habla bien de vos a tus espaldas”. De eso se trata.

¿Qué papa para qué Iglesia? Los que hemos admirado la osadía de Juan XXIII desearíamos un papa osado, un Papa que abra ventanas para que entre el aire aunque alguno se resfríe, un papa que ponga a la Iglesia a dialogar como hermana del mundo. Y muchos creemos que –con los últimos papas- la Iglesia entró en un invierno del que le costará mucho salir (si es que quiere hacerlo). Si el papa Francisco empieza a abrir ventanas, si no teme cuestionar a los poderosos causantes de pobres, y denunciarlos, si dialoga respetuosamente con el mundo, proponiendo sin condenar, si se vuelve cercano a los pobres, si habla más de Jesús que de la Iglesia, nos encontrará aplaudiendo entusiastas, aunque haya sido turbio su pasado. ¡Y qué ganas tenemos de aplaudir!


Dibujo tomado de http://dalequevamo.blogspot.com/2011/08/iglesia-pueblo-de-dios.html


3 comentarios:

  1. Catalina Hernández16 de marzo de 2013, 20:02

    No soy creyente, pero valoro profundamente tu pensamiento y tus acciones, así como las de tus compañeros en la opción por los pobres. Muchas gracias por esta mirada (para mí) de comprensión, justicia y esperanza, sin negar los costados más duros del tema. Me hacía falta en medio de tanto "entusiasmo futbolero por el papa argentino" que nos deja a muchas personas sintiéndonos muy solas.

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  2. Querido Padre Eduardo
    Este es el pensamiento que me gustaria que compartan muchos de los nuestros hermanos,los que estamos en esta lucha...Me duele tanto ataque,irrespetuoso,tan lleno de odio y mentira ,odio que repudiamos del otro lado y que no da lugar al perdon ni a la reconciliaciòn..pero tambien me duele el el romanticismo barato,ignorante,sin memoria, infantil de mirar solo al cielo y no hacer nada en la tierra para ayudar a otros ,a los que menos tienen ,a los excluidos y mejorar un presente,que sin manos trabajando en la realidad todo credo es inutil,vacio y vano delante de tanta injusticia...
    Todo mi respeto y admiraciòn....Todo mi respeto y admiraciòn...

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  3. Gracias Eduardo por el tono conciliador. A veces me da la sensacion q (sacando los extremos) pensamos todos muy parecido pero no somos capaces de aceptar esas pequeñas diferencias y polarizamos y terminamos agrediendonos.

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